martes, 3 de febrero de 2015

EL TEATRO Y LA ÓPERA.



El teatro y la ópera son lugares de culto. Normalmente, las personas que acuden al teatro y a la ópera son verdaderos amantes de estas dos representaciones artísticas y no suelen perderse ningún estreno importante. Las reglas que establecen las buenas maneras, tanto en el teatro como en la ópera, son básicamente las mismas que hemos recogido en el capítulo dedicado al cine. Sin embargo, hay ciertas normas que son genuinas de cada espectáculo. Comencemos por el teatro.

El primer factor a considerar es la puntualidad. Si ña puntualidad es un síntoma de nuestra buena o mala educación en otros lugares, en el teatro se multiplica su importancia. Hay que llegar a una representación teatral con varios minutos de antelación, de tal forma que cuando comience la función cada espectador esté debidamente situado en su localidad. La puntualidad será también requerida después de los entreactos, si nos ausentamos de la sala, en el comienzo del siguiente acto. No deberemos entrar cuando ya se haya iniciado la representación.
Como en el cine, si solicitamos el servicio del acomodador, deberemos darle una pequeña propina.

Cuando asistamos al teatro en grupo será un detalle por nuestra parte que pase primero la persona que lleve las localidades, con el fin de no obligar a quien está en la puerta a realizar un ejercicio de memoria para recordar cuántas personas han pasado y el número de localidades que tiene que recibir de quien esté encargado de entregárselas.

Es necesario que se guarde absoluto silencio desde unos minutos antes de que comience la obra. De hecho, ésta puede retrasarse si los encargados de dar la pauta de comienzo escuchan el más leve murmullo detrás del telón.

En el teatro está muy mal visto que se hable, se coma y se haga el más mínimo ruido. El silencio es más obligado que en el cine, pues los actores lo necesitan para concentrarse. No le perdonarán una voz más alta que otra durante el desarrollo de la representación. De hecho, los actores de teatro cuentan que los comentarios de las primeras filas llegan a sus oídos causando fatales consecuencias, distrayendo su atención hasta el punto de olvidar el texto de algún pasaje.

Al finalizar la obra llega el momento de los obligados aplausos. Es posible que no le haya gustado nada la representación, la puesta en escena o la interpretación de los actores. Sin embargo, los espectadores que hayan disfrutado del acto se fundirán en un aplauso que puede durar varios minutos. No aplauda si no quiere, pero no entorpezca la actitud de los demás.

No es educado abandonar el teatro antes de que baje el telón. Además de los aplausos a la obra en sí, una vez terminada comenzará el desfile de actores, de menor a mayor categoría. Los espectadores agradecidos volverán a aplaudir en este momento, e incluso pueden pedir, con sus aplausos, que los actores aparezcan de nuevo en escena. Por ello, aunque usted sea de los defraudados, no abandone el salón hasta el momento oportuno. Por supuesto que, aunque no aplauda, le será prohibido silbar. Si no le gusta, con no repetir la experiencia será suficiente.

A todas las recomendaciones que hemos apuntado en el caso de que acudamos al teatro hay que añadir alguna que demostrará nuestras buenas maneras cuando presenciemos una ópera. Ya sea en un palacio expresamente dedicado a este tipo de representación, o en un auditorio que excepcionalmente se dedique a este fin, en el transcurso de una ópera debe tener en cuenta unas reglas mínimas de comportamiento y educación. Sepa que en una ópera se le denegará la entrada si llega con retraso. La puntualidad ya no será una obligación sino más bien una imposición. Quien llegue tarde tendrá que esperar al primer descanso para pasar.

La segunda puntualización propia de la ópera es que los aplausos no serán exclusivos del final, sino que después de un aria pueden oírse y no estarán fuera de lugar. Eso sí, hasta que la voz del intérprete no deje de sonar, hasta que se extinga la última nota, no empezarán los aplausos. Una costumbre en los conciertos de ópera es que el público se ponga en pie para aplaudir. Nuevamente usted no estará obligado a levantarse de su asiento, pero tampoco impida que los demás lo hagan.

ARANTXA G. DE CASTRO.

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