I
Antes de que el poeta alce su
canto
a un santo amor a quien le debe
tanto,
dejad que el hijo, que lo santo
siente,
comience haciendo, con respeto
santo,
la señal de la cruz sobre su
frente.
Siempre la sello con el signo
eterno
cuando al borde mi inclino
del mar inmenso del amor divino
o del torrente del amor materno.
La cuerda del laúd, ruda y
bravía,
que los canta con mísera
armonía,
debiera ser al llamamiento muda,
porque la mano que la pulsa es
mía,
porque la cuerda que responde es
ruda,
y el salmo santo de las cosas
santas
debe bajar de alturas
celestiales
con letra de seráficas
gargantas
y acentos de laúdes edeniales.
Por eso, cuando canto,
con pálido decir y acento
obscuro,
el amor de aquel Dios, tres
veces santo,
o el de aquella mujer tres veces
puro...
cuando hallar he creído
con mi canción el amoroso
emblema
y la recito de esperanza
henchido,
me desgarran el alma y el oído
las míseras estrofas del poema;
rompo el laúd, que acompañó
mi canto,
y digo con la voz de la
amargura:
¡Señor a quien soñé: Tú
eres más santo!
¡Mujer de quien nací: Tú eres
más pura!
JOSÉ
Mª GABRIEL Y GALÁN.
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