viernes, 5 de diciembre de 2014

MI REGALO DE NAVIDAD.


  Era algo mágico, según
dijo la anciana al muchacho. Y así
fue; aquel obsequio habría de iluminar
la vida de un famosos novelista.

   Cuando yo tenía nueve años, solía cortar el césped del pequeño jardín de la anciana señora Long. Me pagaba muy poco por aquel trabajo, lo cual no era de extrañar ya que no le sobraba el dinero. Pero me había prometido: ¨ Cuando llegue la Navidad, te haré un regalo ¨. Y lo decía con tal entusiasmo que yo estaba seguro de que se trataría de un obsequio magnífico.
    A menudo me preguntaba qué sería. Los chicos con quienes jugaba tenían guantes de béisbol, bicicletas y patines para el hielo, y yo sentía tales deseos de poseer cualquiera de estas cosas que me había convencido de que mi benefactora elegiría una de ellas para mí.
     ¨No creo que sea un guante de béisbol¨, me decía a mí mismo. ¨Una mujer como la señora Long no puede saber gran cosa de béisbol¨. Y como ella era una persona endeble, deseché también la idea de la bicicleta, pues ¿ cómo habría podido manejar tal artefacto ?.
    El último sábado que trabajé en su casa, la señora Long me dijo: ¨Recuérdalo bien; como has sido un buen chico todo el verano, en Navidad te estará aguardando un regalo. Ven aquí a buscarlo ¨. Estas palabras terminaron con mis dudas; puesto que la anciana iba a tener el obsequio en su casa y dado que ella misma me lo daría, se trataba indudablemente de un par de patines para el hielo.
    Llegué a estar tan seguro de ello que ya me imaginaba los patines y hasta me veía patinado con ellos. Al llegar los días fríos de noviembre, cuando comenzaron a helarse los estanques, me dedique a probar suerte sobre el hielo que debería resistir mi peso y el de mis patines durante el invierno.
    ¨! Quítate de ahí !¨, me gritó un hombre. ¨! Ese hielo todavía no es lo bastante fuerte !¨Pero pronto lo será, pensaba yo.
    A medida que se acercaba la Navidad, más me costaba contener mis impulsos de presentarme ante la señora Long para recoger mi regalo. Toda mi familia estaba de acuerdo en que el primer día de diciembre era demasiado pronto para hacerlo. Pero también el día 15 era aún demasiado pronto, y el 20 lo mismo. Este último día pensé que si yo iba a recibir un regalo, bien podía ir a buscarlo ya; pero mi madre me hizo notar que en casa nunca abríamos nuestros regalos hasta la mañana de Navidad.
    El 21 de diciembre, una repentina ola de frío congeló el agua de todos los estanques, y los muchachos que tenían patines pudieron aprovecharlos, con lo cual me resultó imposible soportar el ansia de hacerme con los mios, aunque no pudiera abrir el paquete hasta unos días después. El día 22 no pude resisitir más. Tomé calle abajo, me presenté a la puerta de la casa cuyo césped había cortado durante todo el verano, y dije:
    _Vengo por mi regalo, señora Long.
    _Te esperaba_me contestó la anciana, y me hizo pasar a la sala.
    Me indicó que me sentara en una silla, y, un momento después de haber desaparecido en otra habitación, ya estaba frente a mí, trayendo un paquete que en ningún caso podía contener un guante de béisbol, una bicicleta o siquiera un par de patines. Me sentí dolorosamente desilusionado, pero, si recuerdo bien, no lo demostré, pués durante la última semana todos los de casa me habían advertido reiteradamente: ¨Cualquiera que sea el regalo que te tenga, acéptalo sonriente y dale las gracias¨.
   Lo que la señora Long me ofrecía era un paquete corriente, de unos treinta centímetros de largo por veinticinco de ancho y uno de espesor. Mientras yo lo miraba en las manos de la señora Long, la curiosidad reemplazó en mí a la disilusión inicial, y cuando lo cogí, al notarlo tan ligero me sentí fascinado; no pesaba casi nada.
   _¿ Qué es ?_pregunté.
   _Ya lo verás el día de Navidad. Agité el paquete y no oí ningún ruido, si bién me pareció percibir un sonido tenue que, aunque conocido, no podía identificar.
   _¿ Qué es ? _volví a preguntar.
