Ch´idzigyaak y Sa´ se
acomodaron para pasar la noche. Como siempre, después de terminar
sus tareas cotidianas y cenar, las dos mujeres se sentaron y
charlaron junto al fuego. Ahora hablaban del Pueblo con frecuencia.
La soledad y el tiempo habían aliviado sus recuerdos más
amargos, y el odio y el miedo nacidos de aquella insospechada
traición del año anterior parecían atenuados por las muchas noches
transcurridas a solas con sus pensamientos. Todo
les parecía ahora un sueño lejano.
Con el estómago lleno, las mujeres, cómodamente instaladas en su
refugio, se sorprendían ahora de cuánto echaban de menos a su
gente. Cuando la conversación se agotó, las ancianas permanecieron
calladas, sumidas en sus pensamientos.
De
repente, el silencio se quebró, y las mujeres oyeron que alguien
gritaba sus nombres. Sus miradas se encontraron por encima de la
hoguera y comprendieron que no eran imaginaciones suyas. La voz del
hombre sonó más fuerte y se identificó. Las mujeres conocían al
viejo guía, tal vez pudieran fiarse de él. Pero ¿y los otros? Fue
Ch´idzigyaak
quien habló primero:
-Aunque
no contestemos, seguro que nos encontrarán.
Sa´se mostró de acuerdo.
-Sí, nos encontrarán. -En su
cabeza bullían mil ideas.
-¿Qué vamos a hacer? -gimoteó
Ch´idzigyaak, aterrada.
Sa´reflexionó un momento.
Luego dijo:
-Debemos
decirles que estamos aquí. -Al ver la expresión de pánico en los
ojos de su amiga, Sa´continuó inmediatamente en un tono suave y
tranquilizador-: Debemos mostrarnos valientes y enfrentarnos a ellos.
Pero, amiga mía, hay que estar preparadas para lo peor. -Esperó un
momento antes de añadir-: Incluso la muerte.
Sus
palabras no consolaron a Ch´idzigyaak, que estaba más asustada que
nunca. Las dos permanecieron largo tiempo sentadas, intentando
reunir el valor suficiente. Sabían que no podían seguir huyendo. Al
fin, Sa´se levantó sin prisas, salió al aire frío de la noche y
gritó roncamente:
-¡Estamos aquí!
Daagoo
seguía sentado pacientemente, alerta, mientras los jóvenes le
miraban con aire incrédulo. ¿Y si eran otra gente? ¿Por qué no
podían ser enemigos? Cuando uno de los hombres iba a expresar sus
dudas, de las tinieblas surgió la respuesta de Sa´. Una
gran sonrisa iluminó el rostro del viejo guía. ¡Lo sabía! Estaban
vivas. De inmediato se dirigieron al lugar de donde había llegado el
sonido. Las voces de las mujeres parecían cercanas; sin embargo, los
hombres tardaron un buen rato en llegar hasta el campamento.
Por
fin el grupo llegó a la luz de la hoguera que ardía fuera del
refugio. Junto a él estaban las dos ancianas, armadas
con unas imponentes lanzas largas y afiladas. Daagoo sonrió,
admirado; las viejas parecían dos guerreros en pie de guerra
dispuestos a defenderse.
-No
os haremos daño -les aseguró.
Las
mujeres lo miraron, desafiantes, durante un instante.
-Creo
que vienes en son de paz, pero ¿qué hacéis aquí? -empezó Sa´.
El guía tardó en contestar,
porque no sabía cómo explicárselo.
-El jefe me envió a buscaros.
Imaginaba que estabais vivas y ordenó que os buscáramos.
-¿Por qué? -pregunto
Ch´idzigyaak recelosa.
-No
lo sé -dijo simplemente Daagoo. En realidad, ni él ni el jefe
habían previsto lo que pasaría una vez que estuvieran frente a las
dos mujeres, y ahora estaba confundido porque era evidente que las
ancianas no se fijaban de ninguno de ellos-. Tendré que volver para
comunicarle al jefe que os hemos encontrado -dijo.
Eso
era lo que las dos mujeres suponían, así que Sa´preguntó:
-¿Y
después qué?
El
guía se encogió de hombros.
-No
lo sé. Pero ocurra lo que ocurra, el jefe os protegerá.
-¿Cómo
hizo la última vez? -preguntó con dureza Ch´idzigyaak.
Daagoo sabía que si
quería, él y los otros tres cazadores reducirían sin ningún
esfuerzo a las dos mujeres y se apoderarían de sus armas.
Pero sentía una admiración creciente por ellas al ver que
estaban dispuestas a
llegar hasta el final.
No eran las mismas que había conocido.
-Os
doy mi palabra -dijo
sin inmutarse.
Las
mujeres se dieron cuenta de la importancia de aquella promesa y
permanecieron en silencio largo rato.
Sa´se
fijó en lo demacrados y agotados que estaban los hombres. Hasta el
guía, que permanecía orgullosamente de pie, parecía desamparado.
-Debéis de estar
cansados -dijo en tono desganado-. Entrad. -Y los condujo al interior
del refugio amplio y cálido.
