martes, 25 de noviembre de 2014

AUTOBUSES, METRO, TRENES Y TAXIS.



El transporte público, como el cine o la ópera, constituye un lugar apto para pasar un examen de urbanidad. Es un medio público en el que tenemos que cohabitar con otras personas, que tienen los mismos derechos y utilizan con idéntico fin el transporte del que se trate. El transporte público tiene un hándicap, y es que frecuentemente se usa en condiciones, si no extremas, sí difíciles. Aparte de quienes por temor o falta de gusto al coche usan regularmente el metro o autobús para desplazamientos urbanos, ocurre que los viajeros coinciden en estos transportes a la hora de ir al trabajo o volver a casa, muchas veces en horas punta donde la afluencia de gente y tráfico es alta. Llega la hora de poner en práctica el respeto que todo usuario se merece.

El transporte público es usado por personas de todas las clases sociales y condición. Cierta mentalidad de defensa del medio ambiente y el tráfico, especialmente en las grandes ciudades, ni invitan a coger el coche para trayectos cortos. Además, en gran número de ocasiones, el tiempo necesario para llegar al lugar del destino es sensiblemente mayor al invertido para el mismo desplazamiento con transporte público. Así, en el metro, en el autobús o en los trenes de cercanías se mezclan todo tipo de perfiles; ejecutivos, abogados, empresarios, administrativos, amas de casa, etc.

En los transportes públicos rigen ciertas prioridades; hay que ceder el paso y el asiento a los ancianos y ancianas, las mujeres y los niños, las embarazadas o las personas con alguna deficiencia física. A esas horas críticas estarán ocupadas todas las plazas del metro o el autobús y habrá un elevado porcentaje de personas que viajen de pie en los pasillos, agarrados a las barras y columnas de plástico, no siempre diseñadas para tal fin.

La particular guerra para coger asiento y no hacer todo el trayecto de pie y tambaleándonos se repite cada día a distintas horas y es justo este momento en el que cada uno hace gala de su educación y carácter personal.

La primera prueba de fuego es cuando llegamos a la cola del autobús o metro. A no ser que por el lugar y sus costumbres se guarde religiosamente una cola ordenada, cada viajero ocupará un lugar según el orden de llegada a la estación Esta regla no siempre se cumple. Así, existe el prototipo de persona que aún siendo la última en llegar se las apaña muy bien para ser la primera en subir al autobús, sin respetar a quien tienes cerca y han llegado los primeros.

Nuestro consejo es que, si hay una fila de gente haciendo cola ocupe el lugar que le corresponda al llegar. Recuerde que las mujeres embarazadas o con un bebé en brazos, y sobre todo los ancianos, merecen, si cabe, mayor respeto, por lo que si ve un anciano o una mujer embarazada muestre cortesía y cédale su plaza. Es curioso ver cómo determinadas personas se hacen las despistadas o demuestran una actitud ausente, aunque conscientemente se han dado cuenta perfectamente de que hay una persona de pie a la que deberían dejar su asiento.

Al margen de estas prioridades lógicas en este y otros contextos, en el transporte público deberá armarse de paciencia para no incurrir en faltas graves de educación. Cuando uno va de pie en el autobús tiene que contar con los frenazos repentinos, con la aglomeración de gente que puede llegar a impedirle poder agarrarse en una curva complicada e incluso tener que hacer un esfuerzo de gran equilibrio para no caer en los brazos de otro viajero. Así que no estará de más cuidar la higiene y mostrar una actitud decente con el resto.

Una falta de consideración habitual en los autobuses y metro es la de aquellas personas que cargadas de paquetes, bolsas u otros artículos de gran tamaño ocupan el largo y ancho del pasillo que queda entre las dos filas de asientos, sin tener en cuenta que de esta manera impiden el paso a quienes tienen que apearse o toman el autobús en alguna parada en el trayecto.

Aparte hay sutiles detalles que deberá evitar si no quiere demostrar sus malos modos y canjearse enemigos. Tanto si está de pie como sentado, sepa que el resto de los viajeros necesitan su espacio propio y si son ellos los que van de pie tendrán que sujetarse de alguna manera para no terminar rodando por el suelo. Aunque suponga una molestia prestar el respaldo de su silla, colabore con ellos. Tampoco es raro ver cómo alguien que viaja cómodamente sentado no sólo no presta su asiento a un señor anciano, sino que ni siquiera le permite apoyarse en el suyo. No sea puntilloso.

Para abrirse paso, ya sea para apearse del autobús o montarse en él, hay que mostrar educación. ¿ Cómo le sientan a usted los empujones, codazos, patadas disimuladas que surgen de aquel que necesita salir y no sabe pedir con educación ayuda ? El viaje no debe convertirse en una batalla. Si llega su parada o necesita encontrar un hueco en el que colarse, pida con educación que le dejen paso, no acuda a los golpes bajos ni a las luchas de boxeo. Por supuesto, si accidentalmente y sin intención pisa o empuja a alguien pídale perdón inmediatamente.

En cualquier caso, intente facilitar las cosas cuando sea su turno de bajar o subir al metro o al autobús, más cuando esté lleno de gente. Es decir, si su parada está por llegar no espere al critico momento para salir de estampida antes de que se cierren las puertas. Calcule el tiempo que necesita para sortear al resto de ocupantes.

