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¨MORIREMOS LUCHANDO¨
Ch´idzigyaak
había permanecido sentada y quieta, como si intentara poner en orden
su mente confusa. Una pequeña chispa de esperanza se encendió
en la oscuridad en la que se hallaba inmersa al escuchar las
enérgicas palabras de su amiga. Sintió
que el frío mordía sus mejillas empapadas por las lágrimas, y
escuchó el silencio que el Pueblo había dejado tras su marcha.
Sabía que lo que su amiga decía era verdad, que en esa tierra
apacible y fría les esperaba una muerte segura si no hacían nada
para evitarlo. Por fin, con más desesperación que determinación,
se hizo eco de las palabras de Sa´.
-Vamos
a morir luchando.
Su
amiga la ayudó a levantarse de las ramas húmedas. Recogieron
pequeñas ramas para hacer una hoguera y añadieron trozos de hongos,
que crecían grandes en los álamos caídos, para que el fuego se
mantuviera vivo. Revisaron las otras hogueras con el fin de salvar
cualquier rescoldo que encontrasen. Por aquel entonces, cuando los
grupos migratorios recogían sus pertenencias para trasladarse,
conservaban los
carbones calientes en sacos hechos de piel de alce o cortezas de
abedul endurecidas y llenas de cenizas en las que los rescoldos
seguían vivos.
Mientras
la noche se acercaba, las mujeres cortaron finas tiras del
haz de babiche
e hicieron lazos corredizos del tamaño de la cabeza de un conejo.
Luego, a pesar del cansancio, consiguieron construir unas trampas
para conejos que dejaron preparadas de inmediato. La luna pendía
grande y anaranjada sobre el horizonte mientras caminaban con
dificultad por la nieve, que les llegaba hasta las rodillas, buscando
en la penumbra alguna señal que indicara la presencia de conejos.
Eran difíciles de ver y los pocos conejos que quedaban no salían
con el frío, pero encontraron algunos de sus senderos habituales
perfectamente trazados y cubiertos por una sólida capa de hielo bajo
los árboles y sauces curvados. Ch´idzgyaak
ató uno de los lazos corredizos a una gruesa rama de sauce, lo
colocó en medio de uno de los senderos y levantó pequeñas vallas
de ramas de sauce y abeto a cada lado del lazo para conducir al
conejo hacia la trampa. Pusieron unas cuantas trampas más, aunque no
tenían muchas esperanzas de capturar ningún conejo.
Al
volver hacia el campamento, Sa´oyó que algo saltaba ágilmente por
la corteza de un árbol. Se quedó quieta e indicó a su amiga que
hiciera lo mismo. Las dos mujeres aguzaron el oído para poder
escuchar de nuevo aquel sonido en el silencio de la noche. En lo alto
de un árbol, no muy lejos, perfilada por la luz plateada de la luna,
vieron a una atrevida ardilla. Sa´acercó muy despacio la mano al
cinturón para coger el hacha. Con los ojos fijos en la ardilla y
movimientos pausados, apuntó el hacha hacia aquella diana que
significaba su supervivencia. La cabecita del animal se irguió
instantáneamente, y cuando Sa´movió la mano para lanzar el hacha,
la ardilla se precipitó hacia la copa del árbol. Sa´lo había
previsto y, apuntando un poco más alto, segó la vida del animal con
calculada destreza y un dominio de la caza que no había empleado en
muchas estaciones. Ch´idzigyaak dejó escapar un largo suspiro de
alivio; la luz de la luna brillaba en el rostro sonriente de la
mujer.
-Lo he hecho muchas veces, pero
nunca pensé que lo volvería a repetir -dijo con voz orgullosa,
aunque trémula.
Una
vez en el campamento, las mujeres hirvieron la carne de la ardilla en
aguanieve y bebieron el caldo. Guardaron la poca carne que sobraba
para comerla más tarde, pues ésa podría ser su última comida. El
Pueblo se había llevado los pocos alimentos que quedaban, así que
hacía mucho que no habían comido. Ahora comprendían por qué no
habían recibido ni una porción del preciado sustento. ¿Para
que malgastarlo con dos viejas que iban a morir?
