Capítulo
IV
De
vuelta al barco se sentó en la proa, de nuevo el ronroneo de los
motores.
Al frente, el
skyline de Manhattan, un perfil inigualable. Por mucho que se haya
visto antes en fotografías y películas, esa imagen llena, te hace
sentir algo especial. Y Umberto, presenciándola en directo, recibió
una energía vital que le fortaleció.
Por
el extremo vio a la chica aproximarse. De nuevo nervioso, la miró,
su sonrisa, sus hoyuelos. Notó que ella también le observaba,
apartó la vista. Siguió pensando en su indefinición. La atracción
le hizo buscarla de nuevo, se fijó en el piercing. Ella se dio
cuenta, se acercaba.
_Y tú, ¿de
que tribu eres?
_¿Perdón?
_Él no terminaba de comprender.
_Que... ¿a
qué tribu perteneces? Miró a un lado y a otro, se sentía inseguro.
_Disculpa, no,
no, no... entiendo.
Hablaba
bajo, tartamudeando y sin claridad. Pestañeó repetidamente mientras
la miró medio segundo. Desvió la vista mientras ella no le quitaba
ojo, permanecía tranquila y alegre.
_Estamos en
Nueva York, en Manhattan, la mayor concentración de etnias,
religiones, costumbres y tipos de personas de todo el planeta
Tierra.
Él sonrió
nerviosamente y asintió con la cabeza.
A
la de los turistas le contestó por fin mientras ella se sentaba a su
lado sin dejar de mirarlo_. ¿Y tú? _Se sorprendió a sí mismo por
haberse atrevido a preguntar.
_En
cualquiera que tenga un punto underground
me encuentro bien.
Ya veo le
contestó de nuevo sonriendo y relajándose un poco_. ¿Vives aquí?
_De nuevo se le escapó una pregunta, no se reconocía.
_Sí,
bueno..., hasta que termine unas prácticas que estoy haciendo, hasta
final de año.
_¿Por los
estudios?
Sorprendido
con él mismo, se sintió eufórico y animado porque estaba haciendo
algo que para la mayoría de las personas era normal, pero que para
él era todo un mundo, hablar con una joven desconocida y tener algo
de iniciativa.
_Sí, final de
carrera.
La miró un
tanto atónito, parecía muy joven, de nuevo su aspecto se imponía.
_¿Dónde las
estás haciendo?
_En JP Morgan.
_¿En JP
Morgan?. _le preguntó mientras la volvía a mirar extrañado.
_Sí,
bueno..., claro. _Le miró el piercing de nuevo, ella se dio cuenta.
Hay un pequeño
truco cogió el aro metálico y se lo quitó, no llevaba hecho
agujero alguno_, el lunes por la mañana soy otra persona.
El
se rió, pero siguió pensando que su aspecto no pegaba. Imposible
imaginársela, por ejemplo, con falda y zapatos de tacón.
_Así que no
llevas... _le dijo señalándose el punto del labio inferior.
_No, ni
siquiera para unos pendientes. _Se separó un poco el pelo y le
mostró el lóbulo de la oreja.
Agudizó
la vista con ese gesto suyo, enseñando los dientes. La volvió a
mirar. La cara risueña, no había rastro de pintura ni maquillaje.
Las cejas quizás algo depiladas, pero poco, tampoco le hacía falta,
y tenía un punto de color natural, con brillo, como el que toma la
piel después del primer día de playa en verano.
_¿Qué edad
tienes? _le preguntó mientras se ajustaba las gafas y le iba
cogiendo el gusto a eso de preguntar, cada vez que lo hacía
experimentaba un punto de emoción y satisfacción al mismo tiempo,
estaba consiguiendo superar algo que era un calvario para él.
_Veintitrés
_le contestó ella..., y siempre su sonrisa.
No los
aparentaba, parecía más joven.
_¿Y qué has
estudiado?
_Económicas y
Derecho.
De nuevo
repasándola. Era difícil de creer, la veía como una cría, y su
aspecto... Él mostró una sonrisa irónica que ella captó. No le
importó, estaba acostumbrada.
_Verás,
me encanta ver el aumento de la cotización de un activo subyacente y
el efecto positivo que produce en el Warrant
Call,
su prima se incrementa mientras que los precios del Warrant Put caen,
y la Delta diciéndome cuánto va a variar el Warrant ante la
variación de un euro
en
el activo subyacente. Ya ves, me gusta, me encanta, me puedo pasar
horas y horas
estudiando
gráficas, pero ¿sabes una cosa? _Habló rápida, decidida, sin el
más mínimo titubeo.
