viernes, 23 de enero de 2015

HACIA LA NORMALIZACIÓN UNIVERSAL.


Poco a poco, la Organización
Internacional de Normalización está poniendo orden el caos universal de tallas, símbolos y especificaciones

¨ IMAGÍNESE el lector que un marciano viese la Tierra por primera vez ¨ , dice el doctor N. N. Chopra, funcionario hindú de la oficina central de la Organización Internacional de Normalización, en Ginebra. ¨ Nuestra civilización le parecería ridícula. Hay en el mundo cerca de cuatro mil millones de seres humanos, todos cortados por el mismo patrón; dos piernas, dos brazos, dos ojos y unas cuerdas vocales semejantes. Sin embargo, véase la forma en que nos hemos diferenciado unos de otros; nos hemos dividido en más de doscientos países, hablamos más de tres mil lenguas y hemos creado un auténtico baturrillo de alfabetos, tipos de moneda y estilos de vida ¨.
Borrar las fronteras nacionales o hacer que el mundo hable ESPERANTO está, por supuesto, por encima de las posibilidades de cualquier grupo humano. Pero, desde su fundación hace veintisiete años, la ISO ( siglas en inglés de la Organización Internacional de Normalización ) está poniendo algo de orden en el caos de la producción de artículos para la industria y para los consumidores, por medio de ¨ la herramienta silenciosa ¨ llamada normalización. ISO es el organismo más importante del mundo para la colaboración industrial y comercial. Si hoy un tornillo alemán encaja perfectamente en una tuerca sudafricana es porque la ISO ha establecido unas normas y los fabricantes las han cumplido. También se deberá a este organismo que, dentro de pocos años, la parte inferior del parachoques de todos los automóviles quede a 445 milímetros del suelo. Parece absolutamente lógico que los coches puedan empujarse unos a otros sin temor a que se les enganchen los parachoques y las defensas se les abollen, pero el orgullo nacional y el de los fabricantes ponen obstáculos a proposiciones de esa índole.
La proliferación de compañías multinacionales ha provocado la urgencia de establecer normas internacionales. Si una compañía como la Internacional Business Machines (IBM) quiere vender sus productos en todo el mundo, apoya con entusiasmo los esfuerzos de la ISO para establecer un vocabulario universal de computadoras, un sistema único de codificación y normas comunes para discos y cintas magnéticas. Casi trescientas agencias de las Naciones Unidas y otros grupos multinacionales solicitan consejo de la ISO. La Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, recomienda el uso de agujas de inyecciones del tamaño establecido por la ISO, y la Organización para la Agricultura y la Alimentación aplica las dimensiones de la ISO en sus instrucciones a los campesinos indios de Bangladesh acerca del empaquetado de productos para la exportación.
Es evidente que el mundo necesita de tales normas. Se calcula que las fuerzas militares de la OTAN desperdician el equivalente de 56.000 millones de pesetas anuales por el retraso en la normalización de equipos y piezas de repuesto. Durante muchos años, los australianos tenían que cambiar de vagón cuatro veces en un trayecto de casi cuatro mil kilómetros por ferrocarril desde Sydney a Perth, con lo que el viaje duraba 84 horas. ¿Por qué? Porque cada estado australiano tenía un ancho de vía distinto. Sin embargo, en 1970 se normalizó la anchura de las vías, y así los pasajeros no tienen que cambiar de tren y la duración del viaje se ha reducido a 65 horas.
Multipliquemos estos ejemplos miles de veces y comprenderemos las proporciones de las tareas de la ISO; fijar métodos uniformes para probar aparatos de calefacción doméstica, convencer a los productores norteamericanos de petróleo de que vendan el combustible por litros en vez de hacerlo por galones; conseguir que los fabricantes de todo el mundo produzcan ruedas y neumáticos de tamaños normalizados para automóviles, remolques, camiones y tractores.
Procedimiento de la normalización. En el mares mágnum de siglas de los organismos internacionales de Ginebra, la ISO representa un impulso práctico y eficaz; todos los días laborables, unas ocho comisiones técnicas, subcomisiones y grupos de trabajo de la ISO se reúnen en cualquier lugar del mundo para determinar alguna nueva norma universal, ya sea para el tamaño de los botes salvavidas, la forma de medir la solidez de color de las telas después de lavadas o las cifras indicadoras de la velocidad de una película que deben aparecer en las envolturas de la misma. Toman parte en estas sesiones cerca de cien mil personas, entre ingenieros, funcionarios, científicos, industriales y consumidores; a veces se reúnen hasta cuarenta en cada comisión. Pertenecen a 72 organismos nacionales de normalización afiliados a la ISO y a otros organismos internacionales.
