De
cómo los decididos esfuerzos de un joven atrajeron la atención
mundial al problema de la descarada contaminación en gran escala de
nuestros mares.
A
las cinco de la mañana del 16 de julio
de 1971, un indefinible
buque cisterna gris, de setecientas
toneladas de desplazamiento,
salió del puerto de Rotterdam. Pocas horas después, un funcionario
del Departamento de Aguas Jurisdiccionales supo que el Stella
Maris
había rebasado Hock van Holland, el punto más avanzado de la
Holanda continental. El funcionario cogió el teléfono, y, al cabo
de unos minutos, patrulleros y aviones de la Armada seguían el
rastro del barco. Luego, envió un mensaje por teletipo, provocando
así un incidente que iba a
constituir un hito ecológico internacional.
El
problema del Stella Maris
era su cargamento. Seiscientas
toneladas de peligrosos desechos
industriales chapoteando en sus tanques,
que iban a ser arrojados al mar.
Con sus naves y aviones, las autoridades trataban de asegurarse de
que el Stella
Maris
no descargara ilegalmente su
nociva carga en ningún punto próximo a la costa holandesa.
Sin embargo, no había ninguna ley, nacional o internacional, que
prohibiera al barco dirigirse a altsa mar para lanzar allí su
cargamento.
Efectivamente,
desde principios de la década de 1960, la eliminación de
desperdicios químicos nocivos por el medio de arrojarlos al mar se
había convertido en una creciente amenaza. El incremento de la
industrialización, junto con la existencia de leyes cada vez más
estrictas contra la contaminación en tierra habían favorecido dicha
tendencia, y los fabricantes poco
escrupulosos descubrieron que tirarlos al océano era el método más
barato y rápido para librarse de los desechos.
Por falta de restricciones legales, parecía como si el
mar del Norte fuera a convertirse en un basurero internacional en el
que sería imposible toda clase
de vida.
Que esto no sucediera se debe en gran parte a la perseverancia
de un joven de veinticinco años de edad, LARS SIGURD SUNNANA, que
entonces escribía para el periódico más importante de NORUEGA, el
AFTENPOSTEN.
Más
de un año antes de que el Stella Maris comenzara su viaje, Sunnana
empezó a descubrir, en una serie de artículos periodísticos, la
verdad sobre los vertimientos en el mar. Después de meses de
investigación junto con ERIK LUNDE, un colaborador del Aftenposten,
reveló que una fábrica de plásticos sueca había echado al mar,
cerca de uno de los mejores bancos de pesca noruegos, 5.000
TONELADAS DE HIDROCARBUROS CLORURADOS ALIFÁTICOS, SUBSTANCIA TAN
MORTÍFERA que concentraciones de sólo diez partes por millón de
partes de agua de mar resultan fatales para los peces.
Aquellos duros artículos provocaron tal clamor público que la
empresa en cuestión no tardó en anunciar que, en lo sucesivo,
almacenaría sus desechos en grandes depósitos en tierra, a pesar
del aumento de costos que ello suponía.
Convencido
de que la compañía sueca no era la única culpable, Sunnana y Lunde
continuaron indagando. No mucho después del incidente sueco, unos
pescadores noruegos cogieron algunos barriles en sus artes de
arrastre. Cuando los subieron a la superficie, los oxidados
recipientes reventaron, y la substancia oleosa de color naranja que
se derramó de ellos mató toda la captura. El responsable resultó
ser un importante fabricante de plásticos de la Alemania Federal,
quien confesó que grandes zonas del fondo del mar del Norte estaban
¨virtualmente cubiertas de recipientes que contenían HIDROCARBUROS
CLORURADOS ALIFÁTICOS¨.
Después,
en el peor incidente registrado hasta entonces, Sunnana reveló que
un buque de investigación noruego, el Johan Hjort, había navegado
durante diez horas a través de un ancho cinturón de PLACTON MUERTO
Y PECES MORIBUNDOS QUE SE EXTENDÍA A LO LARGO DE SETENTA MILLAS.
CUANDO FUERON EXAMINADOS LOS ESPECÍMENES, TODOS CONTENÍAN
HIDROCARBUROS CLORURADOS ALIFÁTICOS. Sunnana estaba dispuesto a
poner fin a aquella locura.
Luego,
el 29 de Noviembre de 1970, Erik Lunde, que contaba 33 años de edad,
examinó personalmente, provisto de un equipo de buceo autónomo, el
crucero alemán Blucher, hundido en el fiordo de Oslo a principios de
la Segunda Guerra Mundial. Después de treinta años, Lunde estaba
preocupado por la polución petrolífera procedente de los tanques de
combustible del navío. El
Blucher yacía a más de 68 metros, lo que suponía realizar una
inmersión muy profunda, y Lunde no logró regresar con vida.
