El cielo tiene terrazas
con barandal de colores.
Ángeles lindos se inclinan
sobre un vivero de soles.
Del mar saca un arco iris
todo su color salobre.
Los vientos rezuman brisas
por todos sus cangilones.
Hay un santoral de pájaros
agrestes y ayunadores.
Sobre el barandal del iris
se encarama el Rey Herodes,
bruto como un rey de bastos
y alto mucho más que un monte.
Su corona no es de oro,
sino de latón de cobre.
Gesticulando ha perdido
sus puños de celuloide.
Decapitando luceros
repartió fieros mandobles.
Por las vereditas claras
crecen pinos de colores,
y entre los cirros morados
el Niño Jesús sé esconde.
Los peces no dicen pío
ni dan hora los relojes.
Su kikiriki de herrumbre
da la veleta en la torre.
Pasan las nubes en lento
resbalar de caracoles.
Fresco pastizal de brisas,
lenta miel de los pastores,
redil de lluvias que ampara
rebaños de alternas torres.
Con el mah - jongg de los vientos
juegan los cuatro horizontes.
Los vientos húsares pierden,
al galopar, sus morriones.
Nácares fogosos bajan,
tascando espumas, del monte;
de los ijares del río
la luna salpica aljófares,
bajo un espolín de plata
calzado en finos charoles.
Por las barandas en vilo
el viento filtra sus voces;
viento azul, tamborilero,
santero de ermitas pobres,
que rifa una nube blanca
que va enyugada con flores.
ADRIANO DEL VALLE.
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