domingo, 22 de marzo de 2015

EL SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.

CAPÍTULO XII

El profesor de literatura, señor Heller, se le acercó mirándolo directamente a los ojos con una sonrisa en la que no despegó los labios. Mayor que Umberto, su edad era un secreto bien guardado.
-Amigo Di Rossi, ¿cuándo vamos a hacer esa excursión al otro lado del Hudson de la que tanto tiempo llevamos hablando? -dijo en voz alta y marcando presencia a todo el que pasaba cercano.
-Pues...no sé.
-¿El próximo jueves?
-No, el jueves no puedo, mejor el miércoles de la próxima semana, ¿qué tal le viene a usted?
-El miércoles?, déjeme pensar..., bien, bien, sin problemas. Pero ya no hay excusas, ¿ok? -remató en el mismo tono alto que había mantenido desde el principio.
-Ok, que tenga un buen día.

¨En Secaucus hay unos outlets con precios increíbles¨, le había comentado insistentemente, y allí se dirigieron después de recoger a Umberto en su apartamento.
Llovía. El tráfico estaba más embotellado de lo normal en la Calle 39, y un ligero vapor subía desde el capó del viejo Honda Accord. Los automóviles se iban encajonando hacia el Lincoln Tunnel. Una bajada girando lenta y prolongada en fila de a dos les llevó bajo el río Hudson, y a Heller no se le ocurrió otra cosa que decir...
-¿Se imagina que nos venga ahora de frente una enorme ola de agua?
Umberto lo miró entre sorprendido y extrañado, nervioso.
¨¿A qué viene esto?¨.
-No sé si fue Al-Qaeda u otro grupo terrorista islámico el que estudió provocar una explosión dentro del túnel para inundarlo, ¿se imagina?
Umberto no necesitaba mucha imaginación para crear en su mente situaciones que le atraparan en una autosugestión que lo bloqueaba y hacía que su cuerpo tuviera respuesta de una ansiedad extrema, que en varias ocasiones le había hecho pensar que incluso iba a morir.
Una vez más notó la rigidez en su espalda, en sus piernas; sensaciones que creía superadas aparecieron. La presión de todo lo que le rodeaba, los automóviles, las losas cerámicas viejas y ennegrecidas con las que estaba alicatado el embovedado del túnel. Todo le aprisionaba. Respiró profundamente intentando relajarse. Aún continuaban bajando, no habían llegado ni siquiera a la mitad de los dos kilómetros y medio de longitud que tenía el trayecto bajo la superficie. Pensó en que quedaran atrapados allí dentro.
¨Tranquilo, Umberto¨, acertó a decirse interiormente. ¨Intenta fijar la mente en la respiración. Uno, dos, tres, inspira, uno, dos, tres, espira¨.
Tiró del cuello hacia atrás. El calor de la calefacción le daba en el rostro, notó que sudaba. Se le empañaron los cristales de las gafas, con la mano se peinó su pelo largo hacia atrás.
-¿Se encuentra bien?
-Sí. -Sintió más calor.
Heller lo miraba fijamente.
-Voy a bajar un poco la calefacción.
Umberto bajó la mano derecha hasta la pierna del mismo lado, quedaba oculta de la vista de su amigo. Se cogió un tremendo pellizco que hizo que toda su atención acudiera a aquel punto de dolor. Después, la llevó hasta el gemelo e hizo lo mismo. Su mente se situó en el nuevo lugar con recuerdo de dolor del punto anterior. Estaba apretando todo lo que podía para infligirse el mayor daño posible, notó un alivio que pronto relajó su respiración entrecortada. La carretera comenzó a subir y Umberto se sintió mejor. El agobio, la presión, el calor fueron desapareciendo.
Al frente vieron el enorme estadio de Los Gigantes. Fue en ese momento cuando tomaron una desviación que en breve les llevaría a una planicie donde una gran cantidad de comercios de primeras firmas continuaba haciendo negocio. Las enormes naves rodeadas de césped estaban alineadas a lo largo de calles. Todo numerado. En un enorme letrero rectangular con el ¨30¨ escrito en blanco sobre negro apareció ¨Calvin Klein¨. Apenas había coches en los aparcamientos. Un día entre semana y con aquel tiempo, normal.
Dejaron el Honda junto a la puerta. La tienda era amplia, rectangular, había de todo, desde textil hasta complementos. En el centro, tras unos mostradores que dibujaban un cuadrado de madera oscura, tres dependientas. Dos eran morenas, en torno a los treinta y cinco años, la otra, una chica rubia de veintipocos, llevaba el pelo largo y lacio, con flequillo abierto. Esta levantó la cabeza y los miró, una sonrisa, volvió a concentrarse en lo que estaba haciendo. Las dos morenas estaban con un listado hablando de cuestiones personales, el listado solo las acompañaba. Clientes, solo ellos dos.
