El
príncipe heredero era un verdadero zoquete, por lo que el rey
contrató los servicios de un tutor especial, el cual comenzó sus
lecciones explicando al príncipe el primer teorema de Euclides.
¨¿Está
claro, Alteza?¨, le preguntó cuando hubo concluido.
¨No¨,
respondió el príncipe.
De
modo que el tutor, armándose de paciencia, volvió a explicarle el
teorema. ¨¿Ya ha quedado claro?¨
¨No¨,
volvió a responder el príncipe.
Y
una vez más lo intentó el tutor... sin éxito. Al cabo de diez
intentos, el real zoquete seguía sin entender el teorema, y el pobre
tutor no pudo contener sus lágrimas.
¨Créame,
Alteza¨, le dijo entre sollozos, ¨este teorema es verdadero, y la
forma en que se lo he demostrado es la única que hay...¨
Al
oír aquello, el príncipe se puso en pie y, haciendo una solemne
inclinación, dijo: ¨Mi querido amigo, tengo una
fe absoluta en lo que usted dice, de modo que, si usted me asegura
que el teorema es verdadero, yo lo acepto incondicionalmente. Lo
único que siento es que no me lo haya dicho usted antes. Si
lo hubiera hecho, podríamos haber pasado al segundo teorema sin
necesidad de perder tanto tiempo.¨
De
este modo tienes todas las respuestas correctas sin necesidad de
saber geometría, exactamente igual que hay personas que -según
ellas- poseen
todas las creencias debidas sin necesidad de conocer a Dios. Decirle
a la autoridad: ¨Piensa por mi, por favor, que yo soy tonto¨ es
como decir: ¨Bebe por mí, por favor, que tengo sed¨
ANTHONY
DE MELLO
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