A él le
cambió la cara, no sabía qué decir, le estaba preguntando algo y
él solo tenía en la cabeza una palabra; warrant.
_¿Qué?
Perdón, dime.
_Que
esas gráficas y esos Warrants dan beneficios de manera exponencial
con una inversión mínima. ¿Entiendes?
_No del todo,
más que entender intuyo.
_¿Y
qué intuyes?
_No sé,
beneficios..., dinero.
Libertad dijo
ella mientras miraba a su alrededor y suspiraba, le señaló la
Estatua de la Libertad_, que
mi padre no tenga que salir a pescar cada noche, esté la mar como
esté.
Estaba
completamente desorientada con la chica, tampoco tenía costumbre de
hablar con mujeres. Su timidez, su inseguridad le podían. Después
estaba la sensación indefinida que le trasmitía, sin embargo
parecía no sentirse tan extraño hablando con ella.
El
ferri se acercó a Ellis Island, buena parte del pasaje se dispuso a
desembarcar.
_¿Vas a
bajar? _preguntó él.
No,
no me trasmite buenas sensaciones. Hay mucho sufrimiento,
inseguridades y miedos en ese lugar. Si te fijas bien en todo eso la
chica señaló Manhattan_, buena
parte está basado en el sufrimiento. La obra del Empire, por
ejemplo, estaba presupuestada en
cuarenta
y cinco
millones
de dólares; pero cómo se construyó en la época de la gran
depresión, consiguieron ajustar
tanto
el presupuesto que al final su coste no llegó a los cuarenta y un
millones.
Todo
un éxito, pero ¿a costa de qué?, de trabajadores dando el máximo
por el mínimo.
Dime, ¿conoces
un caso en el que una obra cueste menos de lo presupuestado?
Era la primera
vez que veía la cara de ella seria..
No,
no conozco ninguno quedó pensativo_, al
contrario, los presupuestos en construcción parecen estar hechos
para ser
sobrepasados.
Ella volvió a sonreír_. En
la historia se dan casos
que
vistos con la óptica actual pueden parecer
vergonzantes,
pero en la época que se produjeron eran, digamos..., más naturales.
Ella pensaba
en las fábricas centroeuropeas, multinacionales de todos conocidas,
y la colaboración de hecho que hubo con el partido nazi. Pero él se
estaba refiriendo a algo que les quedaba en aquel momento más
cercano, sobre todo a ella, y que quizás desconocía por completo.
La misma JP
Morgan aceptó en el siglo XIX esclavos como garantía de préstamos
continuó él_, y algunos
terminaron siendo de su propiedad cuando los propietarios de las
plantaciones no pudieron devolver el dinero.
Ella lo miró
seria y extrañada.
_¿Es cierto
eso?
_Completamente.
Miró
pensativa sus ojos, después se fijó en su pelo largo.
_Y
tú, ¿a qué te dedicas, John
Lennon?
_Soy
profesor de historia.
Ella
sonrió mientras apiñaba los dedos de su mano derecha, haciendo ese
gesto tan italiano.
¨Y yo
dándote clases...¨.
Y él la
siguió viendo casi como a un chico.
_¿En Nápoles?
_Sí, en un
Instituto.
_Pero tocarás
la guitarra.
_No.
_¿No tocas la
guitarra?
_No.
_¿Ni cantas?
_Tampoco.
_¿Ni compones
nada?
_Nada, tampoco
bailo, no me lo vayas a preguntar.
Ella movió
negativamente la cabeza con su sonrisa pícara. Él se sintió más
relajado, y fue entonces cuando ella le dijo:
_Pues has
perdido una oportunidad.
Él se puso
rojo, no sabía muy bien lo que ella había querido decir, pero por
un segundo entendió una insinuación.
Ella lo
observaba en esos momentos. Él pensó, ¨tierra trágame¨.
Le hubiera gustado desaparecer, más aún cuando la vio abrir
desmesuradamente la boca interpretando la rojez de su rostro y de
cómo había podido él tomar sus palabras.
_Quería
decir... _dijo mientras se llevaba las manos a la boca, mió al cielo
para después volverlo a mirar.
Se compadeció
de él, lo debía de estar pasando mal. Alargó su mano y se la puso
sobre el hombro. Ese simple contacto le hizo sentir como si una
corriente fluyera entre los dos.
_No te
preocupes _consiguió decir avergonzado, notando el tremendo calor en
sus mejillas que no podía controlar.
Intentó
aliviarlo cambiándole el pensamiento que le pudiera estar rondando
la cabeza.
_¿No te han
dicho nunca que te pareces a John Lennon?
