VI
Dos
napolitanos buscaban desarrollar su vida y su futuro profesional en
Nueva York, Umberto seguía a Violeta. A pesar de que ella era diez
años más joven que él, esta italina delgada y guapa era la que
tiraba del carro, la que tomaba las decisiones, y él la siguió sin
plantearse otra opción. Cada vez se sentía más tranquilo,
confiado, todo lo que ella decidía estaba bien, era la correcto.
Además
de su formación académica, Violeta tenía una tendencia natural por
el mundo financiero. Entre Asia y Norteamérica, se había decidido
por esta última, fundamentalmente porque le parecía el lugar más
adecuado para la educación de los hijos.
Rápidamente
se dejó notar su preparación y su intuición femenina en Wall
Street. Comenzó como empleada en una Sociedad de Inversión
Colectiva en Valores y al poco tiempo se había convertido en la
socia más joven de la firma. Una joya a la que había que cuidar
para que continuara consiguiendo y superando los tremendos objetivos
trimestrales en un difícil mercado a la baja. Tampoco dejar que se
fuera a la competencia.
A
las siete de la mañana ya estaba en su puesto de trabajo y no volvía
al pequeño apartamento alquilado en Harlem antes de las diez de la
noche.
Por
su parte, Umberto comenzó dando clases de italiano en un colegio.
Pero el nuevo estilo de vida, contagioso en esta ciudad efervescente,
y la cantidad de horas libres sin Violeta, hicieron que en dos años
también él consiguiera el Doctorado en Historia Moderna y
Contemporánea por la Universidad de Nueva York, donde continuó ya
como profesor.
Siempre
estaba estudiando en la biblioteca, aunque solo fuera una hora entre
clase y clase. Después se quedaba hasta altas horas. Llmaba la
atención sus modos muy educados, retraídos y tímidos. Era humilde
a la hora de expresar sus conocimientos, pero el oyente terminaba
captando que muchos de ellos eran propios, profundos, meditados y muy
estudiados.
Los
dos estaban concentrados en el esfuerzo. Atrás quedó la pasión del
principio, y cuando Umberto ya se había acostumbrado a ritmos más
tranquilos, de pronto Violeta se convirtió en un volcán en
erupción. Le daba igual haber trabajado catorce horas seguidas, o
dormir poco. Nada más ver o sentir a Umberto al lado parecía que le
entraba unos deseos desmesurados, irresistibles, y las consecuencias
llegaron de inmediato como ella había decidido, iban a tener un
hijo.
Violeta
le demostró cada día de embarazo el amor que le tenía. Su fuerza
natural la hacía capaz de llevar todo al mismo tiempo con eficacia.
En un mundo donde el noventa por cien de las mujeres universitarias
trabajadoras no tenían hijos, ella, con veintisiete años no tuvo
ninguna duda, sería madre.
El
momento del parto lo quería realizar de la manera más natural
posible, ¨tradicional¨, decía que ¨quería sentir¨ el nacimiento
de su hijo; solo existía un problema, era estrecha de pelvis y temió
el tamaño del niño habida cuenta la estatura de Umberto. En las
revisiones nunca quiso saber el sexo ni ningún otro dato, solo que
el niño estaban bien, pero la preocupación le llevó a hacer una
pregunta que no hubiera querido realizar; ¨¿Es muy grande?¨. Y
obtuvo la respuesta; ¨No debe tener problema, es pequeñito¨.
Cuando escuchó el comentario de la doctora se sobresaltó, tuvo
miedo, pero nunca le dijo nada a nadie.
Le
pusieron Paolo, el nombre del abuelo materno.
Las
dos de la madrugada.
_Ea,
ea, ea, ya está.
Violeta
estaba de rodillas sobre la cama, la luz apagada y ella, además,
tenía los ojos cerrados.
_Ya
está, ya está.
Intentaba
levantar a Umberto, lo cogía por las caderas pero pesaba mucho, no
podía.
_Ea,
ea.
Comenzaba
a bajarle el pantalón del pijama. Él medio se despertó.
_Pero...
¡¿qué haces?! _dijo Umberto con voz grave y soñolienta.
_¿Eeehh?
_¡La
madre que te parió!
Violeta
también se despertó y comenzó a reír.
Entonce
él comprendió lo que estaba sucediendo. Se giró y encendió la
lámpara de su lado mientras ella se tumbaba sobre la cama muerta de
risa.
_¿Qué
querías, cambiarme los pañales?
Violeta
no podía parar. Umberto también comenzó a reír mientras movía la
cabeza negativamente, la tensión que ella tenía desde que nació
Paolo parecía que no la abandonaba.
Comenzó
a escucharse un leve ruido que venía del lado de la cama donde
estaba ella. Apareció la cabecilla, los preciosos ojos azules que
nadie sabía de dónde había sacado. Con cuatro meses se cogía ya a
los barrotes de la cuna y se ponía de pie. Bien asegurado, los
miraba y les desplegaba su sonrisa.
_Y
este se quiere sumar a la fiesta...
¨¿No
será malo para sus piernas?¨, habían preguntado al pediatra.
¨Todo
lo que el niño haga por él mismo y de forma natural no es malo,
todo lo contrario¨, les había contestado.
_Mi
niño...
