En
agosto de 1936, al mes siguiente de haber comenzado la Guerra Civil
en España, el Gobierno facilita a Juan Ramón Jiménez un pasaporte
diplomático para salir del país, en calidad de agregado cultural
honorario en la embajada española en Washington. Juan Ramón y
Zenobia viajan a Francia y desde allí embarcan rumbo a Nueva York.
Durante la travesía, el poeta debió de recordar muchas veces aquel
primer viaje a Nueva York, veinte años antes, cuando acudió allí
para casarse con Zenobia. Ahora, las cosas son muy diferentes. España
está en guerra, y para el matrimonio se inicia un largo y definitivo
exilio, salpicado de proyectos de vuelta que nunca llegaron a
realizarse.
Después
de vivir algunas temporadas en Puerto Rico y en Cuba, Juan Ramón y
Zenobia fijan su primera residencia estable en Miami. Como muchos
otros intelectuales exiliados, el poeta sobrevive colaborando en
revistas y dando conferencias y charlas radiofónicas. En 1940
comienza a impartir cursos en la Universidad de Miami, como lector de
español. De estos años procede gran parte de la obra crítica de
Juan Ramón -personalísima y nada académica-, dispersa parcialmente
en distintas publicaciones y recogida después de su muerte, Juan
Ramón y Zenobia acaban por comprar una casa en Miami, situada
-curiosamente- en la avenida de Sevilla de esta localidad. El
asentamiento, tras varios años de forzoso nomadismo, en este nuevo
paisaje de Coral Gables, impulsa
de nuevo la escritura poética, como el propio Juan Ramón cuenta en
una carta de 1943 al crítico y escritor Enrique Díez-Canedo.
En
la Florida empecé a escribir otra vez en verso. Antes, por Puerto
Rico y Cuba, había escrito casi exclusivamente crítica y
conferencias. Una madrugada me encontré escribiendo unos romances y
unas canciones que eran un retorno a mi primera juventud, una
inocencia última, un final lógico de mi última escritura sucesiva
en España.
Los
romances y las canciones con que Juan Ramón reanuda su actividad se
contienen en parte en el libro Romances de Coral
Gables (1948),
donde el marco geográfico, forzosamente nuevo, remite sin embargo,
una y otra vez, al antiguo entorno perdido y añorado;
Ese ocaso que se apaga
¿qué es lo que tiene detrás?
¿Lo que yo perdí en el cielo,
lo que yo perdí en el mar...?
Es
la actitud característica del desterrado; se encuentra en numerosos
poetas que sufrieron una experiencia semejante, desde Esproncela
hasta Unamuno y Alberti; la misma actitud que, sin salir aún del
libro Romances de Coral Gables, aflora
en las Preguntas al residente, a pesar de su marcada forma
conceptual:
¿Tú que pasas por las piedras,
tienes también raíz dentro?
¿Tu suelo y tú estáis
fundidos
como yo con otro suelo?
¿Tienes también raíz fuera,
tú que pasas con el viento?
¿El sueño que vas rumiando
vuelve a ti como a su centro?
En
el mismo año que los Romances de Coral Gables
aparece
La estación total,
con las Canciones de la nueva luz,
donde se recogen, en realidad, poemas compuestos antes de la salida
de España, y, salvo posibles retoques, no representan el quehacer
del poeta durante su etapa americana. Sí pertenecen plenamente a
estos años, sin embargo, la concepción y la redacción de
Animal de fondo (1949),
escrito en su mayor parte -como el Diario de un
poeta recién casado- durante
una travesía marítima, esta vez de Nueva York a Buenos Aires,
ciudad en la que el poeta fue objeto en 1948 de un recibimiento
apoteósico. Paradójicamente, el mismo Juan Ramón que había
proclamado que su obra se dirigía ¨a la inmensa
minoría¨,
comprobaba cómo las tiradas de sus libros editados en Argentina se
agotaban con inusitada rapidez. Juan Ramón pronunció numerosas
conferencias en diversas ciudades argentinas, y anticipó en diversos
periódicos y revistas algunos poemas del nuevo libro. La prontitud
con que apareció el volumen, pocos meses más tarde, revela que el
proceso de reelaboración y corrección fue esta vez, en contra de lo
habitual en el poeta, muy breve. Gran parte de la crítica inmediata
suscitada por el libro revelaba un profundo desconcierto, que no
puede sorprender si se considera que esta obra resulta más
hermética, más impermeable a una primera lectura que cualquiera de
los títulos anteriores del autor. De ahí las divergencias
valorativas, pero también las diferentes interpretaciones ofrecidas
por la crítica, sin que falten los que han creído advertir en el
libro un hondo sentido religioso.
