¡Qué sola estabas por dentro!
Cuando me asomé a tus labios
un rojo túnel de sangre
oscuro y triste se hundía
hasta el final de tu alma.
Cuando penetró mi beso,
su calor y su luz daban
temblores y sobresaltos
a tu carne sorprendida.
Desde entonces los caminos
que conducen a tu alma
no quieres que estén desiertos.
¡Cuantas flechas, peces, pájaros,
cuántas caricias y besos!
(Soledades juntas, 1931)
MANUEL ALTOLAGUIRRE.
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