Aquél
tenía la forma de un reloj, Platero. Se abría la cajita de plata y
aparecía, apretado contra el paño de tinta morada, como un pájaro
en su nido. ¡Qué ilusión cuando, después de oprimirlo un momento
contra la palma blanca, fina y malva de mi mano, aparecía en ella la
estampilla:
FRANCISCO
RUÍZ, Moguer.
¡Cuánto
soñé yo con aquel sello de mi amigo del colegio de don Carlos! Con
una imprentilla que me encontré arriba, en el escritorio viejo de mi
casa, intenté formar uno con mi nombre. Pero no quedaba bien, y,
sobre todo, era difícil la impresión. No era como el otro, que con
tal facilidad dejaba, aquí y allá, en un libro, en la pared, en la
carne, su letrero:
FRANCISCO
RUÍZ, MOGUER,
Un
día vino a mi casa, con Arias, el platero de Sevilla, un viajante de
escritorio. ¡Qué embeleso de reglas, de compases, de tintas de
colores, de sellos! Los había de todas las formas y tamaños. Yo
rompí mi alcancía, y con un duro que me encontré, encargué un
sello con mi nombre y pueblo. ¡Qué larga semana aquella! ¡Qué
latirme el corazón cuando llegaba el coche del correo! ¡Qué sudor
triste cuando se alejaban, en la lluvia, los pasos del cartero! Al
fin, una noche, me lo trajo. Era un breve aparato complicado, con
lápiz, pluma, iniciales para lacre... ¡qué sé yo! Y dando un
resorte, aparecía la estampilla, nuevecita, flamante.
¿Quedó
algo por sellar en mi casa? ¿Qué no era mío?
Si
otro me pedía el sello - ¡cuidado, que se va a gastar!-, ¡qué
angustia! Al día siguiente, ¡con qué prisa alegre llevé al
colegio todo!; libros, blusa, sombrero, botas, manos, con el letrero:
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ,
Moguer.
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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