Los
cuatro hombres entraron en la tienda con cautela, conscientes de que
no eran bien recibidos. Las mujeres hicieron un ademán para que se
sentaran en torno al fuego, y entonces Sa´hurgó entre las pieles de
su lecho, junto a la pared, y extrajo una bolsa de la
que sacó un poco de pescado seco para cada uno de ellos. Mientras
comían, los hombres miraban a su alrededor. Comprobaron que los
lechos de las dos ancianas estaban cubiertos de mantas de pieles de
conejo recién confeccionadas. Aquellas mujeres tenían
mejor aspecto que todos ellos. ¿Cómo podía ser? Una
vez que terminaron con el pescado seco Sa´les sirvió caldo de
conejo que bebieron con agradecimiento.
Ch´idzigyaak,
desde un rincón, contemplaba con aire torvo a los cazadores, que se
sentían incómodos. Con gran asombro por su parte, los hombres
pudieron constatar que aquellas dos mujeres no sólo habían
sobrevivido, sino que disfrutaban de una salud envidiable, mientras
que ellos, los hombres más fuertes del grupo, estaban desfallecidos
por el hambre.
Sa´también
observaba a los hombres mientras comían. Aunque intentaban comer
poco a poco, a la luz se podía apreciar la delgadez de sus rostros y
se convenció de que no se habían estado alimentando debidamente.
Ch´idzigyaak también se percató
de ello, pero su corazón estaba lleno de resentimiento
por aquella inesperada intrusión y no sentía ni la más mínima
lástima. Cuando los hombres
terminaron su comida, Daagoo miró a las mujeres a la espera de que
dijeran algo. Durante un rato nadie rompió el silencio.
Por fin Daagoo dijo:
-El
jefe creyó que sobreviviríais, por eso envió a buscaros.
Ch´idzigyaak
soltó un gruñido de cólera, y cuando los hombres se giraron hacia
ella, los miró con desprecio y apartó la vista. No podía creer que
aquella gente tuviera el valor de buscarlas. En opinión de Sa´,
estaba claro que no venían a nada bueno. Estiró la mano y dio unos
suaves golpes en la de su amiga para tranquilizarla; luego se volvió
a los hombres y dijo simplemente:
-Sí,
hemos sobrevivido.
Daagoo
no pudo reprimir una sonrisa divertida ante la cólera de
Ch´idzigyaak. Sin embargo, Sa´no parecía albergar tanta
desconfianza, así que evitó la mirada iracunda de Ch´idzigyaak y
se dirigió a Sa´.
-Estamos
hambrientos y cada vez hace más frío. Una vez más no tenemos
suficientes provisiones; la situación es la misma que cuando os
abandonamos. Pero cuando el jefe se entere de que estáis
bien, os pedirá que volváis con el grupo. El jefe y la mayoría del
Pueblo piensan igual que yo. Lamentamos lo que hicimos con vosotras.
La
mujeres permanecieron en silencio durante un largo rato. Por fin
Sa´dijo:
-¿Para
que nos volváis a abandonar cuando más os necesitemos?
Daagoo
tardó unos minutos en responder. Hubiera preferido que estuviera
allí el jefe para hacerlo; porque éste tenía más experiencia, y
sabría cómo responder a ese tipo de preguntas.
-No
puedo aseguraros que no ocurra de nuevo. En
los malos tiempos, algunos son peores que los lobos, y otros se
vuelven cobardes y débiles, como me pasó a mí cuando os dejamos.
-La voz de Daagoo se llenó de emoción al pronunciar las últimas
palabras, pero se rehízo y continuó-: Una cosa sí os puedo decir.
Si vuelve a ocurrir, os protegeré aún a costa de mi vida, si es
necesario. -Al decir aquello, Daagoo comprendió que
gracias a aquellas dos mujeres, a las que antes había creído
indefensas y débiles, él mismo había recuperado esa fuerza
interior que lo había abandonado el invierno anterior. Ahora,
por alguna razón desconocida sabía que jamás se volvería a sentir
viejo y débil. ¡Jamás!
Los
jóvenes escuchaban en silencio la conversación que tenía lugar
entre sus mayores. Uno de ellos dijo con el tono apasionado de la
juventud:
-Yo también os protegeré
si alguien intenta haceros daño. -Todos le miraron sorprendidos.
Pero luego sus compañeros también juraron proteger a las dos
mujeres, porque habían sido testigos de una milagrosa supervivencia
que había hecho nacer en ellos un sólido sentimiento de respeto
hacia sus mayores. Las
mujeres sintieron que sus corazones se ablandaban con aquellas
palabras, aunque su recelo no había desaparecido. Creían
a aquellos hombres, pero no estaban muy seguras con respecto a los
otros.
Las
dos ancianas se retiraron para poder hablar en privado.
-¿Podemos
fiarnos de ellos? -preguntó Ch´idzigyaak.
Sa´esperó un momento antes de
contestar, pero luego asintió.
-¿Y
de los otros? ¿Y si encuentran nuestras provisiones? ¿Es que crees
que podrán contenerse cuando vean nuestra comida? Mira lo
hambrientos que están. El año pasado no tuvieron ningún miramiento
y ahora estás dispuesta a ponerte a su disposición. Amiga
mía, me temo que nos quitarán lo que tenemos, nos guste o no -dijo
Ch´idzigyaak.
