CAPÍTULO XIV
Violeta
se bajó del taxi amarillo cargada de bolsas.
-Buenas
tardes, señora.
-Buenas
tardes, señor Kipling.
Déjeme
que le ayude.
¡Ah!
Gracias.
El
portero sostuvo la enorme puerta. Llegaron hasta el ascensor.
Marcaron su planta.
-Llevo
tiempo queriendo hablar con ustedes.
-Hoy
Umberto llegará tarde, ¿ocurre algo?
-No,
no es nada importante. Quería hablarles sobre Paolo, es un niño muy
especial.
-Gracias.
-Ella le mostró una amplia sonrisa mientras asentía varias veces
con la cabeza.
-Y
tiene también una forma de mirar muy especial..., pero el señor
Kipling cambió de gesto, parecía dudar.
-¿Sí?
-No
sé bien cómo explicarlo -ella esperaba-, tiene unos ojos
maravillosos; pero..., es su forma de mirar.
En
el interior de Violeta algo se movió, un sobresalto que de vez en
cuando le encogía el estómago y el corazón. Se puso pálida.
Esperó, pero su vecino de enfrente seguía meditativo. Llegaron y
salieron del ascensor, caminaron por el pasillo, ella delante, tomó
aire, habló girándose un poco.
-Se
refiere a que va revisándolo todo.
-Sí,
revisando y comprendiendo, eso es. -Sonrió pensativo como si hubiese
encontrado algo más en lo que buscaba entender del crío, y ella
también diluyó ese miedo que bloqueó en un instante sus entrañas.
Relajación.
-Bueno,
es lo normal, continúa descubriendo el mundo.
-Pero
su hijo mira de una forma realmente muy especial.
Violeta
quedó pensativa al mismo tiempo que abría la puerta del
apartamento.
-No
le entiendo.
-Sí,
esa mirada...
-Pase.
-Gracias.
Esa mirada..., no sé cómo explicarlo -ella depositó las bolsas en
el suelo y le miró esperando que continuara hablando-, yo he visto
muchas miradas de personas oprimidas, y Paolo tiene esa misma mirada.
Violeta
cambió su gesto. Aunque tenía bastante menos estatura y corpulencia
que su vecino, el aire napolitano y mediterráneo surgió. Puso sus
dos brazos en jarras desafiándolo.
-¿Qué
me está usted diciendo? -No había elevado la voz, más bien la
había bajado; pero la intensidad y la modulación dejaban bien a las
claras lo que era, una mujer con carácter cuando tenía que serlo,
algo que el señor Kipling había adivinado, pero que nunca había
comprobado.
Sin
embargo, él estaba concentrado en cómo explicarle a ella, no ya lo
que intuía, sino lo que sabía.
-La
mirada de su hijo.
-Eso
ya me la ha dicho.
-Su
hijo tiene una mirada...
-Explíquese,
explíquese y váyase.
-No,
disculpe... -ahí se dio cuenta de que se había equivocado-, no me
está comprendiendo lo que quiero decir.
-¡¿Ah,
no?!
-No...
-¿Entonces
usted no ha dicho lo que yo he oído?
-No,
vamos a ver, no es fácil de comprender lo que quiero decir.
-Bien.
-Ahora Violeta se cruzó de brazos.
-Su
hijo no tiene la mirada de los niños occidentales. -Ella movió la
cabeza afirmativamente mientras mantenía el gesto serio, estaba a la
defensiva y a punto de saltar.
¨¡Vaya,
mi hijo no mira como los occidentales!¨.
-Su
hijo tiene una mirada que solo se da en los países más deprimidos.
¨Este
hombre está mal de la cabeza¨. ¨Mi hijo está triste y algo
tendremos nosotros que ver con eso¨.
-Es
una mirada especial... Aunque yo los tengo que colocar para la pose
correcta...
¨Son
muchos años de soledad los que debe llevar¨.
-...
cuando lo consigo, obtengo la misma mirada que tiene su hijo; pero
él, Paolo, me la ofrece de forma natural.
-¡¿Pero
qué está usted diciendo?!
-Él
tiene una forma de mirar muy especial, como nadie. Después está la
otra forma, directa, cuando ya está comprendiendo las cosas..., se
fija en todos los detalles.
-Perdone,
señor Kipling, pero estoy muy cansada.
-Sí,
disculpe.
-Le
agradezco su interés, pero otro día con Umberto...
Sí,
sí disculpe, discúlpeme.
Violeta
lo estaba viendo como un anciano, algo encorvado, mientras se giraba
para salir.
-Umberto,
hoy he hablado con el vecino de enfrente, parece que no, pero está
ya muy mayor y la cabeza puede estar comenzando a fallarle.
-Sí,
¿qué te ha dicho?
-Me
ha estado hablando del pequeño Di Rossi, dice que tiene una mirada
especial.
Umberto
sonrió y miró a Violeta.
-¿Y?
-Dice
que mira como los niños oprimidos.
A
Umberto se le secó la sonrisa y pasó a estar pensativo, buscó sin
ver.
-¿Y
cómo es la mirada de un niño oprimido?
-No
sé, ha comenzado a decir unas cosas muy raras y le he dicho que
estaba cansada, que ya lo hablaríamos otro día.
-Bien.
-Umberto,
debemos de tener cuidado con ese hombre.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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