El
impulso sexual en el hombre es tan complicado como poderoso. Una
reconocida autoridad en la materia nos explica la diferencia entre
los puntos de vista de hombres y mujeres.
En
el curso de los últimos cuarenta años he hablado con miles de
hombres acerca de sus necesidades, anhelos, satisfacciones y
frustraciones sexuales. He podido comprobar que, aunque los hombres,
al igual que las mujeres, poseen características sexuales
individuales, tienen asimismo cierto número de actitudes comunes que
las mujeres deben comprender.
Lo
primero que he notado es que la mayoría de los hombres se sienten
más cohibidos que las mujeres al hablar de sus problemas sexuales.
Quizá esto parezca sorprendente, puesto que aquéllos hablan mucho
más acerca del sexo y, en general, muestran mayor interés en estos
temas que las mujeres. Pero hay que fijarse en cómo lo hacen; casi
siempre de manera impersonal e indirectas, en anécdotas y chistes.
Casi nunca relatan sus propias experiencias sexuales ni confiesan sus
problemas y desilusiones. En mi calidad de profesor de sociología
familiar, he podido comprobar que generalmente las esposas hablan de
su vida sexual con mayor aplomo y más abiertamente que sus maridos.
Existen
muchas razones que explican este hecho; el enorme poder del deseo
sexual en el hombre, la rapidez con la que se excita ante imágenes o
relatos eróticos que apenas si afectan a la mujer, el impulso
agresivo que el instinto sexual puede generar en él, son fuerzas
explosivas que llegan a originar emociones que lo desconciertan y
amenazan con hacerle perder el dominio en sí mismo. Por eso el
hombre aprende a mantenerse a prudente distancia y a no mostrarse
demasiado personal cuando comenta temas sexuales con otras personas.
Está siempre en guardia para evitar un estallido de sus emociones
que pudiera convertirlo en objeto de risa o compasión. A esto se
debe en parte que, en general, sea más difícil para el hombre
vincular lo sexual con el amor y la ternura.
Ningún
hombre desea en realidad sexo sin amor. Pero, en el caso de algunos,
resulta tan difícil expresar sus sentimientos y sus necesidades
afectivas que sus mujeres llegan a pensar que la experiencia sexual
es para ellos algo completamente impersonal. Y esto representa, claro
está, una terrible humillación para una mujer que se siente que se
la trata como un objeto, no como a una persona.
La
mujer comprenderá mejor lo anterior si recuerda que existe una
diferencia fundamental entre los papeles que desempeñan los dos
miembros integrales de la pareja sexual. Tradicionalmente
ha correspondido al varón tomar y a la mujer dar. Aunque tales
actitudes están cambiando, el hombre siente aún el impulso de
conquistar, y la mujer, el de entregarse.
En ocasiones, he expresado así este hecho:
¨
El hombre da amor para obtener una satisfacción sexual, en tanto que
la mujer se entrega para lograr amor ¨. Claro
está que este esquema resulta el extremo simplista para una
relación amorosa madura, pero aún refleja el hecho real con
suficiente exactitud, para dar a muchas parejas que me han consultado
una nueva comprensión de sí mismos y sus relaciones.
Otro
hecho significativo acerca del hombre es que su amor propio está
profundamente arraigado en su naturaleza sexual. El medio de que se
vale para demostrarse a sí mismo su virilidad es actuando como
hombre en sus relaciones íntimas con la mujer que ha elegido como
compañera.
En esto su orgullo masculino interviene en mayor grado que en
cualquier otra de sus acciones. Y de ahí que los hombres sean tan
susceptibles y vulnerables en todo lo que atañe a su sexualidad.
Cualquier experto en cuestiones matrimoniales conoce la angustia del
marido que se da cuenta de que es impotente. Se siente deshecho
porque considera que ha dejado de ser hombre.
