Súbete
aquí, en el vallado, Platero. Anda, vamos a dejar que pasen esas
pobres viejas...
Deben
venir de la playa o de los montes. Mira. Una es ciega y las otras dos
la traen por los brazos. Vendrán a ver a don Luis, el médico, o al
hospital... Mira qué despacito andan, qué cuido, qué mesura pone
las dos que ven en su acción. Parece que las tres temen a la misma
muerte. ¿Ves cómo adelantan las manos cual para detener el aire
mismo, apartando peligros imaginarios, con mimo absurdo, hasta las
más leves ramitas en flor, Platero?
Que
te caes, hombre... Oye qué lamentables palabras van diciendo. Son
gitanas. Mira sus trajes pintorescos, de lunares y volantes. ¿Ves?
Van a cuerpo, no caída, a pesar de la edad, su esbeltez. Renegridas,
sudorosas, sucias, perdidas en el polvo con sol de mediodía, aún
una flaca hermosura recia las acompaña, como un recuerdo seco y
duro...
Míralas
a las tres, Platero. ¡Con qué confianza llevan la vejez a la
vida, penetradas por la primavera esta que hace florecer de amarillo
el cardo en la vibrante dulzura de su hervoroso sol!
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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