EL
SECRETO DE LEONARDO DA VINCI
LXI
A
un metro de distancia sigue a su padre. Bajan los escalones, el
rellano. En un rincón negro pegado a la pared destaca el colorido de
los restos del calidoscopio destrozado, machacado hasta quedar
reducido a trocitos pequeños. Y un nuevo tramo de las escaleras que
proyectan la sucia y oscura calle hacia abajo.
El
adoquinado con el que están asfaltadas las calles y los giros
bruscos, casi constantes, que realiza Umberto para evitar las
motocicletas que se meten por cualquier sitio, incluso en dirección
prohibida, parece que va a terminar con los pocos días que le quedan
a este viejo Lancia Ypsilon gris que Giambattista, el amigo policía
de su padre, le ha dejado para efectuar el viaje que ahora inician.
Umberto
consigue salir del desordenado avispero de coches, motos, furgonetas
y gente que por todas partes inundan la calzada sin la más mínima
precaución.
Al poco, ya más en el interior de la península, aparecen a la
derecha las montañas nevadas. Umberto conecta la calefacción y los
cristales se empañan. Además, una gran contaminación negruzca
nubla aún más la visión. El hijo observa cómo el padre afina la
vista y pasa un pañuelo de papel por el parabrisas, menos mal que la
autovía está llena de largas rectas. Apenas hablan, los dos piensan
en sus cosas.
Ha
pasado un buen rato cuando Umberto extiende el brazo y señala hacia
el lateral derecho. Un monte alto, redondeado, con una gran
edificación arriba. Paolo ya lo había visto.
-¿Qué
es?
-La
Abadía de Montecassino.
-¿Una
abadía? ¿Monjes?
-Sí,
monjas y monjes benedictinos.
-Una
pena la contaminación...
Ver
los pequeños pueblos, las antiguas iglesias en medio de los campos
rodeados de aire limpio no es posible en esta parte de Italia.
-Desde
que se construyó en la primera mitad del siglo VI se convirtió en
el monumento más importante de toda Europa. No estaban solo
dedicados a las oraciones y el culto. Fue un importante centro de
enseñanza. La escuela de medicina de Salerno, que tenía gran fama
en la antigüedad, fue creada por monjes que provenían de esta
abadía. -Paolo mira absorto y con respeto la imagen-. ¿Ves la
forma redondeada de la montaña?
-Sí.
-Es
obra del hombre. -Paolo hace un gesto de extrañeza, no comprende-.
Verás, durante la Segunda Guerra Mundial fue sometida a un tremendo
bombardeo, te aseguro que antes era una montaña con muchas más
aristas.
-¿Y
la abadía?
-Destruida.
La edificación que ves ahora es completamente nueva.
-Entonces,
¿se destruyó todo, los libros también? -Paolo sabe que abadías,
libros antiguos y obras de arte son sinónimos.
-¿Recuerdas
lo que te comenté en el Museo Stadel de Frankfurt, que los alemanes
se llevaron las obras de arte a lugares más seguros para que
quedasen a salvo de los bombardeos y la destrucción?
-Sí.
-Pues
aquí hicieron lo mismo.
-¡Ah!,
¿sí?
-Sí.
-Pero
¿quién bombardeó la abadía?
-Las
tropas aliadas contra Alemania. -Paolo está pensativo-. Sabes que
los monjes lo anotan todo y después, cuando ocurre algún caos,
intentan poner a salvo esos libros y sus escritos.
-Sí.
-Pues
anotaron que en octubre de 1943 se presentaron en la Abadía dos
alemanes; el teniente coronel Schlegel, católico, y el capitán
médico Becker, protestante.
-¿Anotaron
la religión de los dos? -pregunta al mismo tiempo que pensativo,
admirado, sonríe mirando al vacío de la recta de la carretera.
-Si
lo piensas, es muy lógico, ya que para ellos la religión es lo más
importante.
-Sí,
claro.
-Se
presentaron ante el abad Gregorio Diamare, que ya tenía más de
ochenta años, y nada más verlo, Schlegel le dijo: ¨Yo vengo en
nombre de la paz¨. En aquella reunión le informó que la
edificación quedaba fuera de la línea de combate. Sus hombres no
entrarían allí, lo respetarían. Situaron las defensas a media
montaña dejando un espacio mínimo de trescientos metros con el
monasterio. Sabían que iban perdiendo la guerra, querían ir
replegándose ordenadamente y ofrecieron al abad ayudarle a poner a
salvo todo el patrimonio cultural y artístico de la abadía si lo
creía en peligro.
-¿Lo
salvaron?
-Como
te he dicho, el monasterio no, pero lo demás, incluso el diario
donde aparece lo que te estoy contando, sí. ¿Recuerdas en
Roma la Plaza Venecia, delante del monumento a Vittorio Emmanuel II?
-Sí.
-Pues
allí fueron llegando los camiones llenos de cajas. Los soldados
alemanes dejaron los uniformes y los fusiles y se metieron a
carpinteros, lo embalaron todo perfectamente, libros, cuadros,
reliquias. Todo preparado para su traslado y que no sufriera daño.
Una hilera enorme de camiones, también los había procedentes del
Museo de Nápoles. Y después, desde la plaza, al castillo de
San´Angelo, ¿lo recuerdas?
-Sí
-sonrió.
Claro
que se acordaba perfectamente del castillo circular a la orilla del
Tíber. Cuando lo visitaron hacía un frío y un aire tremendos, no
paró de esconderse detrás de las almenas.
-En
aquel lugar entregaron el cargamento; y mientras, en el monasterio,
dos soldados alemanes a sus puertas para impedir la entrada de sus
propios compañeros. Aunque no sirvió de nada..., durante cuatro
horas seguidas más de doscientos aviones lo sobrevolaron y dejaron
caer sus bombas sobre él.
-Pensaban
que estaban los alemanes dentro...
-No
se sabe. ¿Fue un error? Hay quien opina que no.
Paolo
piensa, no termina de verlo claro. ¿Quién iba a querer
destruir un edificio histórico?
-Si
bombardearon la abadía era porque pensaban que allí estaba el
enemigo, sus camiones, tanques, armamento... -termina diciendo.
-Pues
es una cuestión sobre la que hay bastantes dudas, porque las tropas
aliadas estaban muy bien informadas por los partisanos del partido
comunista que estaban por todas partes, también por la mafia.
-¿La
mafia informaba a los aliados?
-Sí,
tuvo gran importancia para que fuera un éxito el desembarco que
primero hicieron en Sicilia y después en la península. Muchos
mafiosos como Lucky Luciano, que nacieron aquí y después emigraron
a Estados Unidos, estaban en las cárceles cuando comenzó la guerra;
pero tenían muchos contactos en Italia. Además, los
mafiosos eran enemigos de Benito Mussolini, encarceló a la mayoría,
las cárceles estaban repletas. Así que el Gobierno norteamericano
pactó con la mafia. Y nada más terminar la guerra, a Lucky Luciano
lo sacaron de la cárcel y lo deportaron aquí, libre, por la ayuda
que prestó en la invasión aliada. Murió muy mayor, en Nápoles.
