LII
Ya
sea por el cambio horario o porque la inquietud se le ha instalado en
el consciente y en el subconsciente, el caso es que no ha podido
dejar de pensar en ello. A las cuatro de la madrugada ya está
levantado, con el ordenador conectado indagando en varias bases de
datos especializadas, bajando constantemente archivos después de
repasarlos. En la noche busca algo de luz en las biografías de
Lucrecia Borgia y Leonardo Da Vinci.
¨Lucrecia
Borgia, 18 de abril de 1480 – 24 de junio de 1519¨.
El
primer dato, aunque sin importancia para lo que está investigando,
ya sobresalta un poco a Umberto; Leonardo Da Vinci había muerto solo
unos días antes que ella, concretamente el 2 de mayo.
¨...fue
la hija de Rodrigo Borgia, que más tarde se convertiría en el Papa
Alejandro VI, y de Vannozza Cattanci. Uno de sus hermanos fue el
notario déspota César Borgia¨.
Se
siente extraño. Umberto cumple en sus viajes un planning
preparado previamente, este recoge todo lo que deben ver, está más
seguro así. Pero el comentario del pequeño Di Rossi ha roto lo que
tiene asimilado que va a llevar a cabo en este viaje. Le parece
increíble que una simple cuestión, además de improbable, más
difícil aún de verificar, le esté trastornando hasta el punto de
sentirse nervioso a estas horas de la madrugada en la habitación del
hotel en Frankfur. Sabe que va a pasar por momentos decisivos en las
próximas fechas. Ha asumido esa obligación con una naturalidad
sorprendente. Hasta hacía no mucho era una
persona incapaz para afrontar cuestiones decisivas en la vida. Solo
aguantaba como podía lo que le llegaba, pero ¿tomar iniciativas
determinadas? Nunca. La
vida había decidido cuándo llamar a su puerta sin pedirle permiso
ni preguntarle si estaba preparado para lo que le enviaba. Así
fue siempre hasta que apareció Violeta. Después
se fortaleció poco a poco, los miedos fueron desapareciendo.
Finalmente, la muerte de Violeta y el apoyo que tuvo que dar a Paolo
ahogando sus propios sentimientos lo convirtieron en un hombre más
duro. Ahora solo tenía que vivir de acuerdo consigo
mismo en compañía de su hijo. Cada
uno tenía sus obligaciones diarias, no era la relación que él tuvo
con su madre, de dependencia, sobre todo psicológica. Ni
así consiguió escapar de su pasado. Y después de todo lo vivido,
un comentario de su hijo ante un cuadro lo desborda. Está
sorprendido, a estas alturas de la vida se creía con menos dudas.
¨¿O
es que llegado el momento tiene que aparecer y es eso lo que me
desestabiliza ahora?¨.
Vuelve
a la premisa que le ha puesto delante el pequeño Di Rossi, y que ni
remotamente se le habría ocurrido a él: ¨La
Gioconda es Lucrecia Borgia¨.
Por
más vueltas que le da a sus conocimientos y a los datos que obtiene
a través de Internet, no encuentra un solo dato que desbarate esa
afirmación. Cualquier otra persona diría lo contrario que no existe
ningún dato que corrobore lo que Paolo dice, pero claro, esa persona
no conoce el ojo que tiene su hijo, nunca falla.
Tenía
en la memoria la ratificación por parte de un grupo de académicos
alemanes de la Universidad de Heidelberg de que la Gioconda era quien
siempre se pensó: Lisa Gherardini, la esposa del
mercader Francesco del Giocondo, pues aseguraban que Agostino
Vespucci, trabajador del Ayuntamiento de Florencia y contemporáneo
de los protagonistas, lo dejó anotado en el margen de un libro en
octubre de 1503: ¨Todas las dudas han quedado aclaradas¨,
declararon aquellos expertos, y contra eso, la aparición subjetiva
de un niño quedaba en una sonrisa..., en el mejor de los casos.
La
lámpara encendida da una luz tenue, amarilla. Paolo duerme. Relee a
Giorgio Vasari, el hombre que puso el nombre de Renacimiento a toda
aquella explosión efervescente que apareció en Italia entre
guerras, tumultos, enfrentamientos y traiciones.
Vasari
se dio cuenta de la importancia del momento histórico que estaba
viviendo y, a pesar de ser un gran pintor, arquitecto el Palacio de
los Uffizi en Florencia y el pasaje elevado sobre el Puente Vecchino
que conecta con el Palacio Pitti son creación suya, además de tener
una gran fortuna, se dedicó a escribir sobre la vida de los más
importantes arquitectos, pintores y escultores italianos. Visitó
y se reunió con Miguel Ángel, Rafael y otros muchos. Vio
algunas obras de estos genios cuando estaban en ejecución. Escribió
sobre ellas, incluyó anécdotas e historias curiosas, se dio cuenta
de que se estaba produciendo una ruptura con el pasado, que habría
un antes y un después de todo aquello... Pero a la hora de los
datos..., no era del todo exacto, y eso era lo que necesitaba Umberto
en esto momentos; datos, datos lo más exactos posibles.
Ha
creado dos carpetas para guardar los archivos que se baja a través
de la red, una para Lucrecia y otra para Leonardo. Un trabajo arduo
simplificando al máximo, estructurando la biografía de los dos por
fechas. Cree que las tiene completas, abre las dos a la vez, las pone
en paralelo. Busca mes a mes, año a año. Coteja los movimientos de
cada uno en el tiempo, busca una coincidencia en ambos.
Amanece
un nuevo día, frío y gris, mientras Umberto piensa solo en una
cosa.
¨¿Dónde,
dónde os pudisteis encontrar?¨.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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