CAPÍTULO
VII
se le cerraban
los ojos y dejaba caer la cabeza hacia un lado. -¡Paolo!
Estaba muy
serio. La madre le estaba dando un baño con agua no muy caliente y
lo preparaba para pasar la tarde.
-¡Paolo!
Violeta miraba
fijamente a su hijo, estudiaba su cara.
-¡Umberto!
¡Umberto! ¡Ven, al niño le pasa algo!
El padre
escuchó la parte final de la frase con la voz ahogada.
-A este niño
le pasa algo-volvió a repetir la madre angustiada.
Lo
observaron,Paolo tenía solo nueve meses, pero ya conocían
perfectamente su estar, sus reacciones y,efectivamente, aquello era
muy extraño. Se le volvió a descolgar la cabeza.
-¡Paolo!,¡Paolo!¡Nooo!¡Diooos!,¡nooo!¡Despierta,por
favor,despierta!-suplicaba sacudiendo al hijo,que parecía perder el
conocimiento-.¡Umberto,la toalla,el albornoz,rápido,hay que llevar
al niño a un hospital!
En unos
segundos estaba fuera de la pequeña bañera,seco y envuelto.
Umberto,con zancadas decididas se dirigió al dormitorio a coger la
cartera que estaba sobre la mesita de noche. La tomó, la miró en la
palma de la mano,el rectángulo negro le fijó los ojos. Solo
negro,la mente hipnotizada, el cuerpo se le fue aflojando, perdía
las fuerzas. Se sentó sobre la cama y bajó la cabeza recogiéndose
sobre sí mismo. Se escuchó un gemido. El dolor le salía de dentro
y aquel pedazo de hombre se vio inundado por un mar de lágrimas que
le empañaban las gafas y corrían mejillas abajo, la boca
desmesuradamente abierta, el rostro enrojecido, inmóvil.
Violeta entró
en la habitación con el niño en brazos.
-¡Umberto!
Ella comprendió
rápidamente la situación. Se acercó a él y le habló despacio,
bajando la voz mientras se sentaba a su lado.
-Venga, vamos,
no podemos, ahora no,-Ella apoyó la cabeza en el hombro de él.
A pesar de lo
que su cuerpo le pedía era salir corriendo tuvo unos segundos
también para recomponerlo. Le dió un sitio en aquel momento de
urgencia. Así era Violeta.
Umberto
reaccionó. Medio abatido la siguió, ella marcaba la pauta.
Lucharon por
que el pequeño Paolo permaneciera despierto. El niño ya apenas
reaccionaba. Parecía que se le iba la vida,
Por fin dormia
agotado, en los brazos de su madre.
-¿Lloró mucho
el primer día cuando lo dejaron en la guardería?
-Sí, parece
ser que un poco después de irnos-contestó Violeta.
El pediatra
seguía con sus anotaciones.
Habían
recorrido todas las guarderías hasta encontrar una que les pareció
la más adecuada, con todos los medios materiales imaginables. Todos
los posibles peligros estaban contemplados y se les había puesto
solución. También era la más cara, con diferencia, pero eso no
importaba si Paolo estaba bien atendido.
-¿El segundo
día lloró también?
-No, pero ya su
actitud hacia nosotros era distinta.
-¿Este niño
es tan serio siempre?
-No, a eso me
refería, estaba muy serio, evitaba nuestra mirada, no nos sonreía
como siempre, pensamos que era su forma de mostrarnos su enfado por
haberlo dejado allí.
-Señora,
que le niño tiene solo nueve meses...
-No
importa, nos entendemos perfectamente.
-Señora...
-el médico mostraba una sonrisa irónica sin levantar la vista del
papel-, un bebé lo único que quiere es estar al lado de alguien. La
quiere a usted porque es la que le da de comer.
-No
dudo de que sea así al principio, pero ya no.
El
médico levantó la cabeza y se le quedó mirando. Violeta también
lo miraba a los ojos, ya estaba tranquila. Después de unos segundos
supoque aquella mujer tenía las ideas muy claras, desvió la vista
hacia el pequeño que, hasta dormido, mantenía el gesto serio.
Mientras tanto, Umberto había sacado una pequeña foto de la cartera
que poco antes le había visto desmoronarse. La entregó al médico.
-Además
de risueño, con cara de satisfacción -dijo mientras observaba
aquella imagen, contagiándose de las sensaciones que le
trasmitía-.Un niño feliz -concluyó-. Verán, no sé lo que ha
pasado, físicamente su hijo no tiene en su cuerpo la más mínima
señal, pero lo han podido dejar llorando sin prestarle la debida
atención, no sé, es imposible saberlo si los que han estado con él
no nos informan, y el suyo parece que, además, es algo especial.
-El
médico enfatizaba la palabra ¨especial¨y volvía a la sonrisa que
a ojos de Violeta mostraba el desacuerdo con ella.
¨Todas
las madres pensáis que vuestro hijo es especial¨.
¨Usted
será médico, pero a mi hijo no lo conoce nadie mejor que yo¨.
-También
ocurre que cada niño reacciona de una forma distinta cuando va por
primera vez a la guardería. Con
frecuencia, los padres aprovechan que el pequeño ha quedado algo
distraído para marcharse -Violeta y Umberto se miraron-, hay que
decirle al niño que se va a quedar allí y que después volverán a
recogerlo. PERO NO IRSE A ESCONDIDAS.
-El pediatra permaneció callado por unos segundos, parecía esperar
una respuesta.
¨¿Cómo
lo dejaron en la guardería?¨.
-Bueno,
nosotros vimos que andaba de la mano de una de las asistentas
mirando, observándolo todo, como él suele hacer, nos hicieron una
señal para que nos marcháramos, todo estaba perfectamente..., lo
había aceptado bien..., y nos fuimos.
¿Pero
no me ha dicho antes que ustedes y él se entienden perfectamente?
Hay
especialistas que te las guardan si no estás de acuerdo con ellos, y
este parecía ser uno de esos.
-¿Por
qué no le dijo que volvía a por él en un rato?
Mirándolo a los ojos, sonriéndole, que él percibiera que no pasaba
nada.
Se
volvieron a mirar, recapacitaban. El
pediatra, como mínimo, en aquello iba a tener razón.
Puestas las cosas en su sitio, custión importante para aquel hombre,
su actitud mejoró.
-No
quiero decir que ese sea el motivo, solo digo QUE A UN NIÑO PEQUEÑO,
SI HAY QUE LLEVARLO A LA GUARDERÍA, LA MEJOR SERÁ DONDE LE DEN
CARIÑO, Y POR SUPUESTO, QUE NUNCA SE SIENTA ABANDONADO POR SUS
PADRES.
Podía
ser eso, perfectamente podía ser eso, que se
hubiera sentido abandonado. Nada más de pensarlo se les hacía un
nudo en la garganta.
Paolo
había quedado completamente agotado física y mentalmente. Costó
mucho trabajo conseguir que aquel niño volviera a ser el que era, de
hecho nunca volvió a ser el mismo. Su estar natural se volvió serio
y, pronto, sin darse cuenta, se refirieron a él como ¨el pequeño
Di Rossi¨, por el apellido, recogiendo así aquel gesto seco,
callado y reservado que desde entonces tuvo su hijo. Aunque él nunca
se quejó, no le gustaba, la expresión contenía la palabra
¨pequeño¨, como ya se veía cuando se comparaba con los niños de
su edad.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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