jueves, 14 de mayo de 2015

SECRETOS DE LEONARDO DA VINCI.


CAPÍTULO XXVI

Era tarde. En el metro iban ya desahogados, los pasajeros podían verse los unos a los otros. Empleados de oficina jóvenes con aspecto cansado, principio de triunfadores que trabajaban ochenta horas semanales; y turistas, con sus mochilas y mapas en las manos.
En la zona que había frente a las puertas cercanas a Violeta permanecían de pie un hombre y una mujer, ambos de color. Llevaban los abrigos oscuros abiertos, dejando ver sus trajes. Él era alto y ella bajita, aunque llevaba unos buenos tacones. Estaban alegres, cruzaban miradas y sonrisas cómplices. Por un instante él miró a Violeta, que lo estaba observando, Pensaba en cómo un hombre de color podía llevar el pelo así, largo y ondulado,similar al que tenía Umberto.
El hombre miró a la mujer, le había dicho algo y acercaba su cuerpo. Él se cogió de la barra del techo y ella lo rodeó fuertemente por la cintura con su mano libre, los dos llevaban una cartera en la otra mano. Permanecieron así un tiempo, poco, porque ella quería más. Levantó su cabeza, ofreció sus labios y empujó las caderas hacia delante. Violenta estaba sintiendo entre sus piernas las mismas sensaciones que la mujer.
Se besaron con un beso saboreado por los dos. El pelo de él cayó hacia delante, y Violeta volvió a extrañarse de cómo podía tener el pelo como el de Umberto. Fijaban sus miradas, se les veía con ganas de entregarse. Ella se separó un poco, los brazos y las carteras caídas les eran cómplices, tapaban la visión de Violeta; además, solo ella parecía estar pendiente. Repasó a los demás viajeros y todos estaban como dormidos o a sus cosas. Nadie se daba cuenta salvo ella. Vio el codo de la mujer salir hacia atrás y después desaparecer. Lo estaba tocando. Él se sorprendió un poco, levantó la cabeza. Violeta apartó la mirada, solo unos segundos, la tentación pudo y cuando de nuevo los buscó ya estaban fundidos en un nuevo beso. Por los movimientos se veía perfectamente lo que estaba ocurriendo. Él pegó un tironazo hacia atrás. La mujer se sorprendió, Violeta también. ¨Me estás haciendo daño¨, leyó claramente en sus labios. Tras un intervalo, a la mujer le volvió la sonrisa y metió de nuevo la mano entre sus cuerpos. Ofreció su boca y buscó la de él, continuó con lo que estaba haciendo. Violeta apretó sus piernas. Los viajeros no existían para ellos, parecía que solo ellos tres se enteraban de lo que ocurría.
La mujer cambió de mano la cartera, le acarició por encima del pantalón con la que quedaba del lado de Violeta. Lo cogió con fuerza, por abajo, por arriba. Notaba su vigor, lo miraba con deseo mientras se mordía los labios. Parecía estar bien dotado, como Umberto, y pensó que si la joven era estrecha, como ella, iban a disfrutar bien los dos en cuanto llegaran a donde fueran porque ella se veía claramente que no podía parar.
Violeta se fijó en él, la sonrisa había desaparecido, su cara era de estar a merced de ella. Cerró los ojos y bajó la cabeza. Ofreció la lengua para que su pareja jugara con ella, y la mujer respondió como él quería, con desenfreno y sin pudor. Violeta los veía y se sentía como ellos. Subió un poco la pierna y la comprimió sobre la otra. Notó el calor, se llevó una mano al pecho y apretó con fuerza. Deseaba abandonarse, miraba furtivamente y su excitación aumentaba. De pronto apareció una mancha en el pantalón del hombre, no era grande, redonda como una moneda.
¨La mancha¨.
La pareja siguió a lo suyo, pero Violeta desconectó.
¨La mancha, esa mancha ahí¨, y vio a Umberto entrando por la puerta del apartamento con la mancha en el pantalón, en el mismo sitio.
El fuerte maullido de un gato en medio de la noche la terminó de despertar. No sabía dónde estaba ni qué hora era, solo que estaba oscuro.
¨La mancha¨.
Comenzó a situarse, estaba acostada. Estiró una mano y encendió la luz de su lámpara, Umberto dormía a su lado. El sueño quedaba atrás, en su mente la mancha en el pantalón. Tomó conciencia, recordó cuando le preguntó si existía otra mujer.
