José
María me visitó y me dijo que se sentía totalmente derrotado y sin
ganas de vivir. Durante toda su vida, desde muy joven, se había
dedicado al comercio, luchando con fe, voluntad y entusiasmo. Sin
embargo, de la noche a la mañana, todo comenzó a cambiarle en forma
adversa. Me manifestó que nunca había creído en brujerías ni
empavamientos, pero ahora no sabía en que pensar. Le habían
diagnosticado una enfermedad incurable; su esposa lo había
abandonado, llevándose sus dos hijos y se encontraba en la ruina. Le
dije: ¨Bueno, acepta lo peor, lo inevitable, ¿comprendes?¨
¨Sí, respondió, ya lo he aceptado, pero he venido donde usted
porque deseaba contarle a alguien mis sufrimientos, a fin de que me
diera un aliento para soportar mi fatal destino¨.
Le
recomendé que decidiera, a partir de su aceptación de lo peor,
vivir lo que le quedara de vida teniendo paz, tranquilidad y
serenidad. Le indiqué cómo relajarse y meditar positivamente. Salió
de mi oficina más confortado. No supe más de José María, y un
día, varios años después, lo encontré en la calle. Se veía
saludable, optimista. Me dijo que quería visitarme para darme las
gracias por mis orientaciones. Que había hecho lo que le sugerí, y
en vez de sentirse más grave, cada día se ponía mejor. Se había
casado nuevamente y había establecido un nuevo negocio. Convirtió
su fracaso en triunfo.
La
buena suerte hay que hacerla, construirla día a día, las
oportunidades hay que crearlas y saber aprovecharlas.
José
Farid H.
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José Farid H.
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