XXXIV
-Papá,
un hijo se tiene que parecer a sus padres, ¿no?
-Por
lo general, sí.
-¿Y
si no se parece a ninguno de los dos?
Umberto
lo miró intentando trasmitirle tranquilidad, sabía que era una
preocupación que tenía su hijo, y esta volvía.
-Suele
ocurrir que, cuando pasan los años, termina pareciéndose, al menos
a uno de ellos, a no ser que sea adoptado.
-¿Yo
no soy adoptado, verdad?
-Esa
pregunta ya me la hiciste hace tiempo.
-¿Pero
yo no soy adoptado, no?
-No.
-Umberto no pudo evitar aumentar su gesto alegre.
Paolo
vio su sinceridad, se sintió aliviado, como cuando buscó en
Internet el tamaño del pene y leyó que aún era pronto para que le
creciera.
-Entonces...
¿por qué tengo yo los ojos azules?
-Paolo,
el ser humano va evolucionando, influye mucho el medioambiente, la
alimentación. No olvides que tú naciste aquí, con un clima muy
distinto al de Italia, cualquier influencia ha podido hacer que tus
ojos sean azules.
-¿Y
no debería ser más alto con mi edad? Tú eres muy alto.
-No
te preocupes, ya crecerás -le dijo comprensivo, no quiso recordarle
que la madre era más bien baja.
-Papá...
-Se detuvo, dudó si debía decirle lo que estaba a punto de
comentarle un segundo antes.
-¿Sí?
Paolo vio a su padre tranquilo
y eso influyó a que se decidiera.
-He soñado que tenía un hijo,
pero no se me parecía en nada.
Umberto se quedó sorprendido.
-Pero el niño lo tendría una
chica, ¿no?
-¡Sí, claro! -Reía mientras
se empinaba para golpearle el hombro, no llegó y lo hizo en el
brazo, la pequeña broma la había sorprendido.
-¡Ah!, me había preocupado.
-No, papá, en serio. Si tu ves
a tu hijo y tiene la cara de otra persona, otro hombre, es normal que
no le quieras, ¿no?
-Claro, es que piensas que no
eres su padre.
-Pero... ¿lo debería de
querer?
-Primero tendrías que aclarar
con la chica de tus sueños si ese niño esx tu hijo o si el padre es
otro, ¿no te parece?
-¿Y si ella te dice que es tu
hijo?
-Tienes dos opciones, creerla
o no.
-¿Y cómo sabré yo si me dice
la verdad o me está mintiendo?
-Hay un análisis que...
-¡No...!
Eso ya lo sé, yo te pregunto cómo saberlo sin hacer las pruebas de
ADN.
-Bueno, pienso que lo debes de
saber hablando con ella. Ten en cuenta que..., ¿se supone que vives
con ella?
-Sí.
-Entonces la debes de conocer
bien..., debéis de haber decidido juntos tener ese hijo.
-¿Vosotros decidisteis tenerme
a mí?
-Sí, claro.
-¿Y quién lo propuso, mamá o
tú?
-Tu madre, yo estuve de
acuerdo, siempre estoy de acuerdo con ella, es muy inteligente.
-Es
que esta noche he tenido un sueño, de otro que tendré en el futuro
y que tiene relación con otros que se me ha repetido varias veces.
-¿Un sueño sobre otro sueño?
-Sí.
-¡Oh!, qué lío, ¿no?
-Pues eso es, un sueño sobre
otro sueño que tendré en el futuro, y... no comprendo nada.
-¿Y sobre qué iba el sueño?
-Tenía un hijo que era como un
mono.
-¡¿Qué...?! ¡¿Un niño
mono?! -Umberto se reía como pocas veces lo había visto Paolo.
-¡Calla...!
-Pero él tampoco podía evitar la risa, sobre todo cuando recordó
al niño de sus sueños, las grandes orejas, los ojos enormes,
redondos, con brillo, y el vello pelirojo en contraste con el pañal
blanco que le tenían puesto.
