CAPÍTULO
XXIV
El
maitre la vio llegar y se acercó diligente a recibirla mostrando una
sonrisa sobre la pajarita.
-Buenas
tardes, señora.
-Buenas
tardes, Marcel.
-Me
alegra mucho verla de nuevo por aquí. -El hombre hizo una breve
inclinación mientras Violeta le sonrió algo forzada.
-Estaba
citada...
-Sí,
la acompaño.
Lo
vio. No había cambiado, aunque ahora su imagen estaba más acorde
con su edad real, y es que antes aparentaba ser mayor debido al pelo
blanco. Sus ojos azules seguían resaltando y mantenían ese aire
atractivo que tienen algunos miopes en su mirada.
Se
puso de pie nada más advertir su presencia. El traje gris claro de
impecable corte hecho a medida, la camisa blanca, no llevaba corbata.
Violeta sabía que ese detalle era por ella. Hubiera preferido que
no fuera así, además, sus gustos en ese aspecto habían cambiado.
Por el contrario, ella no había pensado mucho en ese vestuario. Un
traje de chaqueta y pantalón negro, sobrio, incluso la blusa era
gris. Solo tuvo en cuenta una particularidad, sus zapatos llevaban
muy poco tacón. Se detuvo extendiendo la mano, pero él acortó la
distancia besándola en la mejilla.
-Hola.
Quedaba
más bajo que ella, el recuerdo de alturas volvió. Violeta supo que
él llevaba alzas en los zapatos. Estaba tensa y no contestó. Se
encontraba allí obligada. También la vida la había convertido en
una mujer más dura.
Pasado
un tiempo pensó que no se volverían a encontrar, y menos así, en
el Alain Ducasse. Estaba igual, con su acogedora elegancia art
déco ocupando los bajos del Essex.
También conocía las excelentes vistas desde las suites de este
hotel sobre Central Park.
¨¡Qué
poco delicado has sido!¨, pensó de él por el lugar elegido para el
encuentro.
Al
principio, tras dejar de verse, tenía la sensación de que en
cualquier momento saltaría la sorpresa. No sabía por qué, pero le
ocurría sobre todo en los pasos de peatones, cuando giraba la cabeza
para ver que los vehículos se habían detenido. Siempre creyó que
se produciría así, visual, él al volante de su Bentley
Continental, o en el asiento trasero de un Mercedes-Benz, y ella
caminando hacia el metro.
Se
quedó de pie, quieto, admirándola. Ella se sentó sin más
preámbulos. Tras un segundo, él la imitó.
-Estás
fabulosa -dijo con una sonrisa.
Adelantó
el cuerpo, apoyó los codos sobre la mesa y juntó las manos a la
altura de la barbilla. Mantenía en su dedo la sortija Cartier de oro
blanco. Resaltaba junto a sus ojos. Hizo caso omiso a lo que estaba
viendo, la actitud de ella. Un gesto seco se lo confirmó. Violeta
fue directa al tema.
-No
sé por qué necesitas verme -dijo con un tono impersonal.
-¿Qué
deseas tomar?
Ella
bajó la mirada y se fijó en la botella verde de Perrier.
-Un
poco de agua.
Enrico
Cacciatore hizo un leve gesto hacia el lado levantando la barbilla, y
en tres segundos tuvo al camarero al lado. Después miró a Violeta
al tiempo que señalaba su botella de agua.
-Sí,
también con gas, por favor -dijo ella, el camarero se marchó de
inmediato-. ¿Y bien...? -Lo miró esperando respuesta, quería
conocer el motivo de su llamada.
-No
sabía que te molestara tanto el que nos volviéramos a ver.
-Disculpa
-dijo por educación.
-Leí
tu artículo en The Wall Setreet Journal. Muy bueno, me llevé una
sorpresa cuando vi que te habías acordado de mí -Violeta hizo un
gesto de extrañeza-, había un uno por ciento de probabilidad -ella
cayó en el detalle, sin querer sonrió-, solo un uno por ciento, y
te acordaste.
-La
estadística es así, eres un elegido, solo un uno por ciento de los
empresarios son capaces de tomar el negocio de sus padres y
desarrollarlo deslocalizando, pero al nivel que tú lo has hecho,
bastante menos del uno por ciento.
