CAPÍTULO
XIII
Era
domingo y estaban desayunando en torno a la mesa de la cocina.
-Quiero
aprender música -dijo Paolo en voz alta mientras observaba los
cereales Kellogg´s flotando en el tazón con leche.
Umberto
y Violeta, extrañados, se miraron, lo miraron. Paolo seguía a lo
suyo, era como si se le hubiera escapado un pensamiento en voz alta.
-Bien
-contestó Violeta sonriendo, con sus hoyuelos marcados-, ¿Te atrae
algún instrumento?
-En
principio, música en general.
-¿En
el colegio?
-Sí.
Umberto
y Violeta se sorprendieron de nuevo, sabían que le tenía cierta
adversión al centro, también problemas con algún compañero. Y en
esa demanda del hijo vieron que estaba superando la situación. Se
alegraron.
Frente
al Director en su despacho, este hablaba seguro.
-Bueno,
Di Rossi es ya mayor, los que tienen su edad van muy avanzados.
La iniciación en música se debe de hacer a los tres años.
Violeta
miró a su hijo.
-¿Tú
que dices, Paolo?
-Prefiero
con los de mi edad.
-Di
Rossi, eso es imposible, ya he comentado que van muy avanzados, te
perderías.
-Aprendo
rápido, déjeme dos meses, si no alcanzo su nivel hacemos lo que
usted diga.
Se
estaban mirando cara a cara, el Director lo veía como a un niño...
raro, según sus propias palabras. Sin embargo, el pequeño Di Rossi
tenía la cabeza levantada, el gesto serio, seguro, como lo haría un
hombre desafiante. Pero rápidamente reparó en que él lo que quería
era ir a la clase de música con los de su edad, bajó la cabeza.
-Por
favor -terminó diciendo Paolo.
A
Violeta le sorprendió esta coletilla. Solo cuando era por
educación utilizaba ¨por favor¨, pero nunca como solicitud o
ruego; y era lo que acababa de hacer.
¨Tiene
verdadero interés por la música¨, se alegró pensando Violeta.
La
madre miró al Director, estaba serio. Sin embargo, ella mostraba una
sonrisa de felicidad y los ojos desmesuradamente abiertos. Le estaba
diciendo a este hombre más viejo de lo que realmente era para su
edad que no se podía negar a la solicitud de su hijo. Sin
embargo, este individuo de ideas fijas y convicciones estrictas se lo
pensaba. Violeta detectó ese
inmovilismo.
-Señor
Carrington, no le puede decir que no.
La
sonrisa, el aire fresco de la madre en aquel despacho consiguió el
efecto deseado.
-Está
bien, pero no se me va a olvidar que dentro de dos meses pediré un
informe a tu profesora. -Paolo no cambió el gesto, otra cosa era la
satisfacción que sentía por dentro-. De todas formas, no comenzará
directamente con ellos, al menos las cuatro primeras semanas será
otra profesora de apoyo la que le inicie en los primeros pasos solo
para él, por supuesto eso originará unos gastos extras que le serán
facturados.
-Gracias,
señor Carrington. Paolo, quiero hablar otra cuestión con el señor
Director, ¿Puedes esperar fuera?
-Sí,
claro. Gracias, señor -dijo echándole una última mirada neutra
mientras se levantaba.
-Verá,
en casa estamos preocupados con un tema, Paolo es muy retraído y no
nos dice nada, pero sabemos que tiene problemas con un compañero, ya
sabe..., un joven líder con el clásico grupo que lo secunda.
-Señora,
eso es lo que tenemos aquí, líderes que ya lo son desde niños, y
esa relación se proyecta hacia el futuro. Es uno de los grandes
activos que tiene este colegio. ¿Se imagina que
su hijo sea compañero de clase de un futuro Secretario de Estado?
Eso lo llevará siempre a gala y le abrirá muchas puertas. Las
relaciones personales son importantísimas y estamos muy pendientes
de ellas.
A
violeta todos esos comentarios le parecieron muy bien, pero no se iba
a dejar en su interior lo que reaslmente le preocupaba.
-Le
voy a ser muy sincera, me preocupa que Paolo esté padeciendo un
acoso y, además..., en silencio.
Las
palabras de Violeta molestaron profundamente al Director a tenor del
cambio a color rojizo que tomó su rostro.
-Eso
no ha ocurrido nunca en nuestro centro y no ocurrirá jamás, veo que
usted tiene un desconocimiento completo sobre nuestro nivel. Este no
es un colegio cualquiera, es el mejor de la ciudad con diferencia. Es
un milagro que su hijo haya sido admitido aquí, no sé cómo ni
siquiera se le ocurre pensar lo que me está diciendo usted.
-Disculpe,
no he querido...
-No
me pida disculpas, piense antes de hablar lo que
va a decir. Y si no le gusta este centro, coja a su hijo y deje la
plaza libre. Hay una lista de espera imposible de atender, otra
familia se lo agradecerá.
-Lo
siento, señor Carrington, no he querido molestarle, solo expresar
una preocupación que tenía.
El
Director apretaba el gesto, callaba.
Violeta
se levantó extendiendo la mano. El hombre carraspeó, pareció
costarle trabajo; pero finalmente imitó el gesto de ella. No
estaba convencido de haber decidido lo correcto con aquel alumno.
Una
vez que salieron del despacho y la puerta se cerró a sus espaldas,
Paolo subió la mano y cogió la de Violeta.
-Gracias,
mamá.
Violeta
seguía sorprendida con su hijo, se concentró en él y atrás quedó
la conversación con el Director. Por la noche se la comentó en
detalle a Umberto con admiración, contenta con la suerte que habían
tenido de que su hijo pudiera ingresar en aquella escuela de líderes,
la mejor de la ciudad, el futuro del país.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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