viernes, 20 de febrero de 2015

HOSPITALES.


Casi todos, salvo extrañas excepciones, compartimos el mismo sentimiento hacia los hospitales, en cualesquiera de sus especialidades, ya sean hospitales generales, geriátricos, psiquiátricos o especializados en cualquier otra área de la medicina. Nos producen una mezcla de rechazo y temor, por lo que implica: enfermedad, dolor, tratamiento e, incluso, muerte. Ir a un hospital significa casi siempre, bien que nos falla la salud, bien que algún familiar, amigo o allegado se encuentra en las mismas circunstancias.

Sin embargo, todos nosotros hemos estado en alguna ocasión en un hospital, como visitantes o enfermos, y todos desearíamos no haber pasado por la experiencia, especialmente si es nuestra propia enfermedad la responsable.

Un centro hospitalario es uno de esos lugares donde nuestro buen comportamiento y buenos modos serán fundamentales, como muestra de respeto al simbolismo del lugar y a los pacientes que habitan momentáneamente o de forma definitiva en él.

En primer lugar, si vamos de visita, al hospital, debemos conocer y cumplir los horarios de visita, por estrictos e inflexibles que nos parezcan. Si existe un horario determinado no es por antojo de quienes dirigen el hospital, o del equipo médico que trabaja para él. Debemos respetar el descanso y la paz que cada enfermo necesita, y que se regula estableciendo estos horarios. En situaciones de gravedad extrema, de personas que padecen una enfermedad terminal o que repentinamente enferman gravemente, es posible que lios celadores y personal de administración nos permitan hacer yna excepción en cuanto a horas se refiere, pero sólo en estos casos se pasarán por alto las horas de visita, con una autorización expresa.

La comida de los hospitales no goza de muy buena fama. No es que se sirva a los enfermos alimentos de poca calidad, normalmente la comida es poco apetitosa porque el tipo de cocina es industrial, si el centro es grande, o en el caso de los hospitales públicos, porque no se destinan grandes partidas de dinero a esta causa. Los enfermos, además de soportar su enfermedad y el hecho de estar ingresados, se ven obligados a adaptarse a los menús hospitalarios. Conscientes de ello, los familiares y amigos pueden querer alegrar el día al enfermo llevándole comida casera. Bien, si no está permitido llevar comida habrá que cumplir esta norma, por pena que nos dé el gran esfuerzio que para el enfermo suponga comer la comida del centro.

Es muy probable que la persona a la que vamos a visitar comparta habitación. Debemos respetar la tranquilidad de ese compañero de habitación, su descanso y el silencio que puede reclamar en un momento determinado. No hable alto en el hospital, por esta razón y porque el resto de las personas ingresadas no tienen por qué ver interrumpida su calma.

Hay otra serie de normas que deberá cumplir, como no fumar, prohibición que estará debidamente señalizada. No obstante, aunque en el momento en que le apetezca encender un cigarrillo no vea un cartel de prohibición expresa de fumar, no justifique el acto en ello; de todos es sabido que en los hospitales, salvo en recintos específicos como el bar o cafetería, no está permitido.

Sepa que el silencio debe mantenerse no sólo en las habitaciones, sino también en los pasillos. No utilice éstos como área de descanso, ni para mantener conversaciones con otras personas, sino como un lugar de acceso a las distintas plantas y dependencias.

Además de las buenas maneras que requiere la simple estancia en un hospital, también deberá mostrar otro tipo de consideraciones con el enfermo. Uno no debe personarse en un hospital para visitar a un familiar o amigo y aprovechar la visita para hablar de su vida, problemas, sin dejar que el enfermo intervenga en la conversación. Más bien su papel deberá ser el de perfecto receptor de los avatares del enfermo, que querrá desahogar los problemas consecuentes de su situación. Escúchele cuando le relate su estado de ánimo, cómo se encuentra, la marcha de la operación a la que se ha sometido o cualquier otro dato que quiera aportarle. No significa que no pueda hablar de sus cosas, probablemente el enfermo también se interese por su vida personal, pero recuerde que el protagonista es él y que usted más bien debe permanecer a sus expensas.

No debe interrumpir el relato de la persona a la que esté visitando, aun en el caso de que no sea la primera vez que le escuche y conozca de sobra los detalles. Para alguien que está ingresado en un centro hospitalario o una clínica, no existe nada al margen de su propia enfermedad, sus sensaciones en esos días de convalecencia, que por otro lado son lo suficientemente importantes como para convertirse en el único tema de conversación tratado a lo largo de su estancia en el lugar.