Espoleado
por esta tragedia, Sunnana continuó revelando caso tras caso de
contaminación oceánica; un fabricante alemán de productos
farmacéuticos arrojaba al mar, cerca de Islandia, cantidades no
conocidas de letal DICLOROPROPANO; una empresa electroquímica
noruega, de propiedad estatal, vertía en un fiordo 1.500 toneladas
anuales de hidrocarburos clorurados alifáticos; la construcción de
un barco británico con el fin específico de lanzar al mar un millón
de toneladas de contaminantes industriales al año justo fuera del
límite de tres millas de las aguas territoriales. Pero como decía
Sunnana, ¨todos estos casos eran sólo el extremo de un hilo de la
madeja que queríamos devanar¨ .
Sunnana
comprendió que, al no existir una ley que prohibiera verter
substancias en aguas internacionales, tendría que crear un ejemplo
para lograr una acción efectiva. Necesitaba un incidente que él
pudiera divulgar antes de que ocurriera, y decidió buscarlo en los
Países Bajos, que, según había revelado su investigación, eran la
¨meca del vertimiento de desperdicios en el mar¨.
Supo
que, en Holanda, barcazas con grandes cargamentos de desechos
industriales, tanto de procedencia local como alemana, bajaban por el
Rhin hasta Rotterdam, donde esas sustancias se transferían, si las
autoridades portuarias no ponían objeción,a buques de mayor
capacidad que las vertían en alta mar. La mayoría de los barcos
navegaban hasta rebasar la Estación del Rijkswaterstaat
(Departamento de Aguas Jurisdiccionales) en Hoek van Holland, donde
el Rhin se encuentra con el mar. Por tanto, Sunnana hizo de Hoek van
Holland su próximo objetivo. Allí, el noruego halló un eco
favorable a su causa en el Rijkswaterstaat, donde otras personas
estaban también preocupadas por lo que él llamaba el ¨sistemático
envenenamiento del mar¨. Fue un funcionario de dicho departamento
quien, el 16 de julio, a las 10,57 de la mañana, informó a las
autoridades noruegas de que un barco que transportaba desechos se
dirigía hacia el norte. De esta forma, quedó preparado el escenario
para el caso del Stella Maris.
La
mañana en que el teletipo cobró vida en la Dirección de Asuntos
Marítimos de Noruega, el Ministerio de Asuntos Exteriores fue
avisado inmediatamente. Desde allí, a través del Instituto de
Investigación de Marina, en Berger, el mensaje llegó al
Aftenposten, Sunnana cogió el teléfono y, unos minutos después,
tenía la historia completa desde Holanda.
¨¡Barco
ponzoñoso en camino!¨, proclamaban los titulares del Aftenposten.
El Stella Maris iba cargado hasta la borda con hidrocarburos
clorurados alifáticos procedentes de al Zout Chemie Botlek, filial
de la gigantesca empresa química holandesa Akzo. El plan era verter
las substancias directamente en el mar a unos pocos centenares de
millas de la costa noruega. Los científicos de este país temían
que la operación no sólo destruyera peces, sino PLANCTON, eslabón
básicoen la cadena de la alimentación marina.
Inmediatamente, el Ministerio de Asuntos
Exteriores noruego pidió una explicación al gobierno holandés; en
ambos países fueron llamados los embajadores y se intercambiaron
notas diplomáticas. Pero, como el Stella Maris no había infringido
ninguna ley nacional o internacional, La haya tuvo que responder;
¨No podemos hacer nada¨.
Mientras
el Stella Maris surcaba las grises aguas del mar del Norte a una
velocidad de siete nudos, Sunnana envió un resumen de los hechos a
un amigo suyo de veintiocho años de edad, Leif Hjortshoj, del
servicio informativo de la televisión danesa. ¨Necesitamos cubrir
la información a escala internacional¨, le pidió. ¨Haz lo que
puedas¨. Provisto tan sólo de una foto y un mapa que mostraba el
rumbo y velocidad estimados, Leif habló del Stella Maris a los
telespectadores daneses, y dijo que el barco tardaría unos cinco
días en llegar al lugar en que se verterían las substancias. Las
televisiones sueca y holandesa recogieron entonces el reportaje de
Hjortshoj, que llegó también a oídos de los británicos.
Súbitamente, desde Reykjavik a Roma, el Stella Maris era noticia de
primera página.
En
rápida sucesión, daneses, suecos e ingleses enviaron también
protestas a La Haya. En Holanda, el Ministerio de Asuntos Exteriores
advirtió a la dirección de Akzo respecto a las consecuencias de
provocar un incidente internacional. La compañía empezó a titubear
ante la creciente oleada de presiones. Pocas horas antes de que el
Stella Maris llegara al punto elegido, la Akzo ordenó al barco que
aplazara la operación veinticuatro horas mientras dicha empresa
estudiaba otra alternativa. Posteriormente se ordenó al Stella Maris
que se dirigiera a un lugar del Atlántico, entre Islandia e Irlanda,
posición que la compañía esperaba que resultara ¨satisfactoria
para todos los implicados¨.
