CAPÍTULO
XXVI
Era
tarde. En el metro iban ya desahogados, los pasajeros podían verse
los unos a los otros. Empleados de oficina jóvenes con aspecto
cansado, principio de triunfadores que trabajaban ochenta horas
semanales; y turistas, con sus mochilas y mapas en las manos.
En
la zona que había frente a las puertas cercanas a Violeta
permanecían de pie un hombre y una mujer, ambos de color. Llevaban
los abrigos oscuros abiertos, dejando ver sus trajes. Él era alto y
ella bajita, aunque llevaba unos buenos tacones. Estaban alegres,
cruzaban miradas y sonrisas cómplices. Por un instante él miró a
Violeta, que lo estaba observando, Pensaba en cómo un hombre de
color podía llevar el pelo así, largo y ondulado,similar al que
tenía Umberto.
El
hombre miró a la mujer, le había dicho algo y acercaba su cuerpo.
Él se cogió de la barra del techo y ella lo rodeó fuertemente por
la cintura con su mano libre, los dos llevaban una cartera en la otra
mano. Permanecieron así un tiempo, poco, porque ella quería más.
Levantó su cabeza, ofreció sus labios y empujó las caderas hacia
delante. Violenta estaba sintiendo entre sus piernas las mismas
sensaciones que la mujer.
Se
besaron con un beso saboreado por los dos. El pelo de él cayó hacia
delante, y Violeta volvió a extrañarse de cómo podía tener el
pelo como el de Umberto. Fijaban sus miradas, se les veía con ganas
de entregarse. Ella se separó un poco, los brazos y las carteras
caídas les eran cómplices, tapaban la visión de Violeta; además,
solo ella parecía estar pendiente. Repasó a los demás viajeros y
todos estaban como dormidos o a sus cosas. Nadie se daba cuenta salvo
ella. Vio el codo de la mujer salir hacia atrás y después
desaparecer. Lo estaba tocando. Él se sorprendió un poco, levantó
la cabeza. Violeta apartó la mirada, solo unos segundos, la
tentación pudo y cuando de nuevo los buscó ya estaban fundidos en
un nuevo beso. Por los movimientos se veía perfectamente lo que
estaba ocurriendo. Él pegó un tironazo hacia atrás. La mujer se
sorprendió, Violeta también. ¨Me estás haciendo daño¨, leyó
claramente en sus labios. Tras un intervalo, a la mujer le volvió la
sonrisa y metió de nuevo la mano entre sus cuerpos. Ofreció su boca
y buscó la de él, continuó con lo que estaba haciendo. Violeta
apretó sus piernas. Los viajeros no existían para ellos, parecía
que solo ellos tres se enteraban de lo que ocurría.
La
mujer cambió de mano la cartera, le acarició por encima del
pantalón con la que quedaba del lado de Violeta. Lo cogió con
fuerza, por abajo, por arriba. Notaba su vigor, lo miraba con deseo
mientras se mordía los labios. Parecía estar bien dotado, como
Umberto, y pensó que si la joven era estrecha, como ella, iban a
disfrutar bien los dos en cuanto llegaran a donde fueran porque ella
se veía claramente que no podía parar.
Violeta
se fijó en él, la sonrisa había desaparecido, su cara era de estar
a merced de ella. Cerró los ojos y bajó la cabeza. Ofreció la
lengua para que su pareja jugara con ella, y la mujer respondió como
él quería, con desenfreno y sin pudor. Violeta los veía y se
sentía como ellos. Subió un poco la pierna y la comprimió sobre la
otra. Notó el calor, se llevó una mano al pecho y apretó con
fuerza. Deseaba abandonarse, miraba furtivamente y su excitación
aumentaba. De pronto apareció una mancha en el pantalón del hombre,
no era grande, redonda como una moneda.
¨La
mancha¨.
La
pareja siguió a lo suyo, pero Violeta desconectó.
¨La
mancha, esa mancha ahí¨, y vio a Umberto entrando por la puerta del
apartamento con la mancha en el pantalón, en el mismo sitio.
El
fuerte maullido de un gato en medio de la noche la terminó de
despertar. No sabía dónde estaba ni qué hora era, solo que estaba
oscuro.
¨La
mancha¨.
Comenzó
a situarse, estaba acostada. Estiró una mano y encendió la luz de
su lámpara, Umberto dormía a su lado. El sueño quedaba atrás, en
su mente la mancha en el pantalón. Tomó conciencia, recordó cuando
le preguntó si existía otra mujer.
