Casi
todos, salvo extrañas excepciones, compartimos el mismo sentimiento
hacia los hospitales, en cualesquiera de sus especialidades, ya sean
hospitales generales, geriátricos, psiquiátricos o especializados
en cualquier otra área de la medicina. Nos producen una mezcla de
rechazo y temor, por lo que implica: enfermedad, dolor, tratamiento
e, incluso, muerte. Ir a un hospital significa casi siempre, bien que
nos falla la salud, bien que algún familiar, amigo o allegado se
encuentra en las mismas circunstancias.
Sin
embargo, todos nosotros hemos estado en alguna ocasión en un
hospital, como visitantes o enfermos, y todos desearíamos no haber
pasado por la experiencia, especialmente si es nuestra propia
enfermedad la responsable.
Un
centro hospitalario es uno de esos lugares donde nuestro buen
comportamiento y buenos modos serán fundamentales, como muestra de
respeto al simbolismo del lugar y a los pacientes que habitan
momentáneamente o de forma definitiva en él.
En
primer lugar, si vamos de visita, al hospital, debemos conocer y
cumplir los horarios de visita, por estrictos e inflexibles que nos
parezcan. Si existe un horario determinado no es por antojo de
quienes dirigen el hospital, o del equipo médico que trabaja para
él. Debemos respetar el descanso y la paz que cada enfermo necesita,
y que se regula estableciendo estos horarios. En situaciones de
gravedad extrema, de personas que padecen una enfermedad terminal o
que repentinamente enferman gravemente, es posible que lios celadores
y personal de administración nos permitan hacer yna excepción en
cuanto a horas se refiere, pero sólo en estos casos se pasarán por
alto las horas de visita, con una autorización expresa.
La
comida de los hospitales no goza de muy buena fama. No es que se
sirva a los enfermos alimentos de poca calidad, normalmente la comida
es poco apetitosa porque el tipo de cocina es industrial, si el
centro es grande, o en el caso de los hospitales públicos, porque
no se destinan grandes partidas de dinero a esta causa.
Los enfermos, además de soportar su enfermedad y el hecho
de estar ingresados, se ven obligados a adaptarse a los menús
hospitalarios. Conscientes de ello, los familiares y amigos pueden
querer alegrar el día al enfermo llevándole comida casera. Bien, si
no está permitido llevar comida habrá que cumplir esta norma, por
pena que nos dé el gran esfuerzio que para el enfermo suponga comer
la comida del centro.
Es
muy probable que la persona a la que vamos a visitar comparta
habitación. Debemos respetar la tranquilidad de ese compañero de
habitación, su descanso y el silencio que puede reclamar en un
momento determinado. No hable alto en el hospital, por esta razón y
porque el resto de las personas ingresadas no tienen por qué ver
interrumpida su calma.
Hay
otra serie de normas que deberá cumplir, como no fumar, prohibición
que estará debidamente señalizada. No obstante, aunque en el
momento en que le apetezca encender un cigarrillo no vea un cartel de
prohibición expresa de fumar, no justifique el acto en ello; de
todos es sabido que en los hospitales, salvo en recintos específicos
como el bar o cafetería, no está permitido.
Sepa
que el silencio debe mantenerse no sólo en las habitaciones, sino
también en los pasillos. No utilice éstos como área de descanso,
ni para mantener conversaciones con otras personas, sino como un
lugar de acceso a las distintas plantas y dependencias.
Además
de las buenas maneras que requiere la simple estancia en un hospital,
también deberá mostrar otro tipo de consideraciones con el enfermo.
Uno no debe personarse en un hospital para visitar a un
familiar o amigo y aprovechar la visita para hablar de su vida,
problemas, sin dejar que el enfermo intervenga en la conversación.
Más bien su papel deberá ser el de perfecto receptor de los
avatares del enfermo, que querrá desahogar los problemas
consecuentes de su situación. Escúchele cuando le relate su estado
de ánimo, cómo se encuentra, la marcha de la operación a la que se
ha sometido o cualquier otro dato que quiera aportarle. No significa
que no pueda hablar de sus cosas, probablemente el enfermo también
se interese por su vida personal, pero recuerde que el protagonista
es él y que usted más bien debe permanecer a sus expensas.
No
debe interrumpir el relato de la persona a la que esté visitando,
aun en el caso de que no sea la primera vez que le escuche y conozca
de sobra los detalles. Para alguien que está ingresado en un centro
hospitalario o una clínica, no existe nada al margen de su propia
enfermedad, sus sensaciones
en esos días de convalecencia, que por otro lado son lo
suficientemente importantes como para convertirse en el único tema
de conversación tratado a lo largo de su estancia en el lugar.