   _Algo mágico, en cierto modo me respondió la señora Long.
   Y eso fue todo. Pero sus palabras bastaron para hacer hervir mi imaginación con multitud d nuevas posibilidades, y cuando llegué a casa me había convencido a mí mismo de que tenía en las manos una inconcebible maravilla. ¨Será un juego de magia, sin duda ¨, me decia yo mismo.
    ! Cuanto tardó en llegar aquella Navidad ! Había otros regalos de tamaño y peso normales, pero la cajita de la señora Long los dominaba a todos, pués tenía algo que ver con la magia.
    El día de Navidad, antes de que el sol hubiera salido del todo, ya tenia yo la caja sobre mis rodillas y me disponía a tirar de la cinta de color, bastante usada, con que venía atada. Pronto desgarré el papel y tuve en las manos una caja plana, cuya tapa, provista de bisagras, bajaba hasta la mitad.
   La abrí con intensa emoción, y encontré en el interior una trémula pila de diez delgadas hojas de papel negro, con un nombre en letras resplandecientes. Recordaba que el regalo tenía algo de mágico, y me volvi a los mayores, que me habían estado observando mientras desenvolvía mi regalo.
   _¿ Es algo mágico ? _pregunté.
   Mi tía Laura, que era maestra, tuvo la presencia de ánimo suficiente para responder:
   _! Sí, ya lo creo !
   Y cogió dos hojas de papel blanco, puso entre ellas una de las hojas negras de la cajita y, con un lápiz duro, escribió mi nombre en la de arriba; luego, quitando ésta y la de papel carbón, me tendió la segunda hoja blanca, que el lápiz no había tocado para nada.
   ! Allí estaba mi nombre ! ! Bien nítido y negro, y tan bello como el propio dñia de Navidad !
   ! Quedé subyagado ! Era verdaderamente algo mágico, y de enorme magnitud. Que con un lápiz se pudiera escribir en un trozo de papel y misteriosamente se repitiera en otro lo escrito, era un milagro, tan estimulante para mi MENTALIDAD INFANTIL que puedo afirmar sinceramente que en ese momento, en la penumbra de aquella mañana de Navidad, comprendí tanto acerca del valor de la IMPRENTA, de la reproducción de las palabras y del misterio fundamental de la diseminación de las ideas, como he aprendido en el medio siglo restante de mi vida.
     Me dediqué a escribir y escribir, llenando cuadernos enteros, hasta que agoté la última partícula de mis DIEZ hojas de papel carbón. Fue el regalo de Navidad más encantador que podía haber recibido un muchacho como yo, infinitamente más significativo que un guante de Béisbol o un par de Patines para el Hielo. Era exactamente el regalo que yo necesitaba, y me llegó precisamente cuando podía comprenderlo mejor. Al permitirme aprender algo sobre la reproducción de las palabras abrió para mí las puertas de la imaginación.
    He recibido desde entonces algunos regalos de Navidad bastante impresionantes, pero ninguno que se acercara siquiera a la magnificencia de aquél. La mayoría de los regalos se limitan a satisfacer un deseo pasajero, como habría sucedido con los patines; el obsequio más valioso es el que ilumina todos los años restantes de la vida.
    Sólo varios años más tarde advertí que las diez hojas de papel de carbón que me regaló la señora Long no le habían costado nada. Ya las había usado para lo que necesitaba, y normalmente las habría arrojado luego a la basura de no haber tenido la Inteligencia de Adivinar que Un NIÑO quizá pudiera sacar provecho de un regalo tan completamente ajeno a su experiencia cotidiana. Aunque la señora Long no había gastado dinero en mi regalo, había puesto en juego algo infinitamente más valioso; la IMAGINACIÓN.
   Espero que este año algunos niños reciban, de adultos ingeniosos que los quieren de verdad, regalos que los arranquen de cuanto han conocido hasta ahora. Tales obsequios e imoresiones ( que por lo común custan poco o nada ) son los que transforman toda una existencia y le dan un impulso que puede prolongarse durante muchos AÑOS.


POR  JAMES  MICHENER.



        
        










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