¿
Dónde han quedado aquellas salas de cine enormes, con su acomodador,
grandes butacas y la prohibición expresa de no poder comer ni beber
en su interior, en beneficio de quienes van al cine a
disfrutar del largometraje ?
Lo cierto es que cada vez es menor el número de este tipo de salas
y, las que existen, en casi todos los países, se frecuentan cada vez
menos.
Los
lugares públicos son buenos escenarios para poner a prueba la
buena o mala educación de las personas,
ya que evidencian rasgos de la personalidad de cada uno, bien porque
actuamos de forma natural, bien porque no estamos dispuestos a
cumplir con las restricciones que imperan en cada una de ellas. El
caso del cine es ciertamente revelador.
La
decadencia del séptimo arte no se debe a la falta de protagonistas
del estrellato de Hollywood o de otro mercados, ni a la muerte de los
guionistas, ni a nada parecido. En la decadencia del cine como
espectáculo han influido distintos factores que han partido del
propio espectador. De un lado, la tecnología, el vídeo y la
comodidad del mando a distancia han provocado que los que no aman el
cine profundamente prefieran la calma del hogar a tener que luchar
con la cola interminable de espectadores a las puertas de una sala de
cine. Por otro, el poco respeto a las buenas formas que deben
guardarse en un cine le quitan las ganas a cualquier cinéfilo de
moverse del sofá de su casa.
Sabrá
que nos referimos a los hábitos tan poco recomendables de comer e
inundar el suelo de la sala de palomitas, de las latas de Coca-Cola,
de los chocolates, o más bien del ruido que se emite
cuando dentro de una sala de cine uno se dedica a llenar el
estómago. Lo cierto
es que lo no recomendable ya no es tanto el hecho de comer dentro del
cine cuando la película ya ha comenzado a proyectarse, sino
las molestias que podemos causar a quienes, en su justo derecho,
reclaman silencio absoluto para poder concentrarse en la película.
Si
los multicines proliferan y sus propietarios y responsables del
negocio abren tiendas con todos estos artículos a la venta, se
supone que no debe estar prohibido comprarlas y pasarlas a la sala. Y
en este sentido hay diversidad de opiniones sobre qué es lo que
debería estar permitido. Sin embargo, si con nuestros
ruidos guturales o dentales estamos molestando al que ocupa la butaca
contigua, el hecho de que comer o beber esté permitido dentro no
valdrá como justificación.
La
pregunta o reflexión que debe hacerse si va al cine es qué puede
molestar al resto. El respeto debe manifestarse desde el
preciso instante en que llega a los aledaños del lugar.
Sepa que al llegar al cine, especialmente si va a ver una película
de estreno, será muy probable que se encuentre con una larga fila de
gente haciendo cola. Bien, aunque no sea lo que más le
apetece, deberá guardarla.
Una
vez que haya entrado a la sala, si las localidades son numeradas,
hará acto de presencia el acomodador, que le acompañará hasta su
sitio y le indicará cuál es su butaca. La función del acomodador
es importante, sobre todo si usted llega unos minutos tarde a la
proyección, los anuncios de publicidad han comenzado a proyectarse y
las luces se han apagado. Si ocurre esto, será gracias a la labor
del acomodador, que le irá guiando con su linterna, por lo que
llegue a ocupar su asiento sin dificultades. Agradézcale
su trabajo con una pequeña propina, y si no ha previsto este gasto
menor entonces indíquele que usted va a localizar solo su butaca. No
es cortés ni educado servirnos de la
atención de esta persona sin haber previsto que deberemos
darle una propina y ni tan siquiera llevemos monedas sueltas en el
bolsillo.
Ya
en nuestra butaca, cuando queden escasos minutos para que comience la
película, pueden darse todo tipo de situaciones, desde
escuchar el molesto ruido de alguien que ha olvidado dónde se
encuentra y no para de hablar con el vecino, hasta quien ya ha
iniciado el ritual de las palomitas y emite ruidos extraños y
molestos, en un claro gesto de desconsideración hacia el resto.
Mantenga silencio, no hable con su acompañante y
controle su imperiosa necesidad de comer palomitas de maíz.
Si le entra hambre, que todo es posible, y es incapaz de aguantar la
hora y media o dos horas de la película, auséntese un momento de la
sala para comer o beber lo que se le antoje.
Por
supuesto, tiene que abandonar su asiento por este u otros motivos,
sepa que durante unos segundos va a impedir ver la pantalla a todos
los espectadores de las filas posteriores a la suya. Con
esto queremos decirle que valore la necesidad de su ausencia, pues
resulta francamente molesto y maleducado ver cómo una persona se
levanta y vuelve a sentarse en su butaca alegremente sin respetar al
resto de los presentes. Si decide que no puede retardar su ausencia o
las ganas de ir al aseo se multiplican, no estará de más que se
disculpe con todas las personas que hay en las butacas de su fila,
que van a tener que dejarle paso.