Sí contestó
mientras parecía que le bajaba un poco la tensión_, alguna vez.
Se echó el
pelo hacia atrás, la mano en la frente secó unas diminutas gotas
de sudor que habían hecho aparición. Estiró el cuerpo, buscó el
alivio del aire en el rostro.
_Eres igual, a
nada que compongas o cantes algo que pueda parecer una segunda parte
de Imagine, triunfas.
_¿Tú crees?
_dijo por decir, mostrando de nuevo la sonrisa nerviosa, forzada.
_Seguro, eres
igual que él, también alto, delgado, ¿qué edad tienes?
_Treinta y
tres.
_Bueno, eres
un poco viejo.
_No te pases,
él murió con cuarenta años.
Entonces te
quedan siete años buenos por delante. Él se rió ya más relajado y
afirmó con la cabeza, la siguió viendo como un chico travieso; de
nuevo se fijó en su pecho, apenas se le marcaba en la camiseta_,
¿Has estado en el edificio Dakota, donde vivía y lo asesinaron?
_No, llegué
hace dos días, el dieciocho, no me ha dado tiempo.
Es verdad...,
las fiestas de San Genaro dijo ella alegrándose, recordando la
ebullición de las calles de Nápoles festejando el día del patrón
de la ciudad_. Debes ir a ver el Dakota, junto con el edificio del
Hotel Plaza, son los mejores de los que dan a Central Park. _ Él
asintió con la cabeza mientras ella dirigía la vista hacia el
embarcadero de Battery Park, al que estaban a punto de llegar.
Volvió a
fijarse en ella. El rostro limpio con aquel rayo de color. Su estar
era entre seguro y despreocupado al mismo tiempo. Le producía
extrañeza en una chica tan joven y sola en una ciudad como Nueva
York. Pensaba que debía de tener una gran fuerza interior, algo que
a él le faltaba.
Las amarras
quedaron fijadas al muelle. La excursión había terminado.
_¿Tienes algo
que hacer ahora? _Dudó ante la pregunta que ella le hacía.
_No.
_Little Italy
está cerca, podríamos acercarnos y celebrar San Genaro.
El empleado
del negocio, que había ido explicando la historia de la Estatua de
la Libertad, de nuevo completaba su trabajo mostrando la sonrisa
amable a medida que los turistas le iban entregando las propinas.
Pasaron a su lado, les miró, ellos ni lo vieron.
_Pero San
Genaro fue ayer.
_Aquí las
fiestas se alargan once días, casi tanto como en Nápoles. Se
montan gran cantidad de casetas. También está lleno de pizzerías,
aunque la comida te sabrá diferente, podemos comer en una de
ellas..., ya va siendo hora.
A pesar de que
había desayunado temprano no le apetecía en absoluto comer, sentía
molestias en el estómago. ¨Los nervios¨, pensó. Ella le sonrió y
finalmente él dijo que sí.
Los primeros
pasos en tierra firme. Caminaban desde el bajo Manhattan adentrándose
en la ciudad. Ella le hablaba de que los neoyorquinos tienen
predilección por los edificios y la arquitectura que se hacía
¨antes de la guerra¨.
_Así
es como los llaman, es la expresión que usan. Sí, en aquel
tiempo había auténticos albañiles venidos de Italia.
En
Mulberry Street se podía degustar todo tipo de comida italiana y,
además de pasta, buen marisco.
_Entremos en
esta _dijo ella.
Miró la
fachada, se fijó en el letrero: Umberto´s Clam House. Se sintió
como en casa.
Las mesas
pequeñas, los manteles a cuadros rojos y blancos. Estaba casi lleno,
pero quedaba mesa para ellos dos. Un amable camarero con un bigote de
fantasía que parecía sacado de una película les invitó a
sentarse, y lo hicieron frente a frente. Les pareció un lugar
agradable y familiar. Él estaba más relajado después del paseo, el
local era acogedor y de nuevo se atrevió a preguntar.
_¿Y cómo
se llama la chica con más futuro en JP Morgan?
_Violeta.
No le
pegaba a su imagen. Lo repitió mentalmente para asimilarlo.
¨Violeta,
Violeta, Violeta¨.
La miró y,
por primera vez, la vio, sin dudar, como una mujer.
_¿Y cómo se
llama el viejo profesor que se parece a John Lennon? _Él sonrió.
_Como el jefe
del clan.
_No comprendo
_dijo ella poniendo las cejas rectas.
Él señaló
el nombre del negocio en la carta: Umberto´s Clam House.
_Debo de ser
muy torpe, sigo sin comprender.
