En
octubre de 1996 viajé a
Nueva
York para empezar
mi
año 47 con mi
¨hermano
de vida¨
Ioshúa.
Su hermano de
vientre,
David, me regaló
este
cuento jasídico que
hoy
elijo compartir
contigo
como regalo
de
despedida.
Esta
historia nos habla de un famoso rabino jasídico: Baal Shem Tov.
Baal
Shem Tov era muy conocido dentro de su comunidad porque todos decían
que era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro
que Dios escuchaba sus palabras cuando él hablaba.
Se
había creado una tradición en aquel pueblo: todos los que tenían
un deseo insatisfecho o necesitaban algo que no habían podido
conseguir, iban a ver al rabino.
Baal
Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial
que él elegía. Y los llevaba a todos juntos a un lugar único que
él conocía, en medio del bosque.
Y,
una vez allí, cuenta la leyenda, Baal Shem Tov encendía con ramas y
hojas un fuego de una manera muy particular y muy hermosa, y entonaba
después una oración en voz muy baja, como si fuera para sí mismo.
Y
dicen...
Que
a Dios le gustaban tanto aquellas palabras que Baal Shem Tov decía,
se fascinaba tanto con el fuego encendido de aquella manera, amaba
tanto aquella reunión de gente en aquel lugar del bosque... que no
podía resistirse a la petición de Baal Shem Tov y concedía los
deseos de todas la personas que allí estaban.
Cuando
el rabino murió, la gente se dio cuenta de que nadie conocía las
palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir
algo.
Pero
conocían el lugar del bosque y sabían cómo encender el fuego.
Una
vez al año, siguiendo la tradición que Baal Shem Tov había
instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos
se reunían en aquel mismo lugar del bosque, prendían el fuego de la
manera que habían aprendido del viejo rabino y, como no conocían
sus palabras, cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o
sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en aquel mismo lugar
alrededor del fuego.
Y
dicen...
Que
a Dios le gustaba tanto el fuego encendido, le gustaba tanto aquel
lugar en el bosque y aquella gente reunida... que aunque nadie decía
las palabras adecuadas, igualmente concedía los deseos a todos los
que allí estaban.
El
tiempo ha pasado y, de generación en generación, la sabiduría se
ha ido perdiendo...
Y
aquí estamos nosotros.
Nosotros
no sabemos cuál es el lugar en el bosque.
No
sabemos cuáles son las palabras...
Ni
siquiera sabemos cómo encender el fuego como lo hacía Baal Shem
Tov...
Sin
embargo, hay algo que sí sabemos.
Sabemos
esta historia.
Sabemos
este cuento...
Y
dicen...
Que
Dios adora tanto este cuento,
que
le gusta tanto esta historia,
que
basta que alguien la cuente
y
que alguien la escuche
para
que Él, complacido,
satisfaga
cualquier necesidades y conceda cualquier deseo
a
todos los que están compartiendo este momento...
Así
sea...
JORGE
BUCAY.
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