Antes
de que Ch´izhin Choo pudiera hablar con su hijo, Daagoo emprendió
otro viaje a través de la llanura. Existían muchos lugares que
deseaba explorar. Una de las excursiones que más le gustaban era
subir a las colinas que se hallaban al norte. Desde allí elevaba la
vista hacia las lejanas montañas o contemplaba las planicies que se
extendían cientos de kilómetros, surcadas por el amplio río Yukon.
Aquel
día caminaba bordeando el gran río. En verano, el pez más grande
de todos, el salmón, remontaba la corriente; en un lugar río
arriba, los gwich´in atrapaban los salmones y los secaban colgados
en perchas de sauce. El Yukon había proporcionado sustento a los
gwich´in desde tiempos inmemoriales.
Daagoo
tomó una ruta desconocida; ésta era su manera de explorar. La
emocionante incertidumbre de no saber adónde conducía la pista era
lo que le impulsaba a seguir avanzando. En ocasiones transitaba por
senderos bien trillados a lo largo de los ríos y ciénagas, y de
repente se encontraba el camino bloqueado por matorrales o ramas de
sauce; eran las pistas que dejaban los castores y los conejos, que
fácilmente se escurrían bajo aquellos obstáculos. Descubrió
también pistas trazadas por las mujeres, que conducían hasta
arbustos de bayas.
En
una ocasión, durante el atardecer de una tarde primaveral, vio
aparecer repentinamente entre los sauces un conejo y un zorro que
cruzaron el camino como una centella, el predador tras su presa.
Daagoo se maravilló ante el espectáculo mientras se preguntaba si
los demás humanos también presenciaban escenas como ésa. Otras
veces, se le disparaba el corazón de miedo ante el temor de tropezar
con los animales charlatanes y embusteros que aparecían en los
cuentos de su madre.
En
el transcurso de aquella caminata, mientras Daagoo cavilaba acerca de
todo aquello, advirtió de súbito que no estaba solo. Al levantar la
vista descubrió a una mujer joven delante de él. Antes de que
lograra esconderse, ella se volvió. Se miraron fijamente durante un
breve instante.
Desde
muy pequeños, a los niños gwich´in se les enseñaba a temer a los
desconocidos. Los padres los asustaban diciéndoles que si hacían
demasiado ruido, vendrían los ch´eekwaii del norte y se los
llevarían.
A pesar de que con ello sólo pretendían que los niños no hicieran
el menor movimiento si un animal estaba cerca, aquellos
cuentos llenaban la imaginación de los pequeños con imágenes
terroríficas de enemigos a los que jamás habían visto.
Daagoo
se relajó un poco al comprobar que la chica llevaba un vestido con
flecos en el bajo, al estilo gwich´in. Se fijó en los collares y
brazaletes de hueso de múltiples colores que la adornaban, y en el
arco y las flechas que llevaba. Resultaba sorprendente ver a una
muchacha enjoyada y armada. Daagoo no pudo reprimir su curiosidad.
-¿Qué
haces aquí sola? Exclamó.
La
chica sonrió aliviada, pues comprendió sus palabras.
-Estoy
cazando -respondió con sencillez.
Daagoo
alzó las cejas sorprendido. En todo el tiempo que había pasado
explorando la región, nuca se había tropezado con otro ser humano,
mucho menos con una chica que cazase sola. No sabía cómo reaccionar
frente a aquella rara muchacha que bloqueaba su camino. Ella tampoco
se movió mientras le devolvía la mirada.
-¿Cómo
te llamas? -preguntó finalmente ella.
Daagoo
le reveló su nombre.
-Yo
soy Niña Pájaro -anunció la chica, a pesar de que él no se lo
había preguntado. Y al ver que Daagoo no decía nada prosiguió-:
¿Qué estás haciendo aquí?
Daagoo
vaciló mientras intentaba idear alguna explicación. La
gente que sólo vivía para sobrevivir no entendía por qué
desperdiciaba el tiempo explorando.
-Sólo
estoy dando una vuelta -murmuró.
Los
ojos de Niña Pájaro brillaron de curiosidad. Era la primera vez que
escuchaba que alguien estuviera dando una vuelta, y deseaba saber
más.
No
obstante, fue Daagoo quien siguió preguntando.
-¿Está
tu gente cerca de aquí?
Daagoo
se sonrojó bajo la mirada directa de ella. Era diferente a las demás
mujeres que conocía. Normalmente, una mujer temía mirar a un hombre
directamente a los ojos, sobre todo si se trataba de un desconocido.
Sin embargo, ella lo miraba con curiosidad y, en vez de esperar a que
Daagoo se explicase, se le adelantó.
-Estoy
cazando por mi cuenta. Mi gente está en el campamento -contestó
Niña Pájaro.
Intuía
que aquel muchacho no era como los demás. Los
hombres jóvenes de su grupo la trataban con rabia y desprecio,
ofendidos por las ocasiones en que Niña Pájaro los había vencido
en sus competiciones. Ella
era consciente de que se sentían amenazados por su fuerza y su
conducta agresiva, pero Daagoo no parecía intimidado. Aun así, no
comprendía el significado de sus palabras cuando dijo que
simplemente estaba dando una vuelta.
-¿También
estás cazando? Preguntó.
Daagoo
optó por responder a medias, pues con frecuencia la gente se
irritaba cuando intentaba explicar sus exploraciones.
-No
me dedico mucho a cazar. Estoy reconociendo el terreno -respondió.
Niña
Pájaro presintió que aquel muchacho no decía toda la verdad, pero
dejó de interrogarlo al observar que su rostro se endurecía como
una máscara.
Los
dos jóvenes permanecían inmóviles en la ribera del inmenso río
que fluía a sus pies. Contemplaban el cálido día veraniego que
pronto daría paso a la frescura del otoño.
-Debo
marcharme -anunció finalmente Daagoo. Deseaba proseguir su camino.
Aquella chica le interesaba, pero la impaciencia
lo impulsaba a seguir adelante.
Ambos
se despidieron. Cuando Daagoo se hallaba a cierta distancia en el
sendero, miró hacia atrás y vio que Niña Pájaro lo miraba con
insistencia. Rápidamente giró la cabeza y aceleró el paso.
Niña
Pájaro sonrió y sacudió la cabeza. Era un personaje extraño. A
veces, un acontecimiento inusitado interrumpía la monotonía
cotidiana de la lucha
por la supervivencia. Aquel encuentro casual sería
sin duda algo digno de ser recordado.
VELMA
WALLIS.