XXXVII
-Señor.
-¡Oh,
Dios!
Se
llevó las manos a los ojos. Notó dolor por todo el cuerpo.
Su
empleado echó un breve vistazo, era evidente que había dormido en
el sofá y bebido más de la cuenta. Le observó analizando
su estado mientras Enrico Cacciatore se incorporaba.
-Su
secretaria aún no ha llegado, ¿quiere un café?
-Sí,
se lo agradecería.
-En
cinco minutos lo tiene aquí -dijo el Director Financiero abandonando
rápido el despacho.
Delante
del espejo estiró la piel de sus pómulos. Sus ojos azules se
mostraban cansados y soñolientos, no recordaba casi nada, solo que
bebió hasta que no pudo más. Ni así había conseguido ahogar sus
penas ni dar compañía a su soledad; pero
lo peor no fue eso, sino la seguridad de que su futuro sería ese;
una soledad infinita, una vida sin sentido.
El
cepillo eléctrico estuvo sonando durante tres minutos. Repasó
despacio cada uno de sus dientes. Cuando finalizó, la
boca la tenía limpia, pero
un sabor nauseabundo le venía de dentro. Volvió a llenar las cerdas
con dentífrico, sacó la lengua y se la cepilló también. Las
cosquillas le hicieron despertar un poco y se sorprendió viéndose
sonriendo. Finalmente cogió un colutorio y se dio dos buenos
enjuagues que le hicieron cambiar el recuerdo de sabor aún
persistente por otro más aséptico.
El
agua fría también le reconfortó, tanto que se desnudó de cintura
para arriba y comenzó a echársela por el rostro, pecho, axilas y
cuello. Manchaba el pantalón, pero cada vez que le llegaba el frío
mojando su cuerpo pequeño reaccionaba haciéndole sentir cada vez
mejor.
¨Es
lo que hay, pero todavía tengo que dar mucha guerra¨, pensó
mientras adquiría fuerzas por momentos y se daba ánimos a sí
mismo.
Sonrió.
Se volcó sobre la encimera y acercó el rostro todo lo que pudo al
espejo, volvió a estirar la piel, a mirar sus ojos, de su físico
era lo único que le complacía. Entre las gotas que
llenaban el espejo, una de ellas resbaló arrastrando a las que
encontró en el camino haciendo el río más grande, las siguió con
la vista. Volvió a sonreír y volvió la mirada a sus ojos, y vio
algo que le resultó familiar en un recuerdo. ¡Flash!, cara
infantil. Los vio. Su gesto
cambió a sorpresa e incredulidad. Se asustó. Se puso derecho,
tenso, firme. Miró nervioso a un lado y a otro de la encimera sin
ver, solo concentrado en volver a ver su recuerdo.
¨¡Los
ojos del niño! ¡¡¡Los ojos del hijo de Violeta!!!¨.
-¡¡No
puede ser!! -dijo hablando solo-. ¡¡¡No puede ser!!! ¡¡¡¡No
puede ser!!!!
Salió
del cuarto de baño sorprendido, desconfiado y lleno de alegría a la
vez.
¨Pero
va a ser¨.
-Señor,
su café.
La
voz del Director Financiero vino de atrás. La imagen que vio de su
jefe le impresionó más que cuando lo había encontrado unos minutos
antes durmiendo en el sofá. Parecía un animal enjaulado caminando
de un lado a otro, nervioso y sin parar.
-Señor,
al café ya le he echado azúcar. También le he traído unos
cruasanes y mantequilla.
No
dijo nada. Bebió, comió y devoró sin reparar en ello mientras el
Director Financiero entraba en el cuarto de baño para acercarle una
toalla.
-¡Qué
lista es! ¡¡Es capaz de engañar a todos!!
Su
empleado estaba acostumbrado a oír y callar, también a recordar.
Por fin reparó más en la toalla que en su empleado. La cogió y se
secó con rapidez y energía.
-¡Tráeme
aquí al mejor detective que exista en esta ciudad! ¡¡¡Lo necesito
ya!!!
-No
se preocupe, señor.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario