A
la edad de sesenta y un años, el Maestro Soyen Shaku abandonó este
mundo, pero no sin antes haber realizado una gigantesca obra; dejó a
la posteridad un cúmulo de enseñanzas más variadas y sublimes que
la mayoría de los maestros Zen. Se decía que sus discípulos solían
caer rendidos por el sueño después del almuerzo, agotados del
cansancio propio del verano. Y aún cuando él nunca malgastaba un
minuto, jamás dijo una palabra acerca de esta debilidad de sus
discípulos.
Cuando
sólo tenía doce años, ya estudiaba los principios filosóficos de
la escuela Tendai. Un día de verano, el calor era tan agobiante que
el pequeño Soyen, al ver que su Maestro estaba ausente, se tendió y
se quedó dormido durante tres horas, al cabo de las cuales despertó
sobresaltado cuando oyó entrar al Maestro; pero no pudo impedir que
éste le sorprendiera tendido en el suelo.
¨Te
ruego, por favor, que me perdones¨, le susurró el Maestro mientras
pasaba con todo cuidado por encima del cuerpo de Soyen, como si se
tratara de un distinguido huésped. Desde entonces. Soyen nunca
volvió a dormirse durante el día.
ANTHONY DE MELLO.
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