Caminaba de tal manera que su espalda comenzó a torcerse, a desequilibrarse su cuerpo y el resto de la gente, por muy lejos que estuviera, era capaz de reconocerlo. Este es el caso de una persona que puede hacerse extensible a muchas otras, aquellas que no cuidan ni conceden importancia al modo de caminar.
El hecho de caminar se podría definir como un rasgo más de nuestra personalidad. Cada uno de nosotros habla de una manera, tiene un nombre, un rostro, un tamaño, etc., y una forma de moverse al andar. Sin embargo, en la manera de caminar se puede influir de forma consciente con el fin de corregir los posibles defectos, mejorar nuestra salud y de paso causar una impresión correcta.
La postura correcta al caminar presupone que mantengamos la espalda recta, ni encorvada ni excesivamente rígida, como si estuviéramos enfundados en una especie de corsé. El movimiento de las piernas también es importante, pues algunas personas, en lugar de realizar un movimiento desde la cadera, caminan como si supusiera un verdadero esfuerzo y tan sólo arquean las rodillas y arrastran los pies. No es elegante.
Además de mantener a espalda erguida y levantar los pies del suelo, debemos acompasar el movimiento de los brazos, desde el codo, con armonía y ritmo natural. El hecho de caminar no es comparable a un desfile militar, por tanto, no es adecuado mover los brazos desde los hombros ni dejarlos colgar de nuestro cuerpo como si no pudiéramos sobrellevar su peso.
La manera de caminar, a veces, es el reflejo de una personalidad escondida. Mantener una postura firme no implica que levantemos la cabeza y miremos al resto de la Humanidad por encima del hombro, en una actitud de evidente altivez. El extremo contrario tampoco es educado. No debemos parapetar nuestra cara entre el hueco que forman los hombros y el pecho, como si nos diera miedo cruzar la mirada con otras personas o quisiéramos escondernos de la gente. Los hombros deben mantener una simetría natural y la cabeza debe estar recta, permitiendo una mirada frontal.
La rapidez o lentitud con la que caminamos es un detalle de cierta importancia, especialmente si caminamos acompañados. No debemos caminar siempre como si fuéramos a apagar un fuego y tampoco con una lentitud extrema. El ritmo debe de estar marcado por la armonía del cuerpo y, aunque no caminaremos de la misma forma un día de paseo que otro que llegamos tarde al trabajo, deberíamos evitar los extremos.
Si caminamos acompañados, mostraremos faltas de educación si pretendemos que esa otra persona alcance nuestro ritmo y se ponga en todo momento a nuestra altura, especialmente si por defecto caminamos deprisa. No iremos diez o quince metros por delante de él o ella, sin importarnos si esta descompensación se debe a que vamos por la vida a cien por hora en todo momento. Lo cortés es adaptarnos al ritmo de esa persona, esperarla si es lenta y acelerar el paso si camina rápido, nunca quedarnos atrás o adelantarnos.
Si ocurre que nuestro acompañante camina como los Fórmula 1, entonces no sobrará que le llamemos la atención y le pidamos, con educación y buenas formas, que baje el ritmo.
Si cuidamos nuestra manera de caminar, de la misma forma que nos preocupamos de nuestra apariencia física y nuestro vestido, también es importante que al detener el paso nuestra posición mantenga la armonía. Hay personas que al detenerse pierden la postura correcta, prueba de que les ha supuesto un verdadero esfuerzo mantenerla, y la impresión que causan es que les cuesta trabajo sujetarse de pie. Bien, las reglas son las mismas; espalda recta, hombros simétricos y brazos ligeramente arqueados y pegados al cuerpo. Evite hablar con las manos en el bolsillo o apoyarse en la pared o en un banco de la vía pública, a no ser que su estado físico le exima de comportarse con educación. Si cumple estas reglas tanto al caminar como al detenerse, su imagen saldrá ganando, no lo dude.
ARANTXA G. DE CASTRO.
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