jueves, 12 de febrero de 2015

YO, EL INTESTINO.


   Cierto que a veces me quejo,
pero ¿por qué no he de hacerlo?
¨Joe¨ no hace más que comer y comer
(¡hay que ver lo que come!), y el trabajo
me toca a mí.


   PODRÍA pasar por la cenicienta de la anatomía de ¨Joe¨.
    Otros órganos se hacen notar mucho menos que yo. Siempre estoy recordándole a ¨Joe¨ que existo; con ruidos, cólicos, exceso de actividad o pereza. Soy el tracto intestinal de Joe y mido ocho metros de longitud.
     ¨Joe¨ me representa como un tubo enrollado dentro de su cuerpo. Preferiría que me describiera como una compleja fábrica transformadora de alimentos. ¨Joe¨ cree que me alimenta, pero soy yo en realidad quien le alimenta a él. Casi todo lo que come le resultaría letal si pasara directamente a su torrente sanguíneo. Yo hago aceptables los alimentos; los transformo en componentes normales de su sangre; en alimento para sus billones de células, en energía para sus músculos. Convierto el tocino frito en ácidos grasos y glicerina. Transformo las proteínas de las chuletas de cordero en aminoácidos. Cambio en glucosa los hidratos de carbono del puré de patata. Sin mis poderes químicos, ¨Joe¨ se moriría de inanición aunque comiera hasta la saciedad.
    Con excepción de la celulosa (de las pieles de nuez, de los tallos del apio, etc.), digiero virtualmente todo lo que ¨Joe¨ come y lo paso a su corriente sanguínea o linfática. Mis desperdicios están compuestos en una mitad de millones de bacterias muertas, y en la otra de moco lubricante que he secretado junto con los restos de alimento que no puedo absorber.
      Mi estructura está maravillosamente adaptada a los procesos de la digestión. En primer término se halla mi porción delgada. Junto al estómago se encuentra el duodeno, que mide veinticinco centímetros de largo; le sigue el yeyuno, con casi dos metros y medio de longitud y un diámetro de cuatro centímetros; luego, tres metros y medio de íleon, que es un poco más delgado. Por último, metro y medio de mi parte gruesa. Mi porción superior está casi libre de microbios, pues los fuertes ácidos del estómago los matan a casi todos. Mi tramo inferior, el intestino grueso, aloja un verdadero zoológico microbiano, con más de cincuenta variedades y una población de billones de bacterias.
  Es bien sabido que la digestión empieza en la boca y en el estómago de ¨Joe¨. La boca muele; el estómago bate y revuelve. Desde el estómago me pasa un chorro de alimento a través de una válvula o compuerta. Un vaso de agua puede llegarme a los diez minutos de beberlo, pero una chuleta de cerdo acaso tarde cuatro horas. El alimento que el estómago me pasa es muy ácido; si me llegara mucho de una vez, dañaría mi recubrimiento interior y neutralizaría la acción de mis enzimas digestivas.
  El problema del ácido lo resuelvo bastante bien. Mi duodeno produce una substancia llamada secretina, que entra en la corriente sanguínea de ¨Joe¨ y estimula el páncreas para que produzca instantáneamente su alcalino jugo digestivo. Este jugo (alrededor de un litro al día) se vierte en el duodeno y neutraliza los ácidos. Si este proceso fallara, ¨Joe¨ sufriría lo que él llama una úlcera del ¨estómago¨. (El realidad, el 75 por ciento de las úlceras de este tipo se presentan en el duodeno). El jugo pancreático contiene también tres enzimas principales que desintegran las proteínas, las grasas y los carbohidratos para formar los sillares de la construcción orgánica.
   Hay otros fluidos que constantemente se vierten dentro de mí y que tienen diferentes orígenes; dos litros de saliva al día, tres litros de jugo gástrico que provienen del estómago, bilis procedente del hígado (que desintegra los glóbulos grandes de grasa, convirtiéndolos en muchas gotitas más pequeñas para que puedan actuar sobre ellas las enzimas pancreáticas) y dos litros de jugo intestinal que vienen de innumerables glándulas. En total ¡ casi ocho litros de fluidos!
   A simple vista, las tres porciones del intestino delgado tienen el interior de aspecto aterciopelado. Sin embargo, el microscopio revela intrincadas dobleces, cavidades y protuberancias. Si mi pared interior fuera totalmente lisa, tendría solamente medio metro cuadrado de superficie absorbente; pero, en realidad, tiene más de ocho metros cuadrados. Mis componentes más importantes son quizá los millones de vellosidades (proyecciones microscópicas en forma de dados que salen de mis paredes). Su función consiste en tomar de mi interior el alimento ya digerido y ponerlo en circulación para que llegue a todo el organismo de ¨Joe¨ (las proteínas y los carbohidratos, por su corriente sanguínea; las grasas, por su sistema linfático).