En
Animal de fondo se
concretan y desarrollan algunos de los motivos esbozados en La
estación total, e
incluso continúa el esfuerzo por lograr un lenguaje abarcador de
nuevas realidades y, por ello, marcadamente neológico, donde brotan
usos tan sorprendentes como clariver,
amarillomar, ríomardesierto, sonllorante, matinar, fruteado,
rayeante, cuerpialma, ciudadal, soñear.
La belleza -y la poesía- se ha convertido en en ¨dios¨
que es a la vez ¨deseante¨,
ya que es también fin al que aspira el poeta. Es un don alcanzado
(¨Eres dios de lo hermoso conseguido¨)
que integra lo perecedero y lo eterno. Naturalmente,
pueden descubrirse ciertas analogías entre esa búsqueda incesante
de la belleza y el camino de la elevación espiritual hacia la fusión
mística con Dios; pero
el dios de Juan Ramón nada tiene que ver con un sentimiento
religioso, sino que es la cúspide casi siempre
inalcanzable- de la creación artística. Son
muy orientadoras, en este sentido, unas palabras del propio poeta:
Pensé
entonces que el camino hacia un dios era el mismo que cualquier
camino vocativo, el mío de escritor poético, en este caso; que todo
mi avance poético en la poesía era avance hacia dios, porque estaba
creando un mundo del cual había de ser el fin de un dios. Y
comprendí que el fin de mi vocación y de mi vida era esta aludida
conciencia mejor bella, es decir general, puesto que para mí todo es
o puede ser belleza y poesía, expresión de la belleza.
Si
la obra fue, en cierto momento de la evolución juanramoniana,
la sublimación de la mujer, ahora el poeta la centra en algo más
elevado y abstracto, más general; en la belleza misma, dios situado
muy por encima del ¨animal de fondo¨
que es el hombre.
Durante
estos años sufre Juan Ramón un agravamiento de su neurosis y pasa
varias temporadas en hospitales y sanatorios. Después de vivir algún
tiempo en Maryland (E.E.U.U.) el matrimonio se instala en Puerto
Rico. En 1951, la salud de Zenobia sufre un grave quebranto que
obliga a una rápida intervención quirúrgica en Boston. Ambos dan
clases en la Universidad de Río Piedras -donde se conserva hoy un
rico archivo de documentos y papeles del poeta-, y Juan Ramón
emprende una vez más la reordenación de su obra completa, dividida
en siete partes; una empresa que jamás concluirá. En 1954, la salud
de Zenobia se agrava y tiene que renunciar a sus clases. Juan Ramón
sufre nuevas crisis nerviosas. El 25 de octubre
de 1956, la Academia sueca concede a Juan Ramón Jiménez el Premio
Nobel de Literatura, destacando que su obra
¨constituye, en
lengua española, un ejemplo de alta espiritualidad y de pureza
artística¨. Al mismo tiempo, la Academia sueca quiso subrayar, por
medio de su secretario general, que Juan Ramón no era un caso
aislado, sino el máximo representante de la gran
poesía española del siglo XX.
Al
recompensar a Jiménez, representante de la gran tradición lírica
de España, la Academia sueca ha querido coronar igualmente a Antonio
Machado y a Federico García Lorca.
Tres
días más tarde fallecía en una clínica de Puerto Rico Zenobia
Camprubi. ¨Todo es menos¨, anota
entonces escuetamente el poeta en una cuartilla. Incapacitado para
recoger personalmente el premio, transmite a la Academia sueca su
mensaje de gratitud y añade:
Mi
esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio. Su compañía,
su ayuda, su inspiración de 40 años han hecho posible mi trabajo.
Hoy me encuentro sin ella, desolado y sin fuerzas.
Después,
Juan Ramón renunció a recibir el importe del premio, y lo donó a
la Casa Zenobia-Juan Ramón de Moguer y la Universidad de Río
Piedras.
RICARDO
SENABRE SEMPERE.
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