-Es
increíble, los buenos y los malos pactando.
-¿Y
quiénes son los buenos?
El
pequeño Di Rossi sonríe, capta la ironía.
-Entonces,
la gente del pueblo que estaba en contacto a diario con la abadía
sabía que no había alemanes ni material bélico dentro.
-¿Los
generales no creyeron en sus informantes, o no quisieron creer? -se
pregunta Umberto.
-Fue
innecesaria la destrucción -razona Paolo en voz alta.
-Peor
que innecesaria, no solo destruyeron un edificio con más de mil años
de antigüedad, además fue un grave error desde el punto de vista
militar que costó la vida a muchísimas personas.
-No
comprendo.
-Después
del bombardeo, con las piedras procedentes de las ruinas los alemanes
mejoraron sus fortificaciones y, no solamente eso, a los dos días de
su destrucción los paracaidistas alemanes cayeron sobre las ruinas y
se parapetaron en ellas. Con la destrucción del
monasterio los hicieron más fuertes, duró más tiempo la batalla y
se produjeron más muertes. -Montecassino se va quedando atrás, pero
quiere que su hijo no olvide un dato. Paolo, en esa montaña
que ves ahí murieron veinte mil soldados alemanes y sesenta mil
soldados de las fuerzas aliadas procedentes de medio mundo;
americanos, italianos, franceses, ingleses; y también marroquíes,
argelinos, hindúes, neozelandeses, canadienses, brasileños y de más
países; ochenta mil personas vinieron a morir aquí.
Paolo
piensa en todo lo que dice su padre, detrás de esa imagen imponente
y bella hay un gran sufrimiento.
-Y
ahora se ve así, como si no hubiese pasado nada.
-Un
día subiremos allí y verás que sí hay recuerdos, por ejemplo, un
gran cementerio militar polaco que desde aquí no se ve.
-¿Polaco?
-Sí,
murieron muchísimos polacos también, y ellos fueron los que
realizaron el último asalto, los que pusieron la bandera de su país
en todo lo alto.
Paolo
no comprende, es bueno en geografía. El sistema educativo
americano falla en esa materia, pero su padre al mismo tiempo que le
habla de historia se la va situando geográficamente, es el
método para que comprenda todo mejor. Él sabe ubicar en el mapa a
Polonia, fronteriza con Alemania, piensa que los polacos debían
estar en su tierra luchando contra el invasor.
-Pero
Polonia hace frontera con Alemania y fue ocupada por ellos, el ghetto
de Varsovia, ¿cómo estaban los polacos aquí?
-Hay
un pequeño matiz que casi nunca se dice cuando se habla de la
invasión de Polonia por los alemanes, y es que estos habían
firmado un pacto de no agresión con Rusia; y al mismo tiempo, en
secreto, habían pactado también invadir Polonia, repartírsela.
Decidieron que sus habitantes se convertirían en mano de obra
esclava, así que cuando Alemania invadió Polonia el uno de
septiembre de 1939 y los pobres polacos estaban luchando y buscando
aliados para defenderse de unas tropas que les superaban en hombres,
medios y preparación, no solo no encontraron aliados, sino que a las
dos semanas Rusia les atacó también. Dos ataques combinados, uno
por el este y otro por el oeste. Los soldados polacos terminaron,
unos, en los campos de concentración de Hitler, y otros, en los
campos de concentración soviéticos de Siberia.
Umberto
da tiempo a su hijo para que asimile la situación en que se encontró
en breve tiempo aquel país y sus habitantes. Aún le falta por
contestar la segunda parte de la pregunta, cómo habían
conseguido llegar los polacos hasta Montecassino.
-Paolo,
hemos hablado muchas veces que las vueltas que da la Tierra se
asemeja mucho a las vueltas que da la vida, esos giros que van
produciéndose al mismo tiempo que avanza, mientras el universo se
expande, ¿recuerdas?
-Sí.
El
pequeño Di Rossi comprendía esas ideas desde muy niño y las asumía
con la mayor naturalidad, de forma muy diferente a como lo
hacían compañeros de trabajo de Umberto, intelectuales; a veces se
producían conversaciones donde se ponían de manifiesto conceptos
complejos donde aparecía el hombre hecho un punto más que
microscópico en medio de una galaxia en constante evolución. Con
frecuencia se atemorizaban, se encerraban en ellos mismos y no
querían saber absolutamente nada de las ideas que Umberto
manifestaba.
-Pues
algo parecido hicieron ellos, los polacos dieron un enorme rodeo.
Ahora
el padre calla unos instantes, no para que el hijo asimile, sabe que
está sobre la cuestión, analizando y avanzando; lo hace para
llenar de un atractivo misterioso la narración. Siempre lo hacía
así, le gustaba ver cómo el hijo se impacientaba; pero al mismo
tiempo hacía que se sumergiera en la historia, le calara sintiéndola
suya, así es como nunca la olvidaría.
-Verás,
en junio de 1941 Alemania rompió el acuerdo de no agresión firmado
con los rusos, los atacó. El Gobierno polaco que se había formado
en el exilio y Rusia llegaron a un acuerdo para que los prisioneros
polacos presos en ese país fuesen liberados, y así lo hicieron,
setenta mil polacos se encontraron libres..., pero sin cobijo, en
Siberia, viviendo en tiendas de campaña. Pasaron el invierno con
temperaturas que llegaron a ser de -50º C. Un año después, en
julio de 1942, Stalin, tan dictador y asesino como Hitler, permitió
que los que habían sobrevivido pudieran salir de Rusia.
Iniciaron una larga marcha hacia el sur; Irán, Irak... Allí,
atravesando montañas, esos hombres se encontraron con un niño
como tú cargado con un gran saco. Estaba cansado y hambriento, en
peores condiciones que los mismos polacos. Les pidió comida y estos
se la dieron, y mientras el niño comía observaron algo que les
llamó la atención.
El
padre para, necesita recuperar un poco de aliento y ver cómo va
asimilando el relato su hijo. Montecassino quedó atrás, pero la
historia tiene atrapado al pequeño Di Rossi. Da un pequeño golpe
con el revés de la mano en la pierna del padre.
-Venga...,
sigue contando.
-¿Sabes
lo que llevaba el niño en el saco?
-No,
¿comida?
-¡Nooo...!
-exclamó Umberto sonriendo mientras pensaba que en una sociedad como
la actual era posible lo que acababa de decir su hijo, un saco lleno
de comida y a pesar de ello pedir más, aunque a las
personas a las que pides sean pobres y necesitados-. Llevaba una
cría recién nacida de oso pardo que era la más hambrienta de
todos.- A Paolo se le iluminaba la cara, sonríe de una manera
especial-. El niño dice que lo había encontrado en una cueva,
estaba solo porque unos cazadores habían matado a la madre, así que
le dieron de comer al animal también.
