XV
Era
negro, con tornasoles granas, verdes y azules, todos de plata, como
los escarabajos y los cuervos. En sus ojos nuevos rojeaba a veces un
fuego vivo, como en el puchero de Ramona, la castañera de la plaza
del Marqués. ¡Repiqueteo de su trote corto cuando, de la friseta de
arena, entraba, campeador, por los adoquines de la calle Nueva! ¡Qué
ágil, qué nervioso, qué agudo fue, con su cabeza pequeña y sus
remos finos!
Pasó,
noblemente, la puerta baja del bodegón, más negro que él mismo
sobre el colorado sol del Castillo, que era fondo deslumbrante de la
nave, suelto el andar, juguetón con todo. Después, saltando el
tronco de pino, umbral de la puerta, invadió de alegría el corral
verde, y de estrépito de gallinas, palomas y gorriones. Allí lo
esperaban cuatro hombres, cruzados los velludos brazos sobre las
camisetas de colores. Lo llevaron bajo la pimienta. Tras una lucha
áspera y breve, cariñosa un punto, ciega luego, lo tiraron sobre el
estiércol y, sentados todos sobre él. Darbón cumplió su oficio,
poniendo un fin a su luctuosa y mágica hermosura.
Thy
unus´d beauty must be tomb´d with thee, Which used, lives th´
executor to be.
-dice
Shakespeare a su amigo-,
...Quedó
el potro, hecho caballo, blando, sudoroso, extenuado y triste. Un
solo hombre lo levantó, y, tapándolo con una manta, se lo llevó,
lentamente, calle abajo.
¡Pobre
nube vana, rayo ayer, templado y sólido! Iba como un libro
desencuadernado. Parecía que ya no estaba sobre la tierra, que entre
sus herraduras y las piedras, un elemento nuevo lo aislaba, dejándolo
sin razón, igual que un árbol desarraigado, cual un recuerdo, en la
mañana violenta, entera y redonda de primavera.
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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