El
teatro y la ópera son lugares de culto. Normalmente, las personas
que acuden al teatro y a la ópera son verdaderos amantes de estas
dos representaciones artísticas y no suelen perderse ningún estreno
importante. Las reglas que establecen las buenas maneras, tanto en el
teatro como en la ópera, son básicamente las mismas que hemos
recogido en el capítulo dedicado al cine. Sin embargo, hay ciertas
normas que son genuinas de cada espectáculo. Comencemos por el
teatro.
El
primer factor a considerar es la puntualidad. Si ña puntualidad es
un síntoma de nuestra buena o mala educación en otros lugares, en
el teatro se multiplica su importancia. Hay que llegar a una
representación teatral con varios minutos de antelación, de tal
forma que cuando comience la función cada espectador esté
debidamente situado en su localidad. La puntualidad será también
requerida después de los entreactos, si nos ausentamos de la sala,
en el comienzo del siguiente acto. No deberemos entrar cuando ya se
haya iniciado la representación.
Como
en el cine, si solicitamos el servicio del acomodador, deberemos
darle una pequeña propina.
Cuando
asistamos al teatro en grupo será un detalle por nuestra parte que
pase primero la persona que lleve las localidades, con el fin de no
obligar a quien está en la puerta a realizar un ejercicio de memoria
para recordar cuántas personas han pasado y el número de
localidades que tiene que recibir de quien esté encargado de
entregárselas.
Es
necesario que se guarde absoluto silencio desde unos minutos antes de
que comience la obra. De hecho, ésta puede retrasarse si los
encargados de dar la pauta de comienzo escuchan el más leve murmullo
detrás del telón.
En
el teatro está muy mal visto que se hable, se coma y se haga el más
mínimo ruido. El silencio es más obligado que en el cine, pues los
actores lo necesitan para concentrarse. No le perdonarán una voz más
alta que otra durante el desarrollo de la representación. De hecho,
los actores de teatro cuentan que los comentarios de las primeras
filas llegan a sus oídos causando fatales consecuencias, distrayendo
su atención hasta el punto de olvidar el texto de algún pasaje.
Al
finalizar la obra llega el momento de los obligados aplausos. Es
posible que no le haya gustado nada la representación, la puesta en
escena o la interpretación de los actores. Sin embargo,
los espectadores que hayan disfrutado del acto se fundirán en un
aplauso que puede durar varios minutos. No aplauda si no quiere,
pero no entorpezca la actitud de los demás.
No
es educado abandonar el teatro antes de que baje el telón. Además
de los aplausos a la obra en sí, una vez terminada comenzará el
desfile de actores, de menor a mayor categoría. Los espectadores
agradecidos volverán a aplaudir en este momento, e incluso pueden
pedir, con sus aplausos, que los actores aparezcan de nuevo en
escena. Por ello, aunque usted sea de los defraudados, no abandone el
salón hasta el momento oportuno. Por supuesto que, aunque no
aplauda, le será prohibido silbar. Si no le gusta, con no repetir la
experiencia será suficiente.
A
todas las recomendaciones que hemos apuntado en el caso de que
acudamos al teatro hay que añadir alguna que demostrará nuestras
buenas maneras cuando presenciemos una ópera. Ya sea en un palacio
expresamente dedicado a este tipo de representación, o en un
auditorio que excepcionalmente se dedique a este fin, en el
transcurso de una ópera debe tener en cuenta unas reglas mínimas de
comportamiento y educación. Sepa que en una ópera se le
denegará la entrada si llega con retraso.
La puntualidad ya no será una obligación sino más bien
una imposición. Quien llegue tarde tendrá que esperar al primer
descanso para pasar.
La
segunda puntualización propia de la ópera es que los aplausos no
serán exclusivos del final, sino que después de un aria pueden
oírse y no estarán fuera de lugar. Eso sí, hasta que la voz del
intérprete no deje de sonar, hasta que se extinga la última nota,
no empezarán los aplausos. Una costumbre en los conciertos de ópera
es que el público se ponga en pie para aplaudir. Nuevamente usted no
estará obligado a levantarse de su asiento, pero tampoco impida que
los demás lo hagan.
ARANTXA
G. DE CASTRO.
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