Drama
de la vida real.
En el pintoresco parque
nacional de Jasper, entre las montañas Rocosas del Canadá, en la
provincia de Alberta, el otoño es una estación especialmente
hermosa. La mayoría de los veraneantes han regresado ya a sus
hogares, y son los amantes de la naturaleza quienes visitan entonces
aquella incomparable soledad. Para una joven familia, sin embargo, el
14 de septiembre de 1972 comenzó como una simple excursión por un
antiguo y bello sendero, y se convirtió en un día de terror y en
una lucha a vida o muerte que nunca olvidarán.
Al y Nancy Auseklis,
entusiastas de las actividades al aire libre, se habían organizado
la vida muy a su gusto. Antiguos participantes en las competiciones
norteamericanas de esquí, ambos trabajaban como monitores con los
esquiadores jóvenes de Kalispell, en Montana. Con ello, el
matrimonio reforzaba los ingresos que obtenía de su negocio de venta
de motores de pequeña potencia. En septiembre de 1972, después de
haberse entrenado a fondo para intervenir en la próxima temporada de
esquí, el matrimonio decidió tomarse un descanso. Partieron hacia
el parque nacional de Jasper en compañía de sus dos hijos, Alex de
tres años y medio, y Anna, de dos y medio, con el propósito de
gozar de un día de campo.
Ya en
Jasper, Al y Nancy consultaron un mapa del parque y decidieron tomar
un corto sendero, no demasiado escarpado para los niños. El pequeño
Alex se adelantó inmediatamente; le seguía su hermana. Tras una
hora de camino, los niños se cansaron y pidieron a sus padres que
los llevaran a la espalda, sobre las mochilas. Quizá fue eso lo que
les salvó la vida, pues apenas habían reanudado alegremente la
marcha ( Alex en la mochila de Al y Anna en la de Nancy ) cuando un
rugido imponente rasgó el silencio del pinar.
Nancy fue la primera
que vio al oso gris. Poco faltó para que se le paralizara el corazón
al reconocer instantáneamente el pelaje obscuro, con puntas
plateadas, la giba inconfundible sobre las paletillas del animal, la
enorme mole de la temible bestia. Al y Alex iban delante, fuera de la
vista de Nancy, pues acababan del salvar un desnivel, y el oso
avanzaba hacia ellos bajando violentamente por la empinada ladera.
Con el rabillo del ojo, Nancy vio también un osezno que huía en
dirección contraria.
Un terrible instante
después de que el oso, es decir, la osa, desapareciera de su vista,
Nancy oyó lo que más tarde describiría ¨ como un rugido
estremecedor. A través de aquel estruendo aterrador se oían los
angustiosos gritos de mi hijo Alex ¨.
Acuciada por el miedo,
y recordando que el oso gris no trepa a los árboles, Nancy trató de
ponerse a salvo en un pino cercano. Pero cargada como iba con Anna,
que pesaba trece kilos y medio, no consiguió su propósito.
¨
Fue entonces cuando me invadió un furor instintivo ¨, recuerda. ¨
Tenía que hacer algo. Trataría de salvar a los seres que más
quiero en el mundo ¨. Venciendo cualquier sentimiento de impotencia,
reunió armas; una rama, piedras, cualquier cosa.
¨
Como un tren de mercancías ¨ . Advertido
por los rugidos de la osa, Al se había vuelto a tiempo para ver la
bestia ¨ cargar contra nosotros con la violencia de un tren de
mercancías ¨ . Trató desesperadamente de arrancar un pino joven,
pero las raíces resistieron y no tuvo tiempo para esforzarse más.
En el último momento, se apartó de un salto y logró esquivar a la
osa. El plantígrado se volvió al instante, sin embargo, y arremetió
de nuevo...esta vez lanzándose contra la espalda de Al, donde Alex
iba sujeto a la mochila. El hombre giró con rapidez para proteger al
niño, que lloraba a gritos. En esta ocasión, la osa le alcanzó y
derribó de espaldas, con lo que el pequeño Alex quedó debajo de su
padre.
