sábado, 24 de enero de 2015

REACCIONES MASCULINAS FRENTE AL SEXO.

El impulso sexual en el hombre es tan complicado como poderoso. Una reconocida autoridad en la materia nos explica la diferencia entre los puntos de vista de hombres y mujeres.

En el curso de los últimos cuarenta años he hablado con miles de hombres acerca de sus necesidades, anhelos, satisfacciones y frustraciones sexuales. He podido comprobar que, aunque los hombres, al igual que las mujeres, poseen características sexuales individuales, tienen asimismo cierto número de actitudes comunes que las mujeres deben comprender.
Lo primero que he notado es que la mayoría de los hombres se sienten más cohibidos que las mujeres al hablar de sus problemas sexuales. Quizá esto parezca sorprendente, puesto que aquéllos hablan mucho más acerca del sexo y, en general, muestran mayor interés en estos temas que las mujeres. Pero hay que fijarse en cómo lo hacen; casi siempre de manera impersonal e indirectas, en anécdotas y chistes. Casi nunca relatan sus propias experiencias sexuales ni confiesan sus problemas y desilusiones. En mi calidad de profesor de sociología familiar, he podido comprobar que generalmente las esposas hablan de su vida sexual con mayor aplomo y más abiertamente que sus maridos.
Existen muchas razones que explican este hecho; el enorme poder del deseo sexual en el hombre, la rapidez con la que se excita ante imágenes o relatos eróticos que apenas si afectan a la mujer, el impulso agresivo que el instinto sexual puede generar en él, son fuerzas explosivas que llegan a originar emociones que lo desconciertan y amenazan con hacerle perder el dominio en sí mismo. Por eso el hombre aprende a mantenerse a prudente distancia y a no mostrarse demasiado personal cuando comenta temas sexuales con otras personas. Está siempre en guardia para evitar un estallido de sus emociones que pudiera convertirlo en objeto de risa o compasión. A esto se debe en parte que, en general, sea más difícil para el hombre vincular lo sexual con el amor y la ternura.
Ningún hombre desea en realidad sexo sin amor. Pero, en el caso de algunos, resulta tan difícil expresar sus sentimientos y sus necesidades afectivas que sus mujeres llegan a pensar que la experiencia sexual es para ellos algo completamente impersonal. Y esto representa, claro está, una terrible humillación para una mujer que se siente que se la trata como un objeto, no como a una persona.
La mujer comprenderá mejor lo anterior si recuerda que existe una diferencia fundamental entre los papeles que desempeñan los dos miembros integrales de la pareja sexual. Tradicionalmente ha correspondido al varón tomar y a la mujer dar. Aunque tales actitudes están cambiando, el hombre siente aún el impulso de conquistar, y la mujer, el de entregarse. En ocasiones, he expresado así este hecho:
¨ El hombre da amor para obtener una satisfacción sexual, en tanto que la mujer se entrega para lograr amor ¨. Claro está que este esquema resulta el extremo simplista para una relación amorosa madura, pero aún refleja el hecho real con suficiente exactitud, para dar a muchas parejas que me han consultado una nueva comprensión de sí mismos y sus relaciones.
Otro hecho significativo acerca del hombre es que su amor propio está profundamente arraigado en su naturaleza sexual. El medio de que se vale para demostrarse a sí mismo su virilidad es actuando como hombre en sus relaciones íntimas con la mujer que ha elegido como compañera. En esto su orgullo masculino interviene en mayor grado que en cualquier otra de sus acciones. Y de ahí que los hombres sean tan susceptibles y vulnerables en todo lo que atañe a su sexualidad. Cualquier experto en cuestiones matrimoniales conoce la angustia del marido que se da cuenta de que es impotente. Se siente deshecho porque considera que ha dejado de ser hombre.
Es indispensable que la mujer comprenda esta aguda susceptibilidad masculina. Ellas no conocen una experiencia similar. El funcionamiento sexual del hombre es complejo y, si algo falla en este mecanismo, sólo hay una experiencia aún más terrible para él; que la mujer con la que ha fracasado le manifieste su desprecio.
Aparentemente, los hombres no dan importancia a su sexualidad, pero podemos estar seguros de que esta apariencia es falsa. Nada resulta más humillante para un marido que intentar un avance amoroso y ser rechazado. Hay ocasiones en las que la mujer puede rehusar; pero la negativa tiene que hacerse con mucho tacto para evitar herir el amor propio del hombre.
También es muy sensible el hombre respecto a su capacidad de proporcionar satisfacción a su esposa en el acto de unión sexual. Son muchos los maridos que se sienten desconsoladoramente inútiles cada vez que no logran que sus mujeres alcancen el punto culminante de esa unión. Recuerdo el caso de un hombre que hizo un viaje de varios cientos de kilómetros, acompañado de su joven esposa, para exponerme sus problemas. Durante dos horas escuché el relato de sus desdichas. Luego, le hice salir del consultorio y hablé con su mujer. ¨ Sencillamente, no entiendo por qué le preocupa tanto este asunto ¨, me dijo ella.
¨ Le tengo un profundo afecto y disfruto cuando hacemos el amor. Para mí no tiene importancia si llego o no al clímax. ¿ Por qué se mortifica él tanto ?¨
La razón era que, para el marido, estaba su prestigio por medio, y se sentía deprimido cada vez que no lograba su propósito.
Estas son varias de las dificultades que crea la naturaleza sexual masculina. Igualmente puede resultar difícil compaginar la sensibilidad y las respuestas sexuales de la pareja. A menudo existe una incompatibilidad básica entre hombre y mujer en cuanto a coincidencia de ritmo.
El hombre responde con mayor rapidez a los estímulos sexuales que su mujer porque, conforme a lo dispuesto por la naturaleza, es el macho el que despierta cróticamente a la hembra. La mujer llega a la disposición de ánimo propicia a la unión sexual sólo a través de un proceso lento y gradual en el que influyen el ambiente y el contacto físico. Esta diferencia supone un problema de autodominio que se prolonga durante casi toda la vida para muchos hombres, puesto que deben reprimir sus deseos hasta que la mujer alcanza poco a poco la fase en que puede corresponderle.
La misma diferencia de ritmo se produce a menudo durante la cópula misma, y ocasiona desaliento en ambos cónyuges. Este problema es con frecuencia motivo de consulta. Afortunadamente, en la mayoría de los casos puede separarse. Pero es el marido a quien corresponde hacer las correcciones necesarias, aprendiendo a hacer más lentas sus respuestas.
El problema reaparece en el período que sigue a la unión sexual. La excitación masculina se apaga con tanta rapidez como se despierta, mientras que la mujer pasa por un lento proceso durante el cual se siente feliz, satisfecha y romántica, y desea prolongar la intimidad física y espiritual con su marido. Son muchas las esposas a quienes he oído quejarse a este respecto: ¨ Justamente cuando deseo que me diga lo mucho que me quiere ¨ , me confió una mujer en cierta ocasión, ¨ lo único que hace es darse la vuelta y quedarse dormido ¨ .
Los hombres que aman realmente a sus esposas aceptan gustosos hacer estas correcciones. Pero se sentirán mucho más satisfechos si ellas comprenden que hace falta esfuerzo y autodominio, que no es algo que se logra naturalmente. Y una mujer comprensiva sentirá y expresará su gratitud hacia el marido por su consideración.
El sexo no lo es todo en la vida matrimonial, y no hay que exagerar su importancia. Pero tampoco hay por qué subestimar el gran poder que tiene como medio que, colabore a que todos los demás aspectos de la convivencia y el amor conyugales transcurran plácida y dulcemente.

POR DAVID MACE.

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