-¿Es
verdad lo que me estás contando?
-¡Sí...,
claro! -Tras el momento de duda continúa-. Parece ser que uno de los
soldados polacos pensó que a aquel niño le iba a costar mucho
trabajo sacar adelante a la cría, así que comenzó a ofrecerle unos
caramelos que llevaba a cambio del osezno, pero el niño decía que
no, que no lo vendía.
Umberto
mira a su hijo, está pensativo, recapacitando, probablemente
poniéndose en lugar del otro niño y preguntándose que habría
hecho él.
-El
soldado, al tiempo que le intentaba hacer razonar, le iba ofreciendo
más cosas..., unas mantas..., latas con carne...; pero el pequeño
siguió diciendo que no. ¿Sabes cómo lo convenció? Paolo
hizo un movimiento negativo con la cabeza-. Dicen que con un
bolígrafo. Bueno yo pienso que fue con una pluma, porque en aquellos
momentos era cuando se estaba desarrollando toda la técnica que
trajo consigo al bolígrafo, pero a muchísimos kilómetros de
distancia, y no creo que en aquellos lugares tan remotos estuviera ya
presente. Eso sí, bolígrafo o pluma, fuese lo que fuese, era
muy especial y así le pareció al niño -Umberto se da
cuenta de que su hijo está totalmente metido en la historia, por un
lado escribía y por el otro se podía extender una hoja de acero
convirtiéndose en navaja. Pocas cosas mejor que esas para un
niño que vivía en un lugar como aquel. Podía pintar, escribir, y
cuando le hiciera falta, hacer uso de la navaja.
Vendió
el pequeño oso al soldado... -Se nota que algo le ha decepcionado.
-No
lo veas así, era lo mejor para todos. El oso le servía de compañía,
pero la pluma y la navaja también. Además, cuando vio que al
pequeño oso le faltó tiempo para tomarse varios litros de leche
condensada diluida en agua que le prepararon, el niño se convenció,
al igual que el oso. Paolo, a esa edad, incluso los seres
humanos vuelcan todo su cariño con quién les da de comer.
Así que cuando ya estuvo lleno, se pegó al costado del soldado
buscando su calor y se quedó dormido. -Paolo sonríe
imaginando la escena-. El niño se marchó conforme, era lo mejor
para todos y, el oso, a partir de ese día buscaba siempre al mismo
soldado para comer... ¡y para dormir la siesta!
-No
son tontos los animales.
-¿Verdad
que no? -Ríen los dos-. Le pusieron un nombre típico polaco,Wojtek,
y se convirtió en la mascota de aquel grupo que llegó hasta Egipto.
Ya ves, un laro trayecto en el que también le dio tiempo a crecer, a
hacerse amigo de todos los polacos que llegaban hasta Alejandría
para ser embarcados en acorazados británicos para traerlos a Italia
a luchar contra los alemanes. Pero ¿ sabes qué ocurrió?
En
su rostro aparece la preocupación al mismo tiempo que la respuesta.
-Que
no permitieron que el oso subiera al barco.
-Exacto.
Sigue
pensativo. Ahora busca una solución.
¨¿Cómo
subir un oso a un barco británico?¨ .
Él
sabe lo estrictos que son los anglosajones con las normas. No se le
ocurre nada.
-¿Lo
solucionaron?
-Sí...,
por supuesto -le contesta sonriente y contagiándole su alegría.
-¡¿Cómo...?!
-Muy
fácil, ¡lo alistaron en el ejército polaco! -Umberto
suelta una risotada mientras hace movimientos afirmativos.
-Anda.
¡¿Pero cómo iban a hacer eso...?!
-Pues
haciéndolo. ¿No se llamaba ya Wojtek?
-Pero
papá..., ¡que era un oso...!
Paolo
tiene suficiente madurez para que este tipo de cuestiones ya no le
convenzan, y le viene otra vez la duda de si su padre le está
contando un cuento para niños pequeños con el fin de que el viaje
no se le haga pesado. Si no es cierta la historia se va a molestar
bastante. Pero Umberto continúa.
-A
los soldados les daba igual que fuera un oso, era su amigo y tenía
nombre polaco, así que le proporcionaron todos los documentos como
si fuera uno más de ellos.
Paolo
no puede evitar imaginarse al oso en fila preparándose para el
embarque, casi llega a verlo con un uniforme militar puesto, incluido
casco, y subiendo por la pasarela hasta presentarse delante del
estirado inglés que iba a permitir, o no, su paso.
-¿Y
funcionó la idea? -Umberto sonríe, lo mira un momento y le pasa la
mano por el pelo revolviéndoselo-. ¡Dime...! Ya solo quiere esa
respuesta.
El
padre hace un gesto con el dedo pulgar hacia atrás señalando dónde
ha quedado la Abadía de Montecassino.
-Los
alemanes que estaban en aquella montaña defendiéndose de los
constantes ataques de los gurkhas y además soldados bien entrenados
y experimentados de medio mundo, vieron algo que les pareció
imposible: un oso que transportaba cajas de municiones,
suministros, los llevaba de un lado para otro abasteciendo a sus
compañeros a través de las trincheras.
A
Paolo de nuevo se le ilumina la cara, pero acto seguido le surge una
preocupación evidente, dado el volumen que tendría ya el animal,
sería un blanco fácil.
-¿Lo
mataron?
Aquí
el padre no deja esperar la respuesta y niega con la cabeza.
-Se
acostumbró al constante bombardeo con aviones, disparos de cañones,
morteros y ametralladoras. No le asustaban..., y salió ileso...,
subió con sus compañeros polacos cuando izaron la bandera en lo
alto, sobre las ruinas del monasterio.
-¡Terminó
la guerra y seguía vivo...! -dice Paolo asombrado.
-Así
es, fue uno de los pocos supervivientes a una de las batallas más
duras de la Segunda Guerra Mundial.
-¿Y
dónde se quedó, aquí en Italia o siguió a los soldados hasta
Polonia?
-Siguió
a los soldados, pero no hasta Polonia, sino hasta el Reino Unido, a
Gales, desfiló al frente de la columna con sus compañeros por las
calles de Glasgow.
Paolo
vuelve a imaginar la escena. Repara en que hay algo en la historia
que falla, que le lleva a una constante búsqueda hacia delante. Era
la forma que tenía siempre su padre de explicarle las cosas, siempre
guardaba el final que no mostraba hasta que no hubiera realizado todo
el recorrido y hechas todas las preguntas de aquello que no
comprendía o veía extraño. Siempre había una enseñanza
escondida, y su padre siempre esperaba a que él la descubriera.
-¿Por
qué los trasladaron a Inglaterra? Terminada la guerra volverían a
sus casas, a su país, a Polonia.
-No,
no fue así. Los americanos, los franceses, los australianos,
volvieron a su país, pero no los polacos, no podían.
-¿Por
qué?
