Platero,
acaso ella se iba - ¿adónde? - en aquel tren negro y soleado que,
por la vía alta, cortándose sobre los nubarrones blancos, huía
hacia el Norte.
Yo
estaba abajo, contigo, en el trigo amarillo y ondeante, goteado todo
de sangre de amapolas, a las que ya julio ponía la coronita de
ceniza.
Y las nubecillas de vapor celeste - ¿te acuerdas? -entristecían un
momento el sol y las flores, rodando vanamente hacia la nada...
¡Breve
cabeza rubia, velada de negro!... Era como el
retrato de la ilusión en el marco fugaz de la ventanilla.
Tal
vez ella pensaría: ¿Quiénes serán ese hombre
enlutado y ese burrillo de plata?
¡Quiénes
habíamos de ser! Nosotros... ¿Verdad, Platero?
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario