El
transporte público, como el cine o la ópera, constituye un lugar
apto para pasar un examen de urbanidad. Es un medio público en el
que tenemos que cohabitar con otras personas, que tienen los mismos
derechos y utilizan con idéntico fin el transporte del que se trate.
El transporte público tiene un hándicap, y es que frecuentemente se
usa en condiciones, si no extremas, sí difíciles. Aparte de quienes
por temor o falta de gusto al coche usan regularmente el metro o
autobús para desplazamientos urbanos, ocurre que los viajeros
coinciden en estos transportes a la hora de ir al trabajo o volver a
casa, muchas veces en horas punta donde la afluencia de gente y
tráfico es alta. Llega la hora de poner en práctica el respeto que
todo usuario se merece.
El
transporte público es usado por personas de todas las clases
sociales y condición. Cierta mentalidad de defensa del medio
ambiente y el tráfico, especialmente en las grandes ciudades, ni
invitan a coger el coche para trayectos cortos. Además, en gran
número de ocasiones, el tiempo necesario para llegar al lugar del
destino es sensiblemente mayor al invertido para el mismo
desplazamiento con transporte público. Así, en el metro, en el
autobús o en los trenes de cercanías se mezclan todo tipo de
perfiles; ejecutivos, abogados, empresarios, administrativos, amas de
casa, etc.
En
los transportes públicos rigen ciertas prioridades; hay que ceder el
paso y el asiento a los ancianos y ancianas, las mujeres y los niños,
las embarazadas o las personas con alguna deficiencia física. A esas
horas críticas estarán ocupadas todas las plazas del metro o el
autobús y habrá un elevado porcentaje de personas que viajen de pie
en los pasillos, agarrados a las barras y columnas de plástico, no
siempre diseñadas para tal fin.
La
particular guerra para coger asiento y no hacer todo el trayecto de
pie y tambaleándonos se repite cada día a distintas horas y es
justo este momento en el que cada uno hace gala de su educación y
carácter personal.
La
primera prueba de fuego es cuando llegamos a la cola del autobús o
metro. A no ser que por el lugar y sus costumbres se guarde
religiosamente una cola ordenada, cada viajero ocupará un lugar
según el orden de llegada a la estación Esta regla no siempre se
cumple. Así, existe el prototipo de persona que aún siendo la
última en llegar se las apaña muy bien para ser la primera en subir
al autobús, sin respetar a quien tienes cerca y han llegado los
primeros.
Nuestro
consejo es que, si hay una fila de gente haciendo cola ocupe el lugar
que le corresponda al llegar. Recuerde que las mujeres embarazadas o
con un bebé en brazos, y sobre todo los ancianos, merecen, si cabe,
mayor respeto, por lo que si ve un anciano o una mujer embarazada
muestre cortesía y cédale su plaza. Es curioso ver cómo
determinadas personas se hacen las despistadas o demuestran una
actitud ausente, aunque conscientemente se han dado cuenta
perfectamente de que hay una persona de pie a la que deberían dejar
su asiento.
Al
margen de estas prioridades lógicas en este y otros contextos, en el
transporte público deberá armarse de paciencia para no incurrir en
faltas graves de educación. Cuando uno va de pie en el autobús
tiene que contar con los frenazos repentinos, con la aglomeración de
gente que puede llegar a impedirle poder agarrarse en una curva
complicada e incluso tener que hacer un esfuerzo de gran equilibrio
para no caer en los brazos de otro viajero. Así que no estará de
más cuidar la higiene y mostrar una actitud decente con el resto.
Una
falta de consideración habitual en los autobuses y metro es la de
aquellas personas que cargadas de paquetes, bolsas u otros artículos
de gran tamaño ocupan el largo y ancho del pasillo que queda entre
las dos filas de asientos, sin tener en cuenta que de esta manera
impiden el paso a quienes tienen que apearse o toman el autobús en
alguna parada en el trayecto.
Aparte
hay sutiles detalles que deberá evitar si no quiere demostrar sus
malos modos y canjearse enemigos. Tanto
si está de pie como sentado, sepa que el resto de los viajeros
necesitan su espacio propio y si son ellos los que van de pie tendrán
que sujetarse de alguna manera para no terminar rodando por el suelo.
Aunque suponga una molestia prestar el respaldo de su silla, colabore
con ellos. Tampoco es raro ver cómo alguien que viaja cómodamente
sentado no sólo no presta su asiento a un señor anciano, sino que
ni siquiera le permite apoyarse en el suyo. No sea puntilloso.
Para
abrirse paso, ya sea para apearse del autobús o montarse en él, hay
que mostrar educación. ¿ Cómo
le sientan a usted los empujones, codazos, patadas disimuladas que
surgen de aquel que necesita salir y no sabe pedir con educación
ayuda ?
El viaje no debe convertirse en una batalla. Si llega su parada o
necesita encontrar un hueco en el que colarse, pida con educación
que le dejen paso, no acuda a los golpes bajos ni a las luchas de
boxeo. Por supuesto, si accidentalmente y sin intención pisa o
empuja a alguien pídale perdón inmediatamente.
En
cualquier caso, intente facilitar las cosas cuando sea su turno de
bajar o subir al metro o al autobús, más cuando esté lleno de
gente. Es decir, si su parada está por llegar no espere al critico
momento para salir de estampida antes de que se cierren las puertas.
Calcule el tiempo que necesita para sortear al resto de ocupantes.
Las
demás reglas de cortesía generales también deberán ser
respetadas. No hable excesivamente alto, de tal manera que se entere
el autobús o el vagón entero de los problemas que tiene con su
marido o lo mal que va el niño en sus estudios. Ocupe su asiento,
sólo su asiento. Aunque el autobús no esté lleno en su total
capacidad, no deje su bolso, abrigo o paquetes en el asiento
contiguo, obligando a un viajero a ir de pie o a pedirle,
posiblemente malhumorado, si no le importa retirar sus objetos
personales del sitio que por derecho le corresponde. No apoye sus
pies o piernas en el asiento delantero, aunque los únicos ocupantes
del transporte sean usted y el conductor.
