VII
El
limonero lánguido suspende
una
pálida rama polvorienta
sobre
el encanto de la fuente limpia,
y
allá en el fondo sueñan
los
frutos de oro...
Es
una tarde clara,
casi
de primavera,
tibia
tarde de marzo
que
el hálito de abril cercano lleva;
y
estoy solo, en el patio silencioso,
buscando
una ilusión cándida y vieja;
alguna
sombra sobre el blanco muro,
algún
recuerdo, en el pretil de piedra
de
la fuente dormido, o, en el aire,
algún
vagar de túnica ligera.
En
el ambiente de la tarde flota
ese
aroma de ausencia,
que
dice al alma luminosa; nunca,
y
al corazón; espera,
Ese
aroma que evoca los fantasmas
de
las fragancias vírgenes y muertas.
Sí,
te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi
de primavera,
tarde
sin flores, cuando me traías
el
buen perfume de la hierbabuena,
y
de la buena albahaca,
que
tenía mi madre en sus macetas.
Que
tú me viste hundir mis manos puras
en
el agua serena,
para
alcanzar los frutos encantados
que
hoy en el fondo de la fuente suenan.
Sí,
te conozco tarde alegre y clara,
casi
de primavera.
ANTONIO
MACHADO.
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