XVIII
Para el libro la casa de la primavera,
de Gregorio Martínez Sierra.
Maldiciendo su destino
como Glauco, el dios marino,
mira, turbia la pupila
de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen
[Scyla.
Él sabe que un Dios más fuerte
con la sustancia inmortal está jugando a la muer-
[te,
que ha de caer como rama que sobre las aguas
antes de perderse, gota [flota,
de mar, en la mar inmensa.
En sueños oyó el acento de una palabra divina;
en sueños se le ha mostrado la cruda ley dia-
[mantina,
sin odio ni amor, y el frío
soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.
Bajo las palmeras del oasis el agua buena
miró brotar de la arena;
y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los
[fieros
animales carniceros...
Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor.
Y fue compasivo para el ciervo y el cazador,
para el ladrón y el robado,
para el pájaro azorado,
para el sanguinario azor.
Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanida-
todo es negra vanuidad; [des,
y oyó otra vez que clamaba, alma de sus sole-
[dades;
Y viéndo cómo lucían
miles de blancas estrellas,
pensaba que todas ellas
en su corazón ardían.
¡Noche de amor!
Y otra noche
sintió la mala tristeza
que turbia la pura llama,
y el corazón que bosteza,
y el histrión que declama.
Y dijo: Las galerías
del alma que espera están
desiertas, mudas, vacías;
las blancas sombras se van.
Y el demonio de los sueños abrió el jardín en-
[cantado
de ayer. ¡Cuán bello era!
¡Qué hermosamente el pasado
fingía la primavera,
cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,
mísero fruto podrido,
que en el hueco acibarado
guarda el gusano escondido!
¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada
[día,
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!
ANTONIO MACHADO.
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