  En toda su longitud, mis paredes están recubiertas de complicados grupos de músculos. Un grupo produce un movimiento oscilatorio (mi unión con la pared del abdomen es muy laxa) que bate el alimento con sus jugos digestivos. Cuando estoy trabajando, hago de diez a quince de estos  movimientos por minuto. Otro grupo muscular produce una acción ondulante; las ondas, antes de extinguirse, hacen avanzar varios centímetros mi contenido pastoso. Mis más de siete metros de intestino delgado no están nunca en reposo.
   Se requieren de 3 a 8 horas para digerir una comida. Después, dejo pasar el húmedo contenido al intestino grueso, que le extrae el agua y la devuelve a la sangre. Esto es de vital importancia. Si ¨Joe¨ perdiera los 8 litros secretados en la producción diaria de jugos digestivos, muy pronto se convertiria en una momia. Una vez recuperada el agua, queda un residuo semisólido que guardo en la parte de mi Colon más cercana al Recto.
   En condiciones normales, el proceso de extracción del agua es lento; tarda de 12 a 24 horas. Muchas situaciones (tensión nerviosa, medicinas, procesos bacterianos) aceleran el paso de los alimentos, por lo que el agua es extraida en cantidad insuficiente. Entonces ¨Joe¨ tendría diarrea. En otros casos (como son las preocupaciones y la mala alimentación) mi actividad tiende a menguar o a detenerse casi, y ¨Joe¨ padecerá estreñimiento. De estos dos transtornos, la diarrea es más seria, porque puede llevarle a una deshidratación grave. Cuando tenga aquella, ¨Joe¨ deberá beber agua en grandes cantidades.
   Aunque causo muchas molestías a ¨Joe¨, la mayoría, afortunadamente, son leves. ¿Y esos ruidos embarazosos que oye a veces? Son simplemente burbujas de gas que pasan por alguna de mis asas. En su mayor parte, se trata de aire que ¨Joe¨ ha tragado, pero también fabrico mis propios gases, especialmente hidrógeno y metano. La mayoría de ellos _aproximadamente 1 litro al día_salen al exterior. Cuando me distiendo por los gases, ¨Joe¨, sufre calambres abdominales.
 Las emociones fuertes pueden detener por completo mis movimientos. Y por eso a ¨Joe¨ no le apetece la comida cuando se enoja. Por lo que a mí respecta, preferiría que no comiera nada hasta que se calmara.
   Como muchas personas de su edad, ¨Joe¨ tiene diverticulosis. Pero él no lo sabe. Lo que sucede es que mis paredes se debilitan y forman salientes como burbujas (su tamaño puede ser el de una uva). Estas protuberancias no importan mucho, a menos que se infecten. en este último caso se presenta la diverticulitis, que aunque rara, puede ser grave.
 La Enteritis es una inflamación de mi recubierto  interno causada por virus,bacterias y substancias químicas. Los síntomas son calambres, náuseas y diarreas. Generalmente, la inflamación desaparece con uno o dos días de reposo y dieta blanda.
   La Colitis ulcerosa _úlceras en el revestimiento de mi intestino grueso_ es otro de mis males. No sé cuál es su causa. Si la ulceración es leve, puedo curarme con ayuda del médico; si es extensa, las úlceras pueden perforar mi Colon y producir hemorragías. Esto no le ha sucedido a ¨Joe¨; pero si así fuera, tendrían que hacerle una operación importante.
   ¨Joe¨ se considera muy capacitado para curarse de los estreñimientos ocasionales. Pero yo preferiría que me dejara en paz. ¨Joe¨ debe tener muy presente que soy un órgano temperamental. Aunque me enfurruñe unos días. No le pasará nada malo. Notará una sensación desagradable de empacho, pero mis desechos no van a envenenarlo.
   Ahora  que  ya  no soy  joven (como tampoco él), no digiero los alimentos con tanta eficiencia como antes, cuando ¨Joe¨ podía comer de todo sin que yo protestara; ya no es así. Sin embargo, no le pido que se sacrifique a una dieta.
   Pero nos entenderíamos mejor si ¨Joe¨ observara siquiera algunas reglas de sentido común. Habría de tener cuidado, por ejemplo, con los alimentos que producen muchos gases (cebolla, col, judías) y evitar las comidas pesadas y grasosas. Debería comer mucha fruta, legumbres de hoja y cereales sin descascarar; estos alimentos dejan residuos que me estimulan y ayudan. Sería conveniente que veviera más agua. Y, quizá más que nada, no caer en esas situaciones de tensión emocional que tanto me trastornan.
   Sé muy bien que pido mucho, pero es el precio que exijo para trabajar con un mínimo de quejas.

POR J. D. RATCLIFF.   
  
     
      
      

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