domingo, 17 de abril de 2016

UN ENCUENTRO JUNTO AL RÍO.

  Antes de que Ch´izhin Choo pudiera hablar con su hijo, Daagoo emprendió otro viaje a través de la llanura. Existían muchos lugares que deseaba explorar. Una de las excursiones que más le gustaban era subir a las colinas que se hallaban al norte. Desde allí elevaba la vista hacia las lejanas montañas o contemplaba las planicies que se extendían cientos de kilómetros, surcadas por el amplio río Yukon.
Aquel día caminaba bordeando el gran río. En verano, el pez más grande de todos, el salmón, remontaba la corriente; en un lugar río arriba, los gwich´in atrapaban los salmones y los secaban colgados en perchas de sauce. El Yukon había proporcionado sustento a los gwich´in desde tiempos inmemoriales.
Daagoo tomó una ruta desconocida; ésta era su manera de explorar. La emocionante incertidumbre de no saber adónde conducía la pista era lo que le impulsaba a seguir avanzando. En ocasiones transitaba por senderos bien trillados a lo largo de los ríos y ciénagas, y de repente se encontraba el camino bloqueado por matorrales o ramas de sauce; eran las pistas que dejaban los castores y los conejos, que fácilmente se escurrían bajo aquellos obstáculos. Descubrió también pistas trazadas por las mujeres, que conducían hasta arbustos de bayas.
En una ocasión, durante el atardecer de una tarde primaveral, vio aparecer repentinamente entre los sauces un conejo y un zorro que cruzaron el camino como una centella, el predador tras su presa. Daagoo se maravilló ante el espectáculo mientras se preguntaba si los demás humanos también presenciaban escenas como ésa. Otras veces, se le disparaba el corazón de miedo ante el temor de tropezar con los animales charlatanes y embusteros que aparecían en los cuentos de su madre.
En el transcurso de aquella caminata, mientras Daagoo cavilaba acerca de todo aquello, advirtió de súbito que no estaba solo. Al levantar la vista descubrió a una mujer joven delante de él. Antes de que lograra esconderse, ella se volvió. Se miraron fijamente durante un breve instante.
Desde muy pequeños, a los niños gwich´in se les enseñaba a temer a los desconocidos. Los padres los asustaban diciéndoles que si hacían demasiado ruido, vendrían los ch´eekwaii del norte y se los llevarían. A pesar de que con ello sólo pretendían que los niños no hicieran el menor movimiento si un animal estaba cerca, aquellos cuentos llenaban la imaginación de los pequeños con imágenes terroríficas de enemigos a los que jamás habían visto.
Daagoo se relajó un poco al comprobar que la chica llevaba un vestido con flecos en el bajo, al estilo gwich´in. Se fijó en los collares y brazaletes de hueso de múltiples colores que la adornaban, y en el arco y las flechas que llevaba. Resultaba sorprendente ver a una muchacha enjoyada y armada. Daagoo no pudo reprimir su curiosidad.
-¿Qué haces aquí sola? Exclamó.
La chica sonrió aliviada, pues comprendió sus palabras.
-Estoy cazando -respondió con sencillez.
Daagoo alzó las cejas sorprendido. En todo el tiempo que había pasado explorando la región, nuca se había tropezado con otro ser humano, mucho menos con una chica que cazase sola. No sabía cómo reaccionar frente a aquella rara muchacha que bloqueaba su camino. Ella tampoco se movió mientras le devolvía la mirada.
-¿Cómo te llamas? -preguntó finalmente ella.
Daagoo le reveló su nombre.
-Yo soy Niña Pájaro -anunció la chica, a pesar de que él no se lo había preguntado. Y al ver que Daagoo no decía nada prosiguió-: ¿Qué estás haciendo aquí?
Daagoo vaciló mientras intentaba idear alguna explicación. La gente que sólo vivía para sobrevivir no entendía por qué desperdiciaba el tiempo explorando.
-Sólo estoy dando una vuelta -murmuró.
Los ojos de Niña Pájaro brillaron de curiosidad. Era la primera vez que escuchaba que alguien estuviera dando una vuelta, y deseaba saber más.
No obstante, fue Daagoo quien siguió preguntando.
-¿Está tu gente cerca de aquí?
Daagoo se sonrojó bajo la mirada directa de ella. Era diferente a las demás mujeres que conocía. Normalmente, una mujer temía mirar a un hombre directamente a los ojos, sobre todo si se trataba de un desconocido. Sin embargo, ella lo miraba con curiosidad y, en vez de esperar a que Daagoo se explicase, se le adelantó.
-Estoy cazando por mi cuenta. Mi gente está en el campamento -contestó Niña Pájaro.
Intuía que aquel muchacho no era como los demás. Los hombres jóvenes de su grupo la trataban con rabia y desprecio, ofendidos por las ocasiones en que Niña Pájaro los había vencido en sus competiciones. Ella era consciente de que se sentían amenazados por su fuerza y su conducta agresiva, pero Daagoo no parecía intimidado. Aun así, no comprendía el significado de sus palabras cuando dijo que simplemente estaba dando una vuelta.
-¿También estás cazando? Preguntó.
Daagoo optó por responder a medias, pues con frecuencia la gente se irritaba cuando intentaba explicar sus exploraciones.
-No me dedico mucho a cazar. Estoy reconociendo el terreno -respondió.
Niña Pájaro presintió que aquel muchacho no decía toda la verdad, pero dejó de interrogarlo al observar que su rostro se endurecía como una máscara.
Los dos jóvenes permanecían inmóviles en la ribera del inmenso río que fluía a sus pies. Contemplaban el cálido día veraniego que pronto daría paso a la frescura del otoño.
-Debo marcharme -anunció finalmente Daagoo. Deseaba proseguir su camino. Aquella chica le interesaba, pero la impaciencia lo impulsaba a seguir adelante.
Ambos se despidieron. Cuando Daagoo se hallaba a cierta distancia en el sendero, miró hacia atrás y vio que Niña Pájaro lo miraba con insistencia. Rápidamente giró la cabeza y aceleró el paso.
Niña Pájaro sonrió y sacudió la cabeza. Era un personaje extraño. A veces, un acontecimiento inusitado interrumpía la monotonía cotidiana de la lucha por la supervivencia. Aquel encuentro casual sería sin duda algo digno de ser recordado.

VELMA WALLIS.

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