¨Esos
hombres habían sufrido y luchado como el que más, ¿por qué no
podían volver a sus casas?¨.
-Recuerda
que al principio te dije que fueron invadidos por las tropas nazis y
rusas. Todos lucharon contra Alemania, pero ninguno contra Rusia...,
y Polonia tenía, no uno, sino dos enemigos: Alemania y Rusia.
-Es
verdad...
-Cuando
Alemania rompió el tratado de no agresión que había firmado con
Rusia y la ataca, esta se defiende, pasan a ser enemigos; pero no
olvides que Rusia también quería los territorios polacos, y no
pensaba renunciar a ellos.
-Así
que Polonia ayudó a liberar Italia, pero nadie le ayudó a ella a
echar a los rusos.
-Efectivamente.
-No
podían volver a sus casas...
-Si
es que quedaba alguna de ellas en pie, porque Polonia fue el
país más destruido y con más muertos de toda la Segunda Guerra
Mundial. Posiblemente aquellos soldados polacos fueran los que
tuvieran el concepto más claro de lo que era la libertad, por lo que
estaban luchando y ayudando a los demás países, y si volvían a
Polonia con un sistema totalitario, no lo soportarían. Además, les
podía esperar la cárcel, sabían muy bien quién era Stalin. Cuando
los rusos invadieron Polonia tomaron gran número de prisioneros,
después se comprobó que no respetaron sus vidas, actuaron igual
que los nazis, asesinaron a buena parte de ellos. Fosas
comunes como Katyn, con veinte mil polacos ametrallados. Y
no solo eso, Stalin hizo otra de sus maniobras que le confirmaba como
lo que era, un hombre sin piedad. Verás, e 1944 los alemanes
perdían la guerra y retrocedían por todas partes, como hemos visto.
Los rusos recuperaban su territorio y de nuevo entraban en Polonia
por el este. Cuando llegaron a las puertas de su capital, Varsovia,
los polacos que aún quedaban dentro se rebelaron contra los
alemanes, fue lo que se llamó La insurrección de
Varsovia. En ese momento se podían haber aliado rusos y polacos
contra los alemanes, era lo que esperaban los habitantes de aquella
ciudad ocupada durante toda la guerra; pero Stalin dio orden de
esperar, de no intervenir. Sesenta y tres días estuvieron
luchando los habitantes de Varsovia contra los alemanes. Fue un
verdadero martirio, doscientos mil polacos murieron y la ciudad quedó
totalmente destruida, mientras los soldados rusos lo
contemplaban todo sin poder intervenir por las órdenes recibidas.
En la Segunda Guerra Mundial murieron más de seis millones de
polacos, de ellos, la mitad eran judíos, el 90% de su comunidad
murió. Paolo, los grandes campos de exterminio como
Auschwitz, Treblinca, Sobibor, Belzec, Chelmno,
Maidanek..., estaban en Polonia.
-Entonces,
los polacos que lucharon en Montecassino no volvieron a su tierra.
-No.
-¿Y
qué fue del Wojtek?
-Quisieron
ponerlo en libertad en algún bosque, pero las autoridades no lo
permitieron, así que... -Umberto hace un gesto que Paolo interpreta
como que no le va a gustar el final.
No
piensa la respuesta.
-Al
zoo -dice Paolo con cara triste y su aíre tímido mirando desde
abajo al padre que asiente con la cabeza.
En
otro caso, igual le hubiera parecido el destino lógico de Wojtek,
pero en este caso..., también él ha luchado por la libertad, como
sus compañeros.
-¿Le
gustó? -pregunta Paolo esperanzado.
El
padre mueve la cabeza negativamente.
-Murió
muy triste.
-No
es justo.
-Lo
sé.
No
es normal ese final en las historias que le suele contar.
En
Frosinone la contaminación ya es tremenda. Pronto llegarán a Roma,
no entrarán, la circunvalarán por la derecha si tienen suerte de no
equivocarse, cosa fácil en su padre con un volante en las manos y
siempre pensando en sus cosas. Pasaba de estar hablando con él a la
abstracción absoluta.
Umberto
permanece en silencio durante un rato a propósito, para que impregne
bien en su hijo esa sensación de injusticia, al fin y al cabo son
solo minutos, para los polacos fueron cuarenta y cinco años.
Mira
a Paolo, parece distraído observando el turbio paisaje a través de
la empañada ventanilla.
¨Seguro
que está dándole vueltas a la historia¨ .
-Y
sin embargo fíjate cómo es la vida, Paolo, pasados más de treinta
años de la batalla de Montecassino y de la masacre de Varsovia, un
hombre solo, un polaco, viene de su tierra hasta aquí, a Roma, Al
Vaticano, y es elegido Papa. El primer Papa no italiano en casi
quinientos años es un polaco..., JUAN PABLO II. En su país siguen
bajo la dictadura del comunismo soviético y él es consciente de la
posición que tiene, de que puede luchar por la libertad de su
pueblo. ¨Aunque éramos aliados de los vencedores, nos hallamos en
la situación de los derrotados¨ , llegó a decir. Y de esa cuestión
también son conscientes los gobernantes rusos. Aquel hombre, KAROL
WOJTYLA, AHORA ERA PAPA. La autoridad moral más importante del mundo
occidental..., un polaco. Los miedos se vieron confirmados cuando al
poco tiempo regresó en visita oficial a su tierra. La gente le
aclamaba enardecida cuando hablaba de los derechos humanos. Aquel
hombre estaba desestabilizando toda la Europa central y oriental
bajo dominio ruso. Era un peligro. No lo dudaron, rápidamente los
mandatarios rusos tuvieron un objetivo y un trabajo por hacer: matar
al Papa.
-Fue
cuando iba recorriendo en coche la Plaza de San Pedro y le
dispararon.
-Efectivamente,
en 1981 un fanático turco le disparó y le hirió gravemente. Detrás
del hombre que atentó contra Juan Pablo II estaban los servicios
secretos búlgaros, y detrás de estos, el KGB soviético.
-Rusia
siguió oprimiendo a Polonia...
-A
Polonia y a media Europa, recuerda, Alemania seguía dividida en dos,
la del este con una dictadura comunista y la del oeste con una
democracia; Y UN MURO DE POR MEDIO QUE COSTÓ LA VIDA A MUCHOS DE LOS
QUE INTENTARON TRAPASARLO. Pero hay que reconocer una cosa...
-¿Qué?
-Que
los rusos tenían razón. Plantó la semilla de la libertad, y esta
creció.
No
se equivoca. Hace perfecta la circunvalación de la capital y se
dirigen a Nepi, unos cuarenta kilómetros al norte de Roma.
Ya
falta poco, piensan en ese puente que gran cantidad de personas y
expertos han buscado a través de los siglos por todas partes, en el
lago Como, a lo largo del río Arno..., ese puente que aparece en el
lateral derecho, a la altura del hombro de la Gioconda.