Ella
se giró apoyándose sobre el codo derecho. Los dos lo miraban y
respondía a su sonrisa. Paolo cambió el gesto, desapareció su cara
alegre, hacía fuerzas, enrojecía, fruncía la frente.
_¡Mira
que lástima!
Poco
a poco se la pasó el dolor y volvió la sonrisa. Estaban
preocupados, la madre pendiente hasta en sueños por lo que Umberto
acaba de comprobar. El pequeño llevaba unos días con unos tremendos
retortijones, pero no lloraba, aguantaba cuando le llegaban y al poco
volvía a su estar natural, la sonrisa abierta una vez que se le
habían pasado. Los tres se contemplaban, los tres sonreían con una
plena satisfacción que les venía de dentro. A los tres se les veía
felices, aunque al final un gesto de seriedad siempre acudía al
rostro de Violeta.
_Me
voy a la otra habitación con él para que puedas dormir.
_No,
no importa.
_¿Mañana
no tienes clases?
_No,
me lo quedo yo.
_Vale.
Hasta
las cinco de la mañana estuvieron despiertos, el pequeño en medio
de los dos, el pobre no se podía volver a dormir con los dolores, y
ella con sus altibajos.
Las
diez de la noche, hacía cinco minutos que Violeta había llegado al
apartamento después del día de trabajo. Los tres en la habitación,
ella estaba terminando de cambiarse. Umberto dudaba.
_Yo
te lo voy a contar porque así me quedo tranquilo...
_¿Qué
ocurre? _le preguntó Violeta.
_Esta
mañana me he llevado un susto de muerte.
_¿Con
el niño?
Umberto
asintió con la cabeza. Ella miró a Paolo, que le sonreía desde la
cuna.
_Verás,
cada vez que lo iba a soltar en la cuna se despertaba, una y otra
vez, así que cuando volví a dormirlo la última vez... me eché
sobre nuestra cama con él, con mucho cuidado, y así se quedó,
él... y yo, porque en nada también me quedé K.O.
_Claro,
es que apenas has dormido esta noche, pero Umberto eso es
peligroso, sin darte cuenta te puedes girar y aplastarlo _dijo ella
volviendo a mirar al pequeño Paolo con cierta tranquilidad al ver
que estaba bien.
_Lo
sé, si yo no pensaba dormir...; pero sin darme cuenta me he quedado
frito, y al cabo de un rato, cuando me despierto, es lo primero que
pienso, que le podía haber hecho daño; pero voy, miro...,
y el niño no está.
_¡¿Qué?!
_Que
el niño no estaba.
Violeta
volvió a mirar a su hijo. No comprendía.
Levanté
todo. El edredón, nada. Me puse en pie y rodeé
la cama... Miré
debajo, nada. La camisa no me llegaba al cuerpo. Salí corriendo por
el apartamento pensando que nos
habían raptado al niño, mientras seguía buscando, diciéndome que
no podía ser. ¡Dos veces repasé el apartamento entero!, ¡dos
veces! Había comprobado que la puerta de la calle estaba
con las cuatro vueltas
echadas. Intenté
recapacitar, que no sé ni cómo fui capaz... Y vuelvo a comenzar
desde el principio..., a la habitación, pienso
que cómo puede ser. Intento tranquilizarme porque si no me iba a dar
un infarto,
giro sobre mí varias veces..., hasta que veo la cortina que se mueve
un poco.
Violeta
miró hacia ella,
cubría
un ventanal lateral de
la
pequeña habitación, que
por
lo demás solo tenía la cama de matrimonio, dos pequeñas mesitas a
ambos lados frente a un armario clásico, y entre este y la pared un
pequeño hueco por el que entraba la cortina. Allí se dirigió
Umberto dando tres pasos_.¡Ahí estaba el niño ! dijo señalando
con el dedo mientras ella ponía cara de
sorpresa_,
ahí, en el rincón y detrás de la cortina. ¡La
madre que parió al niño! _remató
Umberto, que se había vuelto a poner nervioso reviviendo los hechos.
_Pero...¿cómo
ha llegado hasta ahí?
_Eso,
pregúntaselo a él _contestó
refiriéndose al hijo que aún no
tenía cinco meses.
Violeta
sonreía mientras Umberto intentaba serenarse respirando
profundamente.
_Se
habrá dejado caer de la cama y después a gateado hasta allí.
_Supongo.
Yo solo te puedo decir que el niño no ha llorado, lo he desnudado y
mirado de arriba abajo, no tiene ningún golpe.
_Mi
niño...
La
madre se acercó sonriente y feliz a su hijo. A él se le iluminó el
rostro. Lo levantó, lo cogió en brazos, lo besó.
A
Umberto, esa escena que tantas veces había visto, le llenaba como
nada en su vida. Los quería como jamás había pensado que se podía
llegar a querer, algo inexplicable que solo pudo saber y sentir
cuando lo vivió. Se acercó y los abrazó, con muchísimo cuidado, a
los dos y al mismo tiempo. Fueron segundos, pues notó algo que ya
había apreciado antes en ella,
como una leve pero clara reacción de rechazo. Se separó, pretendía
no molestarla. Pensaba que ella a su vez sentía tanto por su
pequeño que no quería que nadie interviniese en esa relación. Ya
se le pasaría, no le importaba. Para él, con solo estar presente y
poderlos contemplar era más que suficiente.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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