XVII
Siempre
que volvíamos por la calle de San José estaba el niño tonto a la
puerta de su casa, sentado en su sillita, mirando el pasar de los
otros. Era uno de esos pobres niños a quienes no llega nunca el
don de la palabra ni el regalo de la gracia; niño alegre él y
triste de ver; todo para su madre, nada para los demás.
Un
día, cuando pasó por la calle blanca aquel mal viento negro, no vi
ya al niño en su puerta. Cantaba un pájaro en el solitario umbral,
y yo me acordé de Curros, padre más que poeta, que, cuando se quedó
sin su niño, le preguntaba por él a la mariposa gallega:
Volvoreta
d´aliñas douradas...
Ahora
que viene la primavera, pienso en el niño tonto, que desde la calle
de San José se fue al cielo. Estará sentado en su sillita, al lado
de las rosas únicas, viendo con sus ojos, abiertos otra vez, el
dorado pasar de los gloriosos.
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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