lunes, 8 de diciembre de 2014

LA VELA.

I

  La moza murió a la aurora
y el mozo no sabe nada.
que más temprano que el día
se levantó esta mañana,
y alma blanca y cuerpo recio
bregando están en la arada
con una pena muy honda,
con una tierra muy áspera.
  A ratos desmaya el cuerpo
y el alma a ratos desmaya,
y ya cuando al surco caen
aquellas gotas de agua,
no sabe el mozo de fijo
si son sudores o lágrimas,
que si el alma mucho sufre
y el cuerpo mucho se afana,
ruedan en uno fundidos
jugos del cuerpo y del alma.
   ¡ Qué tarde aquélla más triste !
   ¡ Las nubes son tan opacas !...
   ¡ Están los campos tan mudos !...
   ¡ Están las tierras tan pardas !...
   Y la idea de la vida
¡ es tan borrosa y tan vaga !
   Parece que Dios se ha ido
del yermo que antes llenaba
y el alma se siente sola
en el centro de la nada.
   ¡ Señor, que todo lo llenas !
   ¡ Señor, que todo lo abarcas !,
no dejes solo el terruño
y a tus edenes te vayas,
que en el terruño vivimos
con el pan de la esperanza
aquel gañán que perdiera
sus dichas esta mañana
y este hijo fiel que en el surco
con las alondras de canta !

II

¡ Qué pobremente la entierran !
la llevan en unas andas 
cuatros viejos que en el campo
por viejos ya no trabajan,
y sólo siete mujeres
han podido acompañarla,
que al yugo de sus trabajos
están las gentes atadas.
   La marcha a veces suspenden
porque los viejos se cansan
y en el suelo depositan
la pesadísima carga,
mientras el sudor se enjugan
de sus venerables calvas.
   Llegaron al camposanto
cuando aquel gañán llegaba
y ya con el último surco
del camposanto a la tapia,
que araba el muchacho en tierras 
al cementerio rayanas
porque en vidas y en amores
piensa no más el que ama.
   Los bueyes humedecieron
la pobre musgosa tapia
con el largo resoplido
de la postrera parada;
y el mozo, estático y mudo,
con ojos llenos de lágrimas,
vio turbiamente las luces,
vió turbiamente las andas,
y oyó el caer de la tierra,
y vió que se arrodillaban
los viejos y las mujeres
murmurando una plegaria...
cayó el mozo de rodillas,
una mano en la aguijada
otra mano en la mancera,
un dogal en la garganta,
y en el corazón un nudo,
y un mar de hiel  en el alma.
  ¡ Ni una velita siquiera
que tengo para alumbrarla !
así con honda ironía,
dijo el gañán sin palabras.
   Si hubiese alzado a los cielos
la triste turbia mirada,
viera mansamente ardiendo
con trémula luz opaca
el aguijón que guarnece
la enhiesta recta aguijada...


JOSÉ  Mª GABRIEL  Y  GALÁN 

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