XXXI
De
pronto, con un duro y solitario trote, doblemente sucio en una alta
nube de polvo, aparece, por la esquina del Trasmuro, el burro. Un
momento después, jadeantes, subiéndose los caídos pantalones de
andrajos, que les dejan fuera las oscuras barrigas, los chiquillos,
tirándoles rodrigones y piedras.
Es
negro, grande, viejo, huesudo -otro arcipreste-, tanto, que parece
que se le va a agujerear la piel sin pelo por doquiera. Se para, y,
mostrando unos dientes amarillos, como habones, rebuzna a lo alto
ferozmente, con una energía que no cuadra a su desgarbada vejez...
¿Es un burro perdido? ¿No lo conoces, Platero? ¿Qué querrá? ¿De
quién vendrá huyendo, con ese trote desigual y violento?
Al
verlo, Platero hace cuerno, primero, ambas orejas con una sola punta,
se las deja luego una en pie y otra descolgada y se viene a mí, y
quiere esconderse en la cuneta, y huir, todo a un tiempo. El burro
negro pasa a su lado, le da un rozón, le tira la albarda, lo huele,
rebuzna contra el muro del convento y se va trotando, Trasmuro
abajo...
...Es,
en el calor, un momento extraño de escalofrío - ¿mío, de Platero?
- , en el que las cosas parecen trastornadas, como si la sombra baja
de un paño negro ante el sol ocultase, de pronto, la soledad
deslumbradora del recodo del callejón, en donde el aire, súbitamente
quieto, asfixia... Poco a poco, lo lejano nos vuelve a lo real. Se
oye, arriba, el vocerío mudable de la plaza del Pescado, donde los
vendedores que acaban de llegar de la Ribera exaltan sus asedias, sus
salmonetes, sus brecas, sus mojarras, sus bocas; la campana de
vuelta, que pregona el sermón de mañana; el pito del amolador...
Platero
tiembla aún, de vez en cuando, mirándome, acoquinado, en la quietud
muda en que nos hemos quedado los dos, sin saber por qué...
-Platero,
yo creo que ese burro no es un burro...
Y
Platero, mudo, tiembla, de nuevo todo él de un solo temblor,
blandamente ruidoso, y mira, huido, hacia la gavia, hosca y
bajamente...
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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