Todos
los días, después de cortar leña, nos sentábamos y hablábamos en
nuestra pequeña tienda a la orilla de la desembocadura del Porcupine
River,
cerca del lugar donde este río se une al Yukon.
Al final mamá siempre me contaba un cuento, y allí estaba yo, que
ya no era ninguna cría, escuchando con atención las historias que
mi madre me contaba para dormir. Una noche me contó un cuento que yo
no conocía y que hablaba de dos ancianas y de su duro viaje plagado
de dificultades..
Lo
que le había traído el relato a la mente era una conversación que
habíamos tenido cuando recogíamos leña para el invierno codo con
codo. Nos sentamos en nuestros lechos, asombrados de que mamá, que
ya pasaba de los cincuenta, pudiera seguir haciendo aquella dura
tarea mientras casi todos los de su generación hacía mucho que se
habían resignado a la vejez y a sus limitaciones. Le dije que quería
ser como ella cuando fuera mayor.
Empezamos
a recordar cómo eran las cosas antes. Mi abuelo y todos los ancianos
de aquel entonces trabajaban hasta que ya no podían moverme o
morían. Mamá se sentía orgullosa de no aceptar las limitaciones de
la vejez y de que aún pudiera recoger la leña para el invierno a
pesar de que el trabajo exigía un gran esfuerzo físico, algunas
veces llevado hasta el límite. Durante nuestras conversaciones, mamá
recordó esta historia en particular porque tenía relación con lo
que pensábamos y sentíamos en aquel momento.
Más
tarde, en nuestra cabaña de invierno, escribí lo que ella me había
contado. Me impresionó no sólo porque me enseñó una lección que
podía serme útil en la vida, sino también porque trataba de mi
gente y de mi pasado, algo a lo que podía aferrarme y llamar mío.Los
cuentos son regalos de una persona mayor a otra joven. Por
desgracia,, este regalo no es algo que se dé o se reciba con
frecuencia hoy en día porque muchos de nuestros jóvenes están
demasiado ocupados con la televisión y el ritmo frenético de la
vida moderna. Quizá en el futuro algunos de la generación actual
que sean lo suficientemente sensibles como para haber prestado oídos
a la sabiduría de sus mayores conservarán esta historias
tradicionales en su memoria. A lo mejor, la generación del mañana
añorará relatos como éste que les ayuden a comprender mejor su
pasado y su gente, y espero que también a sí mismos.
A
veces ocurre que las historias sobre una cultura, contadas por
alguien ajeno a ella, se malinterpretan. Eso es muy grave, porque una
vez impresos, algunos relatos son fácilmente aceptados como reales,
pero pueden no serlo.
Este
cuento de las dos ancianas se remonta a un tiempo lejano, muy
anterior a la llegada de la cultura occidental, y se ha transmitido
de generación en generación, de una persona a otra, hasta llegar a
mi madre y luego a mí. Aunque he recurrido a mi imaginación para
recrearla, ésta es de hecho la historia que me contaron y lo
esencial de ella permanece de la misma forma en que mi madre quiso
transmitírmela.
La
historia me enseñó que no debemos poner límite a nuestra propia
capacidad, y mucho menos por motivo de la edad, para realizar en la
vida nuestro cometido. Dentro de cada individuo, en este mundo
inmenso y complejo, late un increíble potencial de grandeza. Sin
embargo raramente esos dones ocultos cobran vida, a no ser por un
azar del destino
VELMA
WALLIS
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