viernes, 27 de marzo de 2015

EL GUERRERO.

¨Puedo decir del amor que tuve
que no es inmortal puesto que
es llama pero que es infinito en
tanto dure...¨

VINICIUS DE MORALES

El cuerpo gigantesco del guerrero sumerio estaba arado de cicatrices y su piel curtida por el sol y la nieve.
Su nombre era Jormá, y cuenta esta historia que, cierta vez, mientras cabalgaba con tres de sus amigos de una ciudad a otra, sufrieron una emboscada a manos de sus más crueles enemigos.
Los cuatro guerreros combatieron con fiereza, pero sólo Jormá consiguió sobrevivir. Sus tres amigos cayeron muertos durante la lucha.
Ensangrentado y exhausto, Jormá se dio cuenta de que necesitaba descansar, reponer fuerzas y sanar sus heridas.
Miró a su alrededor en busca de un lugar seguro y divisó una pequeña caverna excavada en una montaña cercana.
Casi arrastrándose llegó hasta allí y, una vez dentro de la cueva, extendió sobre el suelo su piel de oso y se quedó profundamente dormido.
Horas o días después, lo despertó el hambre.
Sintió que su estómago estaba algo caliente. Todavía dolorido, Jormá decidió salir a buscar algunas ramas y troncos secos para prender un pequeño fuego en su guarida provisional y comer así un poco de la carne salada que llevaba consigo.
Cuando la luz de las llamas iluminó el interior del refugio, el guerrero no podía creer lo que veía: el reducto que había encontrado no era simplemente una cueva, sino un templo, un templo excavado en la roca...
Por las inscripciones y los símbolos, el sumario descubrió que el templo había sido construido en honor a un solo dios... El dios Gotzú.
Jormá había aprendido a desconfiar de las casualidades, y quizá por eso no dudó en pensar que sus pasos habían sido conducidos hasta la cueva por el mismísimo dios del templo, para poder así guardar su sueño.

Jormá llegó a la conclusión de que aquélla era una señal.
A partir de aquel momento encomendaría su espada al dios Gotzú.
Se quedaría allí hasta que sus heridas sanasen.
Mientras tanto, prendería un gran fuego bajo el altar que presidía la inmensa imagen en piedras del dios y casaría algún animal al que sacrificaría en su honor.
Cinco días y cinco noches más estuvo el guerrero en la cueva de la montaña, reponiéndose y honrando a Gotzú.
Durante aquel periodo de tiempo, no dejó que se apagara la llama que iluminaba el altar.
Al sexto día, Jormá se dio cuenta de que era hora de seguir su camino, y quiso dejar, antes de partir, una ofrenda a Gotzú en señal de gratitud.
-Una llama eterna -pensó-. Pero, ¿cómo conseguirla?
Jormá salio de la cueva y se sentó en una roca al borde del sendero a meditar sobre el problema.
Sabía que un poco de aceite ayudaría a mantener la llama, pero no era suficiente.
Pensó, por un momento, que quizá debía buscar mucha leña, tanta como para que nunca se consumiera. Tanta, que durara eternamente... Pero rápidamente se dio cuenta de lo vano que sería aquel esfuerzo... Mucha madera aumentaría la intensidad del fuego pero no la duración de la llama...

Un monje de túnica blanca que caminaba por el sendero se detuvo frente a Jormá.
Tal vez de puro curioso, o quizá por la sorpresa de ver a un guerrero en tan reflexiva actitud, el monje se sentó frente al sumario y se quedó inmóvil mirándolo como si pasara a ser parte del paisaje.
Horas después, cuando el sol ya caía, Jormá todavía seguía pensando...
Lo ocupaba tanto su problema que no se sorprendió demasiado cuando el monje le habló.
-¿Qué te pasa guerrero? Pareces preocupado... ¿Puedo ayudarte?
-No lo creo -dijo el guerrero-. Esta cueva, mi señor, es le templo del dios Gotzú, a quien hace cinco lunas he consagrado como mi protector, el destinatario de mis oraciones, el objeto último de mi lucha. Pronto deberé partir y quisiera honrarlo eternamente, pero no sé cómo conseguir que la llama que he encendido dure para siempre.

El monje meneó la cabeza y, como si hubiera adivinado el camino que había recorrido el pensamiento del guerrero, le dijo:
-Para que la llama sea eterna, necesitarás algo más que madera y aceite...
-¿Qué necesitaré? -se apresuró a preguntar Jormá-. ¿Qué más necesito?
-Magia -dijo el monje secamente.
-Pero yo no soy mago, ni sé de magia...
-Sólo la magia puede conseguir que algo sea eterno.
-Yo quiero que la llama sea eterna -dijo el guerrero. Y continuó-: Si consigo la magia, ¿me puedes asegurar que la llama para Gotzú será eterna?
-¿Asegurar? Hace una semana ni siquiera sabías de la existencia de este templo a Gotzú... Y hoy quieres para él un homenaje eterno. Esto es lo que hoy deseas. ¿Acaso tú puedes asegurar que tu deseo será eterno? Jormá quedó en silencio.
El guerrero se dio cuenta de que nadie podía afirmar la eternidad de un deseo...
El monje volvió a menear la cabeza y se puso en pie.
Se acercó a Jormá y, apoyándole la mano abierta en el pecho, le dijo:
-Te diré un secreto...

¡La magia sólo dura mientras persiste el deseo!

JORGE BUCAY.

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