-Tuve
suerte.
Los
dos sabían que eso no era así. El padre de Enrico, militar y amante
de la mecánica, dejó el ejército y montó una pequeña empresa en
Radcliff, Kentucky, junto a la base militar de Fort Knox, donde
había prestado sus últimos servicios al país. Comenzó poco a
poco, llevando el mantenimiento del material bélico básico. El
desarrollo fue paralelo a la incorporación de antiguos compañeros
militares como trabajadores de la empresa a medida que iban dándose
de baja en el ejército; pero la explosión vino cuando su hijo
Enrico, al que no le atraían los estudios y sí la mecánica como a
su padre, demostró también tener una increíble destreza al hablar
y relacionarse con los altos y corpulentos militares a los que él
siempre miraba desde abajo. Les caía simpático, y desde allí abajo
fue obteniendo contrato tras contrato para el mantenimiento de los
helicópteros del ejército americano. En ese momento, el despliegue
de una cuarentena de sucursales cubría puntos estratégicos por el
planeta para dar servicio a las más de ochocientas bases repartidas
por todo el mundo. Y ahora, a este bajito italoamericano no había
quien le hiciera sombra.
-Has
trabajado mucho.
-Bueno,
y para qué -dijo agriamente.
-Has
llevado a cabo lo que querías, eso es importante.
-Pero ¨eso¨era mi vida de trabajo..., y hace tiempo, no ahora.
Como expones en tu Teoría Violeta,
después viene el reto de pasarlo a las siguientes generaciones, yo
tengo la empresa; pero no tengo los hijos. -Violeta desvió la
vista-. He conseguido lo que se cree que es más difícil, montar un
emporio, y algo que tiene todo el mundo, hijos, aunque sea un solo
hijo, eso..., no lo he conseguido.
-Porque
tú no has querido.
-Porque
no encontré a la mujer adecuada; perdón, para ser realista, la
encontré, pero ella no quiso. -Violeta hizo una inspiración, se
contuvo.
-Por
favor, vayamos al motivo de tu llamada.
-Te
veo con cierta impaciencia.
-Sí,
es posible.
-¿Nerviosa?
-No,
en absoluto.
Se
puso algo más derecha nada más contestarle, los dos fijaron sus
ojos, ella le demostraba que le aguantaba la mirada, estaba seria. La
expresión de él iba cambiando, estaba recordando otros momentos con
ella..., era lo que Violeta veía en el gesto de él, y bajó la
cabeza, no estaba cómoda. Esperó callada.
-Tampoco
tendrías por qué, ¿no? -terminó diciendo él.
Pareció
que le hubiera leído el pensamiento.
-¿Qué
quieres? -preguntó haciéndole un gesto de reproche.
-¡Uff...!,
no me esperaba esta actitud, Violeta.
-¿Qué
esperabas?, hace ocho
años que no hablamos ni nos vemos, y de pronto me llamas a través
de mi secretaria. Ahora todo Salomón Investiment sabe que estoy aquí
contigo y, no solamente eso, hasta el mismísimo Salomón Siegman me
echará una mirada de las suyas y, sin preguntarme, le tendré que
decir el motivo de esta reunión.
-Curioso,
te acuerdas del tiempo que ha pasado desde la última vez que nos
vimos.
Violeta
se puso visiblemente molesta. Miró la mesa, de nuevo bajó la
cabeza. No contestó.
-Siempre
fuiste blanda con el personal, con tus jefes, y durísima con tus
clientes.
-Déjate
de sarcasmos, por favor, no estoy para juegos -respondió rápido
haciendo una mueca de cansancio.
-¿No
te va bien con el profesor?
-Esa
pregunta es muy personal y no te voy a contestar, también entiendo
que esta reunión es estrictamente profesional.
Enrico
Cacciatore cambió de actitud, dejó de ser la persona que había
intentado ser, cercana a su manera, y apareció la primera señal de
líder duro. Solo quiso respuestas a sus preguntas.
-¿Qué
puesto ocupas ahora en Salomón?
-Está
presidencia, las tres vicepresidencias y después yo.
-A
nivel real.
