LVII
Todos
sus sentidos despiertos en medio de la madrugada. A la derecha de la
pantalla se le presentan varias imágenes; la primera Umberto ya la
conoce, Salai sirve de modelo para que Leonardo da Vinci pinte
San Juan Bautista,
el cuadro está en el Museo del Louvre y pasa
desapercibido para la mayoría de visitantes en el pasillo que lleva
a la sala donde se expone La Gioconda.
Lee
lo que pone bajo ella: ¨Salaino como Juan Bautista.
1513-1516¨.
Más
abajo, Salai con solo quince años, pero ya perfectamente
reconocible; también lee el comentario que le acompaña: ¨Criado
y asistente de Leonardo da Vinci, Caproti il Salaino. Anónimo 1495¨.
Todo
esto lo ha visto en unos segundos porque más abajo está el cuadro
que le hace ver la luz: ¨Monna Vanna, obra de
Salai. 1515¨.
Después,
este texto: ¨Se le atribuye un retrato desnudo
de Lisa del Giocondo, conocido como Monna Vanna, pintado 1515 con el
nombre de Andrea Salai¨.
¨¡Pero
cómo puede decir eso solamente del cuadro! ¡¡¡¿Es que no lo
ven?!!!¨.
¨¡Es
Salai! ¡Es un autorretrato! ¡Se ha pintado él mismo con el torso
desnudo. Con pecho, como si fuera una mujer, una copia de La
Gioconda, pero poniéndose él en lugar de la protagonista! ¡¡¡En
lugar de Lucrecia Borgia!!!¨.
¨¡¿Cómo
nadie ha dicho nada de esto antes?!¨, le parece increíble.
¨¡Es Salai,seguro, seguro!¨.
Lo mira una y otra vez
intentando calmarse. Los ojos, la nariz, la boca, el pelo de Salai
como San Juan Bautista y como Monna Vanna es igual.
¨Salai representándose a sí
mismo como mujer para atraer o volver a gustar a Leonardo, tantos
años después, en 1515¨.
¨¿No era homosexual Leonardo?
¿Por qué Salai se representa como una mujer y no como el joven de
rasgos griegos que tanto gustaba a Leonardo?¨.
Umberto recapacita.
¨Tantos años juntos, Salai
era el que mejor conocía a Leonardo, sabía sus sentimientos, sus
dudas. Lo quiso atraer como mujer y para ello utilizó la imagen de
La gioconda. Su amado discípulo, su diablillo,
sabía que por ella sentía algo muy especial¨.
Umberto está seguro de haber
dado con un indicio importante que corroboraría la hipótesis, como
mínimo, de que Leonardo estuvo enamorado o sintió algo parecido por
aquella mujer, algo negado también hasta ahora. No es el
retrato de la esposa de un comerciante florentino. No, es bastante
más para él, por eso lo acompaña durante toda su vida, como
cualquier hombre guarda la fotografía de su amada, y Leonardo,
con el paso del tiempo, la va retocando una y otra vez. Es
un estudioso del cuerpo humano. En 1492, con el Hombre Vitruvio deja
rastro de esas inquietudes por la anatomía.
Ha ido pintando los cambios
que ella, con la edad, debió ir adquiriendo, para tenerla siempre
junto a él, saber cómo es su imagen en ese momento, aunque esté a
kilómetros de distancia y no la vuelva a ver.
¨¿Quería que
envejeciese junto a él?¨.
Pero de inmediato
pasa de la hipótesis a los hechos confirmados.
¨1515. ¿Dónde estaba ese
año? Aquí, marchaban para vivir en Francia bajo la protección del
rey Francisco I, gran admirador de Leonardo. Sí, los tres¨.
Umberto tiene una duda: ¨Es
posible que Salai no quisiera dejar Italia y marchar a otro país,
otro idioma, otras costumbres. Los franceses son bastante
diferentes a los italianos..., y habían permanecido juntos desde
1490¨.
Busca en la biografía
de Leonardo y de Salai. Por fin una intuición buena que le hace
pensar que está en el camino correcto para corroborar sus pesquisas.
Es en el 1518, veintiocho años después de entrar a sus servicios,
media vida en esa época, cuando Salai abandona a los dos, a Leonardo
y a Melzi. Su diablillo regresa solo a Milán, su
tierra. Apenas un año después, Leonardo muere.
¨El dos de mayo de 1519¨.
Umberto levanta la cabeza,
tiene los ojos cansados. Otra noche entera estudiando; pero nota algo
distinto, cada dato que ha ido descubriendo le ha hecho sentir y
encontrar un aliciente nuevo en esta vida, donde ya solo existe Paolo
y una sola obligación, la única razón de su existencia desde
que Violeta ya no está a su lado; cumplir con sus deberes de padre,
de esposo... y de hijo.