En
los casos de enfermedades graves o enfermos terminales nuestra
sensibilidad será mucho mayor. Resulta extremadamente difícil
enfrentarse a una persona enferma de muerte, que además es
consciente de su gravedad, y no herir sus sentimientos o simplemente
servirle de desahogo, que en última instancia debe ser el objetivo
de nuestra visita. Escoja
temas de conversación que le distraigan, que le evadan de su
realidad y no acentúen su pena y preocupación. Esto no
significa que se sirva de frases hechas e inútiles, como ¨no te
preocupes que no pasa nada¨ o ¨conozco un caso parecido de un
enfermo que al final...¨. No diga cosas como éstas.
La persona puede
estar enferma, pero lo que ha perdido es la salud no el resto de sus
facultades, y sabe de sobra en qué tesitura se encuentra. No le
trate como a una víctima.
Si
se da el caso contrario, alguien que no es consciente de su gravedad
e incluso de su verdadera enfermedad, y usted no es el responsable de
informarle de su situación, contribuya a su ignorancia,
independientemente de cuál sea su opinión al respecto. Quien haya
decidido esta cuestión tendrá sus razones para ello, sea un
familiar o el propio médico, y su papel únicamente consiste en
alegrar la vida y la estancia del enfermo en el centro.
Si
quiere llevar un regalo a la persona a la que va a visitar, tenga muy
en cuenta las posibles prohibiciones que el médico haya podido
imponer al enfermo. Averigüe de antemano sí el paciente está a
dieta, no puede comer dulces o no puede ver televisión. Elija el
regalo en consonancia con esas posibles prohibiciones, porque
no sería un buen detalle regalar una caja de bombones a un paciente
a dieta de
azúcares, o una película de vídeo a un
enfermo de cataratas. Si lleva un ramo de flores, ocúpese usted
mismo de sacarlas de la habitación por la noche y colocarlas en el
cuarto de baño, con el fin de que la respiración nocturna del
paciente o pacientes, si el cuarto es compartido, no se vea afectada.
Si tiene que hablar con
cualquier miembro del equipo médico, ya sea el doctor o la
enfermera, diríjase a ellos con respeto. Los médicos son objeto de
una queja generalizada en los hospitales, ya que no dedican al
paciente el tiempo que a éste le gustaría. No es culpa suya; si hay
una labor que puede realizar la enfermera, como llevar una medicación
a la habitación, poner una inyección o cambiar una sonda, es lógico
que sea ella quien lo haga, en beneficio de otros pacientes. Por eso,
aunque el paciente pierda los nervios en algún momento, no se deje
contagiar por su angustia ni trate al médico como si fuera
el responsable de su enfermedad o estuviera contribuyendo a que
agravase. Háblele con el respeto y educación que merece cualquier
persona .
Bien, ha llegado el momento de
ponernos en la piel del paciente. En el caso de las buenas maneras
que debe guardar, si es usted el que habita en esa fría habitación,
guarida de sus preocupaciones. Siempre que su salud se lo
permita deberá guardar una higiene mínima. Incluso si usted no está
capacitado para asearse solo, puede pedir a la enfermera o a quien
corresponda que le ayude.
Si en la habitación hay
un aparato de televisor gratuito, intente no decidir por su cuenta y
riesgo la programación, si es que comparte habitación con otra
persona. En este caso deberá llegar a un consenso con su compañero
sobre la cadena que sintonicen y ceder a un cincuenta por ciento.
Intente no mantener la
luz encendida hasta altas horas de la madrugada, impidiendo el
descanso a su compañero, ni la televisión o la radio. Modere
asimismo el tono de su voz si su compañero de habitación duerme. Si
tiene la suerte de recibir vista mientras su compañero permanece
solo, no estará de más que le haga partícipe de
la conversación y le ingrese en la misma, siempre y cuando el tema
no sea íntimo y personal. Si habla con quien le
haya visitado de temas privados, no eleve demasiado el tono de la
voz.
La última
posibilidad es que usted forme parte del personal médico de un
hospital. Entendemos que esté acostumbrado a tratar con enfermos, a
enfrentarse a casos difíciles y que cada enfermo pase a ser para
usted sólo un caso más, Una Nueva Carpeta en el
archivador de historiales médicos. Sin embargo, tenga en cuenta que
esa conciencia que usted ha adquirido con la experiencia no coincide
con la de los enfermos, que quieren saber, que preguntan, que sienten
desde preocupación hasta miedo de las consecuencias de su
enfermedad.
El enfermo cree que para
usted su caso es el más importante, algo que hasta cierto punto es
legítimo. Trátele, en la medida de lo posible, como si
así fuera, aunque su contacto con él se reduzca a las visitas de
habitación que realiza una vez al día y que apenas duran unos
minutos. SUS PALABRAS SERÁN SU ÚNICO CONSUELO, PUES
USTED ES LA ÚNICA PERSONA EN LA QUE CONFIARÁ DURANTE SU ESTANCIA EN
EL HOSPITAL.
ARANTXA G. DE CASTRO
No hay comentarios:
Publicar un comentario