Es
indispensable que la mujer comprenda esta aguda susceptibilidad
masculina. Ellas no conocen una experiencia similar. El
funcionamiento sexual del hombre es complejo y, si algo falla en este
mecanismo, sólo hay una experiencia aún más terrible para él;
que la mujer con la que ha fracasado le manifieste su desprecio.
Aparentemente,
los hombres no dan importancia a su sexualidad, pero podemos estar
seguros de que esta apariencia es falsa.
Nada resulta más humillante para un marido que intentar un avance
amoroso y ser rechazado.
Hay ocasiones en las que la mujer puede rehusar; pero
la negativa tiene que hacerse con mucho tacto para evitar herir el
amor propio del hombre.
También
es muy sensible el hombre respecto a su capacidad de proporcionar
satisfacción a su esposa en el acto de unión sexual. Son muchos los
maridos que se sienten desconsoladoramente inútiles cada vez que no
logran que sus mujeres alcancen el punto culminante de esa unión.
Recuerdo
el caso de un hombre que hizo un viaje de varios cientos de
kilómetros, acompañado de su joven esposa, para exponerme sus
problemas.
Durante dos horas escuché el relato de sus desdichas. Luego, le hice
salir del consultorio y hablé con su mujer. ¨ Sencillamente, no
entiendo por qué le preocupa tanto este asunto ¨, me dijo ella.
¨
Le tengo un profundo afecto y disfruto cuando hacemos el amor. Para
mí no tiene importancia si llego o no al clímax. ¿ Por qué se
mortifica él tanto ?¨
La
razón era que, para el marido, estaba su prestigio por medio, y se
sentía deprimido cada vez que no lograba su propósito.
Estas
son varias de las dificultades que crea la naturaleza sexual
masculina. Igualmente puede resultar difícil compaginar la
sensibilidad y las respuestas sexuales de la pareja. A menudo existe
una incompatibilidad básica entre hombre y mujer en cuanto a
coincidencia de ritmo.
El
hombre responde con mayor rapidez a los estímulos sexuales que su
mujer porque, conforme
a lo dispuesto por la naturaleza, es el macho el que despierta
cróticamente a la hembra. La mujer llega a la disposición de ánimo
propicia a la unión sexual sólo a través de un proceso lento y
gradual en el que influyen el ambiente y el contacto físico. Esta
diferencia supone un problema de autodominio que se prolonga durante
casi toda la vida para muchos hombres, puesto que deben reprimir sus
deseos hasta que la mujer alcanza poco a poco la fase en que puede
corresponderle.
La
misma diferencia de ritmo se produce a menudo durante la cópula
misma, y ocasiona desaliento en ambos cónyuges. Este problema es con
frecuencia motivo de consulta. Afortunadamente, en la mayoría de los
casos puede separarse. Pero es el marido a quien corresponde hacer
las correcciones necesarias, aprendiendo a hacer más lentas sus
respuestas.
El
problema reaparece en el período que sigue a la unión sexual. La
excitación masculina se apaga con tanta rapidez como se despierta,
mientras que la mujer pasa por un lento proceso durante el cual se
siente feliz, satisfecha y romántica, y desea prolongar la intimidad
física y espiritual con su marido. Son muchas las esposas a quienes
he oído quejarse a este respecto: ¨ Justamente
cuando deseo que me diga lo mucho que me quiere ¨ ,
me confió una mujer en cierta ocasión, ¨
lo único que hace es darse la vuelta y quedarse dormido ¨ .
Los
hombres que aman realmente a sus esposas aceptan gustosos hacer estas
correcciones. Pero se
sentirán mucho más satisfechos si ellas comprenden que hace falta
esfuerzo y autodominio, que no es algo que se logra naturalmente. Y
una mujer comprensiva sentirá y expresará su gratitud hacia el
marido por su consideración.
El
sexo no lo es todo en la vida matrimonial, y no hay que exagerar su
importancia. Pero tampoco hay por qué subestimar el gran poder que
tiene como medio que, colabore a que todos los demás aspectos de la
convivencia y el amor conyugales transcurran plácida y dulcemente.
POR
DAVID MACE.
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