El
paisaje del cuadro de Leonardo da Vinci es un misterio, al igual que
su protagonista.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
EL
SECRETO DE LEONARDO DA VINCI
LXI
A
un metro de distancia sigue a su padre. Bajan los escalones, el
rellano. En un rincón negro pegado a la pared destaca el colorido de
los restos del calidoscopio destrozado, machacado hasta quedar
reducido a trocitos pequeños. Y un nuevo tramo de las escaleras que
proyectan la sucia y oscura calle hacia abajo.
El
adoquinado con el que están asfaltadas las calles y los giros
bruscos, casi constantes, que realiza Umberto para evitar las
motocicletas que se meten por cualquier sitio, incluso en dirección
prohibida, parece que va a terminar con los pocos días que le quedan
a este viejo Lancia Ypsilon gris que Giambattista, el amigo policía
de su padre, le ha dejado para efectuar el viaje que ahora inician.
Umberto
consigue salir del desordenado avispero de coches, motos, furgonetas
y gente que por todas partes inundan la calzada sin la más mínima
precaución.
Al poco, ya más en el interior de la península, aparecen a la
derecha las montañas nevadas. Umberto conecta la calefacción y los
cristales se empañan. Además, una gran contaminación negruzca
nubla aún más la visión. El hijo observa cómo el padre afina la
vista y pasa un pañuelo de papel por el parabrisas, menos mal que la
autovía está llena de largas rectas. Apenas hablan, los dos piensan
en sus cosas.
Ha
pasado un buen rato cuando Umberto extiende el brazo y señala hacia
el lateral derecho. Un monte alto, redondeado, con una gran
edificación arriba. Paolo ya lo había visto.
-¿Qué
es?
-La
Abadía de Montecassino.
-¿Una
abadía? ¿Monjes?
-Sí,
monjas y monjes benedictinos.
-Una
pena la contaminación...
Ver
los pequeños pueblos, las antiguas iglesias en medio de los campos
rodeados de aire limpio no es posible en esta parte de Italia.
-Desde
que se construyó en la primera mitad del siglo VI se convirtió en
el monumento más importante de toda Europa. No estaban solo
dedicados a las oraciones y el culto. Fue un importante centro de
enseñanza. La escuela de medicina de Salerno, que tenía gran fama
en la antigüedad, fue creada por monjes que provenían de esta
abadía. -Paolo mira absorto y con respeto la imagen-. ¿Ves la
forma redondeada de la montaña?
-Sí.
-Es
obra del hombre. -Paolo hace un gesto de extrañeza, no comprende-.
Verás, durante la Segunda Guerra Mundial fue sometida a un tremendo
bombardeo, te aseguro que antes era una montaña con muchas más
aristas.
-¿Y
la abadía?
-Destruida.
La edificación que ves ahora es completamente nueva.
-Entonces,
¿se destruyó todo, los libros también? -Paolo sabe que abadías,
libros antiguos y obras de arte son sinónimos.
-¿Recuerdas
lo que te comenté en el Museo Stadel de Frankfurt, que los alemanes
se llevaron las obras de arte a lugares más seguros para que
quedasen a salvo de los bombardeos y la destrucción?
-Sí.
-Pues
aquí hicieron lo mismo.
-¡Ah!,
¿sí?
-Sí.
-Pero
¿quién bombardeó la abadía?
-Las
tropas aliadas contra Alemania. -Paolo está pensativo-. Sabes que
los monjes lo anotan todo y después, cuando ocurre algún caos,
intentan poner a salvo esos libros y sus escritos.
-Sí.
-Pues
anotaron que en octubre de 1943 se presentaron en la Abadía dos
alemanes; el teniente coronel Schlegel, católico, y el capitán
médico Becker, protestante.
-¿Anotaron
la religión de los dos? -pregunta al mismo tiempo que pensativo,
admirado, sonríe mirando al vacío de la recta de la carretera.
-Si
lo piensas, es muy lógico, ya que para ellos la religión es lo más
importante.
-Sí,
claro.
-Se
presentaron ante el abad Gregorio Diamare, que ya tenía más de
ochenta años, y nada más verlo, Schlegel le dijo: ¨Yo vengo en
nombre de la paz¨. En aquella reunión le informó que la
edificación quedaba fuera de la línea de combate. Sus hombres no
entrarían allí, lo respetarían. Situaron las defensas a media
montaña dejando un espacio mínimo de trescientos metros con el
monasterio. Sabían que iban perdiendo la guerra, querían ir
replegándose ordenadamente y ofrecieron al abad ayudarle a poner a
salvo todo el patrimonio cultural y artístico de la abadía si lo
creía en peligro.
-¿Lo
salvaron?
-Como
te he dicho, el monasterio no, pero lo demás, incluso el diario
donde aparece lo que te estoy contando, sí. ¿Recuerdas en
Roma la Plaza Venecia, delante del monumento a Vittorio Emmanuel II?
-Sí.
-Pues
allí fueron llegando los camiones llenos de cajas. Los soldados
alemanes dejaron los uniformes y los fusiles y se metieron a
carpinteros, lo embalaron todo perfectamente, libros, cuadros,
reliquias. Todo preparado para su traslado y que no sufriera daño.
Una hilera enorme de camiones, también los había procedentes del
Museo de Nápoles. Y después, desde la plaza, al castillo de
San´Angelo, ¿lo recuerdas?
-Sí
-sonrió.
Claro
que se acordaba perfectamente del castillo circular a la orilla del
Tíber. Cuando lo visitaron hacía un frío y un aire tremendos, no
paró de esconderse detrás de las almenas.
-En
aquel lugar entregaron el cargamento; y mientras, en el monasterio,
dos soldados alemanes a sus puertas para impedir la entrada de sus
propios compañeros. Aunque no sirvió de nada..., durante cuatro
horas seguidas más de doscientos aviones lo sobrevolaron y dejaron
caer sus bombas sobre él.
-Pensaban
que estaban los alemanes dentro...
-No
se sabe. ¿Fue un error? Hay quien opina que no.
Paolo
piensa, no termina de verlo claro. ¿Quién iba a querer
destruir un edificio histórico?
-Si
bombardearon la abadía era porque pensaban que allí estaba el
enemigo, sus camiones, tanques, armamento... -termina diciendo.
-Pues
es una cuestión sobre la que hay bastantes dudas, porque las tropas
aliadas estaban muy bien informadas por los partisanos del partido
comunista que estaban por todas partes, también por la mafia.
-¿La
mafia informaba a los aliados?
-Sí,
tuvo gran importancia para que fuera un éxito el desembarco que
primero hicieron en Sicilia y después en la península. Muchos
mafiosos como Lucky Luciano, que nacieron aquí y después emigraron
a Estados Unidos, estaban en las cárceles cuando comenzó la guerra;
pero tenían muchos contactos en Italia. Además, los
mafiosos eran enemigos de Benito Mussolini, encarceló a la mayoría,
las cárceles estaban repletas. Así que el Gobierno norteamericano
pactó con la mafia. Y nada más terminar la guerra, a Lucky Luciano
lo sacaron de la cárcel y lo deportaron aquí, libre, por la ayuda
que prestó en la invasión aliada. Murió muy mayor, en Nápoles.