Rugiendo con furia,
la bestia cayó sobre padre e hijo. Al sintió que la osa le mordía
y desgarraba la pierna izquierda. En su desesperación, con el pie
que le quedaba libre propinó a la osa una patada en el hocico y
logró lastimarla, pues esa parte es muy sensible. De pronto, la
bestia abandonó su presa y se volvió hacia Nancy. Sin embargo,
cuando Al se levantó trabajosamente, apoyándose sobre la pierna
derecha, la osa cargó de nuevo contra él. Otra vez derribó a Al y,
clavándole los colmillos, comenzó a desgarrarle la pierna derecha.
Maldiciendo por el dolor, pateó la cara del animal con la pierna que
ya tenía herida. Nuevamente, la bestia soltó su presa y se lanzó
contra la mujer, esta vez con atroz decisión.
Una
madre contra otra.
Entretanto, Nancy había conseguido arrancar una larga rama de pino
que sujetaba bajo el brazo. Así armada, bajó corriendo por el
sendero para reunirse con su esposo. Al ver que la bestia avanzaba
hacia ella, Nancy se refugió detrás de un grupo de pinos jóvenes y
se apoyó de espaldas contra un árbol, buscando proteger a Anna. E
hizo frente a la jadeante osa, pegándole con el palo en el lomo cada
vez que la bestia las acometía. Durante
todo este tiempo, la niña no había dado ni un grito: estaba
paralizada de espanto.
De
pronto, inexplicablemente, la osa dio la vuelta y se alejó por el
sendero que la familia Auseklis había seguido pocos minutos antes.
En el extraño silencio que siguió a la huida del animal, Nancy se
sintió invadida por un nuevo terror. Sin atreverse a pensar en lo
que encontraría, echó a correr hacía Al. La mujer recuerda que su
marido hacía esfuerzos para ponerse en pie. Y agrega: ¨
No sé por qué, sus imprecaciones fueron un enorme alivio para mí ¨
. El pequeño Alex, sobre la mochila de su padre, lloraba y temblaba
aún, pero milagrosamente había resultado ileso.
Al
tenía ambas piernas horriblemente
laceradas y con tremendos agujeros en los puntos en que la osa le
había desgarrado la carne.
Mientras Nancy hacía tiras su chaqueta para improvisar unas vendas,
varias preguntas acudían a su mente: ¿ Estará bien que deje aquí
a Al para ir a pedir auxilio ? ¿ Lo encontraré cuando regrese ? ¿
No morirá desangrado ? ¿ Y si el animal vuelve ? Un
gemido de Alex interrumpió sus caóticos pensamientos. ¨
¿ Nos vamos a morir, mamá ? ¨. preguntaba el niño. ¨ ¿ Papá se
va a morir ? ¨
Rastros en la cañada.
Para Al, aquello pasaba de la raya. ¨¡ Vámonos de aquí ! ¨,
exclamó, levantándose trabajosamente con ayuda de Nancy. Apoyado en
unas muletas improvisadas con ramas de árbol, se puso en marcha
entre agudos dolores; trataba de no desmayarse y se sentía más
débil a cada minuto. Nancy llevaba al pequeño Alex a la espalda, en
la mochila, y a la niña en un brazo; cerca de treinta kilómetros en
total.
¨ En tal situación
¨, comenta Nancy, ¨ era esencial mostrar serenidad, pues
nada asusta tanto a los niños como ver a sus padres heridos y sin
saber qué hacer. Hasta ese momento, Anna no había dicho una sola
palabra, lo cual ya empezaba a preocuparme ¨.
Como la bestia había
marchado por el sendero en la misma dirección que traían los
excursionistas, decidieron abrirse paso por la tupida maleza en otra
dirección. Llegaron por fin a lo que supusieron sería otra vereda
para excursionistas y la tomaron, pero después de seguirla durante
cerca de una hora vieron que se borraba. Discutían el rumbo que
debían tomar, cuando el matrimonio llegó a un claro desde el cual
pudieron avistar, al fondo de una larga pendiente, el río Athabasca.