-Mejor que veamos todo y después decidamos -le dijo Heller.
-Ok.
Umberto no era amigo de las corbatas. En su vida diaria ya le había costado mucho trabajo ponerse una chaqueta sobre el jersey. Pero Violeta seguía insistiendo en el tema, y allí había una colección interminable con distintos tonos, lisas, a rayas, con dibujos, o con la CK repetida por todo el tejido de seda. Su precio, diecinueve dólares, pero si te llevabas tres el precio total a pagar eran cuarenta.
Umberto las ojeó, miró el letrero, un buen momento para comenzar a solucionar esa cuestión. Se llevó la mano con dos corbatas bajo la barbilla, no sabía cuál escoger y... su problema se multiplicaba por tres.
¨¿Cuál escogería Violeta?¨.
Un gran misterio. Después de pensárselo mucho, tomó tres corbatas y se dirigió al mostrador. La joven rubia notó su llegada y levantó la cabeza. Los ojos azules, la tez clara y sonrosada en las mejillas; como los labios, gruesos y sin pintar. Le sonrió.
-Dime.
Le habló de tú. Repasó el flequillo, los ojos risueños, familiares. Umberto se quedó algo paralizado, no habló. Ella bajó la vista y se fijó en las corbatas. Después lo volvió a mirar como extrañada y le preguntó:
-¿Son para ti?
-¿Qué...?
Umberto bajó la cabeza y miró las corbatas en su mano, dio la impresión de que se hubiese sorprendido de llevarlas.
-¡Ah...! Sí -consiguió decir volviendo a la realidad.
-No te pegan.
-¿No?
-Con esos colores llamativos la atención se concentra en un punto, quita interés al resto, a tu rostro, a tu cuerpo -le dijo con seguridad, sin dejar de sonreír ni de mirarle a los ojos, y él se sintió reconfortado por lo que parecían halagos-. Verás como hay otras que están más en sintonía contigo.
La joven salió del cuadrado. Tomó la delantera dirigiéndose al lugar donde estaban las corbatas, fue cuando Umberto la observó. También era alta, apenas llevaba un pequeño tacón, y sus caderas..., su trasero..., femenino, perfecto. Tenía un atractivo que conseguía entontecerle. La siguió hipnotizado, él y su vitalidad que comenzaba a hacer acto de presencia.
Los vio pasar, lo que trasmitía la imagen no dejó indiferente al señor Heller. De inmediato soltó la chaqueta que estaba viendo, se acercó a ellos rápido, celoso. Cuando llegó percibió la atracción animal que su amigo sentía por la chica.
¨¡Y parece que tiene una erección!¨. Se quedó con la boca abierta, la cara de asombro.
Ninguno de los dos notó su presencia. Se sintió en segindo plano. Como persona inteligente que era se dio cuenta de que sería contraproducente intervenir. Nervioso, miraba alternativamente al rostro de su amigo y al pantalón. Aquella visión le alimentó el egoísmo. Pensó que él era su compañero de compras ese día, sintió deseos y otro pensamiento...
¨Imposible ocultar lo que tiene entre las piernas¨.
No se pudo reprimir.
-Perdón, que si necesitas algo, me llamas, estoy por aquí dijo para hacerse notar, pero ellos no contestaron.
Se alejó tan rápido como se había acercado. Volvió la cabeza, un último vistazo. Estaba enfadado. Le hubiera gustado quedarse, aunque solo fuera contemplando; pero el señor Heller tenía su orgullo.
-Quítate la chaqueta y el jersey.
Umberto obedeció. Ella le levantó el cuello de la camisa, pasó la corbata por detrás. Con seguridad le hizo el nudo mientras él la miraba, su cuello, la piel, el olor de su perfume..., y sin verlas, sus poderosas caderas le vinieron a la mente.
-Mírate en ese espejo.
En camisa y con aquella corbata su rostro trasmitía una seguridad que nada tenía que ver con la realidad. Ella se acercó y se puso en paralelo. La miró, se miró, la miró. Los dos juntos trasmitían fuerza, éxito, hacían una buena pareja. Ella también lo repasaba a través del espejo.
-Y esta también te va, fíjate.
De nuevo se puso delante de él, le aflojó el nudo y le quitó la corbata. Umberto miró por encima del hombro de ella, el espejo le mostraba su trasero.
¨Es perfecto¨.
Mayor respuesta de su cuerpo. Le atraía poderosamente. Ella se apartó y le puso otra corbata sin anudar a partir del cuello dejándola caer doblada.