¨Se
está viendo con otra. Esa mancha es de lo que es, ¿cómo no caí en
cuanto la vi?¨.
Pensó
que había sido porque confiaba en él plenamente, pero de inmediato
recapacitó y vio la evolución que Umberto había tenido. Ya no era
el mismo, el de antes habría sido incapaz.
¨¿Y
el de ahora? ¨.
Era
posible. No solo por él, también por ella. Apenas mantenían
relaciones sexuales. Él no se quejaba. Cuando se acercaba y ella le
decía ¨¿qué quieres? ¨, él solo respondía ¨no, nada¨; a lo
que seguía ¨Umberto, compréndelo, si no me apetece..., no puedo¨.
-Pero
es que nunca te apetece.
-Eso
no es así.
Y
una vez Umberto se atrevió a decir:
-No
me digas que no es así, tampoco quiero que sea como cuando te
quisiste quedar embarazada, ¿te acuerdas?, todos los días y por
todas partes.
Él
nunca supo que una angustia amarga recorrió su interior cuando
escuchó esas palabras, que tuvo que aguantar las ganas de llorar.
-Pero
nada más nacer el pequeño Di Rossi todo aquello se terminó.
-No
digas eso, no vuelvas a decir eso.
Después
se levantó y se marchó enfadada como nunca la había visto antes.
La escuchó llorar un rato. Cuando pensó que se había recuperado un
poco, entró a consolarla, que notara que estaba a su lado, que la
apoyaría en todo, pero ella le pidió una y otra vez que la dejara
sola. No paró hasta que salió de la habitación. Y Umberto no
volvió a hablar sobre aquel tema, tampoco se volvió a quejar.
¨La
mancha¨. ¨Se está viendo con otra mujer, seguro¨.
Violeta
apagó la luz y repasó los últimos años. Era lo más lógico. No
se sintió con fuerzas de reprochárselo. Estaba durmiendo a su lado
y tal vez estaba soñando con otra. Lo iba a perder también. Todo se
derrumbaba. Se sintió insegura. Había sido egoísta, egocéntrica,
encerrándose en sí misma con sus problemas y sus errores. ¿Con qué
derecho real le podría exigir a Umberto nada? Fue ella la que no
supo asimilar su nueva vida ni el éxito. Pocos
lugares como Nueva York y Wall Streer para saber que nada era para
siempre, que había que disfrutar al instante lo que se te
presentara, y si te llegaba de golpe y en abundancia..., desaparecían
de la mente conceptos que dabas por inamovibles. Pero
después venía el mañana, y lo de hoy era consecuencia de lo de
ayer.
No,
no tenía ningún derecho. Pero es que lo quería, también lo amaba,
eso sí lo tenía claro, muy claro, si no... no seguiría con él.
Aunque había cambiado seguía enamorada, su presencia aportaba
solidez al hogar, para ella no era prescindible, y aunque el sexo
había bajado de intensidad, lo seguía necesitando de vez en cuando,
y solo el de él.
La
fuerza interior que Violeta siempre le intuyó estaba apareciendo. Lo
vio capaz de tomar decisiones al margen de ella, incluso terminar con
su relación.
No lo quería perder, lucharía por él.
En
esos momentos, despierta en medio de la noche, sintió
un deseo renovado por la persona que dormía a su lado, lo necesitaba
más que nunca. Violeta
aún notaba el calor entre las piernas. Se desnudó por completo y se
volcó un poco hacia el lado de Umberto. Sabía cómo disponer de él,
que solo dormía con una camiseta puesta. Le tiró un poco de la piel
hacia abajo y le cogió con fuerza los testículos, un punto antes de
hacerle daño. Y comenzó a crecer.
-¿Qué?
-Calla.
Y
siguió creciendo.
¨¿Cómo
he podido perderme esto tantas veces durante estos años?¨.
-¿Qué
hora es? -preguntó desorientado.
¨Siempre
tiene la batería llena, como él dice¨.
Y
sin contestarle, sin soltarle, se puso sobre él. Despacio, poco a
poco.
-¡Uff!
Lo
deseó con todo su ser.
-¡Oh,
Umberto! -dijo entre gimiendo y llorando-. Te quiero.
Las
manos de Umberto repasaban su rostro, como hacen los ciegos, la
quería ver en la oscuridad. Cuando los dedos pasaron por sus labios
ella se los chupó, los mordió levemente, después se volcó sobre
él y le habló al oído.
-¡Dios
mio! Me llegas hasta el alma.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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