Sunnana
y Hjortshoj contrataron. ¨Si el plan modificado se lleva a cabo, la
corriente del Golfo arrastrará los desechos directamente hacia las
costa islandesas¨, informó Sunnana al Ministerio de Asuntos
Exteriores noruego; este departamento llamó inmediatamente al
embajador islandés. Mientras tanto, Hjortshoj telefoneó
urgentemente a un colega de la televisión irlandesa, quien, aquella
misma noche, informó a sus oyentes de que, si se vertían los
desperdicios en el nuevo punto, correrían también peligro las zonas
de pesca irlandesas. La noticia despertó la cólera de irlandeses e
islandeses.
En
Dublín se amenazó con organizar manifestaciones y se estableció un
cordón de policía alrededor del consulado holandés. En la Haya, el
embajador irlandés subrayó que si el Stella Maris se acercaba a las
aguas territoriales de su país sería detenido y posteriormente
capturado por un patrullero. Y
en Islandia, aquel mismo día,
daba la coincidencia de que el
nuevo embajador holandés
presentaba sus cartas
credenciales al Presidente.
En vez de la acostumbrada
gentileza, el embajador fue
acogido con frialdad,
y se le entregó una enérgica
nota de
protesta
para que la hiciera llegar a su
gobierno.
Mientras
tanto, el Stella Maris tuvo que repostar. Su capitán puso proa al
puerto más cercano, Torshavn, capital de las Isla Faeroes. Cuando
el buque intentó entrar en el puerto a última hora de la tarde del
sexto día de viaje, una airada multitud de unas trescientas personas
se agolpó en el muelle gritando; ¨No queremos veneno holandés¨.
Una flotilla de pequeñas embarcaciones bloqueaba el paso del navío,
y los buceadores agitaban pancartas en que se decía: ¨Váyanse a
casa¨. La escena fue contemplada por millones de telespectadores de
toda Europa.
Impresionado por la inesperada recepción, el capitán ordenó ¨atrás
toda¨, y el Stella Maris desapareció en la noche.
A
la mañana siguiente, el barco rechazado derivaba hacia el noroeste
de Escocia. Habían parado las máquinas a fin de ahorrar
combustible; apenas quedaba lo suficiente para regresar a Rotterdam.
En cuanto al capitán y su tripulación, lo ocurrido en Torhavn era
el fin. Negar a un barco el derecho de atraque iba contra todos los
principios de navegación. Mientras el barco se mecía
silenciosamente en las olas del mar del Norte, el capitán, sombrío,
transmitió por radio a Rotterdam: ¨Queremos regresar¨.
Entonces
ocurrió lo esperado; el director administrativo de Akzo, doctor Jan
H. Dijkema, anunció en la televisión holandesa que su compañía
haría volver al Stella Maris. Diez días después de abandonar su
base, el ya notorio barco pasó una vez más la punta de Hoek van
Holland y entró en Rotterdam,
con el nombre tachado toscamente con pintura obscura. No hubo comité
de recepción; sólo un hosco grupo de manifestantes holandeses y el
dueño del barco,
Cornelis A. van Tol, del Tanker Transport Service en Rotterdam. ¨Esta
es decididamente la última vez que uno de mis barcos transporta los
desperdicios de Zout Chemie al mar¨, dijo.
Unos
meses después del incidente del Stella Maris, los representantes de
una docena de naciones europeas se reunieron en la capital noruega y
firmaron la Convención de Oslo,
en virtud de la cual se prohibia
verter substancias nocivas en el mar del NORTE, EL CANAL de la MANCHA
y el ATLÁNTICO NORTE
en lugares próximos a las aguas costeras. ¨Sunnana y el Stella
Maris provocaron la chispa que nos impulsó a una postura de
unanimidad¨, declaró más tarde uno de los delegados. El paso
siguiente se vio cuando las Naciones Unidas elaboraron un plan global
de no vertimiento que fue discutido en la Conferencia de la ONU sobre
el Ambiente, celebrada en Estocolmo en 1972.
Lars
Sigurd Sunnana Fue elogiado en el
Parlamento noruego por el importante papel desempeñado en la
campaña, y sus colegas le honraron con el Premio NARVESEN, LA MÁS
ALTA RECOMPENSA QUE PUEDE RECIBIR UN PERIODISTA NORUEGO POR EL
EJERCICIO DE SU PROFESIÓN.
Pero quizá el premio más importante fue PARA
LOS MILES DE HABITANTES DE TODA EUROPA QUE SE GANAN LA VIDA EN LAS
AGUAS DEL ATLÁNTICO NORTE.
Ellos saben que, gracias a la preocupación de UN
HOMBRE, SU FUTURO Y EL FUTURO DE SU MAR TIENEN UNA SEGUNDA
OPORTUNIDAD.
POR
EMILY Y OLA D´ AULAIR.E
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