-Esta También te queda muy bien, ¿ves? -Le hablaba muy suavemente, como si le estuviera diciendo algo íntimo.
Él afirmó con la cabeza. La joven hizo lo mismo con la otra corbata. Umberto dio su aprobación.
-¿Qué más necesitas?
¨A ti¨.
-No sé, de todo y de nada, depende de lo que vea.
La mente le trajo de nuevo la imagen, y no pudo reprimir volverla a mirar a través del espejo.
-De acuerdo, ¿te las guardo?
-Sí.
-Si me necesitas para algo, no dudes en llamarme, mi nombre es Clara.
-Umberto -No le importó contestar.
Ella aumentó su sonrisa y dobló algo la cabeza a modo de saludo.
-Bueno..., ya sabes.
¨El qué¨.
-Sí.
La vio marchar. Le atraían poderosamente aquellas caderas que convertían a la chica en toda una mujer.
El señor Heller estaba en la zona de trajes, los había estado espiando, no perdió detalle. Se acercó en cuanto vio el terreno libre, tenía el gesto cambiado. Se enfadó muchísimo con las miradas de Umberto a través del espejo. La suya fue directa y descarada; pero su amigo, ahora deseado, no se dio cuenta.
-Hola, muy buenas -dijo en voz alta y con retintín.
-¿Has visto algo? -preguntó completamente ido.
Parecía que no le iba a contestar.
-Sí, esta chaqueta -dijo finalmente dejando a las claras su estar.
-¿Qué le pasa?
Las formas del señor Heller hicieron a Umberto volver a la realidad.
-¿A mí...? Nada.
-Cómo no le va a pasar nada si está enfadado.
-¿Enfadado yo...? ¡Qué va! Bien, si te hago falta para algo, me avisas -dijo, tuteándolo como nunca antes había hecho. Se hacía valer mientras se alejaba.
Umberto era incapaz de concentrarse. Repasaba estanterías sin ver. Su mente estaba en otro lugar, en la joven, en la atracción, en la sequedad que esta le había producido en su boca. Consiguió ver unos tejanos apilados por tallas. Escogió unos de su cintura y longitud de pierna.
Como un zombi se dirigió al probador y, ya dentro, en un espacio de cuatro metros cuadrados, se aisló. Permaneció de pie a pesar de que tenía allí una banqueta, ni la había visto. Pensaba en lo que le acababa de suceder. La imagen de la joven se hacía más presente. Sabía que se habría entregado a su voluntad si ella hubiese querido.
El tiempo pasaba, no se daba cuenta. De pie, con el pantalón en la mano, en su mente solo la chica, sus caderas.
Por fin se vio en el espejo. Se sorprendió, su pene. Conectó de nuevo con la realidad. Un reproche inesperado le acudió, vio a Violeta. La erección bajó.
¨¿Qué estás haciendo?¨.
Sintió que la estaba traicionando, pero la imagen de la joven se interponía, su gesto, su sonrisa, la forma de hablar.
¨¿Qué más necesitas?¨. La imagen de la chica le volvía a preguntar con familiaridad.
¨Es solo una técnica de venta más...¨, se contestó sorprendido y casi enfadado consigo mismo.
Umberto recapacitaba. Se vio a sí mismo ridículo, como un cuarentón al que se le caía la baba angte una mujer veinte años más joven. Se sentó boquiabierto por le que le acababa de ocurrir, cómo había quedado a merced de la dependienta.
Descubrió que los sucesos vividos siendo niño, frente a los que no pudo hacer nada, le habían provocado lo mismo, inmovilismo, pérdida de voluntad, incapacidad para resistir y enfrentarse a los acontecimientos exteriores. Sentía la presión, pero solo era capaz de aguantar, una y otra vez, cada vez más, aguantar sin reaccionar, llenando su mente de un miedo que terminaba trasmitiéndose a todo su cuerpo, a toda su vida.
Umberto bajó la cabeza, reflexionó. En ese instante vio un nuevo camino abierto ante sí que le llevaba al futuro y, también, una cartera que estaba en el suelo, medio oculta entre la banqueta y la pared. La cogió, la abrió. Poco dinero, permiso de conducir, carnet de la seguridad social, fotografías familiares.
¨Debe ser él, Evaristo Morales, aquí está la dirección, en Paramus¨.
Un hombre moreno y delgado, rostro alargado, pelo muy corto y barba. Un rostro y un nombre hispano de una edad similar a la suya.
Un flash. Con esa documentación era fácil abrir una cuenta bancaria en Manhattan, comenzar a preparar algo que hasta ese momento no quería plantearse porque no se sentía capaz; pero en su interior existía esa obligación pendiente desde hacía ya demasiado tiempo.