-Digamos
que después del Vicepresidente Primero.
-¿Ese
es tu nivel de socia también?
-No,
ahí estoy al nivel del Vicepresidente Tercero, pero a nivel
ejecutivo y de remuneración por efecto de los bonus estoy en tercer
lugar. Pero, perdona..., no entiendo por qué me preguntas esto.
Enrico
Cacciatore levantó la mano y de una mesa que había a sus espaldas
ocupada por dos hombres, se levantó el de más edad. Superaba los
cincuenta, delgado, pequeño, calvo y con gafas. Se acercó con un
expediente en la mano que Enrico cogió sin mirar. El hombre quedó a
la expectativa, pero un nuevo gesto de su jefe con la mano hizo que
volviera a la mesa donde esperaba otro bastante más joven, treinta y
pocos años, le brillaba el pelo negro engominado y con frecuencia se
ajustaba el nudo de la corbata roja en medio de su traje gris oscuro.
Evidentemente no estaba acostumbrado a estar en lugares como aquel.
Violeta
volvió a concentrarse en el de más edad. Estaba muy nervioso, o más
bien miedoso, la mirada huidiza. Le llamó la atención su palidez,
le dio pena, después se vio reflejada en él, y terminó
criticándose a sí misma de estar preocupándose por aquel hombre
cuando ella estaba pasando por un trance tan ingrato.
El
camarero llegó con el agua para Violeta, la abrió y le sirvió un
poco.
-Gracias
-dijo Violeta mostrando una discreta sonrisa, fue cuando se dio
cuenta de que había permanecido muy seria.
Tomó
el vaso y bebió.
-Sí,
bebe agua que te va a hacer falta.
Violeta
sintió un fuerte estremecimiento, después vino el miedo. Le iba a
contestar, pero no tuvo valor.
Lo
que fuera tenía que ver con el expediente que había abierto,
bastante grueso. Casi todo eran números, eso la tranquilizó.
Después de un breve vistazo le entregó a Violeta un primer bloque.
-Esas
son todas las transacciones que he realizado en los tres últimos
meses a través de vuestra sociedad.
Violeta
las miró detenidamente, cuando terminó la primera página ya tenía
una primera conclusión.
-Has
elevado tu perfil de riesgo.
-Tú
eres demasiado prudente, de nuevo se prepara una época de bonanza
económica, tu Vicepresidente Primero opina que el fondo bajista ya
se tocó. Estoy de acuerdo con él. Ahora toca ganar dinero,
decidimos arriesgar algo más y nos está saliendo bien.
-Enhorabuena,
pero no estoy de acuerdo.
-Vale,
pues vuelve a asesorarme tú.
-Eso
no es posible, pero si quieres más beneficios con un riesgo menor al
que estás asumiendo, apuesta por las empresas chinas.
-Completamente
en desacuerdo.
-China
domina África y Sudamérica, ha solventado el problema de falta de
materias primas como nadie.
-Mira,
yo soy americano, le debo todo a esta tierra, y esos cara
de tortuga no van a poder con nosotros. Cualquier día se
desmoronarán sus empresas, una tras otra.
-La
colonización silenciosa china no parará, y nuestro constante
incremento de déficit comercial terminará pasando factura, y esta
será muy cara. No sé cómo no os dais cuenta.
-¿Inviertes
en empresas chinas?
-¡Oh!,
no. Sigo con mi política de no invertir en nada, así no pierdo la
objetividad para poder asesorar.
-¿Ni
en divisas?
-Tampoco,
algo en renta fija en franco suizo, pero no tenemos dinero, acabamos
de terminar de pagar la vivienda.
-La
habrás pagado tú, porque con el sueldo de tu profesor muy
poco se puede pagar de esos trecientos metros cuadrados en un ático
cerca de Central Park. ¿Qué gana, lo que pagáis de comunidad al
mes?
De
nuevo se había atrevido, como se atreven los que tienen poder, desde
esa altura que ella llegó ver, una posición en la que se puede
tener de todo, pero que intuyó la llevaría a la nada aunque tuviera
más dinero que el que jamás hubiera soñado. Por un tiempo ese
mundo la absorbió, la mantuvo dentro de él. Transformaba a todo el
que se acercaba y ella no fue una excepción. Ese enorme remolino
tenía un inmenso radio de acción con una fuerza que muy pocos eran
capaces de soportar. Ella consiguió salir, aunque no del todo
indemne.