-¿Qué tenías, un hijo que se
parecía a un mono? ¡Pues menos mal que era un sueño!
-Además era muy feo.
-Por primera vez en mi vida me
he planteado que un día seré abuelo y no me ha gustado la idea.
-Bueno, ¿te puedo contar el
sueño que he tenido esta noche o no?
-Sí, venga.
-Veía
cómo se formaba el universo hace miles de millones de años, después
cómo se concentraba la materia creando la Tierra, estaba
incandescente, los cometas chocaban contra la superficie trayendo el
agua, la vida, enfriándola, convirtiéndola en el planeta azul, y me
vi aquí, en nuestro apartamento, con mamá y contigo, uno a cada
lado, pero el aire era rojizo como el color qué tenía al principio
la Tierra. Todo ese aire sucio se concentró en mamá dejándonos a
nosotros un aire limpio, puro y sano, con el que podíamos vivir. En
un segundo, mamá se vio envuelta en una llamarada que la hizo
desaparecer de inmediato. Entonces sentí mucho miedo.
-Es normal, hijo.
-Pero
no fue porque la llamarada se llevara a mamá, la devolvía a la
tierra, de donde procedemos, es lo normal. Eso ya lo sabía yo, era
como si la tierra la hubiera dejado estar un rato a nuestro lado y
después, claro, tenía que volver. Yo lo aceptaba porque tenía que
ser así. Sentí miedo porque la puerta de entrada a nuestra casa
estaba abierta, y detrás no se veía nada, había una oscuridad
perfecta.
-El universo.
-No era una puerta al universo,
allí había una presencia.
-¿Una persona?
-Sí.
-¿Y quería algo?
-Sí.
-¿El qué?
-Quería matarte.
Umberto reparó en que Paolo
estaba muy serio.
¨Se está creyendo el sueño¨.
Reaccionó rápido.
-Paolo,
no puedes creer que un sueño te pueda predecir el futuro.
-El futuro no, el porvenir, lo
que está por venir, el futuro siempre es futuro, nunca se
alcanza.
Umberto escuchó el
razonamiento del hijo, era claro, lo que no terminó de comprender
era que a su edad estuviera pensando en esas cosas, esos detalles; y
esto unido al sueño que le había contado... Se preocupó.
Paolo, no debes pensar en
esos temas, ya tendrás tiempo.
-Tal vez solo haya un
momento en la vida de una persona en el que se una todo, el pasado,
el presente, el porvenir y el futuro; es en el momento de la muerte.
Umberto estaba
extrañado, parecía como si no estuviera hablando el pequeño Di
Rossi, sino otra persona. La voz sonaba muy grave, casi desconocida.
Entonces no pudo evitar recordar aquel suceso tan importante de
su vida, el asesinato traicionero y a sangre fría de su padre.
¨Es posible que tenga
razón, hay alguien que no hizo en su día bien su trabajo y aún
esté pensando que debió matarme cuando pudo. Puede estar
esperándome a que llegue para hacerle pagar su crimen... y
el error de no acabar conmigo, ese hombre aún puede estar deseando
mi muerte¨.
Paolo miraba a su padre
pensativo.
¨Ahora no puedes pararte
a pensar en eso, reaccionó Umberto¨.
-¿Matarme a mí?
¿Qué le he hecho yo?
-No lo sé, papá, ¿no lo
sabes tú?
-No. -El pequeño Di Rossi lo
miró de una forma que Umberto interpretó como de duda sobre si le
estaba diciendo la verdad-. ¿Qué apariencia tiene ese hombre?
-No lo sé, ya te he dicho que
noté la presencia, pero no lo vi, aunque...
-¿Sí?
-Sin verlo, es como si lo
conociera.
-¿Sí, por qué?
-No lo sé, pero es como si me
resultara familiar, hay algo que sé que voy a reconocer en él.
-¿Sí?
-Sí.
-¿Sabes el qué?
-No sé..., creo que los ojos.
ANTONIO BUSTOS BAENA.
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