Pero esto de
nuevo es vida,¿una nueva vida?
Abre nuevos archivos en la
pantalla, una ventana y otra, salta nervioso entre ellas, lee a una
velocidad increíble, una nueva dosis de esa droga que para un
investigador es buscar datos.
¨El testamento¨.
Piensa que debe existir
información del testamento de Leonardo en la red.
Pincha en lo que parece
más destacado según las dos líneas que lee.
Aparece la
información.
Donald Sassoon, en
su obra Mona Lisa de 2007, expone que: En 1991, dos investigadores,
Janice Shell y Grazioso Sironi, adelantan la hipótesis, basada en el
hallazgo del inventario de Andrea Salai (Gian Giacomo
Caprotti) de que cuando muere Leonardo, Salai ya tenía en su
propiedad La Gioconda, además de otras pinturas
(¨El inventario contenía una cantidad llamativamente
elevada de pinturas¨), ya que en el testamento de Leonardo
(solo se conoce una transcripción del siglo XIX) no se hace mención
de ella. La Gioconda propiedad de Salai se tasó en
505 liras, lo que supone un valor muy elevado para un retrato de
talla pequeña, en aquella época el tamaño influía mas que ahora
en el valor.
La Gioconda debió
volver a Francia en fecha posterior, cuando Francisco I envió tras
la muerte de Leonardo, a varios agentes para peinaran Italia en
busca de obras de Leonardo. Sí hay una mención a que el Rey pagó
una elevada cantidad por la tabla.
¨¿Solo se
conoce una transcripción del siglo XIX del testamento de Leonardo?¨.
Abre Google.
Escribe ¨testamento de Leonardo da Vinci¨. En menos de un segundo
le aparecen trescientas treinta y cuatro mil referencias.
Intenta acotar más:
¨testamento original de Leonardo da Vinci¨.
Algo más de cien mil
referencias. Lee: en 1869 compró a un descendiente de la familia...
¨Es la copia, no. ¡No!
¡¡No!! ¡¡¡Nooooooooo!!! ¡Necesito a un loco como yo que le
interese solo la verdad!¨.
De nuevo la
pasión de la búsqueda a mil por cien. Salta páginas y páginas a
una velocidad endiablada, pero como en una de ellas haya el más
mínimo resquicio tiene la seguridad de que lo va a encontrar.
El tiempo pasa y no se
entera, no le importa...
Le llama la atención
unas líneas en negrita. Lee lo que parece un comentario
irónico: ¨Se vuelve a confirmar que si Steve Jobs hubiera
nacido en España, Apple tampoco existiría¨.
¨¿Por qué
aparece esto en la búsqueda del testamento original de Leonardo?¨.
Abre el archivo completo,
la respuesta aparece ante sus ojos. Existe otro loco como él al que
nadie ha hecho caso. Un español, dice que tiene el testamento
original de Leonardo da Vince, que lo ha querido contrastar y
verificar con los expertos de su país..., y que no consigue que le
den ni una simple cita en la infinidad de organismos gubernamentales
a los que se ha dirigido.
¨¿Entonces
para qué están?¨.
Dice que lo da a la
sociedad porque de no ser así, los pequeños avances que se hacen no
servirían de nada. Lo ha escaneado y subido a Internet.
Comienza a leer el
testamento, va a tardar poco en encontrar lo que busca.
¨¡¡¡Aquí está,
Diooooooooo!!!¨.
¨Aquí está, se acuerda
de Salai. ¨Para Salai. La Gioconda¨.
¡¡¡Para Salai La
Gioconda!!!¨.
Suspira feliz y agotado.
¨Es lo único que le
deja, el secreto que compartieron¨.
Se le saltan las
lágrimas, se acuerda de... Y esa sensación, que también es nueva
para él.
Ha comprendido
lo mucho que Lucrecia Borgia debió marcar la vida de Leonardo da
Vinci, sus relaciones, sus sentimientos. Umberto sabe que está otra
vez en un nuevo momento que le va a marcar, esos que se dan
de muy tarde en tarde en la vida.
Crea la carpeta MONA
LISA, donde va descargando todo lo que da definitivamente por bueno.
Está eufórico.
¨¡Por fin algo de
suerte!¨.
Después viene la
relajación. Se lleva las manos a los ojos tapándoselos. Recuerda a
su madre, a Violeta, también le hubiera gustado compartir esos
instantes indagando con..., como lo hicieron al principio.
Las tres mujeres de su
vida, tres relaciones diferentes, complementarias. Sus imágenes
flotaron a su alrededor haciéndose más presente una vez una,
después otra...
Destapa sus ojos, ellas
se evaporan, la realidad y una preocupación se impone: ¨Paolo¨.
ANTONIO BUSTOS BAENA.