sábado, 21 de marzo de 2015

UN LUGAR EN EL BOSQUE.


En octubre de 1996 viajé a
Nueva York para empezar
mi año 47 con mi
¨hermano de vida¨
Ioshúa. Su hermano de
vientre, David, me regaló
este cuento jasídico que
hoy elijo compartir
contigo como regalo
de despedida.

Esta historia nos habla de un famoso rabino jasídico: Baal Shem Tov.

Baal Shem Tov era muy conocido dentro de su comunidad porque todos decían que era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios escuchaba sus palabras cuando él hablaba.
Se había creado una tradición en aquel pueblo: todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaban algo que no habían podido conseguir, iban a ver al rabino.
Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía. Y los llevaba a todos juntos a un lugar único que él conocía, en medio del bosque.
Y, una vez allí, cuenta la leyenda, Baal Shem Tov encendía con ramas y hojas un fuego de una manera muy particular y muy hermosa, y entonaba después una oración en voz muy baja, como si fuera para sí mismo.

Y dicen...
Que a Dios le gustaban tanto aquellas palabras que Baal Shem Tov decía, se fascinaba tanto con el fuego encendido de aquella manera, amaba tanto aquella reunión de gente en aquel lugar del bosque... que no podía resistirse a la petición de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas la personas que allí estaban.

Cuando el rabino murió, la gente se dio cuenta de que nadie conocía las palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo.
Pero conocían el lugar del bosque y sabían cómo encender el fuego.
Una vez al año, siguiendo la tradición que Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos se reunían en aquel mismo lugar del bosque, prendían el fuego de la manera que habían aprendido del viejo rabino y, como no conocían sus palabras, cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en aquel mismo lugar alrededor del fuego.

Y dicen...
Que a Dios le gustaba tanto el fuego encendido, le gustaba tanto aquel lugar en el bosque y aquella gente reunida... que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igualmente concedía los deseos a todos los que allí estaban.
El tiempo ha pasado y, de generación en generación, la sabiduría se ha ido perdiendo...

Y aquí estamos nosotros.

Nosotros no sabemos cuál es el lugar en el bosque.

No sabemos cuáles son las palabras...

Ni siquiera sabemos cómo encender el fuego como lo hacía Baal Shem Tov...

Sin embargo, hay algo que sí sabemos.

Sabemos esta historia.

Sabemos este cuento...

Y dicen...

Que Dios adora tanto este cuento,
que le gusta tanto esta historia,
que basta que alguien la cuente
y que alguien la escuche
para que Él, complacido,
satisfaga cualquier necesidades y conceda cualquier deseo
a todos los que están compartiendo este momento...

Así sea...

JORGE BUCAY.

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