Es de notar que, con frecuencia, los especialistas dejan a un lado sus rivalidades en favor de la causa de la normalización. En la mesa de conferencias de una reunión de la ISO, competidores tan formidables como Ford y Chevrolet, Datsun y Fiat llegan a ponerse de acuerdo respecto al tamaño de una bujía o de un inyector para motores diesel, obedeciendo al interés mundial de facilitar la fabricación y v elar por la economía del consumidor. Poco después de que comandos israelíes causaran daños a trece aviones árabes en una pista del aeropuerto de Beirut, en 1968, los delegados árabes e israelíes de la ISO se hallaban trabajando intensamente en la redacción conjunta de un documento de dicha entidad. ¨La política no tiene nada que hacer aquí¨ .dice un alto empleado de aquel organismo.
¨Sólo cuenta la eficacia¨.
El proyecto de una norma internacional que finalmente presenta la comisión técnica, ya sea de especificaciones para pulmones artificiales (TC121, dirigido por Gran Bretaña), o señales de seguridad (TC80, de Holanda), es probablemente el resultado de centenares de horas de trabajo. En Ginebra, la pequeña secretaría central de la ISO, compuesta por unas ochenta personas de veinte nacionalidades, registra el proyecto, lo edita y lo manda por correo a los demás afiliados para someterlo a votación. Si consigue un 75 por ciento de votos a favor el nuevo proyecto se envía al consejo de la ISO para su aceptación final y definitiva como norma internacional.
La creación de una norma internacional no significa, por supuesto, que todos los países del mundo la pongan automáticamente en vigor. En la mayoría de los casos, las normas se adoptan voluntariamente, aunque casi todas las empresas comprenden que vale la pena hacerlo, especialmente si quieren vender sus productos en otros países. El fabricante francés de tubos que no haya seguido las normas de la ISO puede perder una venta al recibir un pedido de Pakistán exigiendo las especificaciones de aquel organismo en cuanto a diámetro, grueso de las paredes y resistencia a la presión.
Las normas pueden también ser importantes en campos ajenos a la industria, como el de los productos agrícolas. En el mercado al por mayor de café y cacao la mercancía se vende ahora de acuerdo con las normas de la ISO, lo que para el comprador constituye una garantía de que una partida de estos artículos (muchas veces guardada aún en el almacén del exportador) está limpia, seca e incontaminada. Sin necesidad de verla, el mayorista sabe que satisfará casi todas las exigencias del comprador.
Urgencia de la normalización. Del cataclismo de la Segunda Guerra Mundial nació un enorme deseo de derribar las barreras que obstaculizaban el comercio mundial. Era necesario uniformar los productos para que el vendedor y el comprador supiesen exactamente con qué comerciaban. Así nació la ISO en 1947. Al principio, la idea pareció poco afortunada, pues durante años las actividades del nuevo organismo fueron muy limitadas. Las secciones nacionales le enviaban sus propias normas, y el reducido personal de la ISO se las pasaba a su vez a otros grupos para ver si existía alguna basa común sobre la cual establecer una normalización internacional. En los diez primeros años se aprobaron solamente 37 normas internacionales.
En Suecia, sin embargo, el caso fue diferente. Allí el Instituto de Normas se ha convertido en un grupo dinámico, atento a las necesidades del consumidor; un grupo que se ha ganado el respeto de los fabricantes por su diligencia y profesionalismo. El equipo estuvo dirigido durante doce años por Olle Sturen, ingeniero civil con dotes para la diplomacia, para el mando y para recaudar fondos. Sturen es también un magnifico tenista; el tenis precisamente le llevó al tema de la unificación internacional de normas. Siendo capitán del equipo sueco que participaba en la Copa Davis, descubrió que sus jugadores utilizaban una pelota de fabricación sueca, de diferentes características que las usadas en los países adonde iban a jugar. Para evitar que su equipo tuviese que competir con pelotas completamente desconocidas, reformó rápidamente las normas existentes para la fabricación de pelotas de tenis en Suecia.
Cuando, en 1968, quedó vacante el puesto de secretario general de la ISO, todo el mundo pensó que Sturen era el mejor candidato, y el organismo no se ha arrepentido nunca de su elección. ¨Hasta ahora llevamos establecidas más de 2.300 normas internacionales¨, declara Sturen, ¨Si, según mis técnicos, el mundo necesita unas veinte mil normas, hemos hecho ya aproximadamente la décima parte del trabajo básico¨.
¨Naturalmente¨, añade el secretario general, ¨al mismo tiempo, cada cinco años cuando menos, ponemos al día las normas. Si aparece un nueva tecnología, como la criogénica, por ejemplo, o un nuevo producto, como las trituradoras de basura o los coches-oruga para la nieve, es necesario reunirnos y fijar nuevas normas¨.
Seguridad y tallas. Por lo menos el veinte por ciento del trabajo de la ISO va encaminada a establecer y mejorar las normas relativas a la salud y la seguridad del consumidor. A petició de la ISO, en laboratorios del mundo entero los técnicos determinan la resistencia de los cascos para motoristas golpeándolos con un émbolo, miden la calidad de reflexión luminosa de las señales de carretera y comprueban la tendencia de las botellas de bebidas gaseosas a estallar a causa de la presión.