¨Se está viendo con otra. Esa mancha es de lo que es, ¿cómo no caí en cuanto la vi?¨.
Pensó que había sido porque confiaba en él plenamente, pero de inmediato recapacitó y vio la evolución que Umberto había tenido. Ya no era el mismo, el de antes habría sido incapaz.
¨¿Y el de ahora? ¨.
Era posible. No solo por él, también por ella. Apenas mantenían relaciones sexuales. Él no se quejaba. Cuando se acercaba y ella le decía ¨¿qué quieres? ¨, él solo respondía ¨no, nada¨; a lo que seguía ¨Umberto, compréndelo, si no me apetece..., no puedo¨.
-Pero es que nunca te apetece.
-Eso no es así.
Y una vez Umberto se atrevió a decir:
-No me digas que no es así, tampoco quiero que sea como cuando te quisiste quedar embarazada, ¿te acuerdas?, todos los días y por todas partes.
Él nunca supo que una angustia amarga recorrió su interior cuando escuchó esas palabras, que tuvo que aguantar las ganas de llorar.
-Pero nada más nacer el pequeño Di Rossi todo aquello se terminó.
-No digas eso, no vuelvas a decir eso.
Después se levantó y se marchó enfadada como nunca la había visto antes. La escuchó llorar un rato. Cuando pensó que se había recuperado un poco, entró a consolarla, que notara que estaba a su lado, que la apoyaría en todo, pero ella le pidió una y otra vez que la dejara sola. No paró hasta que salió de la habitación. Y Umberto no volvió a hablar sobre aquel tema, tampoco se volvió a quejar.
¨La mancha¨. ¨Se está viendo con otra mujer, seguro¨.
Violeta apagó la luz y repasó los últimos años. Era lo más lógico. No se sintió con fuerzas de reprochárselo. Estaba durmiendo a su lado y tal vez estaba soñando con otra. Lo iba a perder también. Todo se derrumbaba. Se sintió insegura. Había sido egoísta, egocéntrica, encerrándose en sí misma con sus problemas y sus errores. ¿Con qué derecho real le podría exigir a Umberto nada? Fue ella la que no supo asimilar su nueva vida ni el éxito. Pocos lugares como Nueva York y Wall Streer para saber que nada era para siempre, que había que disfrutar al instante lo que se te presentara, y si te llegaba de golpe y en abundancia..., desaparecían de la mente conceptos que dabas por inamovibles. Pero después venía el mañana, y lo de hoy era consecuencia de lo de ayer.
No, no tenía ningún derecho. Pero es que lo quería, también lo amaba, eso sí lo tenía claro, muy claro, si no... no seguiría con él. Aunque había cambiado seguía enamorada, su presencia aportaba solidez al hogar, para ella no era prescindible, y aunque el sexo había bajado de intensidad, lo seguía necesitando de vez en cuando, y solo el de él.
La fuerza interior que Violeta siempre le intuyó estaba apareciendo. Lo vio capaz de tomar decisiones al margen de ella, incluso terminar con su relación. No lo quería perder, lucharía por él.
En esos momentos, despierta en medio de la noche, sintió un deseo renovado por la persona que dormía a su lado, lo necesitaba más que nunca. Violeta aún notaba el calor entre las piernas. Se desnudó por completo y se volcó un poco hacia el lado de Umberto. Sabía cómo disponer de él, que solo dormía con una camiseta puesta. Le tiró un poco de la piel hacia abajo y le cogió con fuerza los testículos, un punto antes de hacerle daño. Y comenzó a crecer.
-¿Qué?
-Calla.
Y siguió creciendo.
¨¿Cómo he podido perderme esto tantas veces durante estos años?¨.
-¿Qué hora es? -preguntó desorientado.
¨Siempre tiene la batería llena, como él dice¨.
Y sin contestarle, sin soltarle, se puso sobre él. Despacio, poco a poco.
-¡Uff!
Lo deseó con todo su ser.
-¡Oh, Umberto! -dijo entre gimiendo y llorando-. Te quiero.
Las manos de Umberto repasaban su rostro, como hacen los ciegos, la quería ver en la oscuridad. Cuando los dedos pasaron por sus labios ella se los chupó, los mordió levemente, después se volcó sobre él y le habló al oído.
-¡Dios mio! Me llegas hasta el alma.

ANTONIO BUSTOS BAENA.

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