Pensó
en levantarse y marcharse. Esa reunión, ese informe, creyó que
sería utilizada, formaría parte de una coreografía que se movía a
la menor insinuación de él, como lo hacía el camarero o el
empleado, dejando patente en cada momento quién
era el que mandaba y podía hacer lo que quisiera.
Violeta siguió callada, no iba a entrar en ese juego. Un leve
movimiento para apartar el asiento fue captado e interpretado por
Enrico Cacciatore. Puso
la mano sobre la muñeca de ella, la detuvo. Estaba entrenado en el
manejo de los hilos para llevar a las personas al punto que él
quería, de hecho, su único fracaso en muchos años había sido
Violeta, y no terminaba de aceptarlo.
-Se
ve que no he correspondido adecuadamente a tu ¨enhorabuena¨,
disculpa, te pido perdón, pero es que estoy bastante enojado, hay a
quien le está saliendo mejor. -El comentario le sonó a reproche,
Violeta recogió su mano para dejar el contacto y, nada más dejar de
sentirla, él habló-. A vosotros.
-¿Qué
quieres decir? No te comprendo.
-Ese
listado recoge las transacciones de los últimos tres meses, como te
he dicho -dijo rápido y muy serio.
-Sí.
-Al
precio que vosotros nos informasteis que estaban en aquel instante.
-Bien.
-Solo
que esas no eran las cotizaciones que regían en ese momento.
-¡Eso
no puede ser...! -exclamó sobresaltada aunque bajando la voz.
-Pues
te aseguro que lo es -dijo levantando la barbilla y observándola con
desconfianza.
-¡No
me mires así! ¡¿Sabes lo que estás diciendo?! ¡¿Pero qué
barbaridad es esa?!
-La
que ves -le entregó un segundo bloque de folios-, las mismas
operaciones y, como puedes comprobar, hemos creado otra columna con
las cotizaciones reales, todo lo que se desarrolla a continuación
son los diferenciales que ha habido en cada una de ellas y los
beneficios ¨extras¨ que ¨habéis¨obtenido. Está claro que
¨habéis¨desarrollado un sistema para robar a los clientes de
manera continuada. -Enrico Cacciatore enfatizó algunas palabras al
hablar.
Violeta
no se lo terminaba de creer.
-¡Lo
que estás diciendo es imposible! Pasamos constantes inspecciones de
la SEC. -Movía la cabeza negativamente-.
Ninguna
Sociedad de Inversión Colectiva en Valores se atrevería a hacer una
cosa igual.
Enrico
Cacciatore se rió y movió negativamente la cabeza.
-¡¿Que
no?! ¡Está la historia llena, y vosotros vais a contribuir a que
esa ¨historia¨ no pare!
Enrico
no fue comedido a la hora de hablar, medio restaurante escuchó esas
palabras. Las personas que estaban en las mesas de alrededor se
giraron y miraron. Violeta se dio cuenta. A él le daba igual. Ella
no contestó, su
cuerpo albergó más frío aún.
-¡Y
la SEC, querida, está también podrida por dentro!
Se
sintió empequeñecida, todo su ser reducido a la mínima expresión.
Lo
conocía perfectamente, era exacto, eficaz, y se lo exigía a los que
estaban alrededor. Intuía que estaba ante lo que había visto pasar
a muchos, una catástrofe. Algo que parecía increíble que le
pudiera pasar a ella, de nuevo sucedería. Ya le ocurrió con el
deslumbramiento inicial de su nuevo estatus, cayó, y si se
confirmaba que la empresa de la que era socia y directiva estaba
realizando operaciones ilegales para obtener un enriquecimiento
ilícito, ella iba a ser protagonista de la portada de los periódicos
e inicio de los informativos de televisión. Hechos así sacudían
cada cierto tiempo Wall Street. En ese instante su vida le pareció
irreal, como si hubiese estado viviendo dentro de una burbuja y esta
estallara de pronto. Caía al vacío, sola, lejos de los suyos, sin
referencias. Era completamente vulnerable.