ANTONIO BUSTOS BAENA.

sábado, 21 de marzo de 2015

LA METAFÍSICA DIRIGE MI VIDA.

   En mi propia vida los casos ¨ paranormales ¨ de intuición, telepatía y precognición son fenómenos comunes desde mi niñez. Estoy en completa armonía cósmica y con mi Subconciente, debido a mi confianza en el Creador y en mi poder interior. La metafísica dirige mis actos en todas las ocasiones de la vida, por cuanto utilizo mis facultades psíquicas o extra-sensoriales solamente en bien de la humanidad. Fundamentalmente la metafísica enseña a utilizar el poder del Amor, la Energía de la Fe y la Fuerza de la Voluntad,  para solucionar nuestros propios problemas y ayudar a los demás a solucionar los suyos. Es pues, una filosofía altruista, que procura el bien de todos.

   Como metafísico constantemente tengo instuiciones, premoniciones y sueños, sobre sucesos venideros, desde los más importantes, que muchas veces protegieron mi vida y la de otras personas, hasta las más insignificantes, que previnieron acontecimien tos secundarios, pero de todos modos significativos.

JOSE FARID H.

LA INGESTIÓN DE NUEVOS ALIMENTOS: 5 A 6 MESES.


  Por regla general, los nuevos alimentos comienzan a ser facilitados a partir de los 5 o 6 meses de vida, si bien es cierto que ¨cada bebé es un mundo¨ y hay que vigilar en especial su desarrollo psicomotriz para comprobar que es capaz de succionar de la cuchara y, más tarde, masticar. No hay que acelerar la ingestión de alimentos, ya que se corre el riesgo de facilitar alteraciones digestivas, e incluso cierto rechazo a los productos que se desee incluir en la dieta. Este proceso es lento (dura casi dos años) pero seguro, ya que sigue un orden muy concreto en la ingestión de cada alimento.

Hay ciertas reglas generales que recomendamos seguir: tiene que ser la madre la que facilite la introducción de cada nuevo producto, ya que esto le otorga confianza; hay que darle al bebé las primeras papillas con tiempo y paciencia; es necesario procurar los momentos del día o de la semana que mejor le vengan a la madre, y cuando más tranquila esté; da igual el momento del día que ella elija para probar un nuevo alimento (el intestino del bebé carece de preferencias).

Con la ayuda de la madre, será el pediatra quien indique el momento en el que se le pueda dar papillas, siendo las primeras en ser utilizadas aquellas que estén elaboradas con cereales sin gluten. Dato; cuando el bebé se quede con hambre por la noche, después del último biberón, está indicando que ¨ ya necesita otras cosas ¨. Por lo general, las papillas deben estar bien trituradas porque el bebé comienza a comer de la cuchara. Aun cuando hasta los 8 o 9 meses no mastica a la perfección, desde este momento se le podrá alimentar con otro tipo de papillas menos trituradas y potitos. Es importante introducirle en la masticación, ya que de lo contrario puede ¨ aferrarse ¨ a las papillas y durante los siguientes años no procurará, por comodidad, otro tipo de alimento.

Las primeras papillas tienen que ser de cereales sin gluten, para tratar de evitar con ello el desarrollo de alteraciones intestinales y de alrgias por efecto de esta sustancia. Hay que recordar que el gluten también se encuentra en el pan y la mayoría de las galletas, razón por la cual no se le deben dar al bebé estos productos para que los mordisquee (es necesario esperar hasta los 7 a 8 meses, cuando se aportan papillas elaboradas con cereales con gluten).

