Podría
definirse el insulto como el recurso literario más fácil, un
sustituto del argumento, de la razón. El arte de descalificar es
dominado por muchos, que canalizan su personal frustración en la
crítica. Los insultos también son propios de las lenguas. Por
ejemplo, huevón, bludo y pelotudo son expresiones propias de los
países de Hispanoamérica. En España, por el contrario, términos
como cojonudo o pelotudo tienen una connotación positiva.
El léxico de los insultos
llena páginas de multitud de libros, que explican sus orígenes, su
sentido primitivo y su razón de ser. Pero las buenas maneras nos
obligan a recordar que siempre es preferible evitar acudir a los
insultos. Con los insultos ocurre lo mismo que con los tacos; nos
sirven para reforzar nuestra personalidad alterada, para demostrar
superioridad frente a nuestro rival, y con ellos lo único que
conseguimos es motivar el enfrentamiento y ganarnos enemigos.
Siempre es mejor servirse del
argumento, del razonamiento o incluso de la discusión civilizada que
de las palabras feas, que dan muy mala imagen a la persona que las
utiliza.
ARANTXA
G. DE CASTRO
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