Y él pensó
que la chica no era tan inteligente como hasta ese instante le había
parecido.
_Umbert´s
Clam House, ¿comprendes?
Ella repasó
el nombre y se dio cuenta del equívoco. El significado de
Clam es ¨almeja¨. Así que lo que sí comprendió es que su
inglés no debía ser muy bueno, él había traducido Clam
por ¨grupo¨. No le dijo nada respecto al error cometido y se
alegró de conocer su nombre.
_¡Ah!,
¡Umberto!, entonces estás en tu casa.
_Eso mismo
pensé yo cuando vi el letrero de la entrada.
Ella sonrió,
repasó el rostro de él pensativa, le resultaba más atractivo aún
que la primera vez que lo vio. Se inclinó acercándose. Él notó
esa proximidad, tuvo que aguantar para no echarse hacia atrás; pero
ella solo le quería hacer partícipe de algo. Le comentó que aquel
lugar estaba relacionado con una canción de Bob Dylan, titulada
Joey. Miró a su alrededor, él admiraba al cantautor.
Profesor,
ahora te voy a dar yo una lección de historia. Lo miró a los ojos
con su permanente sonrisa, y después repasó las paredes llenas de
fotografías mientras continuaba hablando_.Verás, creo que fue en
abril de 1972 cuando asesinaron a tiros, aquí mismo, a Joey Gallo...
¨¡Tac!¨. En
su mente sonó el disparo fuerte y seco, como aquel día.
¨¡Tac!¨
¡Tac!¨. Después vinieron los otros dos, seguidos, de nuevo
quedaron dentro, retumbando. Y el golpe en el hígado. ¡Bum! La
tremenda descarga nerviosa le produjo el mismo efecto que un golpe
físico. Le dolió tan fuerte como si le hubieran dado un puñetazo
que le dejara sin respiración.
Ella
continuaba hablando.
Joey estuvo
en prisión e hizo una protesta conjunta con los presos negros contra
los guardianes... él comenzó a ponerse pálido, se estaba mareando,
no sabía si iba a ser capaz de ponerse de pie y no caerse_, así que
cuando salió incorporó a su grupo pistoleros negros, después
estos fueron ascendiendo poco a poco dentro de la mafia...
Apoyó
fuertemente las manos sudorosas y a la vez frías sobre la mesa
intentando equilibrarse y no caer. Ni sentado se sentía seguro,
parecía que se acababa de subir en una noria. El sudor helado, el
mareo inmenso. Le entraron unas tremendas ganas de vomitar, no sabía
dónde estaba el baño, ni siquiera si sería capaz de llegar.
Ella estaba en
la historia, repasando con la vista el establecimiento y no se daba
cuenta.
Él pensó en
la situación tan vulnerable en que se encontraba y sintió vergüenza
ante lo que pudiera pensar la chica, todo el mundo.
Notó multitud
de pinchazos en las yemas de los dedos, miles de alfileres
clavándosele continuamente. El mareo subió aún a más intensidad,
creyó que iba a morir.
Despertó.
Tomó noción de la cantidad de gente que había a su alrededor.
Aunque veía imágenes deformadas, distinguía al camarero que estaba
a sus pies y que los mantenía levantados en alto. Escuchó la voz de
Violeta que se agachaba sobre él, le estaba poniendo en la frente
una bolsa con hielo dentro, después la pasaba al lateral, a la sien.
_¡Uff...! _Se
llevó la mano a la cabeza.
_¿Te duele?
_le preguntó ella.
_Sí,
bastante.
_Es donde te
has dado el golpe al caer.
_¿Me he
desmayado?
_Sí.
_¿Padece
usted alguna enfermedad del corazón? _le preguntó un hombre que
quedaba al otro lado y le estaba tomando el pulso.
_No.
_¿Algún otro
tipo de enfermedad?
_No.
El hombre
levantó la cabeza y afirmó: ¨Un simple desmayo sin importancia¨.
Se incorporó
poniéndose las gafas y tomó de nuevo asiento. Bebió agua en
abundancia. Ella volvía a estar de nuevo frente a él observándolo,
sonriendo de manera especial. El resto de la gente lo miraba de vez
en cuando, su palidez seguía llamando la atención. Se sentía muy
incómodo.
John
Lennon, en el suelo parecías más largo aún dijo pasándole la mano
por el pelo hasta llegar a la sien_.Te va a salir un buen chichón
aquí. _Y después la bajó hasta la de él que descansaba sobre la
mesa, la tomó con naturalidad.
Ese contacto
le hizo mejorar, extrañamente comenzó a sentirse seguro.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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