La normalización comprende también símbolos, como, por ejemplo, el de fragilidad, representado en los paquetes por una delicada copa, que indica que deben manejarse con cuidado. Cuando la ISO buscaba un símbolo que advirtiera ¨Preservase de la humedad¨, a todos los europeos de la comisión se les ocurrió, lógicamente, dibujar un paraguas abierto, pero un representante del sudeste asiático indicó que para un hindú o un birmano, que frecuentemente usa el paraguas para librarse del calor del mediodía, el símbolo podría significar: ¨Manténgase a la sombra¨. El problema se resolvió añadiendo al símbolo un par de gotas de agua.
Otra clase de abstracción, la de las tallas, es de especial interés para la ISO. Un caballero que entre en una zapatería de Londres y pida ¨un modelo del número 9E¨ , es un consumidor que interesa a la sección TC137 de la ISO, compuesta por un grupo de técnicos en calzado que, asesorados por los franceses, están intentando suprimir las ambigüedades existentes en las medidas del calzado. Por ejemplo, el número inglés 9E sería un 9,5E en los Estados Unidos, porque en las medidas británicas cada número de zapato de hombre es medio punto menor que el correspondiente en la escala norteamericana. En cambio, los números de zapato de mujer en los Estados Unidos equivalen a punto y medio más que los de Inglaterra. La solución de los técnicos de ISO es la escala Mondopoint, compuesta de dos números. Los futuros compradores pedirán en el mundo entero zapatos del número 240/95; 240 es el largo del pie en milímetros, y 95, su anchura máxima.
Los compradores de todo el mundo conocen la necesidad de revisar con urgencia el caos existente en el sistema de tallas de ropa. Una señora que necesite un vestido de la talla 39 en Gran Bretaña, tendrá que pedir una 10 en los Estados Unidos, una 42 en Francia y una 46 en Italia. Una de las comisiones de la ISO, integrada por representantes de veintiún países presididos por Sudáfrica, está intentando resolver este problema.
Otro ejemplo del esfuerzo que se aplica a normalizar las medidas en Europa se refiere a un simple trozo de papel. ¨Cuando estoy tratando en una conferencia de explicar las normas¨, dice el alemán Bruno Holm, ¨enseño una hoja de papel tipo A-4, de uso poco corriente en Europa; la doblo por la mitad y la convierto en una cuartilla europea. Un nuevo doblez la reduce al tamaño de una ficha, y otro más, a una tarjeta de visita. Por último, con un doblez final, tenemos un sello de correos europeo de tamaño corriente, sin que varíen en ningún caso las dimensiones relativas a la hoja de papel¨.
¿Por qué preocuparse por tales refinamientos? Porque si un fabricante produce rollos de papel a la medida de esta hoja básica, podrá servir cualquier pedido, ya sea de cuartillas, de fichas o de sellos, sin tener que recortar un poco de aquí y otro de allá. Así también, los fabricantes de prensas tipográficas, sobres, máquinas de escribir, perforadoras, agendas, archivadores, clasificadoras y buzones saben exactamente a qué tamaño de papel se ha de adaptar sus productos. ¨De todo esto trata la normalización¨, concluye Holm.
No hay alternativa. No es extraño que las naciones más ávidas de unificación internacional sean las del bloque oriental. Rusia es el primer país del mundo que tiene un ministro de Estandarización, el doctor V.V. Boitsov, nombrado en el año 1970. En los países del Este cualquier norma, una vez aceptada, no es una mera recomendación que el fabricante está facultado a seguir o no, sino que en la mayoría de los casos se convierte en ley. La monotonía del estilo arquitectónico de los edificios de apartamentos en Rusia y la uniformidad de los trajes azules de los chinos se deben en parte, indudablemente, a la rigidez con que los comunistas aplican las normas internacionales en contraposición a la actitud optativa adoptada en Occidente.
Esto plantea la cuestión de si la normalización ha de conducir inevitablemente a una uniformidad de estilo dictatorial y a una insípida conformidad, como se lamentan algunos críticos. No hace mucho que el autor teatral británico John Osborne escribía irónicamente en el diario The Times: ¨!Qué inefablemente deprimente es saber que en verdad existe en el mundo, oficialmente, algo como la Organización Internacional de Normalización, y que funciona!¨
Pero Sturen y sus colegas de la ISO no temen que las normas priven a la gente de su individualismo, ¨Las normas no nos encadenan, sino que nos liberan¨, afirma Sturen, ¨Simplifican las relaciones internacionales, mejoran la comunicación entre los seres humanos, aumentan la seguridad e incrementan en el mundo entero los bienes y servicios que cada uno de nosotros tenemos cada vez más al alcance de la mano. La alternativa a la normalización es el caos universal, que los 1.400 equipos de trabajo de la ISO se esfuerzan por evitar con su labor diligente y casi inadvertida¨ .

POR ARTURO GONZÁLEZ

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