En los casos de enfermedades graves o enfermos terminales nuestra sensibilidad será mucho mayor. Resulta extremadamente difícil enfrentarse a una persona enferma de muerte, que además es consciente de su gravedad, y no herir sus sentimientos o simplemente servirle de desahogo, que en última instancia debe ser el objetivo de nuestra visita. Escoja temas de conversación que le distraigan, que le evadan de su realidad y no acentúen su pena y preocupación. Esto no significa que se sirva de frases hechas e inútiles, como ¨no te preocupes que no pasa nada¨ o ¨conozco un caso parecido de un enfermo que al final...¨. No diga cosas como éstas. La persona puede estar enferma, pero lo que ha perdido es la salud no el resto de sus facultades, y sabe de sobra en qué tesitura se encuentra. No le trate como a una víctima.

Si se da el caso contrario, alguien que no es consciente de su gravedad e incluso de su verdadera enfermedad, y usted no es el responsable de informarle de su situación, contribuya a su ignorancia, independientemente de cuál sea su opinión al respecto. Quien haya decidido esta cuestión tendrá sus razones para ello, sea un familiar o el propio médico, y su papel únicamente consiste en alegrar la vida y la estancia del enfermo en el centro.

Si quiere llevar un regalo a la persona a la que va a visitar, tenga muy en cuenta las posibles prohibiciones que el médico haya podido imponer al enfermo. Averigüe de antemano sí el paciente está a dieta, no puede comer dulces o no puede ver televisión. Elija el regalo en consonancia con esas posibles prohibiciones, porque no sería un buen detalle regalar una caja de bombones a un paciente a dieta de azúcares, o una película de vídeo a un enfermo de cataratas. Si lleva un ramo de flores, ocúpese usted mismo de sacarlas de la habitación por la noche y colocarlas en el cuarto de baño, con el fin de que la respiración nocturna del paciente o pacientes, si el cuarto es compartido, no se vea afectada.

Si tiene que hablar con cualquier miembro del equipo médico, ya sea el doctor o la enfermera, diríjase a ellos con respeto. Los médicos son objeto de una queja generalizada en los hospitales, ya que no dedican al paciente el tiempo que a éste le gustaría. No es culpa suya; si hay una labor que puede realizar la enfermera, como llevar una medicación a la habitación, poner una inyección o cambiar una sonda, es lógico que sea ella quien lo haga, en beneficio de otros pacientes. Por eso, aunque el paciente pierda los nervios en algún momento, no se deje contagiar por su angustia ni trate al médico como si fuera el responsable de su enfermedad o estuviera contribuyendo a que agravase. Háblele con el respeto y educación que merece cualquier persona .

Bien, ha llegado el momento de ponernos en la piel del paciente. En el caso de las buenas maneras que debe guardar, si es usted el que habita en esa fría habitación, guarida de sus preocupaciones. Siempre que su salud se lo permita deberá guardar una higiene mínima. Incluso si usted no está capacitado para asearse solo, puede pedir a la enfermera o a quien corresponda que le ayude.

Si en la habitación hay un aparato de televisor gratuito, intente no decidir por su cuenta y riesgo la programación, si es que comparte habitación con otra persona. En este caso deberá llegar a un consenso con su compañero sobre la cadena que sintonicen y ceder a un cincuenta por ciento.

Intente no mantener la luz encendida hasta altas horas de la madrugada, impidiendo el descanso a su compañero, ni la televisión o la radio. Modere asimismo el tono de su voz si su compañero de habitación duerme. Si tiene la suerte de recibir vista mientras su compañero permanece solo, no estará de más que le haga partícipe de la conversación y le ingrese en la misma, siempre y cuando el tema no sea íntimo y personal. Si habla con quien le haya visitado de temas privados, no eleve demasiado el tono de la voz.

La última posibilidad es que usted forme parte del personal médico de un hospital. Entendemos que esté acostumbrado a tratar con enfermos, a enfrentarse a casos difíciles y que cada enfermo pase a ser para usted sólo un caso más, Una Nueva Carpeta en el archivador de historiales médicos. Sin embargo, tenga en cuenta que esa conciencia que usted ha adquirido con la experiencia no coincide con la de los enfermos, que quieren saber, que preguntan, que sienten desde preocupación hasta miedo de las consecuencias de su enfermedad.

El enfermo cree que para usted su caso es el más importante, algo que hasta cierto punto es legítimo. Trátele, en la medida de lo posible, como si así fuera, aunque su contacto con él se reduzca a las visitas de habitación que realiza una vez al día y que apenas duran unos minutos. SUS PALABRAS SERÁN SU ÚNICO CONSUELO, PUES USTED ES LA ÚNICA PERSONA EN LA QUE CONFIARÁ DURANTE SU ESTANCIA EN EL HOSPITAL.

ARANTXA G. DE CASTRO

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