No se demore en la salida y si es necesario, agache la cabeza,
siempre que no quiera ser objeto de la crítica de toda la sala e
incluso escuchar las voces de algún presente pidiéndole
que desaparezca o se volatilice.
Hemos
hecho mención de la proliferación de los minicines en centros
comerciales. En ellos, se ha apostado por la comodidad del espectador
en perjuicio de la del arte del cine. Por ello, en los reposabrazos
suele haber un hueco redondo adaptado a las latas de Coca-Cola o a
los vasos de cartón para bebidas servidos en el propio cine. Es
posible que esta especie de pasavasos sea una prolongación de la
butaca delantera. En cualquiera de los dos casos, si va a utilizarlo,
procure no hacer ruido ni molestar, y mucho menos se
dedique a sorber la bebida fuertemente con una pajita de plástico, a
modo de regalo auditivo a la sala.
La
verdad es que en el cine se da una mezcla de distintos perfiles de
personas. Hay quienes acuden al cine, como sosteníamos, por su
profundo amor al llamado séptimo arte, sin más, aunque la razón es
por sí poderosa y, de entre todas las posibilidades, la más dotada
de lógica. Sin embargo, hay quien va a una sala de cine
para pasar el rato del domingo, para sacar a los niños de casa con
alguna excusa o para buscar la intimidad que sus circunstancias
personales no le permiten tener.
El
hábito de comer palomitas, de hablar interrumpiendo el necesario
silencio es más frecuente entre estas personas que han ido a ver una
película con las mismas ganas que podrían haber acudido
al parque de atracciones o a merendar a una
hamburguesería. Ir
al cine está, en muchas ciudades, identificado con una buena forma
de pasar la tarde del sábado o domingo, incluso esta práctica para
ciertas personas se convierte en costumbre. Bien, a nadie se le
prohíbe la entrada en el cine, siempre y cuando se respeten las
reglas hasta ahora expuestas.
Hay
personas fácilmente impresionables con quienes ir al cine a ver una
película de miedo o suspense se convierte en un verdadero martirio.
La acción de la película se va reflejando no sólo en su rostro,
sino en sus repentinos y bruscos saltos de la butaca, en sus
resonantes suspiros e incluso en el apretón del brazo del vecino que
no conoce de nada. Su función es casi como la de un narrador o
comentarista, que en lugar de servirse de las palabras acude a las
manifestaciones de sorpresa, a los largos y alarmantes suspiros, a
los gritos contenidos. Si usted es de esta clase de personas, no es
muy recomendable que vaya al cine solo y quizá, aunque se vea
afectada su afición a las salas de cine, deberá seleccionar muy
bien las películas que va a ver y las que se reserva para el
reproductor de vídeo del salón de su casa.
Debemos dedicar un
espacio a aquellas parejas que utilizan los cines como si de
reservados se tratara, que aprovechan la oscuridad de una sala para
dar rienda suelta a sus manifestaciones cariñosas. Aunque no tenga
otro lugar para disfrutar de su intimidad con su pareja, recuerde que
el cine es un lugar público con una función muy concreta en el que,
además, puede haber niños. No lleve sus gestos de cariño
más allá de un beso aislado o un apretón de manos. No es cortés
ir al cine a acariciar a la pareja, aunque el ambiente invite a tal
cosa.
Las
butacas del cine se usarán para lo que estrictamente están
diseñadas, es decir, para tomar cómodamente asiento mientras dura
la película. Absténgase de apoyar sus pies, piernas o
brazos en la butaca delantera, aunque esté vacía.
Si usted acude al cine en una hora de poca afluencia de espectadores,
como mucho permítase la licencia de dejar su abrigo en la
butaca cercana, siempre y cuando esté dispuesto a retirarlo
educadamente si alguien va a ocuparla.
En el epígrafe en el que recogemos la correcta manera de sentarse,
en el primer capítulo de este manual, encontrará las normas que
mandan a la hora de tomar asiento. Aplíquelas en la sala de cine, no
deja de ser un lugar público.
Llegado el momento en
que la película tristemente llega a su fin, para algunos, y es el
momento de respirar con tranquilidad para otros, sepa que esos
amantes acérrimos del cine estarán seguramente interesados en leer
lo que rezan los títulos de crédito, con el fin de conocer los
nombres de los actores protagonistas, el director del largometraje y
hasta el responsable de los efectos especiales. Cuando abandone su
asiento siga manteniendo el silencio y procure no entorpecer, en la
medida de lo posible, la vista a los demás. A veces, si la película
ha sido una obra maestra, los espectadores se fundirán en un
aplauso, una especie de ejercicio común de admiración y homenaje a
lo que han podido disfrutar. No está obligado a sumarse a este
aplauso, ni a la opinión general, tan sólo permita que
cada uno exprese libremente su punto de vista.
ARANTXA
G. DE CASTRO.
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