-Es
increíble, los buenos y los malos pactando.
-¿Y
quiénes son los buenos?
El
pequeño Di Rossi sonríe, capta la ironía.
-Entonces,
la gente del pueblo que estaba en contacto a diario con la abadía
sabía que no había alemanes ni material bélico dentro.
-¿Los
generales no creyeron en sus informantes, o no quisieron creer? -se
pregunta Umberto.
-Fue
innecesaria la destrucción -razona Paolo en voz alta.
-Peor
que innecesaria, no solo destruyeron un edificio con más de mil años
de antigüedad, además fue un grave error desde el punto de vista
militar que costó la vida a muchísimas personas.
-No
comprendo.
-Después
del bombardeo, con las piedras procedentes de las ruinas los alemanes
mejoraron sus fortificaciones y, no solamente eso, a los dos días de
su destrucción los paracaidistas alemanes cayeron sobre las ruinas y
se parapetaron en ellas. Con la destrucción del
monasterio los hicieron más fuertes, duró más tiempo la batalla y
se produjeron más muertes. -Montecassino se va quedando atrás, pero
quiere que su hijo no olvide un dato. Paolo, en esa montaña
que ves ahí murieron veinte mil soldados alemanes y sesenta mil
soldados de las fuerzas aliadas procedentes de medio mundo;
americanos, italianos, franceses, ingleses; y también marroquíes,
argelinos, hindúes, neozelandeses, canadienses, brasileños y de más
países; ochenta mil personas vinieron a morir aquí.
Paolo
piensa en todo lo que dice su padre, detrás de esa imagen imponente
y bella hay un gran sufrimiento.
-Y
ahora se ve así, como si no hubiese pasado nada.
-Un
día subiremos allí y verás que sí hay recuerdos, por ejemplo, un
gran cementerio militar polaco que desde aquí no se ve.
-¿Polaco?
-Sí,
murieron muchísimos polacos también, y ellos fueron los que
realizaron el último asalto, los que pusieron la bandera de su país
en todo lo alto.
Paolo
no comprende, es bueno en geografía. El sistema educativo
americano falla en esa materia, pero su padre al mismo tiempo que le
habla de historia se la va situando geográficamente, es el
método para que comprenda todo mejor. Él sabe ubicar en el mapa a
Polonia, fronteriza con Alemania, piensa que los polacos debían
estar en su tierra luchando contra el invasor.
-Pero
Polonia hace frontera con Alemania y fue ocupada por ellos, el ghetto
de Varsovia, ¿cómo estaban los polacos aquí?
-Hay
un pequeño matiz que casi nunca se dice cuando se habla de la
invasión de Polonia por los alemanes, y es que estos habían
firmado un pacto de no agresión con Rusia; y al mismo tiempo, en
secreto, habían pactado también invadir Polonia, repartírsela.
Decidieron que sus habitantes se convertirían en mano de obra
esclava, así que cuando Alemania invadió Polonia el uno de
septiembre de 1939 y los pobres polacos estaban luchando y buscando
aliados para defenderse de unas tropas que les superaban en hombres,
medios y preparación, no solo no encontraron aliados, sino que a las
dos semanas Rusia les atacó también. Dos ataques combinados, uno
por el este y otro por el oeste. Los soldados polacos terminaron,
unos, en los campos de concentración de Hitler, y otros, en los
campos de concentración soviéticos de Siberia.
Umberto
da tiempo a su hijo para que asimile la situación en que se encontró
en breve tiempo aquel país y sus habitantes. Aún le falta por
contestar la segunda parte de la pregunta, cómo habían
conseguido llegar los polacos hasta Montecassino.
-Paolo,
hemos hablado muchas veces que las vueltas que da la Tierra se
asemeja mucho a las vueltas que da la vida, esos giros que van
produciéndose al mismo tiempo que avanza, mientras el universo se
expande, ¿recuerdas?
-Sí.
El
pequeño Di Rossi comprendía esas ideas desde muy niño y las asumía
con la mayor naturalidad, de forma muy diferente a como lo
hacían compañeros de trabajo de Umberto, intelectuales; a veces se
producían conversaciones donde se ponían de manifiesto conceptos
complejos donde aparecía el hombre hecho un punto más que
microscópico en medio de una galaxia en constante evolución. Con
frecuencia se atemorizaban, se encerraban en ellos mismos y no
querían saber absolutamente nada de las ideas que Umberto
manifestaba.
-Pues
algo parecido hicieron ellos, los polacos dieron un enorme rodeo.
Ahora
el padre calla unos instantes, no para que el hijo asimile, sabe que
está sobre la cuestión, analizando y avanzando; lo hace para
llenar de un atractivo misterioso la narración. Siempre lo hacía
así, le gustaba ver cómo el hijo se impacientaba; pero al mismo
tiempo hacía que se sumergiera en la historia, le calara sintiéndola
suya, así es como nunca la olvidaría.
-Verás,
en junio de 1941 Alemania rompió el acuerdo de no agresión firmado
con los rusos, los atacó. El Gobierno polaco que se había formado
en el exilio y Rusia llegaron a un acuerdo para que los prisioneros
polacos presos en ese país fuesen liberados, y así lo hicieron,
setenta mil polacos se encontraron libres..., pero sin cobijo, en
Siberia, viviendo en tiendas de campaña. Pasaron el invierno con
temperaturas que llegaron a ser de -50º C. Un año después, en
julio de 1942, Stalin, tan dictador y asesino como Hitler, permitió
que los que habían sobrevivido pudieran salir de Rusia.
Iniciaron una larga marcha hacia el sur; Irán, Irak... Allí,
atravesando montañas, esos hombres se encontraron con un niño
como tú cargado con un gran saco. Estaba cansado y hambriento, en
peores condiciones que los mismos polacos. Les pidió comida y estos
se la dieron, y mientras el niño comía observaron algo que les
llamó la atención.
El
padre para, necesita recuperar un poco de aliento y ver cómo va
asimilando el relato su hijo. Montecassino quedó atrás, pero la
historia tiene atrapado al pequeño Di Rossi. Da un pequeño golpe
con el revés de la mano en la pierna del padre.
-Venga...,
sigue contando.
-¿Sabes
lo que llevaba el niño en el saco?
-No,
¿comida?
-¡Nooo...!
-exclamó Umberto sonriendo mientras pensaba que en una sociedad como
la actual era posible lo que acababa de decir su hijo, un saco lleno
de comida y a pesar de ello pedir más, aunque a las
personas a las que pides sean pobres y necesitados-. Llevaba una
cría recién nacida de oso pardo que era la más hambrienta de
todos.- A Paolo se le iluminaba la cara, sonríe de una manera
especial-. El niño dice que lo había encontrado en una cueva,
estaba solo porque unos cazadores habían matado a la madre, así que
le dieron de comer al animal también.
