jueves, 26 de marzo de 2015

EL SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.


CAPÍTULO XIII

Era domingo y estaban desayunando en torno a la mesa de la cocina.
-Quiero aprender música -dijo Paolo en voz alta mientras observaba los cereales Kellogg´s flotando en el tazón con leche.
Umberto y Violeta, extrañados, se miraron, lo miraron. Paolo seguía a lo suyo, era como si se le hubiera escapado un pensamiento en voz alta.
-Bien -contestó Violeta sonriendo, con sus hoyuelos marcados-, ¿Te atrae algún instrumento?
-En principio, música en general.
-¿En el colegio?
-Sí.
Umberto y Violeta se sorprendieron de nuevo, sabían que le tenía cierta adversión al centro, también problemas con algún compañero. Y en esa demanda del hijo vieron que estaba superando la situación. Se alegraron.

Frente al Director en su despacho, este hablaba seguro.
-Bueno, Di Rossi es ya mayor, los que tienen su edad van muy avanzados. La iniciación en música se debe de hacer a los tres años.
Violeta miró a su hijo.
-¿Tú que dices, Paolo?
-Prefiero con los de mi edad.
-Di Rossi, eso es imposible, ya he comentado que van muy avanzados, te perderías.
-Aprendo rápido, déjeme dos meses, si no alcanzo su nivel hacemos lo que usted diga.
Se estaban mirando cara a cara, el Director lo veía como a un niño... raro, según sus propias palabras. Sin embargo, el pequeño Di Rossi tenía la cabeza levantada, el gesto serio, seguro, como lo haría un hombre desafiante. Pero rápidamente reparó en que él lo que quería era ir a la clase de música con los de su edad, bajó la cabeza.
-Por favor -terminó diciendo Paolo.
A Violeta le sorprendió esta coletilla. Solo cuando era por educación utilizaba ¨por favor¨, pero nunca como solicitud o ruego; y era lo que acababa de hacer.
¨Tiene verdadero interés por la música¨, se alegró pensando Violeta.
La madre miró al Director, estaba serio. Sin embargo, ella mostraba una sonrisa de felicidad y los ojos desmesuradamente abiertos. Le estaba diciendo a este hombre más viejo de lo que realmente era para su edad que no se podía negar a la solicitud de su hijo. Sin embargo, este individuo de ideas fijas y convicciones estrictas se lo pensaba. Violeta detectó ese inmovilismo.
-Señor Carrington, no le puede decir que no.
La sonrisa, el aire fresco de la madre en aquel despacho consiguió el efecto deseado.
-Está bien, pero no se me va a olvidar que dentro de dos meses pediré un informe a tu profesora. -Paolo no cambió el gesto, otra cosa era la satisfacción que sentía por dentro-. De todas formas, no comenzará directamente con ellos, al menos las cuatro primeras semanas será otra profesora de apoyo la que le inicie en los primeros pasos solo para él, por supuesto eso originará unos gastos extras que le serán facturados.
-Gracias, señor Carrington. Paolo, quiero hablar otra cuestión con el señor Director, ¿Puedes esperar fuera?
-Sí, claro. Gracias, señor -dijo echándole una última mirada neutra mientras se levantaba.
-Verá, en casa estamos preocupados con un tema, Paolo es muy retraído y no nos dice nada, pero sabemos que tiene problemas con un compañero, ya sabe..., un joven líder con el clásico grupo que lo secunda.
-Señora, eso es lo que tenemos aquí, líderes que ya lo son desde niños, y esa relación se proyecta hacia el futuro. Es uno de los grandes activos que tiene este colegio. ¿Se imagina que su hijo sea compañero de clase de un futuro Secretario de Estado? Eso lo llevará siempre a gala y le abrirá muchas puertas. Las relaciones personales son importantísimas y estamos muy pendientes de ellas.
A violeta todos esos comentarios le parecieron muy bien, pero no se iba a dejar en su interior lo que reaslmente le preocupaba.
-Le voy a ser muy sincera, me preocupa que Paolo esté padeciendo un acoso y, además..., en silencio.
Las palabras de Violeta molestaron profundamente al Director a tenor del cambio a color rojizo que tomó su rostro.
-Eso no ha ocurrido nunca en nuestro centro y no ocurrirá jamás, veo que usted tiene un desconocimiento completo sobre nuestro nivel. Este no es un colegio cualquiera, es el mejor de la ciudad con diferencia. Es un milagro que su hijo haya sido admitido aquí, no sé cómo ni siquiera se le ocurre pensar lo que me está diciendo usted.
-Disculpe, no he querido...
-No me pida disculpas, piense antes de hablar lo que va a decir. Y si no le gusta este centro, coja a su hijo y deje la plaza libre. Hay una lista de espera imposible de atender, otra familia se lo agradecerá.
-Lo siento, señor Carrington, no he querido molestarle, solo expresar una preocupación que tenía.
El Director apretaba el gesto, callaba.
Violeta se levantó extendiendo la mano. El hombre carraspeó, pareció costarle trabajo; pero finalmente imitó el gesto de ella. No estaba convencido de haber decidido lo correcto con aquel alumno.
Una vez que salieron del despacho y la puerta se cerró a sus espaldas, Paolo subió la mano y cogió la de Violeta.
-Gracias, mamá.
Violeta seguía sorprendida con su hijo, se concentró en él y atrás quedó la conversación con el Director. Por la noche se la comentó en detalle a Umberto con admiración, contenta con la suerte que habían tenido de que su hijo pudiera ingresar en aquella escuela de líderes, la mejor de la ciudad, el futuro del país.

ANTONIO BUSTOS BAENA.

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