Sa´ya
lo había pensado, pero la cosa no le preocupaba, así que respondió:
-Debemos
recordar que sufren. Sí, nos condenaron sin
contemplaciones, pero les hemos demostrado que estaban equivocados.
Si vuelven a hacerlo, ya sabemos que podemos sobrevivir. Lo hemos
comprobado por nosotras mismas. Ahora
debemos dejar de lado nuestro orgullo y recordar que sufren. Si no lo
hacemos por los adultos, hagámoslo por los niños. ¿Te has olvidado
de tu nieto?
Ch´idzigyaak
sabía que, como siempre, su amiga tenía razón. No, no podía ser
tan egoísta como para dejar morir de hambre a su nieto
cuando ella tenía toda aquella comida.
Los hombres esperaron pacientemente mientras las dos mujeres
susurraban entre sí.
Sa´no
había dejado de hablar, porque sabía que Ch´idzigyaak
todavía tenía miedo de lo que estaba ocurriendo y necesitaba coraje
para enfrentarse al futuro.
-No saben hasta qué
punto hemos resuelto nuestra situación -dijo-. Pero
mañana, a la luz del día, lo verán, y así sabremos si cumplen lo
que dicen. Pero recuerda, amiga mía, si vuelven a
abandonarnos, sobreviviremos, y
si sus palabras son sinceras nuestro recuerdo perdurará en sus
memorias y les infundirá valor en los momentos difíciles.
Ch´idzigyaak
asintió. Por un momento, al fijar la mirada en aquellos miembros del
grupo, sintió renacer los viejos temores y su renovada fuerza se
desvaneció. Miró a su amiga con gran ternura.
Sa´siempre tenía las palabras justas.
En
el refugio, aquella noche, las dos mujeres y el guía intercambiaron
historias, mientras los jóvenes escuchaban en silencio atento y
respetuoso. El viejo les contó lo que había ocurrido después de
que las abandonaran. Habló de los que habían muerto. La
mayor parte de ellos eran niños. Los ojos de las ancianas se
llenaron de lágrimas al escucharle, porque
habían querido a algunas de aquellas personas, y los niños se
contaban entre sus preferidos. Las mujeres no podían
soportar pensar en lo mucho que los niños debieron sufrir antes de
morir, tan pequeños y de una forma tan cruel.
Después
de que Daagoo terminara su relato, Sa´le contó cómo habían
sobrevivido. Los hombres las escucharon con una mezcla de emociones
dispares. Su historia resultaba increíble, pero su
presencia era una prueba irrefutable de su veracidad. Sa´no se dejó
turbar por la expresión de temor reverente que había en los rostros
de los hombres. Siguió
contado su historia y recordando el año lleno de acontecimientos que
ella y su amiga habían vivido juntas. Cuando terminó su relato
hablándoles de sus reservas de comida, los ojos de los visitantes se
iluminaron.
-Cuando
escuchamos la primera vez tu voz, supimos que podíamos fiarnos de
ti. También supimos que ya que eras capaz de encontrarnos en la
noche, tardarías muy poco en hallar nuestra comida. Por eso te lo
cuento. Sabemos que no vas a hacernos daño dijo Sa´a Daagoo sin
rodeos-. Pero ¿y los demás?
Si han sido capaces de abandonarnos, no tendrán ningún escrúpulo
en robarnos. Decidirán una vez más que somos débiles y viejas y
que no necesitamos nuestras provisiones. No les echo la
culpa ahora de lo que nos hicieron, porque mi amiga y yo sabemos lo
que el hambre puede cambiar a una persona. Pero hemos trabajado mucho
para juntar lo que tenemos y aunque sabíamos que nos sobraría
comida durante el invierno, seguimos almacenando provisiones. A
lo mejor, en el fondo, esperábamos que esto ocurriera. Sa´hizo una
pausa para escoger cuidadosamente sus palabras. Luego añadió-:
Lo compartiremos con los demás pero no deben volverse codiciosos e
intentar robarnos nuestra comida, porque lucharemos hasta la muerte
por lo nuestro.
Los
hombres permanecieron sentados en silencio, escuchando como Sa´
exponía sus condiciones con voz fuerte y apasionada.
-Os
quedaréis en el antiguo campamento. No queremos ver a nadie más que
a ti -Sa´ se inclinó hacia Daagoo- y al jefe. Os daremos comida y
esperamos que el Pueblo coma con moderación en previsión de los
malos tiempos que están por venir. Es todo lo que podemos hacer por
vosotros.
El
guía asintió y dijo con voz serena:
-Haré
llegar este mensaje al jefe.
Una
vez dicho todo lo que tenían que decir, las ancianas invitaron a los
hombres a dormir en un lado del refugio. Por primera vez en mucho
tiempo se sintieron tranquilas. Durante aquellos largos
meses habían temido por su futuro, pero aquella noche se
desvanecieron las pesadillas de lobos y otras alimañas y durmieron
plácidamente. Ya no
estaban solas.
VELMA
WALLIS.