Como podemos comprobar, los cereales son el alimento fundamental a introducir en estos meses, esto se debe a que son muy energéticos, y tienen proteínas, minerales (hierro) y vitaminas (complejo B). En un principio, todos los lactantes digieren con cierta dificultad estos cereales, e incluso modifican sus deposiciones, pero pronto acaban acostumbrándose. Lo que nunca hay que hacer es añadir a la papilla más leche de la debida, ya que por querer darle ¨ un poquito más ¨ se le puede sobrecargar el aparato digestivo, e incluso el riñón.

La papilla de frutas es otro de los alimentos a introducir a partir de los 6 meses de edad, sobre todo cuando las de cereales son bien admitidas. Los primeros días hay que proporcionarle poca cantidad, unas pocas cucharadas, y no insistir en caso de que las rechace. Para elaborarlas, hay que lavar las frutas previamente, quitarles la piel, eliminar las semillas o pepitas que se encuentren en su interior y mantenerlas a una temperatura adecuada. Las primeras papillas de frutas incluyen poca cantidad. Por ejemplo, media manzana, medio plátano bien maduro y un poco de leche o de agua tibia.

También a partir de los 5 o 6 meses el bebé puede consumir pequeñas cantidades de papillas de verdura, en especial las derivadas de productos de color blanco y anaranjado, ricos en betacarotenos (importantes para el sistema inmunitario y cualquier otro tipo de elementos defensivos); patata, calabaza, zanahoria, calabacín, e incluso puerro. Más tarde, hacia los 10 meses, se puede recurrir a las verduras de color verde (hay que esperar un poco más, ya que poseen más fibra, son más difíciles de digerir y facilitan la formación de gases). Para elaborar estas papillas es fundamental seguir los pasos citados en el caso de las frutas; coser o hervir con poca sal, elaborar el puré con un poco del agua de la propia cocción, triturar, añadir un poco de aceite de oliva virgen y otro poco de la leche que habitualmente utiliza el bebé. Es importante recordar que este tipo de papillas se oxida con facilidad (pierden muchos de sus nutrientes), y que guardadas en el frigorífico no sólo no sirven de nada, sino que, además, cambian de sabor y se tornan desagradables (suponiendo que, como sucede cuando se las tiene más de 12 horas en el frigorífico, no desarrollen elementos que pueden ser tóxicos).

La yema del huevo y algunos derivados lácteos pueden ser introducidos asimismo a partir de los 5 o 6 meses. En el caso del huevo, sólo hay que aportarle una parte de la yema cocida, no más de una cuarta parte dos veces por semana. Hay que esperar hasta los 11 o 12 meses para que puedan utilizar toda la yema e incluso la clara, sin llegar a superarse medio huevo entero por semana. En lo que se refiere a los derivados lácteos elaborados a partir de la leche adaptada para bebés, se pueden encontrar quesos frescos y yogures. Sólo a partir de los 12 meses conviene aportarle derivados lácteos normales o habituales.

Por lo general, la carne es introducida a partir de los 7 meses. Bien blanca (pollo) o roja (ternera, vaca, añojo), es bien aceptada cuando se prepara en pequeñas cantidades (20 g), ya sea en la plancha o cocida. En todo caso, en un principio hay que triturarla y mezclarla con las papillas de verduras. El pescado debe esperar hasta los ocho meses, aproximadamente y se elabora en forma similar a la carne.

Por último, las pastas, el arroz y las legumbres pueden comenzar a ser preparados a partir de los 10 0 12 meses. Se trata de alimentos con elevado valor energético y agradable sabor para el bebé, que se digieren con facilidad y que, en forma de puré, son rápidos de asimilar con cierto gusto.

TXUMARI ALFARO
PEDRO RAMOS.

UN LUGAR EN EL BOSQUE.


En octubre de 1996 viajé a
Nueva York para empezar
mi año 47 con mi
¨hermano de vida¨
Ioshúa. Su hermano de
vientre, David, me regaló
este cuento jasídico que
hoy elijo compartir
contigo como regalo
de despedida.

Esta historia nos habla de un famoso rabino jasídico: Baal Shem Tov.