Las demás reglas de cortesía generales también deberán ser respetadas. No hable excesivamente alto, de tal manera que se entere el autobús o el vagón entero de los problemas que tiene con su marido o lo mal que va el niño en sus estudios. Ocupe su asiento, sólo su asiento. Aunque el autobús no esté lleno en su total capacidad, no deje su bolso, abrigo o paquetes en el asiento contiguo, obligando a un viajero a ir de pie o a pedirle, posiblemente malhumorado, si no le importa retirar sus objetos personales del sitio que por derecho le corresponde. No apoye sus pies o piernas en el asiento delantero, aunque los únicos ocupantes del transporte sean usted y el conductor.

Precisamente el conductor es otra de las personas con las que tendrá que ser considerado. Procure no pagarle con un billete de alto valor, pues puede no estar preparado para devolverle el cambio. Esto no significa que no puede ocurrirle una vez y de forma aislada el hecho de no haber previsto llevar consigo monedas sueltas, pero evítelo en la medida de lo posible.

Tanto si tiene un bono de viajes como si va a pagar el importe en efectivo, téngalo a mano. Las personas que no tienen en cuenta este pequeño detalle, al llegar al asiento del conductor interrumpen al resto de viajeros situados en la cola durante el tiempo que tardan en buscarlo en su bolso o bolsillo. Hay mujeres que se toman un espacio de tiempo de más de cinco minutos en buscar dinero suelto en su bolso, sacan la cartera, buscan, no encuentran, siguen sacando el resto de objetos que llevan en el bolso, el neceser, el teléfono móvil, las llaves, la pitillera... hasta que consiguen, ¡ eureka !, dar con las monedas que rodaban por el interior del forro. De esta manera el conductor, que tenía previsto ponerse en marcha a una hora, se ve obligado a tener que retrasar la salida unos DIEZ MINUTOS, con las nefastas consecuencias que esto puede conllevar para aquellos viajeros que tengan prisa y que no tienen por qué tolerar el despiste.

Viajar en metro puede ser aún mucho más incómodo. Las agresiones involuntarias se multiplican, pues el espacio suele ser más pequeño y la afluencia de gente más considerable, aunque los metros de las grandes ciudades pasen cada pocos minutos. El caso es que en el metro no hay condescendencia para quienes llegan tarde o con prisas, la puerta igualmente se cierra a la hora justa. Con ello los atropellos, pisotones, codazos y otros quiebros similares son más frecuentes. Su ayuda y buena educación será aún más necesaria, pues ocurre que ciertas personas se agolpan en las puertas impidiendo el paso al resto, con lo que consiguen que afloren los nervios de quienes intuyen que las puertas van a cerrarse antes de poder pasar. Aplique estas reglas para el resto de transportes públicos, como los trenes de cercanías o autobuses interurbanos. Por supuesto, en ninguno de estos medios está permitido fumar ni llevar animales consigo, beber ni comer, tirar papeles al suelo ni cualquier otro acto que contribuya a ensuciar el mobiliario.

Para moverse por su ciudad queda una posibilidad a la que frecuentemente recurrimos, sobre todo cuando la prisa manda o necesitamos desplazarnos a una hora en la que los servicios de trenes, autobuses y metros han terminado. Hablamos de los taxis, origen de conflictos en muchas ocasiones. En un taxi es tan importante su educación, como la del conductor del vehículo, para quién usted es el cliente y en caso de duda tendrá siempre la razón.

Es curioso comprobar cómo algunos asiduos usuarios de los taxis utilizan este medio de transporte como si de la consulta de un psicoanalista se tratara. Tratan de establecer conversación con el conductor a toda costa, sin reparar en que quizás el taxista no está dispuesto a charlar. El colmo está no sólo en hablar durante todo el trayecto, sino en tocar, además determinadas cuestiones personales. Claro que la situación puede darse a la inversa, que sea el taxista el que formule toda clase de preguntas al usuario, que trate de iniciar conversaciones sobre lo divino y lo humano, aburrido de pasar el día entero ante el volante por las calles de la ciudad.

Sepa que el taxista tiene la obligación, como profesional, de conducir de forma prudente, de no hacer peligrar su integridad física no lo más mínimo. Cada uno es responsable de sus actos la hora de conducir, siempre y cuando no haya otra persona a quien puedan afectarle sus infracciones. Así es que el taxista, con más razón, debe velar por su seguridad, pues pone a la venta un servicio que implica una conducción perfecta.

Además, el conductor de un taxi debe preocuparse por llevarle por el camino más corto y rápido, y no tratar, como ocurre con frecuencia, de hacer negocio con usted y convertir un trayecto corto en un paseo por los alrededores de la ciudad. Si usted es usuario de un taxi y se da cuenta de la jugada, no tengas ningún reparo en advertirle que ha elegido el camino equivocado.

Respecto al pago del servicio, si va a coger un taxi, preocúpese de llevar dinero suelto o billetes pequeños, pues el taxista no tiene la obligación de disponer de cambio para billetes grandes. En España, por ejemplo, el límite de cambio que el taxista está obligado a llevar en la caja del vehículo es de hasta 2.000 pesetas. Si un usuario sólo tiene un billete de 5.000 y a mitad de trayecto hay que hacer una parada para solicitar en algún establecimiento que le cambien el dinero, el conductor no está obligado a parar el taxímetro. Sin embargo, si es el conductor el que no lleva el cambio suficiente para dar al usuario las vueltas de un billete de 2,000 pesetas, será él quien se preocupe de cambiar y tendrá que parar el contador en una posible parada.

Por último, y como en otros lugares públicos, si en el coche hay una prohibición expresa de no fumar, deberá cumplirla, Incluso aunque no vea un cartel que le prohiba encenderse un cigarrillo, no estará de más que pregunte primero al conductor si se lo permite, ya que posiblemente le moleste el humo.

ARANTXA G. DE CASTRO.

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