-¿Es
verdad lo que me estás contando?
-¡Sí...,
claro! -Tras el momento de duda continúa-. Parece ser que uno de los
soldados polacos pensó que a aquel niño le iba a costar mucho
trabajo sacar adelante a la cría, así que comenzó a ofrecerle unos
caramelos que llevaba a cambio del osezno, pero el niño decía que
no, que no lo vendía.
Umberto
mira a su hijo, está pensativo, recapacitando, probablemente
poniéndose en lugar del otro niño y preguntándose que habría
hecho él.
-El
soldado, al tiempo que le intentaba hacer razonar, le iba ofreciendo
más cosas..., unas mantas..., latas con carne...; pero el pequeño
siguió diciendo que no. ¿Sabes cómo lo convenció? Paolo
hizo un movimiento negativo con la cabeza-. Dicen que con un
bolígrafo. Bueno yo pienso que fue con una pluma, porque en aquellos
momentos era cuando se estaba desarrollando toda la técnica que
trajo consigo al bolígrafo, pero a muchísimos kilómetros de
distancia, y no creo que en aquellos lugares tan remotos estuviera ya
presente. Eso sí, bolígrafo o pluma, fuese lo que fuese, era
muy especial y así le pareció al niño -Umberto se da
cuenta de que su hijo está totalmente metido en la historia, por un
lado escribía y por el otro se podía extender una hoja de acero
convirtiéndose en navaja. Pocas cosas mejor que esas para un
niño que vivía en un lugar como aquel. Podía pintar, escribir, y
cuando le hiciera falta, hacer uso de la navaja.
Vendió
el pequeño oso al soldado... -Se nota que algo le ha decepcionado.
-No
lo veas así, era lo mejor para todos. El oso le servía de compañía,
pero la pluma y la navaja también. Además, cuando vio que al
pequeño oso le faltó tiempo para tomarse varios litros de leche
condensada diluida en agua que le prepararon, el niño se convenció,
al igual que el oso. Paolo, a esa edad, incluso los seres
humanos vuelcan todo su cariño con quién les da de comer.
Así que cuando ya estuvo lleno, se pegó al costado del soldado
buscando su calor y se quedó dormido. -Paolo sonríe
imaginando la escena-. El niño se marchó conforme, era lo mejor
para todos y, el oso, a partir de ese día buscaba siempre al mismo
soldado para comer... ¡y para dormir la siesta!
-No
son tontos los animales.
-¿Verdad
que no? -Ríen los dos-. Le pusieron un nombre típico polaco,Wojtek,
y se convirtió en la mascota de aquel grupo que llegó hasta Egipto.
Ya ves, un laro trayecto en el que también le dio tiempo a crecer, a
hacerse amigo de todos los polacos que llegaban hasta Alejandría
para ser embarcados en acorazados británicos para traerlos a Italia
a luchar contra los alemanes. Pero ¿ sabes qué ocurrió?
En
su rostro aparece la preocupación al mismo tiempo que la respuesta.
-Que
no permitieron que el oso subiera al barco.
-Exacto.
Sigue
pensativo. Ahora busca una solución.
¨¿Cómo
subir un oso a un barco británico?¨ .
Él
sabe lo estrictos que son los anglosajones con las normas. No se le
ocurre nada.
-¿Lo
solucionaron?
-Sí...,
por supuesto -le contesta sonriente y contagiándole su alegría.
-¡¿Cómo...?!
-Muy
fácil, ¡lo alistaron en el ejército polaco! -Umberto
suelta una risotada mientras hace movimientos afirmativos.
-Anda.
¡¿Pero cómo iban a hacer eso...?!
-Pues
haciéndolo. ¿No se llamaba ya Wojtek?
-Pero
papá..., ¡que era un oso...!
Paolo
tiene suficiente madurez para que este tipo de cuestiones ya no le
convenzan, y le viene otra vez la duda de si su padre le está
contando un cuento para niños pequeños con el fin de que el viaje
no se le haga pesado. Si no es cierta la historia se va a molestar
bastante. Pero Umberto continúa.
-A
los soldados les daba igual que fuera un oso, era su amigo y tenía
nombre polaco, así que le proporcionaron todos los documentos como
si fuera uno más de ellos.
Paolo
no puede evitar imaginarse al oso en fila preparándose para el
embarque, casi llega a verlo con un uniforme militar puesto, incluido
casco, y subiendo por la pasarela hasta presentarse delante del
estirado inglés que iba a permitir, o no, su paso.
-¿Y
funcionó la idea? -Umberto sonríe, lo mira un momento y le pasa la
mano por el pelo revolviéndoselo-. ¡Dime...! Ya solo quiere esa
respuesta.
El
padre hace un gesto con el dedo pulgar hacia atrás señalando dónde
ha quedado la Abadía de Montecassino.
-Los
alemanes que estaban en aquella montaña defendiéndose de los
constantes ataques de los gurkhas y además soldados bien entrenados
y experimentados de medio mundo, vieron algo que les pareció
imposible: un oso que transportaba cajas de municiones,
suministros, los llevaba de un lado para otro abasteciendo a sus
compañeros a través de las trincheras.
A
Paolo de nuevo se le ilumina la cara, pero acto seguido le surge una
preocupación evidente, dado el volumen que tendría ya el animal,
sería un blanco fácil.
-¿Lo
mataron?
Aquí
el padre no deja esperar la respuesta y niega con la cabeza.
-Se
acostumbró al constante bombardeo con aviones, disparos de cañones,
morteros y ametralladoras. No le asustaban..., y salió ileso...,
subió con sus compañeros polacos cuando izaron la bandera en lo
alto, sobre las ruinas del monasterio.
-¡Terminó
la guerra y seguía vivo...! -dice Paolo asombrado.
-Así
es, fue uno de los pocos supervivientes a una de las batallas más
duras de la Segunda Guerra Mundial.
-¿Y
dónde se quedó, aquí en Italia o siguió a los soldados hasta
Polonia?
-Siguió
a los soldados, pero no hasta Polonia, sino hasta el Reino Unido, a
Gales, desfiló al frente de la columna con sus compañeros por las
calles de Glasgow.
Paolo
vuelve a imaginar la escena. Repara en que hay algo en la historia
que falla, que le lleva a una constante búsqueda hacia delante. Era
la forma que tenía siempre su padre de explicarle las cosas, siempre
guardaba el final que no mostraba hasta que no hubiera realizado todo
el recorrido y hechas todas las preguntas de aquello que no
comprendía o veía extraño. Siempre había una enseñanza
escondida, y su padre siempre esperaba a que él la descubriera.
-¿Por
qué los trasladaron a Inglaterra? Terminada la guerra volverían a
sus casas, a su país, a Polonia.
-No,
no fue así. Los americanos, los franceses, los australianos,
volvieron a su país, pero no los polacos, no podían.
-¿Por
qué?