No les quedaba más remedio que dirigirse hacia el río y confiar en
que, siguiendo su curso, volverían a la civilización.
Un acantilado les
cerraba el paso, pero encontraron una senda abierta por los animales
que atravesaba serpenteando una cañada boscosa; aquél era el único
camino transitable. Cuenta Nancy que se sentía ¨ a punto
de caer por el peso de los niños y por el temor constante de que Al
se desplomara sin sentido ¨. Así pues, persuadió al pequeño Alex
para que se bajara de la mochila y siguiera a pie.
Nancy todavía no
se explica cómo logró su marido bajar por el barranco. Al, por su
parte, explica sencillamente que, consciente de que debía recibir
asistencia médica inmediata, descendió tendiéndose boca abajo y
arrastrándose con ayuda de las improvisadas muletas.
Al fondo hallaron
la vía del ferrocarril y oyeron, con profundo alivio, ruido de
máquinas que llegaba de una cercana estación de bombeo de petróleo.
Tranquilizado ante la inminencia del socorro, Al se dejó caer en un
estado de semiinconsciencia. Los niños se quedaron a su lado
mientras Nancy corría a la estación y franqueaba la puerta. Gritó
pidiendo ayuda entre el ruido de las bombas, pero no recibió
respuesta. Dio por fin con una puerta reservada a los empleados y la
abrió. Dentro almorzaban cinco hombres sentados a la mesa. ¨
¡ Gracias a Dios ! ¨, se dijo Nancy, y exclamó: ¨ ¡ Auxilio, por
favor ! ¡ Una osa atacó a mi marido ! ¨
Mientras uno de los
empleados se comunicaba por teléfono con el jefe de guardabosques
y con el Hospital General Seton, de Jasper, otros cogieron un
botiquín para primeros auxilios y partieron en busca del herido.
Cuando llegaron, Al estaba ya consciente del todo. Le curaron las
heridas lo mejor que pudieron, y uno de los trabajadores llevó su
automóvil hasta el lugar. Tendieron al herido en el asiento trasero
y, a continuación, el resto de la familia Auseklis se acomodó en el
coche, que partió rápidamente hacia el hospital.
Las heridas
cicatrizan. Los médicos tardaron cerca de dos horas en suturar
las heridas de Al. Había tenido suerte en tres aspectos:
aunque ambas piernas se hallaban terriblemente desgarradas, los
tendones principales estaban intactos; nervios y músculos aparecían
dañados, pero no irreparablemente; y lo más importante de todo: la
osa no le habían roto ninguna arteria.
Tras dejar a Al en el
hospital, Nancy relató lo sucedido al jefe de guardabosques del
parque, quien ordenó cerrar inmediatamente todos los senderos de la
zona donde había ocurrido el ataque y busca a la osa; esto último
fue en vano.
Después de una lenta
y dolorosa convalecencia de dos meses, Al se hallaba recuperado,
impaciente por reanudar sus entrenamientos. A mediados del invierno
ya esquiaba como de costumbre, y sólo le han quedado algunas
cicatrices y cierto envaramiento de una de las piernas como recuerdo
del percance.
También los niños
han recobrado el ánimo. ¨ Todavía nos hacen algunas
preguntas ¨, cuenta Nancy. ¨ Pero hemos intentado
explicarles que la osa no nos atacó por maldad. Invadimos su
territorio y nos acercamos a su cría más de lo debido; en ese
sentido, nosotros tuvimos la culpa de lo que pasó ¨.
Al
referirme a aquel terrible suceso, Nancy comenta: ¨ Todos nosotros
les tenemos gran cariño a los animales y seguiremos teniéndoselo.
Ni siquiera hoy sentimos ningún rencor contra la osa. Fue
el instinto materno lo que la incitó a atacarnos; el mismo instinto
que me dio un valor del cual jamás me hubiera creído capaz. La osa
quiso proteger a su cría; yo protegí a las mías ¨.
POR JOHN Y FRANKIE O` REAR.
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