Baal Shem Tov era muy conocido dentro de su comunidad porque todos decían que era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios escuchaba sus palabras cuando él hablaba.
Se había creado una tradición en aquel pueblo: todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaban algo que no habían podido conseguir, iban a ver al rabino.
Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía. Y los llevaba a todos juntos a un lugar único que él conocía, en medio del bosque.
Y, una vez allí, cuenta la leyenda, Baal Shem Tov encendía con ramas y hojas un fuego de una manera muy particular y muy hermosa, y entonaba después una oración en voz muy baja, como si fuera para sí mismo.

Y dicen...
Que a Dios le gustaban tanto aquellas palabras que Baal Shem Tov decía, se fascinaba tanto con el fuego encendido de aquella manera, amaba tanto aquella reunión de gente en aquel lugar del bosque... que no podía resistirse a la petición de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas la personas que allí estaban.

Cuando el rabino murió, la gente se dio cuenta de que nadie conocía las palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo.
Pero conocían el lugar del bosque y sabían cómo encender el fuego.
Una vez al año, siguiendo la tradición que Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos se reunían en aquel mismo lugar del bosque, prendían el fuego de la manera que habían aprendido del viejo rabino y, como no conocían sus palabras, cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en aquel mismo lugar alrededor del fuego.

Y dicen...
Que a Dios le gustaba tanto el fuego encendido, le gustaba tanto aquel lugar en el bosque y aquella gente reunida... que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igualmente concedía los deseos a todos los que allí estaban.
El tiempo ha pasado y, de generación en generación, la sabiduría se ha ido perdiendo...

Y aquí estamos nosotros.

Nosotros no sabemos cuál es el lugar en el bosque.

No sabemos cuáles son las palabras...

Ni siquiera sabemos cómo encender el fuego como lo hacía Baal Shem Tov...

Sin embargo, hay algo que sí sabemos.

Sabemos esta historia.

Sabemos este cuento...

Y dicen...

Que Dios adora tanto este cuento,
que le gusta tanto esta historia,
que basta que alguien la cuente
y que alguien la escuche
para que Él, complacido,
satisfaga cualquier necesidades y conceda cualquier deseo
a todos los que están compartiendo este momento...

Así sea...

JORGE BUCAY.

lunes, 16 de marzo de 2015

LA METAFISICA: CIENCIA EXPERIMENTAL.

   La metafísica es una ciencia experimental que apoya los experimentos de los parapsicológicos, entre los cuales se encuentran notables sientíficos. En la Universidad de Utrecht, Holanda, tiene cátedra de Parapsicología el Dr. Wilhim Tenhaef. En la Universidad de Cambridge, Inglaterra, trabaja el Dr. Touless. En Estados Unidos el Dr. Andrija Puharich ha realizado sombrosas investigaciones en el campo de lo paranormal. Y muchos otros científicos dedican sus esfuerzos a tales estudios en Francia, Alemania, Suiza, Bélgica, Suecia, Rusia y otros países. Mediante los experimentos científicos, demuestran con todo rigor, la existencia de la Percepción Extra-sensorial (P.E.S.) como una facultad peculiar de los seres humanos, y aun de los animales.

JOSE FARID H.

QUIERO.



Ésta,mi propuesta
sobre las relaciones
internacionales,fue
publicada originalmente
dentro del prólogo de
la tercera reedición
de Cartas para Claudia
(Ediciones del Nuevo
Extremo),en 1989.

Quiero que me oigas sin
juzgarme
Quiero que opines sin
aconsejarme
Quiero que confíes en mí
sin exigirme
Quiero que me ayudes sin
intentar decidir por mí
Quiero que me cuides
sin anularte
Quiero que me mires sin
proyectar tus cosas en mí
Quiero que me abraces
sin asfixiarme
Quiero que me animes sin
empujarme
Quiero que me sostengas
sin hacerte cargo de mí
Quiero que me protejas
sin mentiras
Quiero que te acerques
sin invadirme
Quiero que conozcas las
cosas mías que más te
disgusten
Que las aceptes y no
pretendas cambiarlas
Quiero que sepas... que
hoy puedes contar
conmigo...
Sin condiciones.

JORGE BUCAY.

BREVEDAD.



He nacido hoy de madrugada
viví mi niñez esta mañana
y sobre el mediodía

ya transitaba mi adolescencia.

Y no es que me asuste

que el tiempo se me pase tan deprisa

Sólo me inquieta un poco pensar

que tal vez mañana

yo sea

demasiado viejo

para hacer lo que he dejado
pendiente.

JORGE BUCAY