Por
fin habló.
SEC
(U.S. Securities and Exchange Commission): El equivalente a la
comisión Nacional del Mercado de Valores de los Estados Unidos.
-¿Por
qué me has llamado? -dijo sin fuerzas.
A
él pareció extrañarle que le hiciera esa pregunta, extendió las
manos sobre la mesa, miró a un lado y a otro como buscando algo.
Violeta,
¡no deseo que todo esto te salpique!
Ella
no reaccionaba, solo veía ruina a su alrededor por mucho que
estuviera rodeada de lujo.
-Yo
no he hecho nada ilegal -dijo inocentemente, y él se rió insolente.
-No
digas tonterías...
Reaccionó,
no iba a permitir que la humillara como alguna vez vio hacer con los
demás. La mirada de reproche a su expresión no se hizo esperar.
-Disculpa.
-Retrocedió un poco en su actitud, aún tenía poder sobre él.
-Te
aseguro que si eso es verdad...
-Desgraciadamente
es verdad, Violeta.
-Pues
en ese caso, te repito que yo no he hecho nada ilegal.
-Suponiendo
que sea así, lo vas a tener que demostrar, mientras que aquí está
demostrado que os habéis enriquecido ilegalmente utilizando las
operaciones de compra y venta de los clientes. Para comenzar, todos
vais a ir a la cárcel en cuanto actúe la SEC.
Recordó
la conversación con Umberto, cuando le dijo que quería vender las
acciones y regresar a Italia. Su intuición le había anticipado el
peligro que tenía nombre propio, Enrico Cacciatore, aunque en aquel
momento no conocía lo que ahora, sabía
que cuando el pasado te vuelve es porque no
lo dejaste resuelto.
Su
cuerpo recuperó algo de fuerza. Ganas de luchar, por Paolo, por
Umberto, por ella. En ese momento estuvo presente toda su vida, sus
padres..., y ese hijo que quería darle a Umberto. Nunca había
hablado con él de ese sentimiento, esa necesidad que le venía y
desechaba a los pocos días. Había matices difíciles de explicar y,
en ese momento delicado, estuvo completamente segura. Sintió, sin
lugar a dudas, que necesitaba otro hijo en su vida, en la de Umberto.
-Sigo
sin terminar de comprender una cosa.
Volvió
algo de frialdad. Intentaba recomponerse. Lo miró como si en ese
momento no le importara nada, aunque en realidad ocurriera todo lo
contrario.
-Dime.
-¿Qué
hago yo aquí?
Enrico
se echó hacia adelante y de nuevo puso su mano sobre la de Violeta.
Ella se quedó observando la más cercana sortija Cartier, esta vez
no la retiró. Un juego de caracteres y habilidades se desarrollaba
en torno a la mesa. Uno intentando envolver al otro y doblegarlo a
sus intereses. El
contacto descargó sobre ella una pesada carga. Las dudas no
disipadas del todo volvían sobre su vida, su trabajo, sobre todo,
como si nada de lo que ella había construido tuviera consistencia,
todo estaba en el aire. Recordó una vez más que ese error cometido
tiempo atrás podía hacer caer todo como un castillo de naipes.
-Violeta.
Ella
subió la mirada lentamente.
-Dime.
Estaba
muy pálida.
-Lo
puedes evitar.
-¿Yo?
Nueva
caída al abismo del pasado. Desaparecieron de su vida los ocho años
que llevaban sin verse. Conectó con la última vez como si hubiera
sido ayer, justo en el instante en que ella decidió que no volverían
a verse más, que no continuaría con aquella equivocación. El
error que más le pesó cometer en su vida, aunque después llegaron
sus frutos. ¡Qué
difícil se le hizo olvidar unos hechos y aceptar, querer sus
consecuencias! En su lucha interna encontró una referencia que le
ayudó de forma increíble. Para ella, el nacimiento de Paolo fue
como el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios nacido de Santa María
Virgen, el Misterio de la Inmaculada Concepción. Insistió una y
otra vez..., hasta que consiguió borrar de su mente los actos que
tuvieron como consecuencia el nacimiento del hijo.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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