¨Esos
hombres habían sufrido y luchado como el que más, ¿por qué no
podían volver a sus casas?¨.
-Recuerda
que al principio te dije que fueron invadidos por las tropas nazis y
rusas. Todos lucharon contra Alemania, pero ninguno contra Rusia...,
y Polonia tenía, no uno, sino dos enemigos: Alemania y Rusia.
-Es
verdad...
-Cuando
Alemania rompió el tratado de no agresión que había firmado con
Rusia y la ataca, esta se defiende, pasan a ser enemigos; pero no
olvides que Rusia también quería los territorios polacos, y no
pensaba renunciar a ellos.
-Así
que Polonia ayudó a liberar Italia, pero nadie le ayudó a ella a
echar a los rusos.
-Efectivamente.
-No
podían volver a sus casas...
-Si
es que quedaba alguna de ellas en pie, porque Polonia fue el
país más destruido y con más muertos de toda la Segunda Guerra
Mundial. Posiblemente aquellos soldados polacos fueran los que
tuvieran el concepto más claro de lo que era la libertad, por lo que
estaban luchando y ayudando a los demás países, y si volvían a
Polonia con un sistema totalitario, no lo soportarían. Además, les
podía esperar la cárcel, sabían muy bien quién era Stalin. Cuando
los rusos invadieron Polonia tomaron gran número de prisioneros,
después se comprobó que no respetaron sus vidas, actuaron igual
que los nazis, asesinaron a buena parte de ellos. Fosas
comunes como Katyn, con veinte mil polacos ametrallados. Y
no solo eso, Stalin hizo otra de sus maniobras que le confirmaba como
lo que era, un hombre sin piedad. Verás, e 1944 los alemanes
perdían la guerra y retrocedían por todas partes, como hemos visto.
Los rusos recuperaban su territorio y de nuevo entraban en Polonia
por el este. Cuando llegaron a las puertas de su capital, Varsovia,
los polacos que aún quedaban dentro se rebelaron contra los
alemanes, fue lo que se llamó La insurrección de
Varsovia. En ese momento se podían haber aliado rusos y polacos
contra los alemanes, era lo que esperaban los habitantes de aquella
ciudad ocupada durante toda la guerra; pero Stalin dio orden de
esperar, de no intervenir. Sesenta y tres días estuvieron
luchando los habitantes de Varsovia contra los alemanes. Fue un
verdadero martirio, doscientos mil polacos murieron y la ciudad quedó
totalmente destruida, mientras los soldados rusos lo
contemplaban todo sin poder intervenir por las órdenes recibidas.
En la Segunda Guerra Mundial murieron más de seis millones de
polacos, de ellos, la mitad eran judíos, el 90% de su comunidad
murió. Paolo, los grandes campos de exterminio como
Auschwitz, Treblinca, Sobibor, Belzec, Chelmno,
Maidanek..., estaban en Polonia.
-Entonces,
los polacos que lucharon en Montecassino no volvieron a su tierra.
-No.
-¿Y
qué fue del Wojtek?
-Quisieron
ponerlo en libertad en algún bosque, pero las autoridades no lo
permitieron, así que... -Umberto hace un gesto que Paolo interpreta
como que no le va a gustar el final.
No
piensa la respuesta.
-Al
zoo -dice Paolo con cara triste y su aíre tímido mirando desde
abajo al padre que asiente con la cabeza.
En
otro caso, igual le hubiera parecido el destino lógico de Wojtek,
pero en este caso..., también él ha luchado por la libertad, como
sus compañeros.
-¿Le
gustó? -pregunta Paolo esperanzado.
El
padre mueve la cabeza negativamente.
-Murió
muy triste.
-No
es justo.
-Lo
sé.
No
es normal ese final en las historias que le suele contar.
En
Frosinone la contaminación ya es tremenda. Pronto llegarán a Roma,
no entrarán, la circunvalarán por la derecha si tienen suerte de no
equivocarse, cosa fácil en su padre con un volante en las manos y
siempre pensando en sus cosas. Pasaba de estar hablando con él a la
abstracción absoluta.
Umberto
permanece en silencio durante un rato a propósito, para que impregne
bien en su hijo esa sensación de injusticia, al fin y al cabo son
solo minutos, para los polacos fueron cuarenta y cinco años.
Mira
a Paolo, parece distraído observando el turbio paisaje a través de
la empañada ventanilla.
¨Seguro
que está dándole vueltas a la historia¨ .
-Y
sin embargo fíjate cómo es la vida, Paolo, pasados más de treinta
años de la batalla de Montecassino y de la masacre de Varsovia, un
hombre solo, un polaco, viene de su tierra hasta aquí, a Roma, Al
Vaticano, y es elegido Papa. El primer Papa no italiano en casi
quinientos años es un polaco..., JUAN PABLO II. En su país siguen
bajo la dictadura del comunismo soviético y él es consciente de la
posición que tiene, de que puede luchar por la libertad de su
pueblo. ¨Aunque éramos aliados de los vencedores, nos hallamos en
la situación de los derrotados¨ , llegó a decir. Y de esa cuestión
también son conscientes los gobernantes rusos. Aquel hombre, KAROL
WOJTYLA, AHORA ERA PAPA. La autoridad moral más importante del mundo
occidental..., un polaco. Los miedos se vieron confirmados cuando al
poco tiempo regresó en visita oficial a su tierra. La gente le
aclamaba enardecida cuando hablaba de los derechos humanos. Aquel
hombre estaba desestabilizando toda la Europa central y oriental
bajo dominio ruso. Era un peligro. No lo dudaron, rápidamente los
mandatarios rusos tuvieron un objetivo y un trabajo por hacer: matar
al Papa.
-Fue
cuando iba recorriendo en coche la Plaza de San Pedro y le
dispararon.
-Efectivamente,
en 1981 un fanático turco le disparó y le hirió gravemente. Detrás
del hombre que atentó contra Juan Pablo II estaban los servicios
secretos búlgaros, y detrás de estos, el KGB soviético.
-Rusia
siguió oprimiendo a Polonia...
-A
Polonia y a media Europa, recuerda, Alemania seguía dividida en dos,
la del este con una dictadura comunista y la del oeste con una
democracia; Y UN MURO DE POR MEDIO QUE COSTÓ LA VIDA A MUCHOS DE LOS
QUE INTENTARON TRAPASARLO. Pero hay que reconocer una cosa...
-¿Qué?
-Que
los rusos tenían razón. Plantó la semilla de la libertad, y esta
creció.
No
se equivoca. Hace perfecta la circunvalación de la capital y se
dirigen a Nepi, unos cuarenta kilómetros al norte de Roma.
Ya
falta poco, piensan en ese puente que gran cantidad de personas y
expertos han buscado a través de los siglos por todas partes, en el
lago Como, a lo largo del río Arno..., ese puente que aparece en el
lateral derecho, a la altura del hombro de la Gioconda.
El
paisaje del cuadro de Leonardo da Vinci es un misterio, al igual que
su protagonista.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.