Trataron de espantar aquellos pensamientos, mientras llenaban sus
estómagos con el caldo caliente de ardilla y se acomodaban en su
tienda para pasar la noche. El refugio estaba formado por dos pieles
grandes de caribú enrolladas en torno a tres palos largos colocados
en forma más o menos triangular. Dentro, se amontonaban espesas
pilas de ramas de abeto cubiertas con mantas hechas de pieles. Las
mujeres eran conscientes de que, aunque les habían abandonado a su
suerte, el Pueblo había hecho una buena acción al dejarles
conservar todas sus pertenencias. Sospechaban que había sido el jefe
el responsable de aquel pequeño acto caritativo. Otros miembros del
grupo, menos nobles, habrían decidido robarles todo lo que poseían,
puesto que iban a morir y no iban a necesitar nada, salvo las pieles
que las cubrían y servían de abrigo. Con aquellos confusos
pensamientos rondándoles la cabeza, las dos frágiles ancianas se
adormilaron.
La
luz de la luna resplandecía sobre el silencio de la tierra helada,
interrumpido tan sólo por lejanos susurros y, de vez en cuando, el
aullido melancólico de un lobo.
El cansancio y las pesadillas turbaban el sueño de las mujeres que
se agitaban nerviosas, y de vez en cuando dejaban escapar un gemido.
Entonces cuando la luna se hundía en el horizonte, por el oeste, un
grito resonó en algún lugar. Las dos mujeres despertaron a la vez,
con la esperanza de que aquel espantoso lamento formara parte de su
pesadilla. El gemido se oyó de nuevo. Esta vez las mujeres
reconocieron el grito; procedía de un animal que había caído en su
trampa. Sintieron un gran alivio. Ante el temor que otros predadores
pudieran llegar antes que ellas, se vistieron rápidamente y
corrieron hacia las trampas. Se encontraron con un pequeño conejo
tembloroso que yacía parcialmente estrangulado y las miraba con
angustia. Sin vacilar, Sa´se acercó al animal, colocó una mano en
su cuello, lo palpó buscando el latido de su corazón y apretó
hasta que el animal dejó de forcejear y se quedó quieto. Una vez
que Sa´hubo colocado la trampa de nuevo, regresaron al campamento.
Ante ellas se abría un resquicio de esperanza.
La
mañana llegó, pero no trajo luz a esa lejana tierra del norte.
Ch´idzigyaak fue la primera en despertarse. Poco a poco, añadiendo
leña, consiguió que una llama prendiera el fuego. Durante la noche,
con el fuego apagado, el frío había acumulado la escarcha en las
paredes de piel de caribú. Ch´idzigyaak suspiró con aburrida
exasperación. Salió fuera, donde la gran aurora
boreal aún titilaba en lo alto, y millones de estrellas parpadeaban.
Ch´idzigyaak se quedó inmóvil un instante, contemplando aquellas
maravillas. Ese cielo
nocturno jamá había dejado de sobrecogerla y llenarla de
admiración.
Ch´idzigyaak
retomó su tarea. Tiró de los bordes superiores de las pieles de
caribú, las extendió sobre la tierra, y las limpió de la escarcha
cristalizada. Después colocó las pieles de nuevo y volvió adentro
para avivar la hoguera. Pronto la humedad goteó por la pared de piel
pero se secó enseguida. Ch´idzigyaak se estremeció al imaginar la
escarcha derritiéndose sobre ellas cuando hiciera más frío. ¿Cómo
se las habían arreglado antes? ¡Ah, sí...! Los jóvenes estaban
siempre alimentando la hoguera que ardía en el refugio de sus
mayores para que no se apagara. ¡Cuánta
consideración entonces! ¿Cómo sobrevivirían ahora? Ch´idzigyaak
suspiró profundamente. Intentó alejar esos
sombríos pensamientos y se concentró en el cuidado de la hoguera,
sin despertar a su compañera, todavía dormida. El refugio se fue
calentando a medida que el fuego crepitaba.
