La
perra de que te hablo, Platero, es la de Lobato, el tirador. Tú la
conoces bien, porque la hemos encontrado muchas veces por el camino
de los Llanos... ¿Te acuerdas? Aquella dorada y blanca, como
un poniente anubarrado de mayo...Parió
cuatro perritos, y Salud, la lechera, se los llevó a su choza de las
Madres, porque se le estaba muriendo un niño, y don Luis le había
dicho que le diera caldo de perritos.
Tú
sabes bien lo que hay de la casa de Lobato al puente de las Madres,
por la pasada de las Tablas...
Platero,
dicen que la perra anduvo como loca todo aquel día, entrando y
saliendo, asomándose a los caminos, encaramándose en los vallados,
oliendo a la gente...
Todavía
a la oración la vieron, junto a la casilla del celador, en los
Hornos, aullando tristemente sobre unos sacos de carbón contra el
ocaso.
Tú
sabes bien lo que hay de la calle de Enmedio a la posada de las
Tablas... Cuatro veces fue y vino la perra durante la noche, y cada
una se trajo a un perrito en la boca, Platero.
Y
al amanecer, cuando Lobato abrió su puerta, estaba la perra en el
umbral mirando dulcemente a su amo, con todos los
perritos agarrados, en torpe temblor, a sus tetillas rosadas y
llenas.
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario