XVI
¡Qué
encanto siempre, Platero, en mi niñez, el de la casa de enfrente a
la mía! Primero, en la calle de la Ribera, la casilla de Arreburra,
el aguador, con su corral al Sur, dorado siempre de sol, desde donde
yo miraba Huelva, encaramándose en la tapia. Alguna vez me dejaban
ir, un momento, y la hija de Arreburra, que entonces me parecía una
mujer y que ahora, ya casada, me parecía como entonces,me daba
azamboas y besos... Después, en la calle Nueva -luego Cánovas,
luego Fray Juan Pérez - ; la casa de don José, el dulcero de
Sevilla, que me deslumbraba en sus botas de cabritilla de oro, que
ponía en la pita de su patio cascarones de huevos, que pintaba de
amarillo canario con fajas de azul marino las puertas de su zaguán,
que venía, a veces, a mi casa, y mi padre le daba dinero, y él le
hablaba siempre del olivar. ¡cuántos sueños le ha mecido a mi
infancia esa pobre pimienta que, desde mi balcón, veía yo, llena de
gorriones, sobre el tejado de don José! Eran dos pimientas, que no
uní nunca; una, la que veía, copa con viento o sol, desde mi
balcón; otra, la que veía en el corral de don José, desde su
tronco...
Las
tardes claras, las siestas de lluvia, a cada cambio leve de cada día
o de cada hora, ¡qué interés, qué atractivo tan
extraordinario,desde mi cancela, desde mi ventana, desde mi balcón,
en el silencio de la calle, el de la casa de enfrente!
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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