La leña seca despedía pequeñas chispas y el chisporroteo despertó
poco a poco a Sa´, que permaneció echada de espadas mucho rato
antes de percatarse de los movimientos de su amiga. Giró con
lentitud el cuello dolorido, esbozando una sonrisa, que la mirada
acongojada de Ch´idzigyaak truncó. Con una mueca de dolor, Sa´se
incorporó con cuidado apoyándose en un codo, y se esforzó por
mantener una expresión alentadora.
-Creía que lo de ayer era un
sueño hasta que he visto tu fuego.
Ch´idzigyaak consiguió
esbozar una leve sonrisa para levantar el ánimo de su amiga, pero
siguió absorta, con los ojos fijos en la hoguera.
-No
puedo hacer otra cosa que seguir sentada y preocuparme -dijo después
de un largo silencio-. Me asusta lo que está por
venir. ¡No! ¡No digas nada! -Sa´ quiso hablar pero Ch´idzigyaak
la interrumpió con un gesto-. Ya sé que confías en que
sobreviviremos. Eres más joven. -No pudo sino reírse con amargura
de su comentario, ya que
justo el día anterior las habían juzgado demasiado viejas para
seguir viviendo con las jóvenes-. Ha pasado mucho tiempo desde que
me valía por mí misma. Y luego siempre había alguien que me
cuidaba; y ahora. Un ronco suspiro ahogó sus palabras mientras,
para su vergüenza, las lágrimas empezaban a correr por su rostro.
Su amiga la dejó llorar. Cuando
las lágrimas cesaron, se limpió la cara y rió-. Perdóname, amiga
mía, soy mayor que tú y, sin embargo, lloro como un bebé.
-Somos
como bebés -respondió Sa´. La mujer mayor levantó la vista,
sorprendida ante esa afirmación-. Somos
como unos bebés desvalidos.- La sonrisa se heló en sus labios
cuando en el rostro de su amiga se dibujó una expresión ligeramente
ofendida ante el comentario; pero antes de que Ch´idzigyaak pudiera
interpretarlo mal, Sa´ prosiguió-: Hemos aprendido mucho durante
nuestras largas vidas. Sin embargo, hemos llegado a
la vejez convencidas de que ya hemos hecho todo lo que teníamos que
hacer. Así que nos hemos detenido sin más, aunque nuestros cuerpos
están aún lo bastante fuertes como para responder a nuestras
exigencias.
Ch´idzigyaak
permaneció sentada, escuchando, atenta, la repentina revelación de
su amiga, y la explicación de por qué los jóvenes habían decidido
que sería mejor abandonarlas:
-Dos
viejas. Se quejan. Nunca están satisfechas. Hablamos de la falta de
comida, y de los buenos que fueron los viejos tiempos cuando en
realidad no es cierto. Ahora,
después de pasar tantos años convenciendo a los jóvenes de que
estamos indefensas, ha llegado a creer que ya no somos de ninguna
utilidad en este mundo. -Al ver que las lágrimas arrasaban los ojos
de su amiga al escuchar aquellas implacables palabras, Sa´ continuó
con la voz cargada de sentimiento-. ¡Vamos a
demostrarles que no es cierto! ¡Al Pueblo! ¡A la muerte! - Al
tiempo que subrayaba sus palabras con enérgico movimiento de cabeza,
añadió-: Sí, a esa
muerte que nos espera dispuesta a atraparnos en cuanto mostremos el
más mínimo indicio de debilidad.
Temo más a esa muerte que a cualquier penalidad por la que tengamos
que pasar. ¡Si hemos
de morir, moriremos luchando!
Ch´idzigyaak
miró a su amiga fijamente durante largo rato y comprendió que tenía
razón, que la muerte era segura si no luchaban
para sobrevivir.
No
estaba convencida de que las dos fueran lo bastante fuertes como para
vencer una prueba tan difícil, pero la pasión en la voz de su amiga
la reconfortó. Así que, en lugar de sentirse triste porque no había
nada más que pudieran decir o hacer, sonrió.
-Creo
que ya lo habíamos dicho antes y probablemente lo diremos muchas más
veces, pero sí, moriremos
luchando. - Y con la sensación de que una fuerza
que antes le hubiera parecido imposible se apoderaba de ella, Sa´
respondió a la sonrisa de su amiga y se levantó para prepararse
ante el largo día que las esperaba.
VELMA
WALLIS.
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