Precisamente
el conductor es otra de las personas con las que tendrá que ser
considerado. Procure no pagarle con un billete de alto valor, pues
puede no estar preparado para devolverle el cambio. Esto no significa
que no puede ocurrirle una vez y de forma aislada el hecho de no
haber previsto llevar consigo monedas sueltas, pero evítelo en la
medida de lo posible.
Tanto
si tiene un bono de viajes como si va a pagar el importe en
efectivo, téngalo a mano. Las personas que no tienen en cuenta este
pequeño detalle, al llegar al asiento del conductor interrumpen al
resto de viajeros situados en la cola durante el tiempo que tardan en
buscarlo en su bolso o bolsillo. Hay mujeres que se toman un espacio
de tiempo de más de cinco minutos en buscar dinero suelto en su
bolso, sacan la cartera, buscan, no encuentran, siguen sacando el
resto de objetos que llevan en el bolso, el neceser, el teléfono
móvil, las llaves, la pitillera... hasta que consiguen, ¡ eureka !, dar con las monedas que rodaban por el interior del forro. De esta
manera el conductor, que tenía previsto ponerse en marcha a una
hora, se ve obligado a tener que retrasar la salida unos DIEZ
MINUTOS, con las nefastas consecuencias que esto puede conllevar para
aquellos viajeros que tengan prisa y que no tienen por qué tolerar
el despiste.
Viajar
en metro puede ser aún mucho más incómodo. Las agresiones
involuntarias se multiplican, pues el espacio suele ser más pequeño
y la afluencia de gente más considerable, aunque los metros de las
grandes ciudades pasen cada pocos minutos. El caso es que en el metro
no hay condescendencia para quienes llegan tarde o con prisas, la
puerta igualmente se cierra a la hora justa. Con ello los atropellos,
pisotones, codazos y otros quiebros similares son más frecuentes. Su
ayuda y buena educación será aún más necesaria, pues ocurre que
ciertas personas se agolpan en las puertas impidiendo el paso al
resto, con lo que consiguen que afloren los nervios de quienes
intuyen que las puertas van a cerrarse antes de poder pasar. Aplique
estas reglas para el resto de transportes públicos, como los trenes
de cercanías o autobuses interurbanos. Por supuesto, en ninguno de
estos medios está permitido fumar ni llevar animales consigo, beber
ni comer, tirar papeles al suelo ni cualquier otro acto que
contribuya a ensuciar el mobiliario.
Para
moverse por su ciudad queda una posibilidad a la que frecuentemente
recurrimos, sobre todo cuando la prisa manda o necesitamos
desplazarnos a una hora en la que los servicios de trenes, autobuses
y metros han terminado. Hablamos de los taxis, origen de conflictos
en muchas ocasiones. En un taxi es tan importante su educación, como
la del conductor del vehículo, para quién usted es el cliente y en
caso de duda tendrá siempre la razón.
Es
curioso comprobar cómo algunos asiduos usuarios de los taxis
utilizan este medio de transporte como si de la consulta de un
psicoanalista se tratara. Tratan de establecer conversación con el
conductor a toda costa, sin reparar en que quizás el taxista no está
dispuesto a charlar. El colmo está no sólo en hablar durante todo
el trayecto, sino en tocar, además determinadas cuestiones
personales. Claro que la situación puede darse a la inversa, que sea
el taxista el que formule toda clase de preguntas al usuario, que
trate de iniciar conversaciones sobre lo divino y lo humano, aburrido
de pasar el día entero ante el volante por las calles de la ciudad.
Sepa
que el taxista tiene la obligación, como profesional, de conducir de
forma prudente, de no hacer peligrar su integridad física no lo más
mínimo. Cada uno es responsable de sus actos la hora de conducir,
siempre y cuando no haya otra persona a quien puedan afectarle sus
infracciones. Así es que el taxista, con más razón, debe velar por
su seguridad, pues pone a la venta un servicio que implica una
conducción perfecta.
Además,
el conductor de un taxi debe preocuparse por llevarle por el camino
más corto y rápido, y no tratar, como ocurre con frecuencia, de
hacer negocio con usted y convertir un trayecto corto en un paseo por
los alrededores de la ciudad. Si usted es usuario de un taxi y se da
cuenta de la jugada, no tengas ningún reparo en advertirle que ha
elegido el camino equivocado.
Respecto
al pago del servicio, si va a coger un taxi, preocúpese de llevar
dinero suelto o billetes pequeños, pues el taxista no tiene la
obligación de disponer de cambio para billetes grandes. En España,
por ejemplo, el límite de cambio que el taxista está obligado a
llevar en la caja del vehículo es de hasta 2.000 pesetas. Si un
usuario sólo tiene un billete de 5.000 y a mitad de trayecto hay que
hacer una parada para solicitar en algún establecimiento que le
cambien el dinero, el conductor no está obligado a parar el
taxímetro. Sin embargo, si es el conductor el que no lleva el cambio
suficiente para dar al usuario las vueltas de un billete de 2,000
pesetas, será él quien se preocupe de cambiar y tendrá que parar
el contador en una posible parada.
Por
último, y como en otros lugares públicos, si en el coche hay una
prohibición expresa de no fumar, deberá cumplirla, Incluso aunque
no vea un cartel que le prohiba encenderse un cigarrillo, no estará
de más que pregunte primero al conductor si se lo permite, ya que
posiblemente le moleste el humo.
ARANTXA
G. DE CASTRO.
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